*Allegro ma non troppo.

OCTUBRE...

QUINTETO PARA CUERDAS EN DO MAYOR, OP. 163 D. 956

Franz Peter Schubert (Oleo sobre tela). Eduardo Moctezuma.

Quinteto para cuerdas en Do Mayor, Op. 163 D. 956


oda la música de cámara de Schubert fue algo así como la introducción al Quinteto para cuerdas en Do Mayor, Op. 163 D. 956, su obra maestra y, tal vez, la más grande de todas sus obras en punto a emoción, calidad de la materia elaborada y perfección formal. Si los dos primeros movimientos y el trío del scherzo son más refinados y profundamente emotivos que el resto, en cambio el conjunto mantiene un equilibrio ideal, y la sustancia empleada le da a la obra esa riqueza y luminosidad de textura que Schubert venía fomentando con todo el potencial que tenía a su alcance. Cuando uno escucha el magistral contrapunto, espontáneo y pulido por donde se lo mire, parece increíble que Schubert se hubiera preocupado por recibir lecciones de contrapunto de Simón Sechter. En cuanto a elocuencia y originalidad de lenguaje, el quinteto iguala, al menos, al de la Sinfonía N°. 9 en Do Mayor, D.944 (La Grande), al de las más importantes canciones y al de la última Sonata para piano N°. 21 en Si Bemol Mayor, D.960, escritas poco después. Schubert le puso punto final al quinteto el 2 de octubre de 1828, según lo deja establecido en una carta fechada ese mismo día en la cual también hace mención a un próximo ensayo de la obra en privado. La primera audición pública se produjo recién en 1850.


Quinteto para cuerdas en Do Mayor, Op. 163 D. 956

Cuarteto Borodin.

Primer movimiento: Allegro ma non troppo


o podemos menos que pensar en Do Mayor sino como en una vigorosa y triunfante tonalidad, idea ésta que nos es sugerida por la Sinfonía N.º 41 en Do Mayor, K. 551 (Júpiter) de Mozart, el final de la Sinfonía N.º 5 en Do menor, Op. 67, de Beethoven y la obertura de Los maestros cantores de Núremberg de Wagner; sin embargo, si se consulta la partitura del quinteto no se hallará confirmación alguna de esa sensación en los compases iniciales. Es realmente intenso en su movimiento, que partiendo de la umbrosa tónica a la séptima disminuida que va dejando su huella en una tercera menor, ubicada en la línea superior, para retornar a la tónica tocada ahora por una conmovedora sexta agregada a modo de appoggiatura; es intenso de veras, pero una expresión más profundamente pesimista de la tonalidad de Do Mayor no podrá hallarse tan enseguida.

La primera frase se hace más tierna, aunque todavía mantiene su tono ansioso, ensombrecida aún por el acorde de séptima disminuida, y concluye de modo evanescente sobre la dominante. Schubert demuestra su capacidad para emplear el conjunto de cinco instrumentos a manera de dos coros antifonales y ahora le asigna la segunda frase a las voces graves, con el primer violonchelo haciéndose cargo de la línea superior. Conviene destacar que a todo lo largo de la obra resulta favorecido el registro agudo del primer violonchelo y que esto es lo que le da a la textura de la obra su luminosa cualidad. La segunda frase comienza en Re menor —la supertónica menor, tal como ocurre en el Trío en Si bemol— y concluye en las profundidades de Do Mayor. Mediante el aumento gradual de la quinta, en tanto las otras dos notas permanecen constantes, la música se mueve antifonalmente dentro de la dominante de Mi menor. A esta altura, un reflejo plateado se abre paso entre las nubes a medida que la dominante se mueve en pos de la tónica mayor con nuevas appoggiature para aumentar la tensión. Llega Do Mayor en un fortissimo; truena la melodía en los dos violonchelos acompañados por los destellos de polifónicos relámpagos y de nuevo se dirige pesadamente hacia la dominante. Aquí, entre palpitantes tresillos, la viola y el primer violonchelo suspiran suavemente una nueva idea de transición que es un ejemplo del cromatismo schubertiano. De esta manera, fijada sobre la dominante (no en ella) se alcanza una firme cadencia y por una de las maravillas del mundo —la más milagrosa porque aunque antes echó mano del artificio nunca lo hizo con tal desmenuzamiento— Schubert llega a la tonalidad de Mi bemol Mayor para iniciar el segundo tema, una serena y nocturnal melodía que se mantiene flotando dentro y fuera de Sol Mayor y que en un memorable instante viene transfigurada por un rayo repentino de la luz solar de Do Mayor. Está flotando —como están destinadas a flotar otras melodías de esta misma obra— sobre la blandura y elasticidad de un ritmo y de una armonía de carácter demasiado evocativo para ser considerado como un acompañamiento imitativo.


 

Segundo movimiento: Adagio (Mi Mayor)


a prolongada y fluyente melodía de este Adagio se presenta rodeada por un grave pizzicato y un discanto puntuado en forma tal que, con su armonía tripartita, mantiene una aérea sonoridad. El contrapunto métrico es inevitable en Schubert. La instrumentación de las tres partes internas del cuerpo melódico ha sido soberbiamente trabajada y con la suficiente independencia como para mantener el equilibrio métrico en una melodía que se desplaza con un ritmo apenas perceptible. El equilibrio métrico finaliza en Fa sostenido Mayor y la música deriva, tal como si estuviera fascinada, hacia y desde la tonalidad. Pero las tres corcheas al final de casi todos los compases empujan la armonía, como a las ondas de una marea, hacia mágicos y novísimos climas. A medio andar comienza a variar el contratema del violín, primero con un pizzicato luego alternando el pizzicato con el arco. En la codetta se insinúa un toque melancólico con referencias a La menor (subdominante menor de una tonalidad mayor). Cuando la melodía se aquieta, un semitono en forma de trino introduce el Fa natural que ha de ser la tónica natural de la sección media y el locus classicus del constante afecto de Schubert por la segunda al modo napolitano. Esta es una tormentosa y dramática sección con una larga y apasionada melodía para el primer violín y el violonchelo. La melodía se apoya graciosamente sobre la segunda al modo napolitano: Sol bemol.

Eventualmente la sección media concluye en Do Mayor y una serie de mágicas modulaciones lleva la música a la tonalidad de La Mayor a través de la dominante de Si menor, y de ese modo a Mi para dar lugar a una repetición con un nuevo y florido manejo de las partes extremas. A mitad de camino se resume una más comprometida forma de la antigua puntuación pizzicato-arco. La codetta posee una escritura más turbulenta para el violín y la verdadera coda fulgura amenazante dentro de la tonalidad de Fa menor recordando, en un simple acorde, los afiebrados pasajes de la sección medía. Luego se hunde serenamente dentro de Mi Mayor.


 

Tercer movimiento: Scherzo Presto


como después de la calma ocurre la tormenta, después del tranquilo Adagio viene este imperioso y demoníaco Scherzo impulsado por la fuerza de su compás de 3/4. Al llegar a la mitad de la primera melodía la música se ubica dentro de la tonalidad de La bemol Mayor. La distancia que media entre ésta y la dominante (Sol) no es excesiva para Schubert, de manera que cuando queda establecida ya no es dominante sino, como se ha dicho antes, una nueva tónica. Desde este punto y al comienzo de la segunda melodía Schubert se precipita directamente dentro de Mi bemol, puntualizando sus tormentosos desarrollos con truenos y relámpagos. La tonalidad de Si Mayor y el retumbar de otros truenos conducen a Do y a la repetición con un pasaje por Mi bemol Mayor puramente innecesario. El Scherzo concluye en Do Mayor y al comenzar el Trío —Andante Sostenuto— el cielo se muestra nuevamente encapotado. Es el más triste e intrincado de los Tríos jamás unidos a un Scherzo. La viola y el segundo violonchelo sugieren la tonalidad de Fa menor en su desvaído descenso por la escala. Ya en Re bemol el quinteto de cuerdas debe afrontar las implicancias de la tonalidad de Sol bemol menor.

Al llegar a esta altura la música se asemeja a una meditación que puede asociarse con Der Tod und das Mädchen. En la segunda melodía se eleva, en Si bemol menor, hasta el noveno grado, para retroceder más tarde al Re bemol. Nuevamente, para marcar el regreso, gira en torno a La Mayor y su dominante. La coda del Trío desciende dos veces más para descubrir la dominante de Do Mayor. Al llegar a este punto el segundo violín y la viola penetran de nuevo en el tormentoso Scherzo.


 

Cuarto movimiento: Allegretto


a llegado el momento de aflojar la tensión; sin embargo, la calma no es completa porque otros nubarrones ensombrecen el cielo. El Finale comienza con una ruda aunque no inquietante melodía en Do menor que pasa a través de Mi menor antes de que comience a reinar la luz solar de Do Mayor. El segundo tema es música de café vienés elevada a la categoría de lo sublime. Este instante de relajación está elaboradamente delineado, especialmente en sus etapas más amplias en las cuales el segundo violín se hace cargo de la melodía, el primero ejecuta un impasible discanto, la viola es responsable de una armónica parte media y los dos violonchelos comparten un ritmo grave. El episodio concluye en Re y desde allí retorna a Sol. Si Sol Mayor es en este caso una nueva tónica, su posición es totalmente insegura. Schubert se esfuerza por desbaratar su equilibrio impulsando la música hacia las tonalidades de Sol menor y Re Mayor, Si bemol Mayor o Do menor, extendiéndose en transparentes y ondulantes armonías sobre una pausada melodía que ejecuta el violonchelo. Por su fluidez y por su textura el conjunto recuerda a la Obertura Las Hébridas Op. 26, de Mendelssohn, y a una parte del desarrollo en el Finale de la Sinfonía N°. 1 en Do menor, Op. 68, de Brahms. Las armonías se ensanchan ahora dentro de la melodía en Do menor. En cambio de recaer en el segundo tema, el primero es tratado hasta convertirlo en un contrapunto imitativo que lo lleva dentro de Si Mayor y Si bemol Mayor y actúa como una postergada sección de desarrollo. Luego vuelve a una cadencia en Do Mayor y después de un respiro el segundo tema se prepara para su recapitulación. Le sigue el pasaje con reminiscencias de Mendelssohn y luego, piu allegro, se escucha la melodía en Do menor. Cuando llega al piu presto es una plena expresión de regocijo. Súbitamente el numen de Schubert sujeta a la coda, la conduce dentro de la tonalidad de Fa menor, desbarata la séptima dominante en la última cadencia con un trino (Re bemol) en el registro grave e interpone una segunda al modo napolitano sobre la octava final (Do). A través de la tonalidad de Do Mayor y a través de los afables trazos al modo napolitano de Schubert, cae la helada sombra de la eternidad.