*III. The Trevi Fountain at Noon, IV. Pines of the Via Appia, III. The October Festival.

MARZO...

TRILOGÍA ROMANA

*VITRALES DE IGLESIA.

*LOS PÁJAROS.

Ottorino Respighi. "Poemas sinfónicos"

 

ttorino Respighi (Bolonia, 9 de julio de 1879 - Roma, 18 de abril de 1936) es el único sinfonista italiano del siglo XX que ha logrado labrarse pedestal permanente en el gran repertorio orquestal. La razón no es difícil de ver: fue un maestro de la orquesta post-wagneriana, un técnico instrumental que puede alternar en la augusta compañía de Rimsky-Korsakov, Richard Strauss, Stravinsky y Ravel.

Las obras más populares de Respighi son las que forman la Trilogía romana, poemas sinfónicos que exaltan actuales y pasadas glorias de Roma, ciudad adoptiva del compositor, quien en realidad era oriundo de Bolonia.

Las composiciones de Respighi son brillantes ejemplos de música programática: arte que, no importa cuánto se le haya tratado de desmerecer, continúa brindando retributivas experiencias a los auditorios.

La música programática, como es sabido, intenta pintar un cuadro o relatar una historia, y es tan vieja como la música misma, porque los compositores echaron siempre a mano a su arte para describir la vida y la época en medio de las cuales se desenvolvieron. Por ejemplo, el compositor francés Clément Jannequin, en el siglo XVI, no sólo creó música vocal remedando el canto de los pájaros sino que compuso también obras corales a cuatro voces pintando la aciaga batalla de Marignano, en el curso de las guerras itálicas de 1515.

A comienzos del siglo XVII, se desató una campaña contra la música "programática" y se alzaban voces reclamando música más "absoluta" (o pura). Claudio Monteverdi (1567-1643) se sintió impelido a escribir, en una carta al libretista de su ópera Orfeo: "¿Cómo habría yo de... imitar el lenguaje de los vientos si ellos no hablan, y cómo podría agitar emociones con ellos?... ¡Orfeo se sintió conturbado porque era un ser humano y no un viento. Ariana se sintió movida a una lamentación dramáticamente justificada y Orfeo a una súplica dramáticamente justificada!" (Tres siglos más tarde Respighi adaptó tanto Orfeo como el Lamento de Ariana para orquesta moderna).

Algunos de los ejemplos más dignos de recordar en materia de música programática son los de Johann Kuhnau (1660-1722), quien escribió una serie de sonatas para instrumento de teclado en las cuales trató de "interpretar algunas de las historias bíblicas para un ejecutante amateur" (David y Goliat, El matrimonio de Jacob, etc.); François Couperin escribió más de un centenar de piezas breves para el clave tituladas Les Folies Françaises (procesión de personajes carnavalescos que representaban variadas pasiones humanas); y, por supuesto, Antonio Vivaldi (1678-1741) publicó sus famosas Cuatro Estaciones con sonetos y notas marginales de carácter descriptivo referidas a eventos pintados en la música.

No existen, casi, compositores que, luego de 1750, hayan dejado de crear por lo menos una composición programática: Mozart y su Broma Musical, Haydn y sus Estaciones, Berlioz y su Sinfonía Fantástica, Richard Strauss y su media docena o más de poemas sinfónicos, Ravel y Mi Madre la Oca, y así sucesivamente. La línea de música programática se sigue centrando (más cerca en el tiempo) por vía de obras tan vívidas aunque carentes de romanticismo como Pacific 231, de Arthur Honegger (protagonista: una locomotora), La Fundición de Acero de Alexander Mosolov, o Música para una Gran Ciudad, de Aaron Copland, para citar sólo unas pocas.

El hecho de que la mayoría de las obras orquestales de Respighi sea de naturaleza programática ha militado contra ellas del punto de vista crítico, pero al mismo tiempo ese carácter las ha realzado ante los ojos del público. La resplandeciente belleza e inventiva de sus melodías tiende a obscurecer el hecho de que su artesanía de elaboración fue de primera clase. A este don de melodía y de talento para la construcción añadió Respighi una cualidad muy rara en la música de los compositores contemporáneos: la serenidad.

 

Las Fuentes de Roma

Se estrenó en Roma el 11 de marzo de 1917 y en los Estados Unidos el 13 de febrero de 1919. Constituyó el primer gran éxito de su autor en el plano orquestal y reveló por primera vez sus marcadas cualidades para la escritura pictórica o, para decirlo con sus propias palabras, "para reproducir por medio de las sonoridades, una impresión de la Naturaleza". Como prefacio a la partitura fue impreso el siguiente análisis de la página: "En este poema sinfónico el compositor ha procurado dar expresión a los sentimientos y visiones que le han sugerido cuatro de las fuentes de Roma, contempladas a las horas en las cuales su belleza resulta más impresionante para quien las observa."

La primera parte del poema, inspirado por La Fuente del Valle Julia, describe un paisaje pastoral; pasan y desaparecen manadas de ganado en las brumas frescas y húmedas del amanecer romano.

Un repentino e insistente resoplar de cornos por encima de trinos en toda la orquesta introduce la segunda parte, La Fuente del Tritón. Es como un toque jubiloso, convocando a una hueste de náyades y tritones que corren persiguiéndose unos a otros y confundiéndose en frenética danza en medio de los chorros de agua.

Luego aparece un tema solemne, surgido en las ondulaciones de la orquesta. Es La Fuente de Trevi a Mediodía. El solemne tema, que pasa de maderas a instrumentos de bronce, asume carácter triunfal. Resonar de trompetas; por la radiante superficie del agua pasa la carroza de Neptuno, tirada por caballos marinos y seguida por un cortejo de sirenas y tritones. Luego se desvanece la procesión, mientras resuenan a la distancia débiles toques de trompeta.

La cuarta parte, La Fuente de Villa Medici, es anunciada por un tema lúgubre, que se remonta por encima de un quedo gorjear. Es la hora nostálgica del crepúsculo, el aire está inundado del tañir de campanas, de pájaros que trinan, de hojas que crujen. Luego todo muere apaciblemente en el silencio de la noche.

 

En Fiestas Romanas (1928)

Respighi procura, según sus palabras, "conjurar visiones y evocaciones de festividades romanas por medio del máximo de sonoridad y color orquestal". La obra representó sin duda un auto-desafío que se propuso y planteó el compositor para desplegar el "sumum" del virtuosismo orquestal, y no escatimó ninguno de los recursos de moderna orquesta que se le ofrecían, incluso un pantagruélico surtido de exóticos instrumentos de percusión: a los timbales y bombo y tambores, se suman tamborines, matracas, campanillas de trineo, címbalos, triángulo, gong, glockenspiel, dos campanas, xilófono, dos "tavolette", arpa, piano, órgano, tres "buccine" -antiguo instrumento romano- y mandolín.

He aquí el programa de Feste Romane impreso como prefacio de la partitura:

I. Juegos en el Circo Máximo: Un cielo amenazador se cierne sobre el Circo Máximo; es el día festivo del pueblo. "¡Viva Nerón!" Las puertas de hierro son franqueadas. Pueblan el aire las ondas de una canción religiosa y el rugir de las bestias salvajes. La multitud se incorpora agitada. Imperturbado, el cántico de los mártires va desplegándose, dominando, para perderse luego en el tumulto.

II. El Jubileo: Los peregrinos recorren el camino real, orando. Desde lo eminente del Monte Mario, se aparece finalmente ante ojos ardientes y almas jadeantes, la Ciudad Eterna: "¡Roma! ¡Roma!" Resuena un himno de alabanza. Las iglesias vocean su réplica.

III. Festividad de Cosecha en Octubre: Festividades de octubre en los castelli romanos, cubiertos de vides; ecos de cacería, tintineo de campanas y canciones de amor. Entonces, en el tierno crepúsculo, alza su voz una romántica serenata.

IV. La Epifanía: La víspera de Epifanía en Piazza Navona. Domina con frenético clamor un ritmo característico de trompetas. De tanto en tanto, por encima del tumultuoso ruido, flotan motivos rústicos, cadencias de saltarello, sones de organillo desde una venta, el irrumpir del "ladrido", la áspera canción de los borrachos y el vital stornello, todo lo cual expresa un sentimiento popular, “Lassàtece passà!  semo Romani!”.

 

Los Pinos de Roma

Es un poema estrenado en el Augusteo de Roma el 14 de diciembre de 1924. La primera audición en los Estados Unidos se registró en el Carnegie Hall el 14 de enero de 1926, en un concierto de la Sinfo-Filarmónica de Nueva York; al día siguiente Respighi en persona dirigió la obra con la Orquesta de Filadelfia, en esta ciudad.

El compositor, en oportunidad de esta audición que animó en Filadelfia, escribió en el programa que, "en Los Pinos de Roma apela a la Naturaleza como punto de partida, a fin de evocar recuerdos y visiones. Los viejos árboles centenarios que dominan de manera tan característica el paisaje romano, se transforman en testigos de los principales eventos de la vida romana."

La obra se forma con cuatro episodios o secciones conectadas. Las descripciones de las mismas, consignadas como prefacio de la partitura, expresan:

I. Los Pinos de Villa Borghese: Las criaturas juegan en el pinar de la Villa Borghese, bailando el equivalente itálico de una ronda; remedo de soldados que marchan y de batallas; gorjeos y voces como de golondrinas al atardecer; desaparecen. Repetinamente la escena cambia a...

II. Los Pinos próximos a las Catacumbas: Vemos las sombras de los pinos que sobrecubren la entrada a una catacumba. De las profundidades se eleva un cántico que resuena solemnemente, como un himno, y luego se silencia misteriosamente.

III. Los Pinos del Janículo: Vibra una emoción en el aire. La luna llena revela los perfiles de los pinos en la Colina Giancolo. Canta un ruiseñor (representado por un disco con el canto de un ruiseñor, que se escucha desde la orquesta).

IV. Los Pinos de Vía Appia: Amanecer brumoso en la Vía Appia. La trágica comarca está guardada por pinos solitarios. Indistinta, incesantemente, el ritmo de innúmeros pasos. A la fantasía del poeta se aparece una visión de pasadas glorias; toques de trompetas y el ejército del Cónsul avanza brillantemente en la grandeza del nuevo sol que acaba de nacer hacia la Vía Sacra, remontando en triunfo tras la Colina Capitolina.

 

Vitrales de Iglesia (Vetrate di Chiesa)

Fue compuesto hacia 1927 y estrenada el 25 de febrero de dicho año por la Orquesta Sinfónica de Boston con la dirección de Serge Koussevitzky. Las Cuatro Impresiones (tal el subtítulo de la partitura) son sucesos religiosos según los ilustran los cristales estañados en varias iglesias de Italia. La Huída a Egipto es una representación sonora de una caravana con Jesucristo niño. San Miguel Arcángel, con su flamígera espada en mano, guía a los ángeles rebeldes del cielo. El maitín de Santa Clara deriva su inspiración de una leyenda sobre esta santa del siglo XIII, transportada milagrosamente a una pequeña iglesia para tomar parte en un servicio religioso. San Gregorio el Grande es retratado en gloria papal, bendiciendo a una multitud de fieles en los servicios ceremoniales.

 

Los Pájaros (Gli Uccelli)

También data de 1927 y se tocó por primera vez en los Estados Unidos en 1928. Es la tercera de una serie de antiguas danzas y arias. El "Preludio", aunque basado en una página de Bernardo Pasquini (1637-1710), contiene temas que se escuchan en los movimientos sucesivos. La Paloma es una pieza originalmente creada por Jacques de Gallot, laudista y compositor desaparecido en 1685. La Gallina se inspira en una de las páginas más populares para clave escritas por el gran compositor francés Jean Philippe Rameau (1683-1764). El Ruiseñor se basa en una composición de autor anónimo del siglo XVII. El Cucú tiene nuevamente como base otra obra de Pasquini. La suite concluye con una coda que apela a fragmentos melódicos de los movimientos escuchados.

 

                                                                                    Ricardo Turró

Los Pinos de Roma (La fontana di Trevi al meriggio; La fontana di Villa Medici al tramonto).

Accademia di Santa Cecilia Roma, 1988.