*Allegro.

DICIEMBRE...

CONCIERTO PARA VIOLÍN, CELLO Y ORQUESTA EN LA MENOR, OP. 102

Concierto para violín, cello y orquesta en la menor, op. 102, Doble concierto

 

n rigor de verdad, y si se hace abstracción de las obras sinfónico-corales con o sin intervención de solistas y los conciertos para diversos instrumentos, son comparativamente escasas las creaciones orquestales de Johannes Brahms, durante mucho tiempo tenido por "sinfonista" y aún por sinfonista "académico, abstruso y pesado". Lo segundo sólo pudo ser dictado por la más absoluta insensibilidad de quienes profirieran juicios tan a la deriva. Lo primero (esto es, considerar que en Brahms primó el creador sinfonista sobre todo otro) es, por lo menos, llamar a las cosas por uno sólo de sus nombres. Porque si nos detenemos a contemplar el catálogo brahmsiano, hasta el más prejuiciado deberá admitir que las composiciones vocales y de cámara ocupan dentro de su producción un espacio mucho mayor que el de sus creaciones sinfónicas. Si desplazamos el factor "cantidad" para enfocar el problema desde el ángulo "calidad", que es el que verdaderamente importa, comprobamos por lo demás que sus páginas vocales (solos o coros) y camarísticas, se yerguen con la misma prestancia que las sinfónicas. Hay únicamente una diferencia de proporción; no de significación artística, que se mantiene en un mismo plano de absoluta dignidad y grandeza.

Este concepto lo ha desentrañado con aguda penetración Arnold Schönberg, al decir poco después de su muerte que a la profunda humanidad de Brahms sólo le faltó el complemento de una pizca más de divinidad para transformarle en el más grande de los músicos de todo tiempo. Un repaso somero al acervo artístico que nos ha legado el maestro de Hamburgo prueba que no es exagerada tal afirmación, aun dando por sentado que la falta de esa "pizca" determine la primacía de Bach, de Mozart, y tal vez de Beethoven. Veamos en qué radica el gigantismo de Brahms como creador musical: 1°) Ha escrito las obras de cámara más bellas y profundas que se conocen, y sólo los mejores cuartetos de Beethoven pueden estarle a la par; 2°) Desde Schubert, nadie —ni siquiera el sensitivo Schumann o el elaborado Wolf— ha llegado a componer Lieders de la envergadura y comunicatividad de los de Brahms; 3°) Las sinfonías primera y cuarta de Brahms son por lo menos tan magistrales como la que más; 4°) En lo tocante a conciertos, el segundo de piano ha pasado a constituirse en el espécimen más trascendente de su género, y día a día el Concierto en re de violín es contemplado también como serio postulante a la candidatura suprema. ¿Es necesario seguir?...

El Concierto para violín, cello y orquesta en la menor, op. 102, Doble concierto, nació en 1887. Es sintomático que, como el Concierto para violín y orquesta en re mayor op. 77 diez años antes y el Concierto para piano y orquesta n.° 2 en si bemol mayor, op. 83 en 1881, esa nueva y estupenda creación surgiera luego de un viaje de vacaciones a Italia, coronado esta vez no en la villa austriaca de Pressbaum, ni en el pintoresco refugio veraniego de Pörtschach, sobre los Alpes Austriacos, sino en la encantadora aldea de Thun, en Suiza. Se diría que el Brahms ya sazonado para producir en música lo mejor de su espíritu, necesitaba de la lírica polaridad itálica y la ciclópea sugestión de la montana germánica para madurar sus últimas y prodigiosas criaturas sinfónicas.

No es un secreto que el músico miró siempre con respeto y hasta con temor la creación de una sinfonía. Desde sus dos primeras serenatas: Serenata para orquesta n.° 1 en re mayor, op. 11 y la Serenata para orquesta n.° 2 en la mayor, op.16, y el Concierto para piano y orquesta n.° 1 en re menor, op. 15, hasta su Sinfonía n.° 1 en do menor, op. 68 (años 1875/76), sólo una vez tentó una obra orquestal a cara descubierta: las Variaciones sobre un tema de Haydn, op. 56a (1873). Composiciones grandes, con intervención de orquesta, sí había creado varias: el Réquiem alemán, op. 45 (1867/68), la Cantata para tenor, coro y orquesta, Rinaldo, op. 50, la Rapsodia para contralto, coro masculino y orquesta, op. 53 (1869), La Canción de triunfo, op. 55 y La canción del destino, op. 54. Pero daba Brahms la sensación de escudar sus experiencias orquestales (cada vez más importantes) tras la excusa de solistas y coros, demorando así la resolución de un dilema que le preocupó siempre: las formas sinfónicas.

Pero si un natural pudor le inhibía de lanzarse con decisión, los resultados de la primera sinfonía arrasaron sus complejos al respecto. Entre 1875 y 1887 asistimos al delicioso "intermezzo orquestal" de Brahms: cuatro sinfonías, dos oberturas, tres conciertos. Y luego, ya dominada la forma y demostrado a sí mismo y al mundo que en este género como en cualquier otro podía hablar en paridad de términos con el que más, halló nuevo refugio en sus amadas canciones, en sus obras de cámara.

El Concierto para violín, cello y orquesta en la menor, op. 102, Doble concierto, es el canto del cisne orquestal de Brahms. El autor lo sobrevivió nueve años pero ninguno de sus diecinueve opus posteriores vienen a turbar el dulce, triste e íntimo coloquio con su alma, que se exterioriza a través del canto individual y coral y los pequeños conjuntos instrumentales, en una admirable proeza de síntesis.

Con la creación del Doble concierto retorna "Brahms, el clasicista" a una forma virtualmente abandonada desde el barroco alemán e italiano: la del concerto con intervención de violín y cello. Dos voces que dieron al mundo maravilloso ejemplo de fusión y armonía espiritual y sonora en los célebres concerti grossi, comenzaron a escindirse como elementos de colaboración cuando el reinado del concierto solista comenzó a proscribir la participación de más de un solista. El Concierto para violín, violonchelo y piano en do mayor, op. 56, Triple concierto, de Beethoven queda como otro de los contados ejemplos posteriores a una tradición sentada por Stradella (1645-1682) y seguida en una u otra forma por Corelli, Torelli, Vivaldi, Boccherini, Tartini, Händel, Bach, etc., hasta su casi completa evaporación.

 

Desarrollo de la obra

 

l Doble concierto es una obra pletórica de vida y palpitación interior. Le alcanza por completo esta observación de Richard Specht, que tuvo la dicha de tratar a Brahms en los últimos años de su vida: "Las obras sinfónicas de Brahms abarcan todo lo que hay de trágico y glorioso en su música. Hay tragedia hasta en el más maravilloso de los movimientos, donde oímos la incesante nostalgia por las cosas que han sido...". Sí. Esta nostalgia la sentimos a cada instante en el Doble concierto, como la escuchamos en el sereno y recogido Quinteto de Clarinete en si menor, op. 115. Hay un sentimiento de tranquila melancolía, de austera resignación, tras la invencible energía que vibra en esta música radiantemente crepuscular.

El Doble concierto fue escrito por Brahms con la mente puesta en su gran amigo y colaborador, el célebre violinista Joseph Joachim, y en Robert Hausmann, también amigo del maestro y virtuoso del cello. Si los cielos de Suiza tuvieron el privilegio de alumbrar la mayor parte de la creación de tan importante obra, correspondió a la ciudad de Colonia el honor del estreno, registrado el 18 de octubre de 1887. Joachim y Haussmann fueron los sólitas y Brahms el director de orquesta. Después Brahms entregó el manuscrito a Joachim con la anotación "para aquel para el cual fue compuesto".

 

"The Joseph Joachim Quartet". De izquierda a derecha: Joseph Joachim, Robert Hausmann, Emanuel Wirth y Carl Halir.

Primer movimiento
Allegro

 

Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Aragón.

Juan Luis Martínez, director.

Nicolás Chumachenco, violín.

Asier Polo, violonchelo.

El primer movimiento del Doble concierto (Allegro), se abre con una frase de denodado vigor. Es como un fugaz preludio heroico en el cual la orquesta prepara el clima propicio a la meditativa transición que se opera con la entrada del cello, en un noble recitativo sin acompañamiento. Las maderas insinúan el segundo motivo, retomado por el violín, al que pronto se une el cello en una especie de duettino arpegiado, hasta que la orquesta bate nuevamente con sus enérgicos compases iniciales. El desarrollo de los temas es rico e imaginativo. Violín, cello y maderas hacen por momentos, de este tiempo, una gema de música "camerística"; y sólo el reingreso de la orquesta nos hace reencontrar frente a una obra de dimensiones sinfónicas. Poco antes de concluir el Allegro se hace presente un magnífico dúo de violín y cello, apoyado en cuerdas y maderas; tras lo cual asistimos al brillante final del movimiento.

 

Segundo movimiento
Andante

 

Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Aragón.

Juan Luis Martínez, director.

Nicolás Chumachenco, violín.

Asier Polo, violonchelo.

El segundo movimiento (Andante) tiene por pórtico cuatro notas (figura ascendente la-re-mi-fa) confiadas a los cornos y maderas. La misma figura, que es casi el leitmotiv del movimiento, pasa luego a las voces de los solistas, distanciados por un intervalo de octava. Este tiempo, que se inicia en la tonalidad de re, pasa luego al tono de fa, dando paso a nuevo material temático, el que es confiado primero a las maderas y luego a los solistas. La recapitulación es uno de los episodios donde toca Brahms las cumbres de la delicadeza y la poesía mas refinadas.

 

Tercer movimiento
Vivace non troppo

 

Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Aragón.

Juan Luis Martínez, director.

Nicolás Chumachenco, violín.

Asier Polo, violonchelo.

El tercer movimiento (Vivace non troppo), tiene el mismo sabor gitano-húngaro que tan encantadora fascinación presta al último tiempo del Concierto para violín y orquesta en re mayor op. 77. Sin embargo, el motivo es aquí más intenso y nervioso; sin ese desgano tan peculiar del Finale del op. 77. El tema principal es expuesto por el cello y luego de ser explotado ventajosamente, reaparece en un ingenioso traspaso de un instrumento a otro: el cello lo lanza al fagot, éste juguetea y lo cede al oboe, lo atrapa la flauta y a ésta se lo arrebata el violín. Aparece otro motivo, y la partitura es objeto de superelaboración deslumbrante. Por las réplicas y contra-réplicas por la interacción de los instrumentos, se tiene casi la sensación de hallarse ante un "concertino para orquesta", donde todos los instrumentos juegan un rol más o menos preponderante a su debido turno. Una coda basada en el tema inicial cierra suntuosamente esta enjundiosa creación.