*Allegro moderato.

JULIO...

CONCIERTO PARA VIOLONCHELO Y ORQUESTA EN RE MAYOR, OP. 101, HOB. VIIB: 2

Concierto para violonchelo y orquesta en re mayor, op. 101, Hob. VIIb: 2

 

o se presta sino a los ricos... Este dicho es más que aplicable a Franz Joseph Haydn, a quien se atribuyó, y aún se atribuyen, una cantidad de obras que no le pertenecen, como los conocidos conciertos para flauta o para oboe. El caso inverso es mucho más raro: el destino del Concierto para violonchelo y orquesta en re mayor, op. 101, Hob. VIIb: 2 es realmente paradójico. He aquí una obra maestra universalmente conocida y apreciada, una de las poquísimas partituras para violonchelo que merezcan aquel calificativo sin reservas.

Tanto como público e intérpretes gozaron durante más de un siglo de esta obra magnífica, los musicólogos y los críticos se las ingeniaron para cubrirla con un velo de sospechas e interrogantes, a punto tal que a principios del siglo pasado la paternidad de Haydn sobre la obra fue denegada hasta por las más eminentes autoridades. Esta negación se basaba en el audaz virtuosismo, sin igual en su época, que la obra exigía al solista. Se atribuía el concierto a un cierto Antón Kraft (1752-1820), cuyo nombre no surge del Jean-Christophe, sino que fue el primer violonchelista de la orquesta del Príncipe Esterházy, bajo la dirección de Haydn. Se conoce un concierto para violonchelo de Kraft que no carece de valor.

Sin embargo, nuestro concierto en re se hallaba incluido correspondientemente en el catálogo temático que Haydn dictó en los últimos años a su asistente Elssler, que no sólo fue impreso con el nombre del compositor estando este en vida (con el número de opus 101, que desde entonces conserva) sino que el manuscrito autógrafo existió hasta mediados del siglo pasado. Pero luego la obra sólo fue ejecutada en una trascripción orquestal del peor gusto debida a Gevaert, lo que despertó la desconfianza de los melómanos. Recién en 1953 las dudas se disiparon al ser redescubierta la partitura autógrafa en Viena. Ese autógrafo también permitió establecer la fecha de su composición, 1783; una mano extraña agregó, opus 101.

Desde el descubrimiento en 1961 de otro Concierto para violonchelo, en do mayor, encontrado en Praga, poseemos dos de los cuatro conciertos que Haydn dedicara a ese instrumento. Este concierto es una obra juvenil harto atrayente (data de alrededor de 1765), pero no alcanza la calidad del concierto en re, el cual, a pesar de todas las vicisitudes que hemos señalado, mantuvo su disposición como uno de "los cuatro grandes" del repertorio, junto con los de Boccherini, Schumann y Dvorák.

La orquestación, que en los vientos sólo incluye dos oboes y dos cornos (estos últimos ni siquiera participan en el adagio), observa una liviandad y transparencia bien juzgadas de modo que la parte solista sea plenamente valorizada: es sabido que en el delicado problema del equilibrio sonoro reside el escollo que ha impedido el logro de muchas páginas concertantes dedicadas al violonchelo.

Antón Kraft, a quien fuera dedicada la obra (por lo menos ese hecho no se pone en duda) debió haber sido un virtuoso excepcional a juzgar por las grandes dificultades de la parte solista: el registro agudo es constantemente utilizado y, poco antes de la cadencia del primer movimiento, Haydn trepa audazmente al Sol sobreagudo por medio de sonidos armónicos (que llevan la indicación de "flautino", es decir, "aflautados"). Por otra parte, explota abundantemente las posibilidades polifónicas del instrumento; cuerdas dobles y triples, octavas, melodía acompañada por el propio solista, hasta llegar a un verdadero contrapunto, presentan al ejecutante problemas tan arduos como apasionantes. Mas a la vera de tanto virtuosismo, Haydn supo aprovechar admirablemente el carácter esencialmente cantante del instrumento, de lo que surge el por qué del tempo moderado de los dos movimientos extremos. La partitura entera demuestra un profundo conocimiento y un gran amor por un instrumento al que Haydn siempre supo favorecer con interesantes solos en sus sinfonías, desde la Sinfonía n.° 6 en re mayor, La mañana, de 1761, a la Sinfonía n.° 95 en do menor, escrita en Londres treinta años después.


Concierto para violonchelo y orquesta en re mayor, op. 101.

Yahel Felipe Jiménez López.