*Op. 39: Grave y Allegro Giusto, Op. 58: Larghetto.

JUNIO...

CUARTETOS PARA CUERDA OP. 39 Nº 55 Y OP. 58 Nº 2

Los Cuartetos para Cuerdas de Luigi Rodolfo Boccherini


n el vasto proceso de revaluación musical del siglo pasado, es un caso aparte el de Luigi Boccherini. Cuando hablamos de "revaluación musical", aludimos a todo ese movimiento estético que ha devuelto a la luz la gloria inmensa de la música antigua, y que, en lo que concierne a muchos compositores del siglo XVII por lo menos, ha sustituido el veredicto anterior de "frialdad" y "frivolidad decorativa" por una real apreciación de su estilo exaltado, de su dramática humanidad y de su nobilísima discreción. Todo lo que los impulsivos espíritus del romántico siglo XIX detectaban en el compositor de doscientos años atrás como ligereza, afectación y galantería, se nos revela ahora como una enorme capacidad de invención, pureza de imaginación y lucidez extraordinaria de discurso. El siglo XX fue la era a la cual le estaba reservada la comprensión de los siglos XVI y XVII.

Pero aún con estos nuevos descubrimientos, el sino de Luigi Boccherini ha sido bastante dificultoso. El éxito sólo mediano que conoció durante su vida, el hecho de haber vivido tanto tiempo en España, un país donde no existían en aquella época editores importantes ni organizaciones musicales regularmente establecidas, las apreturas económicas que le atribularon, forzándolo a veces a realizar a toda prisa infortunadas ventas de sus manuscritos, todo ello ha creado enorme confusión en el repertorio del maestro. Las obras todavía inéditas de Boccherini deben ser casi tan numerosas como las ajenas que le son atribuidas y, probablemente, como las que se acreditan a otros no obstante ser en realidad de Boccherini.

Hasta la misma biografía del gran artista permanece en una relativa oscuridad. Había nacido en Lucca el 19 de febrero de 1743, y murió en Madrid el 28 de mayo de 1805, estudió violonchelo y composición en Roma, y a una edad muy temprana se le reconocía ya la posesión de un talento excepcional de virtuoso y de genio como compositor. Luego de una serie de giras de conciertos por el Norte de Italia, Boccherini, que había trabado estrecha amistad con el violinista Manfredi, decidió dejar la casa paterna para ir a probar fortuna en compañía de éste. En 1768, los dos músicos lucenses se hallaban en París, donde se veían muy festejados por los amantes a la música; muy poco tiempo después partían con rumbo a España. Y fue allí donde Boccherini compuso la mayor parte de su gloriosa producción, donde soportó también los mayores sufrimientos, y donde al cabo, concluyó sus días.

Aunque incompleto, Boccherini dejó un catálogo de su copiosa obra, del cual se desprende sin dificultad su preferencia por la música instrumental. De hecho, frente a su zarzuela La Clementina (cuyo libreto era de Don Ramón de la Cruz -nada menos-, representándose por primera vez en 1778, en los salones del Infante Don Luis, hermano del Rey y protector de Boccherini), varias obras de carácter litúrgico, y algunas arias vocales, se acumulan muchas sinfonías y oberturas para orquesta, sonatas para violín y clavicordio, no menos de cuarenta tríos, alrededor de noventa cuartetos, y ciento veinticinco, o acaso aún más, quintetos para instrumentos de arco. Es este último grupo de composiciones da cámara lo que constituye el verdadero mundo de Boccherini. En la vibración de las cuerdas halló la respuesta precisa y perfecta que anhelaba para las demandas de su fantasía. Había llegado a compenetrarse hondamente de la nobleza de que era capaz el discurso del conjunto de arcos, los matices de su color y sus características sonoridades. Bien puede decirse que en este terreno, y por completo al margen de la gran escuela instrumental que encabezaron Haydn y Mozart, Boccherini había llegado a crear un lenguaje propio, explayando una personalidad individual y característica, y probando elocuentemente que, de no haberse interpuesto su fanatismo por la ópera, Italia podría haber desarrollado durante el romántico siglo XIX un estilo sinfónico y de cámara igualmente propios (afirmación que nadie se atrevería a poner en duda, si bien sería mucho más justo investigar también hasta qué punto influyó en el personalísimo desenvolvimiento de Boccherini el medio español en que escribió la totalidad de esas obras, máxime cuando no puede descartarse como un hecho comprobado, motivo de estudios, monografías y hasta de volúmenes, la "singular aptitud española para los instrumentos de cuerdas").

 

Cuarteto para cuerdas en La Mayor, Op. 39 Nº 55

 

El Cuarteto para cuerdas en La Mayor, Op. 39 Nº 55 pertenece a una colección de doce, publicada en París por Ignacio Pleyel, editor de música, compositor, y fundador de la fábrica de pianos que lleva su nombre. El primer movimiento es una suerte de tema con variaciones, aquél de un carácter melodioso y como afectado por extrema languidez, a la manera de ciertas frases cómico-sentimentales de ópera, las variaciones se desarrollan -aunque muy lejos de los alardes armónicos y contrapuntísticos de Haydn y Mozart- conformando más bien vagos arabescos y repeticiones ornamentales de los cuatro instrumentos. La indicación anotada al comienzo por Boccherini, sotto voce e con smorfia (en voz baja y con melindres), revela con bastante claridad determinadas intenciones psicológicas, ciertas actitudes representativas que eran caras al Maestro de Lucca. El Minué, con su línea sencilla, casi infantil, sirve a la maravilla para demostrar el progresivo desenvolvimiento de esa tradicional danza hasta asumir la nerviosa y expresiva intensidad del scherzo beethoveniano. Su episódico allegro está ya lejos de la marcha galante de un genuino minué. El Grave, tercer movimiento, es una concisa página en Re menor, construida según un esquema que recuerda el de la antigua canzona instrumental, pero rica de contenido (su meditativo pensamiento está expresado por ciertos rasgos cromáticos e interjecciones rápidamente modulantes), y que parece mirar hacia el futuro.

El motivo principal del Finale (Allegro giusto) sugiere el estilo de una obertura de ópera cómica. Pero su elaboración, que subdivide el planteo temático entre los cuatro instrumentos, y el contrapeso de un segundo motivo melódico, elevan empero, al movimiento hasta la esfera de la sonata, y con la suma de nuevo vigor, aquél se transforma en un tema ideal para basar en él la sección que cierra dignamente la obra.

 

Cuarteto para cuerdas en Mi bemol Mayor, Op. 58 Nº 2

 

El Cuarteto en Mi bemol Mayor, Op. 58 Nº 2 data del año 1799. Para entonces, Boccherini ya había asimilado no sólo la técnica de las variaciones tal como se las cultivaba en la nueva música europea, sino también, el color, la fuerza rítmica y la brillante imaginación de la danza y la canción españolas. En este cuarteto no hallamos como en algunos de los quintetos, la directa y específica influencia de la música ibérica. Pero se hace evidente en el acento una tensión que puede atribuirse en buena parte a las experiencias hispánicas de Boccherini.

En estas obras de su madurez se revelan con más fuerza los signos de una profunda introspección, y el incesante hurgar en las posibilidades de los cuatro instrumentos, tanto individualmente como en conjunto. La utilización del violonchelo en su registro agudo hasta imponer su timbre al de la viola, el alargamiento de ciertos intervalos, los rápidos saltos entre Mayor y menor dentro de la misma armonía, son a la vez atrevidos y proféticos. La indicación del primer movimiento, Allegro lento, revela un secreto latente en la imaginación del compositor. Ambos términos, usualmente contradictorios, definen en forma que no podría mejorarse, la índole psicológica de este espléndido movimiento: la sutil ambigüedad de su expresión, bloqueada entre el dinamismo y la meditación, la naturalidad con que el planteo melódico fundamental se resuelve a sí mismo en diseños esencialmente rítmicos.

La propensión arrogante del Minué es interrumpida sólo por el diálogo ansioso del Trío. Sigue un Larghetto, pensativo y melancólico primero, súbitamente agitado luego, a la manera de los adagios de Haydn. Como en la mayor parte de sus movimientos entos, Boccherini se muestra aquí extremadamente conciso. El compositor dominaba el arte de no exigir a un tema más allá de lo quo éste fuese capaz. El Finale es por fin el movimiento más ambiciosamente desarrollado del cuarteto. Piquot, el más grande estudioso de la obra de Boccherini, no se equivocaba al considerar este cuarteto, junto con sus compañeros del Op. 58, entre las obras más importantes del gran maestro.

 

                                                                             Giulio Confalonieri