*Opening of then play- Robins m'aime.

NOVIEMBRE...

EL JUEGO DE ROBIN Y MARION (EDAD MEDIA CENTRAL, 1100-1350)

Edad Media Central (1100-1350), Adam de la Halle

 

a figura del trovero que floreció en la época de la caballería feudal nos resulta hoy familiar gracias al "Tannhäuser" de Wagner y en cierto modo también al "Trovador" verdiano. El personaje juglaresco ha fascinado sin duda a escritores y poetas de todo tiempo y lugar, quienes corporizan en él, el refinamiento de las costumbres y el progreso de la civilización, que constituyeron algunos de los principales beneficios brindados a la humanidad por la institución caballeresca a lo largo de la época y peligrosa aventura de las  cruzadas.

Fue en el Mediodía de Francia, exactamente en la Provenza, donde a comienzos del siglo XII los caballeros iniciaron primero su proceso de transformación en músicos y poetas. Se desarrolló así un arte enteramente nuevo hecho de poesía amorosa -erótica a veces- jalonando la aparición del lirismo profano en el arte del canto. El poeta se encargó de inventar, de "trovar", encontrar, las palabras y la melodía. De ahí nacieron las expresiones de "trouvere" usada en el Norte de Francia y "troubadour", que predominó en la Provenza; ese movimiento no tardó en extenderse también a Italia, a Inglaterra y a Alemania. En este último país el trovador se convirtió en "Minnesänger", o sea, el cantor del amor caballeresco.

El arte que se desenvolvió alrededor de esta "trouvaille" se diferencia netamente de la técnica de las composiciones a varias voces, cuyo desenvolvimiento fue simultáneo. Por lo general los poetas músicos caballerescos no se destacaban en la polifonía. Ello no puede sorprender ya que ni siquiera ejecutaban por sí mismos los cantos así compuestos sino que recurrían para ello a intérpretes populares llamados en provenzal "jongleurs" (juglares), en francés "ménestrel" y en inglés "minstrel", equivalente en ambos casos a ministril. Sus cantos eran utilizados para toda suerte de comunicaciones personales. Ello se ajustaba perfectamente al sentido romántico de una época en la que no era muy corriente saber leer y escribir. El canto del juglar podía asumir el rol de una declaración del caballero a su dama; la leyenda nos asegura que Blondel de Nesle, fiel servidor de Ricardo Corazón de León rey de Inglaterra, transmitió a éste importantes mensajes políticos cantando al pie de la torre que a aquél servía de prisión.

Este arte caballeresco floreció en Francia durante cuatro generaciones; uno de sus últimos más célebres representantes fue Adam de la Halle, nacido por cierto en el seno de una rica familia burguesa de Arras, quien si no era de noble sangre, hallábase agregado en calidad de juglar al séquito de Roberto II, conde de Artois.

En tal carácter le acompañó en 1283 a Napóles donde Carlos de Anjou, rey de Sicilia, le retuvo en su corte y donde el eminente juglar terminaría sus días disfrutando una gloriosa reputación.

Fue en Napóles donde compuso su famoso "Jeu de Robin et Marion"; no es ésta por cierto una ópera en el preciso sentido que hoy damos a este término, sino una pastoral escénica a lo largo de la cual los actores cantaban a menudo su texto. Está de hecho considerada la primera ópera cómica profana registrada en la historia de la música y de la literatura francesa; sus melodías muy simples, caracterizan en forma inimitable el arte encantador de los trovadores en la época de su culminación.

La gran consideración de que disfrutaba Adam de la Halle entre sus contemporáneos nos está confirmada por el hecho de haber sido el primer músico cuyas obras fueron reunidas y copiadas; el manuscrito original se encuentra en la Biblioteca Nacional de París donde será causa de grata sorpresa descubrir a la vera de canciones y pastorales, diversos motetes y rondoes a tres voces. Es que Adam de la Halle no se limitaba a ser únicamente un trovador, pues dominaba también y en forma admirable, el difícil arte de la polifonía. Al parecer adquirió esta habilidad en la Universidad de París fundada por Roberto de Sorbonne y que contaba entonces en su cuerpo de profesores a eminentes teóricos de la música.

De los distintos géneros musicales surgidos de la polifonía, el rondó de Adam de la Halle se distingue por su extrema simplicidad. Todas las voces se desenvuelven en efecto con idéntico ritmo y utilizan el mismo texto, en la medida que no se trate de simples juegos instrumentales.

Otras formas, como el "motete", eran ya entonces muy complicadas. Ello no impidió que el carácter medieval de los rondoes decepcionara a las audiencias de más de un centenar de años atrás cuando fue redescubierto Adam de la Halle. Para el público de una época habituada al arte polifónico se tornaba difícil aprehender la naturaleza de ese arte antiguo que descansa sobre la trayectoria melódica individual a diferentes voces.

Los rondoes de Adam de la Halle, al igual que sus restantes obras, cantan siempre al amor caballeresco, a menudo con erótico acento. Su articulación en coplas -para una voz sola- y en refranes -destinados a un grupo de voces- denuncian su entronque netamente popular. En efecto, el rondó que volvemos a hallar bajo los nombres de "rondellus", "rota" y de "ronda" es el "air chanté de danse", el aire de danza cantado, o, más sintético, la canción danzable. También la "ballata" pertenece a este género. Los ministriles ambulantes llevaban estas canciones para decir a través de los países, de castillo en castillo, de aldea en aldea, o sea, asegurando su difusión desde las cortes feudales hasta las entrañas del pueblo que vivía agrupado al amparo de las murallas de aquéllos. La leyenda pretende que el trovador Maymond de Mirval salvó a su juglar Bayonne de una comprometida situación componiendo para él una nueva danza.

Los juglares no se limitaban a cantar; acompañaban también la danza con sus instrumentos, ya un violín o una flauta, una dulzaina o zanfoña. En tal caso las piezas pasaban a denominarse "danse" o "ductia", y si su desarrollo era más amplio, "estampie" (en francés), "estampida" (en provenzal) del latín "stantipes". Una deliciosa anécdota de la corte del duque de Montserrat nos demuestra la facilidad con que se pasaba entonces de la ejecución puramente instrumental al canto en el acompañamiento de la danza.

Dos juglares franceses habían maravillado la corte al interpretar en sus violines una nueva "estampida". Sólo el trovador Raimbaut de Vaquieras, secreto amante de la bella Beatriz, hermana del duque, estaba melancólico y triste. Pero cuando la dama de sus pensamientos le pidió que cantase para recuperar su alegría, entonó sin más trámite al tiempo de componerla, sobre la melodía de la estampida de turno, su célebre canción "Kalenda maya, ni fuelhs de faya". Surgida del arte popular, esta danza hubo de convertirse en uno de los aires inmortales de esa época.

 

                                                                                                                     J.M.P

Texto en inglés y francés.

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