*Act 3, Scene 1: I. Vorspiel, Hojotoho! Hojotoho! Heiaha! Heiaha.
MAYO...
"LA WALKYRIA", PRIMERA JORNADA DE "EL ANILLO DEL NIBELUNGO"
La Walkyria, primera jornada de El Anillo del Nibelungo
a Walkyria, drama musical en tres actos, es la primera jornada de la legendaria Tetralogía (tres dramas precedidos por un prólogo) que constituye El anillo del Nibelungo, la obra de Richard Wagner, que desde hace 136 años viene haciendo derramar caudalosos ríos de palabras a panegiristas y detractores del indiscutible creador del moderno drama musical. Es posible que el conjunto de las obras que componen dicha Tetralogía, ya entendidas como tal o bien individualmente consideradas, no puedan equipararse por su fuerza dramática ni por la hondura del sentimiento o el vuelo de la inspiración, a aquéllas de sus creaciones en que la posteridad identifica sus obras maestras: Tristán e Iseo y Los Maestros Cantores de Nürnberg para la mayoría; Parsifal, para unos pocos, entre los cuales no se han de contar por cierto a Friedrich Nietzsche, el "wagnerista" renegado, ni George Bernard Shaw, el "perfecto wagneriano". Pero no pueden negarse la grandeza de la concepción, ni la belleza de su poética, ni la suprema plasticidad de su música.
Ignoramos si alguien comparó hasta la fecha esta formidable Tetralogía a una inmensa sinfonía vocal de carácter cíclico, en la que El oro del Rhin hace las veces de fecundo Allegro inicial; La Walkyria es el maravilloso Andante (precedido por una Introducción Allegro apassionato); Sigfrido se manifiesta en toda la riqueza de un diáfano y atmosférico Scherzo "al aire libre", mientras El ocaso de los dioses (o mejor, con su primitivo título de La muerte de Sigfrido) anticipa, suerte de Adagio lamentoso, el esquema formal de la futura Sinfonía Patética. La nota exterior, el concepto de lo pintoresco, podrán hallarse en los movimientos impares de tan monumental sinfonía; la vibración honda, el estremecimiento dramático, la peripecia trágica, en los movimientos pares. En cuanto a la más lograda calidad poético musical, deberá buscársela en los movimientos interiores del inmenso fresco nibelúngico: Sigfrido y La Walkyria, que son otras tantas obras maestras parciales dentro del gran continente magistral. George Bernard Shaw señala con agudeza un punto en el cual Wagner, ganado en cierta medida por el convencionalismo operístico, se habría pasado con armas y bagajes a la gran ópera: inmediatamente antes de la gran escena final de Sigfrido -el primer dúo de ópera de la Tetralogía-, según él lo define. Que se acepten o no las prevenciones del genial humorista y penetrante crítico musical, en ese lugar de la partitura saltan a la vista -y al oído- un extraordinario cambio en los medios orquestales de expresión, y cierta propensión a la grandilocuencia, lo cual se explica si recordamos que al llegar a esa altura de su instrumentación, Wagner abandonó desalentado su trabajo en El anillo del Nibelungo para no reanudarlo hasta años después, cuando ya había concluido entre tanto Tristán e Iseo y Los Maestros Cantores de Nürnberg.
Fue realmente curioso el proceso de creación del ciclo de los Nibelungos. A poco de verse obligado a abandonar Dresde a raíz del movimiento revolucionario de 1848 -del que estuvo inopinadamente a punto de convertirse en apasionado líder- instigado por ciertos consejos de Liszt (su futuro suegro, ya que Wagner se casaría con su hija Cósima Liszt en 1870) y por el estímulo inmediato de su frecuentación de las Eddas (o relatos de la mitología germana) retomó el poema de La muerte de Sigfrido (Héroe central del Cantar de Los Nibelungos, poema germano del siglo XII), esbozado por él hacia algún tiempo. Revisada la versificación, se dispuso a componer la música. A poco andar advirtió sin embargo que, tal como aparecía desarrollado en su "escenario", el drama estaba incompleto y no resultaba teatral en modo alguno. Concibió entonces la idea de hacerlo preceder por un nuevo drama o jornada, que tituló provisoriamente El joven Sigfrido. Pero aún así, era preciso explicar el porqué de muchas cosas referentes a éste: el origen de su misión en cierto modo redentora, la propia función de Brunilda, la joven Walkyria dormida en su roca rodeada por llameante muralla, entre otras. Y escribió entonces el poema de La Walkyria, al cual siguió en orden rigurosamente inverso, el "prólogo final" que recibió el lógico título de El oro del Rhin, símbolo de la codicia de los hombres y germen, por lo tanto, de todo el drama, que había de culminar en la doble inmolación del héroe y la Walkyria. Del mismo modo, su representación musical o leitmotiv (prodigioso desarrollo del simple acorde de Mi bemol mayor) es la fuente nutricia de toda la música de la Tetralogía, a través de un milagroso proceso de transformación rítmica y temática. Bueno es aclarar que con la composición musical siguió el verdadero orden de la secuencia dramática.
De acuerdo con su conocido método de trabajo, Wagner había ido anotando sus principales temas simultáneamente con el progreso del poema. Si no existieran otras constancias de ello, bastaría con esta mención contenida en carta escrita a Liszt durante junio de 1852 (en plena gestación de su poema), en la cual le asegura a su futuro suegro: "En cuanto a la música, marchará fácil y rápidamente; escribirla no pasará de ser la ejecución material de algo ya realizado dentro de uno mismo..."
El oro del Rhin fue terminado en los primeros meses de 1853, en los que Wagner se aplicó jubilosamente a la composición de la primera jornada de su Tetralogía. Había razones que impulsaban al compositor a trabajar tesonera e incansablemente en su nueva obra. Hacia octubre se hallaba en pleno segundo acto. En diciembre escribíale a Liszt: "Brunilda duerme... Mientras tanto, yo velo..." Es claro que aún quedaba por delante la ciclópea tarea de orquestar el nuevo drama que, interrumpido momentáneamente por un viaje profesional a Inglaterra, se extendió al cabo hasta abril de 1856. Sólo entonces pudo dar por definitivamente concluida su labor y trazar al pie de la última hoja de su vasta partitura estas palabras: "Gesegnet sei Mathilde" ("Bendita seas, Matilde"), que serían enigmáticas si no supiéramos que al mismo tiempo que daba cima a La Walkyria -prodigiosa fecundidad la suya- comenzaba a marchar velozmente el "escenario" de su futuro Tristán e Iseo, fruto inmediato de la excitación suscitada por su gran amor -platónico, cierto es- por Matilde Wesendonck, en cuyos dominios (y los de su marido) residían en Zurich el compositor y su primera mujer, la justamente celosa Minna Planner.
Aunque a regañadientes, Wagner no tuvo más remedio que ceder a la demanda de su protector, el rey Luis II de Bariera, y autorizar una primera representación de La Walkyria al margen de la Tetralogía, que tuvo lugar el 26 de junio de 1870. Poco antes, en septiembre del año anterior, en la misma ópera de Munich se había representado también El oro del Rhin. Bajo las órdenes del maestro Franz Wüllner, se alistaron ese atardecer los siguientes cantantes: Sophie Slehle (Brunilda), Heinrich Vogel (Siegmund), Therese Thoma, o sea, Mme. Vogel (Sieglinde), Bauseweing (Hunding), August Kindermann (Wotan) y Frau Kauffmann (Fricka). Los decorados eran de Janck y Döll, y la aparatosa maquinaria había sido transportada desde Darmstadt. Entre los espectadores se contaban dos jóvenes músicos franceses, Camille Saint-Saëns y Henri Duparc, y la hija de Teófilo Gauthier, con su bíblico nombre de Judith -futura esposa de Catulle Mendès- y quien llegaría a ser con el tiempo destinataria de buen número de encendidas cartas del ardoroso compositor.
Fastidiado con la Intendencia del teatro muniqués desde los incidentes ocurridos a raíz del estreno del prólogo de El Anillo del Nibelungo, Wagner no se dignó concurrir en esta ocasión a la capital bávara. También el rey, que había saboreado empero desde su palco los laboriosos ensayos, se abstuvo por delicadeza de asistir a la representación. El éxito fue incontestable y el aplauso general, no obstante lo mucho que dio que hablar la inmoralidad que implicaba esa suerte de glorificación escénica del incesto entre los gemelos (que como sigue siendo bastante corriente fue entendido desde un punto de vista realista, y no desde el ángulo simbólico que corresponde, ya que Sieglinde y Siegmund son "dos aspectos de un solo ser"; representan los que denomina Wagner "opuestos innatos" de la Naturaleza y que en la filosofía oriental -hacia la cual miraba aquél tan a menudo- son conocidos por la denominación de "parejas de opuestos"). Se palpó pues la presencia del éxito, pese a que previamente los muchos enemigos de Wagner se habían esforzado por mantener al público lo más alejado posible de aquella premiere. En tal sentido, nada quedó por aprovechar. No se salvó siquiera la maquinaria del tercer acto (la que debe usarse para crear la ilusión del cerco de llamas que rodea la roca de la Walkyria). Según los propaladores de rumores, el dispositivo había fallado cada vez durante los ensayos, costando no poco trabajo evitar en cada caso un incendio, razón por la cual se aconsejaba a los habitués a la Opera no concurrir esa noche al estreno "si querían eludir la posibilidad de ser asados vivos", dando margen a un enérgico desmentido por parte de las autoridades de aquel teatro.
A 142 años de aquella jornada, La Walkyria mantiene bien enhiesto el pabellón wagneriano. Pasajes como la escena de amor entre los Walsungos (con la inefable peripecia de la llegada de la primavera) y el electrizante final del primer acto; el conmovedor diálogo entre Wotan y la Walkyria, seguido por el que ésta mantiene con el héroe durante el segundo acto; y todo el tercero, con la prodigiosa cabalgata, la conmovedora justificación de Brunilda, su ruego, y la invocación del fuego, figurarán siempre entre lo más bello y mejor logrado de cuanto el genio humano imaginó jamás para colocar al servicio de la ficción escénica.
Basado en texto de Juan Manuel Puente
Línea de tiempo desde el génesis hasta la representación integral de "El anillo del Nibelungo".
Manuscrito: Das Nibelungenlied, códice A (El cantar de los Nibelungos).
Fecha de creación: Alrededor de 1275 d. C. - 1300 d. C.
Idioma: Alto alemán medio (ca. 1050-1500).
El Nibelungenlied es el poema heroico más famoso del Alto alemán medio. Cuenta la historia del caza dragones Siegfried desde su infancia y su casamiento con Kriemhild hasta su asesinato llevado a cabo por el malvado Hagen y la posterior venganza de Kriemhild, culminando con la aniquilación de los Burgundianos o Nibelungos en la corte de los Hunos. Originalmente basado en una tradición oral más vieja, el poema fue escrito alrededor o poco tiempo después del año 1200, probablemente en la corte de Wolfger von Erla, Obispo de Passau desde 1191 hasta 1204. En la actualidad solamente se conoce en las versiones que han llegado a la actualidad en 37 manuscritos y fragmentos que datan desde el siglo XIII hasta el siglo XVI. En el siglo XIX, el Nibelungenlied tenía una enorme influencia como poema épico nacional alemán, tal como se refleja en numerosos trabajos de arte visual y en las obras dramáticas musicales de Richard Wagner. El Códice A, que se conserva en la Biblioteca Estatal de Baviera, fue considerada, junto con otros dos manuscritos primarios para establecer el texto (Códices B y C), en el registro de la UNESCO Memoria del Mundo en 2009.
Resumen argumental
Primer acto
En la rústica morada de Hunding
Un brevísimo preludio en cuyo transcurso oímos el vivo fragor de la tormenta -con alusiones al sonoro motivo de Donner, el dios del trueno- precede a la concentrada acción de este primer acto. Algunos importantes hechos han ocurrido empero desde el Prólogo El oro del Rhin y será preciso conocerlos para mejor comprender los acontecimientos que se avecinan.
Desde que los gigantes le entregaron concluído el Wahalla, o morada de los dioses, Wotan, ansioso por llegar a poseer definitivamente el oro del Rhin, convertido por el momento en el anillo del Nibelungo, que Fafner -el gigante sobreviviente- custodia en su caverna convertido en dragón, ha realizado numerosas excursiones por el exterior de aquel recinto. Procreó así las nueve Walkyrias (palabra cuyo sentido literal equivale en alemán a "escogedoras de muertos"), vírgenes guerreras cuya legendaria misión consistía en asistir a los combates, recoger en sus brazos los héroes más valientes que sucumben, y llevarlos en sus alados caballos rumbo a la morada de los dioses, donde pasaban a integrar una suerte de guardia personal de Wotan. Mas también ha preocupado al primero de los dioses poder crear una estirpe terrena que llegase a cumplir, al margen de su voluntad suprema, la tarea de recuperar el oro que a él, atado por los pactos, le está vedada. Asumiendo la forma terrena de Walse (mezcla de hombre y lobo), ha tenido de humana mujer dos hijos gemelos, Siegmund y Sieglinde. Sobre ellos se descargaría fatalmente todo el peso de la maldición formulada por el Nibelungo al renunciar al amor. La voluntad de Alberich se ejerce a través de los actos de los enemigos naturales de esa nueva estirpe Walsunga (por descender de Walse). Mientras Siegmund se halla afuera con su padre -que activa en el bosque el adiestramiento de su vástago en todas las artimañas que le servirán para salir victorioso en sus futuros combates- el hogar de los Walsungos es saqueado, muerta la madre y Sieglinde arrebatada como esclava y entregada más tarde al brutal guerrero Hunding para que éste la haga su mujer. La morada de Hunding está construída alrededor de un gran fresno, cuyas ramas se extienden al través de la techumbre. Ya estuvo allí Wotan en ocasión de las bodas de Sieglinde, convertido en un desconocido caminante tuerto (sacrificado por el dios a cambio de la vista interior que proporciona el saber supremo). Ese día clavó en el tronco del fresno, hasta la empuñadura, la espada que luego habría de necesitar su hijo en hora de gran necesidad.
Al levantarse el telón vemos llegar exhausto e inerme a Siegmund. Estuvo combatiendo a sus numerosos enemigos hasta el punto de agotamiento. Luego de errar por el bosque en medio de la tormenta, dio con esa morada en la que buscó refugio sin imaginarse por cierto que estaba introduciéndose en la vivienda de uno de sus más feroces perseguidores. Sieglinde le descubre exánime a la vera del lar y sin reconocerle, le socorre solícita, sintiendo por él una instantánea y misteriosa simpatía. Ambos desconocen por lo tanto su parentesco, habiéndose dado definitivamente por perdidos uno a otro. Ello no obstante, la mutua atracción es poderosa, y la música la expresa con inefable belleza a través de la conjunción de los temas que representan plásticamente a los dos gemelos, identificados en las guías temáticas wagnerianas como Compasión de Sieglinde (en el tiple) y Postración de Siegmund (en el grave).
Precedido por su leitmotiv, a la vez marcial y tenebroso, Hunding regresa del combate, en el que no pudo tomar parte por llegar con atraso, confundiéndose luego entre los burlados perseguidores de aquel heroico guerrero que les hiciera frente en defensa de una infortunada doncella. Lleno de admiración por el extraordinario parecido que revelan las facciones de su mujer y las del desconocido huésped, descubre en los ojos de ambos la "efigie luminosa del dragón" (símbolo que nos anticipa, según la leyenda, que de ambos gemelos nacerá un héroe libérrimo que ha de matar a Fafner el dragón).
Hunding comprende por el relato de Siegmund que ha venido a encontrar en su propia morada al odiado enemigo cuya infructuosa búsqueda abandonara momentos antes. Por esta noche -le anuncia- le protegerá el rito de la hospitalidad, pero que se prepare para enfrentarle en singular combate tan pronto como asomen las primeras luces del alba. Sieglinde debe seguir a su marido al aposento, pero antes tratará en vano de señalar con la mirada a Siegmund -a tiempo que suena en la orquesta por primera vez en La Walkyria el correspondiente tema representativo- la empuñadura de aquella espada hundida en el tronco del fresno por aquel tuerto caminante que asistió a sus bodas, y que ninguno de los presentes pudo arrancar entonces de allí.
Sintiéndose desolado y abandonado por su padre -que le prometiera una espada milagrosa para el día en que se encontrase en supremo peligro- Siegmund comienza a entregarse a la desesperación cuando retorna Sieglinde -totalmente vestida ahora de blanco, como para consumar una nueva boda- que ha dado a Hunding un soporífero brebaje. "Voy a mostrarte un arma..." -le dice-. "¡Ah! Si pudieras conquistarla yo te saludaría como el mayor de los héroes..." Y le refiere entonces la historia de aquella espada hundida en el fresno. Así llegan ambos al conocimiento de su parentesco, sin que ello sea óbice para que la naciente pasión siga su encendido curso. Luego, si Siegmund es su hermano al que creía muerto, a él es a quien esa espada le está destinada. Y con un gesto de triunfo, Siegmund la empuña vigorosamente. Heiligster Minne; höchste Not! ("Sagrada pasión; suprema angustia...") proclama la voz de Siegmund acompañada por el tema de la Renunciación al amor, cuya presencia nos revela que por encima de sus gestos exteriores, Siegmund y Sieglinde obran en realidad empujados fatalmente por el hechizo de la maldición del Nibelungo. "Nothung! Nothung! (¡Liberadora! ¡Liberadora!) ¡Así llamo yo a esta espada!" Y atrayéndola con fuerza hacia sí, al ser blandida victoriosamente la brillante hoja por el brazo de Siegmund, Sieglinde se arroja en sus brazos ebria de amor y de felicidad. Y en un arrebato de jubiloso frenesí, los hermanos-amantes huyen hacia el bosque inmediato en busca de la libertad y la dicha.
Segundo acto
Un desfiladero, circundado por abruptas rocas
Brunilda es la Walkyria predilecta de Wotan, quien obtuvo esa hija de sus amores con Erda, la muy sabia diosa Tierra. A ella es a quien ordena el dios proteger al Walsungo en el inminente combate con el brutal Hunding. Mas no ha contado con el singular apego que su esposa Fricka conserva por el orden de cosas establecido (así como Brunilda viene a ser algo así como la encarnación de la secreta voluntad de Wotan, Fricka representa en rigor la propia conciencia del dios). Ella exige una reparación por el incestuoso adulterio en que acaban de incurrir sus ilegítimos vástagos. Hunding ha salido ya con los suyos en persecución de aquéllos; debe permitírsele que les dé alcance y que mate a Siegmund, no obstante las mágicas virtudes de la espada que blande su diestra. Fricka profiere su mandato con la música del tema de la Maldición, seguido por el de la Angustia de los dioses, que describe los sentimientos que embargan a Wotan durante esa lamentable entrevista.
Brunilda deberá retirar pues su protección al Walsungo, a fin de que éste muera. Tal es lo que con profundo dolor le pide a poco su propio padre. Pero con la visión interior que heredó de su madre Erda, la doncella ve con claridad el íntimo deseo de Wotan: que nazca de los Welsas el héroe intrépido que uniéndose a ella misma pondrá fin al curso de la maldición. Y le responde: "Tus contradictorias órdenes no podrán volverme jamás contra el héroe a quien me enseñaste a amar". Mas a regañadientes tendrá que disponerse a cumplir las órdenes del dios.
Los gemelos se han detenido entre tanto al borde de la selva para procurarse un breve descanso. Sieglinde dormirá un momento, tiernamente custodiada por Siegmund. La aparición de la Walkyria no llega a infundirle temor, pese al anuncio que sólo los héroes destinados al Walhalla pueden contemplarla con ojos terrenos. Nada le importan al Walsungo las bienaventuranzas del Walhalla si no ha de compartirlas con Sieglinde. Puesto que debe morir, antes, Nothung les quitará a ambos la vida: así no tendrán que volver a separarse. El espectáculo de tan sublime amor conmueve honda e inexplicablemente a la Walkyria, quien en ese mismo instante decide desobedecer la orden de Wotan y sostener a Siegmund en su próximo combate (al hacerlo, Brunilda se rebela en rigor contra la orden de Fricka, en tanto que se pliega al íntimo deseo del dios, a quien los pactos y obligaciones grabadas en su lanza le impiden manifestarlo). Así pues, cuando momentos después se entabla el singular combate, es a Siegmund a quien protege el escudo de la semidiosa. El mismo Wotan aparece entonces para interponer su lanza -el símbolo viviente del orden de cosas que ni siquiera los dioses de la mitología pueden violar- que parte en dos la espada de Siegmund mientras el héroe sucumbe al certero golpe que, aprovechando la intervención del iracundo dios, descarga el rival de aquél. A Hunding no le durará mucho, empero, la satisfacción del vencedor, ya que se desplomará exánime ante la ira de Wotan al ordenarle que vaya a presentarse ante Fricka, como testimonio de que su voluntad ha quedado cumplida. Entretanto, Brunilda, que recogió previsoramente los trozos de Nothung, atraviesa sobre el arzón de su montura el cuerpo de la desvanecida Sieglinde y parte con ella en un vertiginoso intento de sustraerla a la iracundia del primero de los dioses.
Tercer acto
La roca de las Walkyrias
Se inicia el tercer acto con una desbridada escena. Las ocho Walkyrias llegan sucesivamente de retorno de la diaria tarea, cabalgando sus respectivos corceles alados. A poco arriba también Brunilda con su preciosa carga. Desoladas por la desobediencia de su hermana, las Walkyrias se resisten a protegerla, mas conmovidas por el triste sino de Sieglinde, le sugieren que vaya a refugiarse con el fruto de sus entrañas en las inmediaciones de la cueva del dragón, cuyo paraje elude sistemáticamente el dios y donde estará por lo tanto a salvo de su venganza.
Al llegar Wotan, las restantes Walkyrias tratan de ocultar a Brunilda, mas ésta se presenta humildemente para recibir el castigo que su padre quiera imponerle por su desobediencia. Por su falta será arrojada del Walhalla y privada de su condición divina. Al quedar a solas con su padre, Brunilda intenta su justificación. "¿Es que al desobedecerle no satisfacía acaso el íntimo y secreto deseo del dios?" Pero éste se muestra inflexible. La Walkyria dormirá un sueño mágico sobre la roca y pertenecerá al primer hombre que llegue hasta ella. Desolada, Brunilda implora la concesión de un último ruego: "Que la rodee por lo menos un cerco de llamas, a fin de que sólo un héroe que desconozca el miedo pueda franquearlas y llegar hasta ella".
Accede Wotan, y tras de sumirla en el anunciado sueño mágico convoca la presencia de Loge, el travieso dios del fuego. Las llamas de Loge se elevan en un instante a gran altura, circundando aterradoramente la roca. Antes de retirarse proclama Wotan su postrera voluntad respecto de la más amada de sus hijas: "¡Quien tema la punta de mi lanza, que no pueda atravesar jamás este muro de fuego!", mientras confundido con el tema del Sueño de Brunilda (que inspiró a Wagner el fragmento de las Escenas infantiles de Schumann titulado L'enfant s'endort) y el del Adiós de Wotan, se oye el motivo que irá a representar a Sigfrido, anticipándonos que éste y no otro será el héroe capaz de las llamas para despertar -también con un beso- a la dormida Walkyria, que así dejará definitivamente de serlo, para convertirse en simple mortal, capaz de cobijar en su corazón un sublime amor terreno.
Texto en español y alemán.
Personajes
SIEGMUND Guerrero de la Tribu de los Welsungos Tenor
SIEGLINDE Hermana Gemela de Siegmund Soprano
HUNDING Esposo de Sieglinde Bajo
WOTAN Dios Supremo del Walhalla Barítono
FRICKA Esposa de Wotan, Diosa del Matrimonio Mezzosoprano
BRUNILDA Walkyria Preferida de Wotan Soprano
Español.
(Interior de la cabaña de Hunding, en el centro de la cual se eleva un
enorme fresno que se pierde en lo alto a través de un hueco del techo
de madera. El escenario permanece vacío unos instantes,; fuera,
tormenta, . Siegmund abre desde el exterior y entra y examina la
vivienda. Permanece expectante, está extenuado por un gran esfuerzo;
sus ropas y aspecto evidencian que anda huido. Al no descubrir a
nadie, cierra la puerta tras de sí y medio tambaleándose va hacia el
fondo dejándose caer agotado sobre un cobertor de piel de oso)
ACTO I
Escena Primera
SIEGMUND
¡Sea de quien sea este hogar,
tengo que descansar en él!
(Sieglinde entra por al puerta del
aposento posterior. Creía que su
marido había regresado; por eso su
rostro refleja asombro cuando ve a
un extranjero junto al hogar)
SIEGLINDE
¿Un extranjero?
Tengo que preguntarle.
¿Quién entró en la casa
y descansa junto al hogar?
Cansado, descansa
de las fatigas del camino:
¿habrá perdido el sentido?
¿Estará enfermo?
Todavía respira;
sólo ha cerrado los ojos.
Parece valiente, aunque esté agotado.
SIEGMUND
¡Tengo sed! ¡Tengo sed!
SIEGLINDE
Proveeré alivio.
(Coge rápidamente un cuerno de
beber, sale con él de la casa,
regresa y se lo ofrece, lleno,
a Siegmund)
Refresco ofrezco
a tu reseca boca:
¡agua, como querías!
SIEGMUND
Fresco refrigerio
me dio el agua,
el peso del cansancio
me ha hecho liviano;
renovado está mi valor,
mis ojos se alegran
con el divino placer de la vista.
¿Quién es el que así me reconforta?
SIEGLINDE
Esta casa y esta mujer
son propiedad de Hunding;
hospitalariamente
te concedería él descanso:
¡aguarda hasta que regrese!
SIEGMUND
Desarmado estoy:
tu esposo no rechazará
al huésped herido.
SIEGLINDE
¡Muéstrame en seguida tus heridas!
SIEGMUND
Son pequeñas, no vale la pena;
todavía se mantienen firmes
mis miembros.
Si hubiesen sido
mi escudo y mi lanza
la mitad de fuertes que mi brazo,
jamás hubiera huido ante el enemigo;
pero escudo y lanza se quebraron.
La jauría de los enemigos
me acosó hasta agotarme,
el ardor de la tormenta
rindió mi cuerpo;
pero más rápido que yo a la jauría,
ha huido de mí el cansancio:
¡si antes la noche cayó
sobre mis párpados,
ahora me sonríe de nuevo el sol!
(Sieglinde va al granero, llena
de hidromiel un cuerno y se lo
ofrece a Siegmund con amistoso
ademán)
SIEGLINDE
No me rechazarás la dulce bebida
del hidromiel espeso.
SIEGMUND
¿Lo probarás tu también?
(Sieglinde prueba el cuerno y se lo
vuelve a ofrecer. Siegmund bebe
largamente mientras clava la
mirada en Sieglinde con creciente
ardor. Suspira y, sombrío, baja la
mirada al suelo)
Has aliviado a un desdichado:
¡apártese de ti el infortunio!
He descansado y reposado dulcemente:
lejos guiaré mis pasos.
SIEGLINDE
¿Quién te persigue
para que huyas?
SIEGMUND
La desdicha me sigue
allí donde voy;
la desdicha se me acerca
donde me detengo...
¡permanezca alejada de ti, mujer!
¡Lejos guiaré mis pasos y mi mirada!
SIEGLINDE
¡Entonces, quédate!
¡No podrás traer el infortunio
donde ya habita el infortunio!
SIEGMUND
Wehwalt (desgraciado)
me llamo a mí mismo:
esperaré a Hunding.
(Se recuesta en el hogar; su mirada
se clava en Sieglinde con tranquilo
y decidido interés. Esta levanta los
ojos de nuevo hacia él. Ambos se
miran a los ojos en profundo
silencio con expresión emocionada)
Escena Segunda
(Sieglinde se pone de repente en
pie, escucha, y oye a Hunding, que
fuera lleva su caballo al establo.
Ella va de prisa a la puerta y abre.
Entra Hunding, armado de lanza y
escudo, y se detiene en el umbral
al advertir a Siegmund)
SIEGLINDE
(a Hunding)
Cansado, junto al hogar
he hallado a este hombre:
la necesidad lo trajo a casa.
HUNDING
¿Le has cuidado?
SIEGLINDE
He refrescado su boca;
¡he procurado ser hospitalaria!
SIEGMUND
Techo y bebida le debo:
¿culparás a tu mujer por ello?
HUNDING
Sagrado es mi hogar:
¡sagrada sea para ti mi casa!
(A Sieglinde)
¡Prepara la cena a los hombres!
(Examina atento y admirado los
rasgos fisonómicos de Siegmund,
que compara con los de su mujer)
(Para sí)
¡Cómo se parece a mi mujer!
La reluciente serpiente
le brilla también en los ojos.
(A Siegmund)
Realmente, ha sido largo
tu camino;
no ha cabalgado corcel
el que aquí descansa:
¿qué malos senderos
te han agotado?
SIEGMUND
Por bosque y campos,
landas y florestas
me han perseguido
la tormenta y la fuerte necesidad:
no conozco el camino
por el que vine.
¿A dónde he llegado?,
con sumo agrado
recibiría noticias de ello.
HUNDING
Del techo que te cubre,
de la casa que te cobija,
Hunding se llama el dueño;
si encaminas tus pasos al Oeste
hallarás en ricos caseríos parientes
que guardan la honra de Hunding.
Ahora si mi huésped
me concede el honor,
debo saber cuál es su nombre.
(Sieglinde, que se ha sentado al
lado de Hunding y frente a
Siegmund, clava sus ojos en éste
con creciente interés y expectación)
Si no confías en mí,
díselo a mi mujer:
¡fíjate cómo sus ojos te interrogan!
SIEGLINDE
Huésped,
me gustaría saber quién eres.
SIEGMUND
No puedo llamarme
"Mensajero de la Paz;"
yo quisiera llamarme
"Elegido por la Felicidad,"
pero debo llamarme "Desgraciado."
"Lobo" fue mi padre;
vinimos juntos al mundo mellizos,
mi hermana melliza y yo.
Pronto desaparecieron
mi madre y mi hermana;
a la que me dio el ser
y a la que conmigo nació,
apenas llegué a conocerlas...
Belicoso y fuerte era Lobo;
se granjeó numerosos enemigos.
El anciano salió
de cacería con el joven:
al regresar de cazar y depredar,
encontramos el hogar de Lobo
vacío.
La suntuosa sala
reducida a cenizas,
reducido a un tocón
el florido tronco del fresno;
abatido el aguerrido cuerpo
de mi madre,
tragada por las llamas
la huella de mi hermana.
Nos pusieron a prueba
la amarga necesidad
nuestros enemigos.
El anciano huyó conmigo,
proscrito;
largos años vivió el joven
con Lobo en el agreste bosque;
algunos pretendieron darnos caza,
pero la pareja de lobos
se defendió valerosamente.
Un lobezno es
quien acaba de contarte todo esto;
son ya muchos
los que me llaman "Lobezno".
HUNDING
Prodigios y salvajes gestas cuentas,
atrevido huésped.
¡Wehwalt, el Lobezno!
Me parece haber oído
oscuros relatos
sobre tan aguerrida pareja,
pero no conocía
ni a Lobo ni a Lobezno.
SIEGLINDE
Pero continúa relatando, extranjero;
¿dónde está ahora tu padre?
SIEGMUND
Nuestros enemigos
cayeron de nuevo
sobre nosotros.
Muchos de ellos perecieron
bajo nuestras garras
y otros huyeron al bosque
como si los llevara el viento.
Pero fui separado de mi padre;
perdí su rastro:
sólo una piel de lobo
hallé en el monte;
yacía vacía ante mí,
no encontré a mi padre.
Abandoné presuroso el bosque,
en busca
de hombres y de mujeres.
A cuantos hallé,
si les pedía amistad o
solicitaba a una mujer,
me volvían la espalda,
la desgracia
se abatió sobre mí.
Lo que yo juzgaba bueno,
para los otros
era malo;
lo que a mí me parecía malo,
los demás lo aprobaban.
Adondequiera que fui
hallé pendencias,
adondequiera que fui
hallé ira;
si ansiaba deleite,
sólo encontraba aflicción;
por eso tuve que llamarme
"Desgraciado",
sólo causo aflicción.
HUNDING
Quien te ha dado tan aciaga suerte,
la norna, no te ama:
no te saluda contento el hombre
al que, extraño, acudes como huésped.
SIEGLINDE
¡Sólo los cobardes temen
al que viaja desarmado!
Dinos, huésped,
cómo perdiste las armas
en la batalla.
SIEGMUND
Una triste niña
me llamó en su defensa:
el clan de sus parientes
quería casar a la doncella
con un hombre al que no amaba.
Contra la violencia acudí
en su protección;
encontré en combate
a los secuaces del opresor;
el enemigo cayó ante mí.
Muertos yacían los hermanos:
se abrazó ella a los cadáveres,
pues el pesar le ahuyentó la ira.
Con salvaje río de lágrimas
inundó el lugar de la liza;
la infeliz novia lamentó
la matanza de sus propios hermanos..
Los parientes de los caídos,
acudieron en gran número
al lugar pidiendo venganza;
rodeando el lugar
se alzaron ante mí los enemigos.
Pero la doncella no se alejó de allí.
Con lanza y escudo la protegí,
hasta que lanza y escudo
se me hicieron pedazos
durante la lucha.
Yo estaba desarmado y herido;
vi morir a la doncella.
Me acosaba el furioso ejército,
sobre los cadáveres
yacía ella muerta.
¡Ahora sabes, mujer inquisitiva,
por qué no me llamo
"Mensajero de Paz!"
HUNDING
Yo sé que existe
una estirpe salvaje;
no le es sagrado
lo que para otros lo es:
odiosa es a todos y a mí.
Fui llamado por vengar,
la sangre de los parientes:
llegué demasiado tarde,
y regreso ahora a casa
para descubrir
en mi propio hogar
el rastro del fugitivo criminal.
Mi casa te cobijará, Lobezno,
por hoy; te acojo por esta noche.
Pero mañana tendrás que defenderte
con las armas;
para combatir elijo el día:
pagarás tributo por los muertos.
(a Sieglinde)
¡Sal de la sala!
¡No te quedes aquí!
Prepárame bebida nocturna
y espérame en la cama.
(Sieglinde se vuelve lentamente y se
dirige con paso vacilante hacia el
granero. Con tranquila decisión
abre la alacena, llena una cuerna y
echa dentro de ella unas semillas de
una caja. Hunding se pone en pie y
con un gesto vehemente la apremia
para que se marche. Hunding
descuelga del fresno sus armas)
(a Siegmund)
Con armas se defiende el hombre...
Mañana daré contigo, Lobezno;
ya has oído mis palabras...
¡Guárdate!
(sale)
Escena Tercera
SIEGMUND
Una espada me prometió mi padre:
yo la encontraré cuando la necesite.
Desarmado he dado
en casa de mi enemigo,
donde quedo entregado a su venganza.
He visto a una mujer
deliciosa y sublime:
hechicero temor consume mi corazón.
A la que ahora
causa en mí este anhelo,
a la que me quiere
con dulce hechizo,
por la fuerza la tiene el hombre
que a mí, indefenso, me ofende.
¡Wälse! ¡Wälse!
¿Dónde está la espada?
La fuerte espada que yo
habré de blandir en el combate:
¿brotará de mi pecho el valor
que todavía guarda mi corazón?
(Se ve la empuñadura de una
espada que está clavada en el
tronco del fresno)
¿Qué veo brillar ahí
con luminiscente fulgor?
¿Qué rayo se escapa
del tronco del fresno?
Los ojos del ciego
ilumina un relámpago:
alegre ríe allí la mirada.
¡Cómo el resplandor
me quema el corazón!
¿Es la mirada
de la radiante mujer,
que se ha dejado clavada
tras de sí,
al abandonar la sala?
Nocturna oscuridad
cubría mis ojos;
cuando me rozó
el rayo de su mirada:
recobré el calor del cuerpo
y volvió a brillar el día.
Dichosa me iluminó la luz del sol;
su delicioso resplandor
nimbó mi cabeza,
hasta que se puso tras los montes.
Pero incluso
después de haberse marchado
ella sigue alcanzándome su luz;
incluso el tronco del viejo fresno
resplandecía con exhaustiva llama.
Ahora palidece el fulgor,
se apaga la luz.
Nocturna oscuridad cubre mis ojos:
hondo, en el cobijo del pecho,
arde sólo una llama sin luz.
(se abre silenciosamente la puerta
de la alcoba: Sieglinde entra)
SIEGLINDE
¿Duermes, huésped?
SIEGMUND
¿Quién se acerca furtivamente?
SIEGLINDE
Soy yo: ¡escúchame!
En profundo sueño yace Hunding;
le preparé adormecedora bebida:
¡aprovecha la noche para salvarte!
SIEGMUND
¡A salvo estoy solo con verte!
SIEGLINDE
Déjame enseñarte un arma:
¡oh, si la ganaras!
El más noble de los héroes
pudiera yo llamarte,
pues sólo al más fuerte
fue destinada.
¡Oh, advierte bien
lo que voy a decirte!
Los hombres de su familia
se sentaban aquí en la sala,
invitados por Hunding a la boda:
desposaba él una mujer que,
sin ser preguntada,
los ladrones le regalaron
para esposa.
Triste me sentaba yo
mientras ellos bebían;
entró entonces un extranjero:
un anciano
con grisácea vestimenta;
llevaba calado el sombrero,
que le tapaba uno de los ojos,
pero los rayos del otro
causaron temor a todos;
solamente a mí me miró
con agrado
dándome pena y alegría a la vez.
A mí me miró con dulzura,
y a ellos con furor mientras
blandía una espada en la mano;
después la hundió
en el tronco del fresno,
allí la clavó
hasta la empuñadura:
la espada sería de quien
la arrancara del tronco.
Por mucho que audazmente
se esforzaran,
ninguno de los presentes
logró arrancar el arma;
huéspedes vinieron
y huéspedes se marcharon,
los más fuertes
tiraron del acero,
ni una pulgada
cedió en el tronco:
allí sigue clavada la espada.
Entonces supe quién era aquel
que saludó
a la transida de dolor;
yo sé también a quién destina
la espada clavada en el tronco.
¡Oh, si encontrara hoy aquí al amigo,
si viniera desde lejos para consolar
a la más desdichada mujer;
cuanto padecí con acerbo dolor,
cuanto jamás sufrí
con vergüenza y oprobio,
¡dulcísima venganza,
expiáralo todo!
Recuperaría lo que perdí,
lo que tanto he llorado,
si encontrara al amigo sagrado,
si estrecharan al héroe
mis brazos!
SIEGMUND
(abrazando a Sieglinde)
¡Mujer divina, ya tienes el amigo
a quien arma y mujer
están destinadas!
¡Ardiente en el pecho
me abrasa el juramento
que te hace mi noble compañera!
¡Cuanto anhelaba lo vi yo en ti,
en ti he encontrado
cuanto me faltaba!
Si tú has padecido vergüenza
yo he sufrido ofensas,
si yo fui proscrito
y tu fuiste deshonrada,
¡alégrate, la venganza
ríe ahora a los dichosos!
¡Ahora reiré
con sagrada alegría,
teniéndote abrazada
sintiéndote palpitante
sobre mi corazón!
(la puerta se abre de par en par;
fuera magnífica noche de
primavera; la luna llena ilumina el
interior y deja caer su suave luz
sobre la pareja)
SIEGLINDE
¡Ah! ¿Quién ha salido?
¿Quién ha entrado?
SIEGMUND
Nadie ha salido,
pero uno ha entrado,
¡mira, la primavera ríe
en la sala!
Las tormentas invernales
han cedido
ante el delicioso mayo,
con delicada luz
brilla la primavera;
entre dulces brisas,
leve y graciosa,
se mece tejiendo prodigios.
Por bosques y prados
sopla tu aliento,
muy abiertos ríen sus ojos:
dulcemente suena el canto
de felices pajarillos,
exhala divinos aromas;
de su cálida sangre
florecen deliciosas flores,
¡gérmenes y retoños
brotan de su vigor!
Con el ornato
de sus delicadas armas
somete al mundo;
invierno y tormentas
han tenido que ceder
ante su fuerte baluarte:
también han cedido
a sus gallardos golpes
la dura puerta
que, terca y rígida,
nos separa de ella!
Surcando el aire ha llegado
junto a su hermana;
el amor ha llamado a la primavera;
se ocultaba en nuestro pecho,
ahora ríe dichoso a plena luz.
A la hermana nupcial
ha liberado el hermano;
destruido yace cuanto
les mantuvo separados;
¡jubilosa se saluda
la joven pareja,
unidos están amor y primavera!
SIEGLINDE
Tú eres la primavera
por la que yo suspiraba
en el helado tiempo del invierno.
Mi corazón te saludó
con sagrado temor
cuando tu mirada floreció para mí
por primera vez.
Desde siempre
todo lo veía yo extraño,
lo próximo era enemigo;
extraño me era todo
lo que se me acercaba.
Pero a ti te reconocí en seguida
apenas te vi supe que eras mío;
lo que ocultaba en el pecho,
lo que soy,
claro como el día emergió de mí:
como sonora vibración
llegó a mis oídos
cuando en helado,
desierto país extranjero
vi por vez primera al amigo.
SIEGMUND
¡Oh, dulcísima delicia!
¡Mujer divina!
SIEGLINDE
Oh, deja que me incline ante ti,
que vea con claridad
ese augusto brillo
que emana de tus ojos
y del rostro
y tan dulcemente
me subyuga los sentidos.
SIEGMUND
A la luna de primavera
resplandeces luminosa,
sublime su halo rodea
tu cabello ondulante:
fácilmente veo lo que me cautiva,
pues mi mirada se deleita
en cuanto contempla.
SIEGLINDE
¡Qué despejada está tu frente,
el ramillete de tus venas
se entrelaza en las sienes!
¡Tengo miedo de la felicidad
que me embelesa!
Un prodigio hace recordar
que hoy te he visto
por primera vez,
pero que mis ojos ya te habían visto!
SIEGMUND
Un sueño de amor
también me hace recordar:
¡que yo ya te había visto llevado
por mi ardiente deseo!
SIEGLINDE
En el arroyo contemplé
mi propia imagen...
y ahora la percibo de nuevo:
¡como antes emergiera
a la superficie del agua,
así me ofreces tú ahora mi imagen!
SIEGMUND
Tú eres la imagen
que yo ocultaba dentro de mí.
SIEGLINDE
¡Oh, calla!
Déjame escuchar tu voz:
me parece haberla oído
siendo niña.
¡Mas, no! La oí recientemente,
mientras el bosque
me devolvía el eco de la mía.
SIEGMUND
¡Oh, dulcísimo sonido,
el que escucho!
SIEGLINDE
Me ilumina la llama de tus ojos:
así me miró
el anciano al saludarme;
cuando dio consuelo
a mi tristeza.
Por la mirada he visto
que eres hijo suyo
¡quisiera darte
su mismo nombre!
¿De verdad te llamas Wehwalt?
SIEGMUND
No me llamo así
desde que tú me amas:
¡ahora poseo
las más sublimes delicias!
SIEGLINDE
¿Y no puedes llamarte
Mensajero de la Paz?
SIEGMUND
Llámame como tú quieras
que me llame:
¡de ti tomaré mi nombre!
SIEGLINDE
¿Pero no llamaste Lobo a tu padre?
SIEGMUND
¡Un lobo era él
para los cobardes zorros!
Pero aquel a quien tan orgulloso
le brillaba el ojo
como a ti, nobilísima,
te brillan los tuyos,
se llamaba Wälse.
SIEGLINDE
Si era Wälse tu padre
y tú eres un welsungo,
él clavó
para ti su espada
en el tronco,
déjame llamarte
como quiera:
¡te llamaré Siegmund!
SIEGMUND
(se levanta de golpe y corre al
tronco del fresno)
¡Siegmund me llamo y Siegmund soy!
¡Testimónielo esta espada
que sin miedo cojo!
Wälse me prometió
que la encontraría
cuando la necesitara:
¡ahora la cojo!
Supremo sufrimiento
del amor sagrado,
extrema aflicción
del fuerte deseo
abrasa mi pecho
empujándome a luchar
hasta la muerte.
¡Notung! ¡Notung!
Así te llamo, espada.
¡Notung! ¡Notung!
¡Precioso acero!
¡Muestra de tu filo
los cortantes dientes!
¡Sal de tu vaina!
(arranca del tronco la espada con
un poderoso tirón y la muestra a
Sieglinde, embargada de asombro y
entusiasmo)
¡Estás viendo a Siegmund, mujer,
al weslungo!
Como dote nupcial
traigo esta espada.
Así pretende él
a la más divina de las mujeres,
de la casa del enemigo
así te rapta.
Lejos de aquí,
sígueme ahora,
vayamos donde ríe la primavera:
¡allí te protegerá Notung,
la espada,
aunque Siegmund
muera de amor por ti!
(la abraza con pasión
para llevarla a fuera)
SIEGLINDE
Si es Siegmund
el que veo,
yo soy Sieglinde,
que te desea:
¡a tu propia hermana
acabas de conquistar
con tu espada!
SIEGMUND
Novia y hermana eres
para el hermano:
¡florece así, pues,
sangre de los weslungos!
(Accidentada cordillera rocosa.
En el foro serpentea desde abajo una garganta
ascendente que desemboca en un collado;
desde éste el piso vuelve a descender hacia el proscenio.
Wotan, completamente armado, con lanza; ante él Brünnhilde,
como walkyria, también con toda su dotación de armas)
ACTO II
Escena Primera
WOTAN
Ahora ensilla tu corcel,
virgen guerrera:
¡pronto se desencadenará
un violento combate!
Corra Brunilda a la lucha:
¡dele la victoria al welsungo!
Que Hunding
se reúna con los suyos:
no me sirve para el Walhalla.
¡Armada y veloz
cabalga por ello al combate!
BRUNILDA
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Heyaha! ¡Heyaha!
¡Hojotoho! ¡Heyaha!
(mira hacia la garganta del foro y
llama a Wotan)
Te aconsejo, padre,
que tú mismo te prepares;
duro asalto deberás resistir.
Fricka, tu mujer,
se acerca en el carro
con el tiro de moruecos.
¡Hey! ¡Cómo blande
el áureo látigo!
Los pobres animales
gimen de miedo;
salvajemente rechinan las ruedas;
colérica viene a disputar contigo.
No peleo de buen grado
en tales pendencias,
prefiero el combate
entre hombres valerosos.
Mira, pues,
cómo resistes el asalto:
¡yo, la alegre, te dejo solo!
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Heyaha! ¡Heyaha! ¡Heyahaha!
(Brunilda desaparece por detrás de
las alturas montañosas del lateral.
en un carro tirado por dos
moruecos, Fricka alcanza el
collado viniendo por la garganta:
allí se detiene en seguida y baja.
Avanza vehementemente hacia el
proscenio, al encuentro de Wotan)
WOTAN
¡La vieja disputa,
el viejo fastidio!
¡Pero debo mantenerme firme!
FRICKA
Dónde, en las montañas, te ocultas,
para sustraerte
a la mirada de tu esposa;
sola vengo aquí a buscarte,
para que me prometas ayuda.
WOTAN
Lo que aflige a Fricka
expóngalo abiertamente.
FRICKA
Supe la desdicha de Hunding,
me llamó pidiendo venganza;
guardiana del matrimonio,
le escuché,
prometí castigar severamente
la acción
de la insolente y criminal pareja,
que ofendió osadamente al esposo.
WOTAN
¿Qué mal hizo la pareja
que unió amorosamente
la primavera?
El hechizo del amor los subyugó:
¿quién puede oponerse
al poder del amor?
FRICKA
¡Te haces el tonto y el sordo
como si no supieras perfectamente
que clamo por el sagrado juramento
del matrimonio,
duramente ofendido!
WOTAN
Sacrílego considero yo el juramento
que une a los que no se aman;
no me exijas
que mantenga por la fuerza
lo que a ti no te concierne,
donde audazmente
se manifiestan
sentimientos limpios,
aconsejo abiertamente la guerra.
FRICKA
¡Si consideras meritorio
el adulterio,
jáctate y ensalza
como sagrado
que medre el incesto de la unión
de una pareja de mellizos!
Se me estremece el corazón,
siento vértigo:
¡nupcialmente abrazó
la hermana al hermano!
¿Cuándo se ha visto
que se amaran carnalmente
dos hermanos?
WOTAN
¡Hoy lo has visto!
Aprende que puede ocurrir,
aunque jamás sucediera antes.
Que ellos se aman
está claro para ti;
por ello, escucha un consejo sincero;
si la alegría debe premiar
tu bendición,
entonces bendice,
sé propicia al amor,
la unión de Siegmund y Sieglinde.
FRICKA
¿Así se acabó,
la estirpe de los dioses eternos
puesto que engendraste
a los salvaje welsungos?
Lo he dicho bien claro;
¿acerté el sentido?
¡Nada vale para ti
el sagrado clan de los dioses!
¡lejos arrojas todo
lo que antes amabas,
rompes los lazos
que tú mismo ataste,
te liberas riendo
de la prisión celestial,
para que sólo impere a su capricho
esta criminal pareja de mellizos,
el rebelde fruto de tu infidelidad!
¡Oh, para qué clamo
por el matrimonio y el juramento,
si tú eres el primero en vulnerarlos!
A tu fiel esposa engañaste siempre,
por los valles y las alturas,
lascivamente tu mirada acechaba
para conseguir el placer
de la variación
y herir, burlándote,
mi corazón.
Con ánimo entristecido
tuve que soportar
que fueras al combate
con las perversas vírgenes
que te nacieron
de la unión ilícita:
pues aún respetabas a tu mujer
puesto que sometiste
a mi obediencia
a la tropa de walkyrias
y a la misma Brunilda,
fruto de tu deseo.
Pero ahora,
te gusta cambiar de nombre,
te llamas "Wälse",
y vas como un lobo errante
por el bosque;
descendiste a la extrema vileza
de engendrar una pareja
de hombres ordinarios,
¡y ahora arrojas a tu mujer
a los pies de tu camada de lobeznos!
¡Llévalo a cabo, pues!
¡Colma la medida!
¡Deja que pisoteen a la engañada!
WOTAN
Nunca aprendiste,
a pesar de que quise enseñarte,
a reconocer los hechos
antes de que sucedieran.
Sólo comprendes lo convencional,
pero yo aspiro a comprender
lo que nunca ha sucedido.
Oye esto: la necesidad
creará un héroe
que, ajeno a la protección divina,
se libere de la ley de los dioses.
Sólo él servirá
para realizar el acto
que, tan necesario a los dioses,
le está prohibido
realizarlo a un dios.
FRICKA
Con profundos juicios
quieres embaucarme:
¿qué gran hazaña podrá realizar
ese héroe
que no puedan realizar los dioses,
siendo así que sólo actúa
por gracia de los dioses?
WOTAN
¿No adviertes su valor?
FRICKA
¿Quién se lo inspiró a los hombres?
¿Quién abrió los ojos
a los imbéciles?
Bajo tu protección parecen fuertes;
gracias a tu estímulo siguen adelante:
sólo tú incitaste a esos que alabas
ante mí, la eterna.
Con nuevas astucias
quieres engañarme,
confundirme ahora
mediante nuevas intrigas;
pero a este welsungo
no lo ganarás para ti;
en él es a ti a quien veo,
pues sólo se atreve a desafiarme,
porque tú le animas a ello.
WOTAN
Sólo gracias
al sufrimiento
se ha hecho a sí mismo
FRICKA
¡Entonces, no le protejas hoy!
Quítale la espada
que le regalaste.
WOTAN
¿La espada?
FRICKA
¡Sí, la espada,
la mágica y poderosa espada
que tú, dios, diste a tu hijo!
WOTAN
Siegmund
ha sabido ganársela.
FRICKA
Tú eres autor
tanto de su miseria
como de su magnífica espada.
¿Quieres confundirme,
a mí, que día y noche
sigo tus pasos?
Para él clavaste la espada
en el tronco;
tú le prometiste
la sublime arma:
¿negarás que sólo tu astucia
le atrajo
donde la encontró?
Ningún noble combate
contra esclavos;
el noble se contenta
con castigar al criminal.
Contra ti puedo luchar;
pero Siegmund
quedó a mi merced como esclavo.
Al que a ti, su señor,
sirve y pertenece,
¿debe obedecer tu eterna esposa?
¿Debe injuriarme afrentosamente
el más abyecto,
puede insolentarse un ser libre
hasta el punto de mofarse de mí?
Esto no puede quererlo mi esposo,
él no profanará así a la diosa.
WOTAN
¿Qué pides?
FRICKA
¡Apártate del welsungo!
WOTAN
El sigue su camino.
FRICKA
¡Pero no le protejas cuando
al combate
le llame el vengador!
WOTAN
No le protegeré.
FRICKA
Mírame a los ojos;
no intentes engañarme;
¡aparta también de él a la walkyria!
WOTAN
La walkyria obra libremente.
FRICKA
¡No! Ella sólo ejecuta tu voluntad;
¡prohíbele la victoria
de Siegmund!
WOTAN
No puedo abatirlo,
encontró mi espada.
FRICKA
¡Prívala de la magia,
rómpesela!
¡Véalo indefenso el enemigo!
(Brunilda aparece con su corcel.
Cuando descubre a Fricka,
se detiene en seguida)
BRUNILDA
¡Heyaha! ¡Heyaha! ¡Hojotoho!
FRICKA
Ahí viene tu osada virgen;
jubilosa corre hacia aquí.
BRUNILDA
¡Heyaha! ¡Heyaha!
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
WOTAN
Le he pedido que ensille su corcel
y acuda en ayuda de Siegmund.
FRICKA
¡La sagrada honra de tu esposa eterna
proteja hoy tu escudo!
Burlados por hombres,
privados del poder,
nosotros, los dioses, pereceríamos,
si hoy mi derecho no fuera
augusta y magníficamente vengado
por la valerosa virgen.
Caiga el welsungo
en aras de mi honra.
¿Estás dispuesto a jurarlo, Wotan?
WOTAN
¡Lo juro!
FRICKA
(a Brunilda)
Te aguarda
el Padre de los Ejércitos:
él te dirá lo que ha decidido.
(parte de prisa)
Escena Segunda
BRUNILDA
Mal, me temo,
acabó la disputa,
si la suerte ha sonreído a Fricka.
Padre,
¿qué debe saber tu hija?
¡Apesadumbrado pareces, y triste!
WOTAN
¡He caído
en mi propia trampa,
yo, el menos libre de todos!
BRUNILDA
Jamás te he visto así:
¿qué te roe el corazón?
WOTAN
¡Oh, sagrada infamia!
¡Oh, ultrajante aflicción!
¡Necesidad de los dioses!
¡Necesidad de los dioses!
¡Rabia infinita!
¡Eterno pesar!
¡El más triste soy yo de todos!
BRUNILDA
¡Padre! ¡Padre!
¡Di! ¿Qué te ocurre?
¿Por qué asustas a tu hija
con alarmas?
¡Confía en mí!
Te soy fiel:
¡mírame, Brunilda te lo ruega!
WOTAN
Si lo hiciera,
¿no rompería el juramento
recién prestado?
BRUNILDA
A la voluntad de Wotan hablarás
si me dices lo que quieres, pues
¿quién soy yo,
si no tu propia voluntad?
WOTAN
Lo que a nadie refiero
con palabras,
permanezca eternamente ignorado:
sólo conmigo hablo
cuando te hablo a ti.
Cuando en mí expiró
la alegría del amor joven,
mi valor aspiró al poder:
movido por la furia
de irreflexivos deseos,
gané para mí el mundo.
Ignorante y engañoso,
ejercité la infidelidad,
até con pactos aquello
que entrañaba infortunio:
astutamente
me sedujo Loge,
que después desapareció.
Pero no quise
apartarme del amor,
siendo poderoso,
aspiré al placer.
El nacido de la noche,
el medroso nibelungo,
Alberich, rompió sus lazos:
maldijo el amor,
y con una maldición
ganó el brillante
oro del Rhin
y con él inmenso poder.
El anillo que forjó
yo le quité con astucia;
pero no se lo devolví al Rhin:
con él pagué las almenas
del Walhalla,
de la fortaleza
que me construyeron gigantes,
desde la que ahora
domino el mundo.
La que sabe todo
lo que ocurrió en el pasado,
Erda,
la sagrada y más sabia Wala,
me aconsejó separarme del anillo,
me previno
del fin eterno.
Del fin quise saber aún más;
pero desapareció
en silencio.
A partir de entonces
perdí mi alegría,
el dios anhelaba saber:
descendí al seno del mundo,
mediante el amor forcé a la Wala,
perturbé el orgullo
de su sabiduría,
para que ahora contestara.
Nuevas recibí de ella;
pero obtuvo una prenda mía;
la mujer más sabia del mundo
alumbró a Brunilda, a ti.
Con ocho hermanas te crié:
por medio vuestro, walkyrias,
quería yo evitar
lo que la Wala me hizo saber:
un ignominioso final de los eternos.
Para que el enemigo nos hallara
fuertes en el combate
os ordené procurarme héroes,
para tener bajo nuestras
órdenes a los dominadores;
a los hombres
a quienes prohibimos el valor,
a los que por medio
de oscuros pactos
indujimos a una ciega obediencia,
a ellos debíais ahora inducir
a pelear,
a probar su fuerza en ruda guerra,
¡para que tropas de osados guerreros
pueda yo reunir
en la sala del Walhalla!
BRUNILDA
Llenamos tu sala hasta colmarla:
llevé a muchos a tu lado.
¿Qué te causa ahora inquietud,
si nunca fuimos negligentes?
WOTAN
Hay algo más;
¡escucha bien
lo que me advirtió la Wala!
Por el ejército de Alberich
nos amenaza el fin;
con envidiosa saña
me guarda rencor el nibelungo:
pero no temo ahora
a sus nocturnas huestes,
mis héroes me darían la victoria.
Sólo si él reconquistara
alguna vez el anillo,
entonces,
estaría perdido el Walhalla:
el que maldijo el amor,
sólo él
podría servirse del anillo
para infinita vergüenza
de todos los nobles;
el valor de los héroes
se volvería contra mí,
forzaría a combatir
a los más osados,
con su ayuda me haría la guerra.
Preocupado, pensé arrebatarle
el anillo al enemigo.
Uno de los gigantes
a los que otrora
recompensé su diligencia
con el oro maldito,
Fafner, guarda el tesoro
por el que mató a su hermano.
A él tendría que arrancarle
el anillo
que yo mismo le pagué
como tributo.
Pero no puedo tocar
a aquel con quien pacté;
ante él sucumbiría impotente
mi valor:
éstos son los lazos
que me atan;
pues yo,
señor mediante pactos,
de los pactos soy ahora esclavo.
Sólo uno podría
lo que yo no puedo:
un héroe al que jamás hubiese
intentado ayudar, uno que,
ajeno al dios,
del que jamás hubiese recibido
favor alguno,
inconsciente,
sin haber recibido órdenes,
fuera capaz de llevar a cabo
la hazaña
que yo no puedo realizar,
¡aquella que yo jamás
le aconsejaré,
aunque ese sea mi deseo!
Este hombre,
que a pesar de ser enemigo
de los dioses
combatiera para mí,
¿cómo hallar a ese hombre?
¿Cómo crear a un hombre libre
al que jamás hubiera protegido,
a uno que me sirviera
a pesar suyo?
¿Cómo crear a un ser
que ya no fuera yo mismo
pero que hiciera mi voluntad
por propia iniciativa?
¡Oh miseria divina!
¡Abominable vergüenza!
A mí mismo me repugna
todo lo que emprendo.
Jamás veo lo que tanto anhelo,
puesto que el hombre libre
debe crearse a sí mismo.
BRUNILDA
¿Pero Siegmund, el welsungo,
obra por sí mismo?
WOTAN
Apasionadamente
recorrí los bosques a su lado;
contra el consejo de los dioses
le induje a ser osado;
de su venganza sólo le protege ahora
la espada que ha conseguido
gracias al valor de un dios.
¿Cómo he podido engañarme
a mí mismo?
Fricka descubrió
mi engaño fácilmente.
¡Para mi vergüenza,
adivinó mis intenciones!
¡Y ahora tendré que someterme
a su voluntad!
BRUNILDA
Entonces,
¿privarás de la victoria a Siegmund?
WOTAN
Toqué el anillo de Alberich,
¡ávidamente sostuve el oro!
La maldición,
a la que logré escapar,
me persigue ahora;
¡lo que amo, tengo que abandonarlo,
asesinar a quien siempre quise,
traicionar engañosamente
al que confía en mí!
¡Adiós, pues, señorial esplendor,
jactanciosa infamia
de la divina pompa!
¡Desplómese lo que he construido!
Abandono mi obra;
sólo quiero aún una cosa:
¡el fin, el fin!
¡Y por el fin vela Alberich!
Ahora comprendo el oculto sentido
de las salvajes palabras de Wala:
"Cuando el sombrío enemigo
del amor engendre,
airado, un hijo,
entonces no tardará en llegar
el fin de los dioses."
Hace poco tuve nuevas
del nibelungo:
el enano subyugó a una mujer
y la sedujo con el oro.
Una mujer lleva el fruto
de su odio:
la fuerza de la envidia
da vueltas en su seno.
El prodigio se logró
para el carente de amor;
pero aquel que yo pretendí
en el amor, el libre,
no lo conseguiré para mí.
¡Recibe, pues, mi bendición,
hijo del nibelungo!
Lo que más me repugna
te doy en herencia,
el vano esplendor
de la divinidad:
¡que los celos
acaben devorándolo!
BRUNILDA
¡Oh, di, cuenta!
¿Qué debe hacer ahora tu hija?
WOTAN
¡Dócilmente combate por Fricka!
¡Guárdale el matrimonio
y el juramento!
Lo que ella eligió,
eso elijo yo también:
¿de qué me serviría
mi propia voluntad?
No puedo querer un hombre libre:
¡combate, pues,
por los esclavos de Fricka!
BRUNILDA
¡Oh, dolor!
¡Revoca, arrepentido, tu orden!
Tú amas a Siegmund:
por amor tuyo, lo sé,
protegí al welsungo.
WOTAN
¡Debes abatir a Siegmund,
obtener la victoria para Hunding!
Guárdate bien y manténte fuerte,
todo tu arrojo
empeña en la lucha:
Siegmund blande
una espada victoriosa;
¡difícilmente caerá ante ti
si vacilas!
BRUNILDA
Tú siempre me enseñaste
a quererle,
y sus nobles virtudes
son caras a tu corazón;
nunca me volveré contra él
siguiendo tus órdenes.
WOTAN
¡Ah, insolente!
¿Atentas contra mí?
¿Quién eres, sino de mi voluntad
la ciega expresión?
¿Al deliberar contigo
he caído tan bajo
que he llegado a ser insultado
por mi propia criatura?
¿Conoces, hija, mi cólera?
¡Tu valor desaparecerá
si un día mis rayos,
aniquiladores,
se precipitan sobre ti!
En mi pecho cobijo la rabia
que arroja al horror y a la nada
un mundo cuya sonrisa
una vez me complació.
¡Ay de aquel que la provoque!
¡Su desafío le traerá desgracia!
Por eso te aconsejo:
¡no me irrites!
¡Ejecuta lo que te he ordenado!
¡Caiga Siegmund!
¡Sea esta la obra de la walkyria!
(se precipita fuera y desaparece por
la izquierda, entre las montañas)
BRUNILDA
Jamás he visto así
al Padre de la Victoria,
aunque a veces
le he visto encolerizado.
¡Mucho me pesan hoy mis armas!
¡Cuando las esgrimía con placer,
qué ligeras eran!
A un mal combate
me encamino hoy, temerosa.
¡Ay de ti,
mi welsungo!
¡Para tu desgracia
hoy tengo que serte infiel!
Escena Tercera
(al alcanzar el collado, Brunilde
mira hacia la garganta y divisa a
Sieglinde y Siegmund; observa unos
instantes a los que se acercan y
después se dirige a la cueva,
junto a su corcel, de manera que
desaparece completamente para los
espectadores. Siegmund y Sieglinde
aparecen en el collado.
Sieglinde camina delante,
presurosa; Siegmund intenta
detenerla)
SIEGMUND
¡Descansa ahora aquí,
concédete reposo!
SIEGLINDE
¡Adelante! ¡Adelante!
SIEGMUND
¡No sigamos andando!
¡Deténte, mujer dulcísima!
Saliste bruscamente
en el momento del éxtasis,
corriste lejos
con repentina prisa:
apenas pude seguir tu salvaje huida
por el bosque y la floresta,
a campo través.
Sin decir palabra,
corriste hasta aquí,
¡ninguna voz te detuvo!
Descansa ahora:
¡háblame!
¡Por fin al temor del silencio!
Mira, tu hermano
tiene a su novia:
¡Siegmund es tu compañero!
SIEGLINDE
¡Vete! ¡Vete!
¡Huye de la profanada!
Sacrílegos te estrecharon
sus brazos,
deshonrado, envilecido
está mi cuerpo:
¡huye de este cadáver,
suéltalo!
¡Ojalá se lleve el viento
a la que se entregó deshonrada
al noble!
¡Cuando él la abrazó, amándola,
cuando ella halló
un divino placer,
capaz de despertar
todo su amor,
ante la secretísima consagración
de las más dulces delicias,
que atravesaron totalmente
su alma y sus sentidos,
el horror y el espanto
de la ignominia
se apoderaron de la ultrajada,
que obedeció al hombre
que la retenía sin amor!
¡Deja a la maldita,
déjala huir de ti!
Envilecida estoy,
privada de dignidad.
¡Debo apartarme de ti,
hombre purísimo, nobilísimo,
jamás podré pertenecerte!
¡Vergüenza traigo al hermano,
ignominia al amigo amante!
SIEGMUND
¡Tu anterior oprobio
expiará ahora la sangre del criminal!
No sigas huyendo,
aguarda al enemigo:
¡aquí caerá ante mí!
¡Cuando Notung
le atraviese el corazón,
gritarás venganza!
SIEGLINDE
¡Escucha los cuernos!
¿Oyes su llamada?
Alrededor suena
furioso estruendo,
por el bosque y la comarca
se eleva el estrépito.
Hunding ha despertado
de su pesado sueño.
Está reuniendo a los clanes
y a los perros:
¡azuzada, aúlla la jauría,
furiosa ladra al cielo
en contra de los que han roto
el juramento del matrimonio!
¿Dónde estás, Siegmund?
¡No te veo!
¡Ardientemente amado,
resplandeciente hermano!
Deja que aún me iluminen
las estrellas de tus ojos:
¡no rechaces el beso
de la mujer abyecta!
¡Escucha! ¡Escucha!
¡Ese es el cuerno de Hunding!
¡Su jauría se acerca
con una poderosa tropa,
ninguna espada sirve
ante tal aluvión de perros;
¡tírala lejos, Siegmund!
Siegmund... ¿dónde estás?
¡Ah, estás aquí!
¡Te veo!
¡Espantoso rostro!
Los mastines enseñan los dientes,
ávidos de carne;
no respetan tu noble mirada,
por los pies te atrapan
sus fuertes dientes:
caes,
hecha pedazos la espada,
el fresno se derrumba,
¡se raja el tronco!
¡Hermano! ¡Hermano mío!
¡Siegmund! ¡Ah!
(se desmaya en brazos de
Siegmund)
SIEGMUND
¡Hermana! ¡Amada!
Escena Cuarta
(Brunilda llevando de las riendas a
su caballo sale de la cueva. En una
mano lleva escudo y lanza, con la
otra acaricia el cuello del corcel, y
así observa a Siegmund con grave
expresión)
BRUNILDA
¡Siegmund!
¡Mírame!
Soy aquella
a quien pronto seguirás.
SIEGMUND
¡Quién es, dime,
la que tan bella y grave
se me aparece?
BRUNILDA
Sólo a los consagrados a la muerte
me aparezco,
quien me ve
se despide de la vida.
En el campo de batalla,
sólo me aparezco a los héroes;
¡quien me está destinado
a caer en el combate!
SIEGMUND
¿Adónde piensas conducir al héroe
que se dispone a seguirte?
BRUNILDA
Junto al Padre de los Combates,
que te eligió,
te conduciré:
me seguirás al Walhalla.
SIEGMUND
¿En la sala del Walhalla encontraré
sólo al Padre de los Combates?
BRUNILDA
La augusta tropa
de los héroes caídos
te abrazará propicia
para saludarte.
SIEGMUND
¿Encontraré en el Walhalla a Wälse,
mi padre?
BRUNILDA
A su padre encontrará allí
el welsungo.
SIEGMUND
¿Me saludará en el Walhalla
feliz una mujer?
BRUNILDA
Vírgenes hermosas
reinan allí augustas.
¡La hija de Wotan te ofrecerá,
cordial, la bebida!
SIEGMUND
Augusta eres tú,
en ti descubro
a la hija de Wotan.
Pero dime una cosa, inmortal:
¿acompañará al hermano
su hermana y esposa?
¿Abrazará Siegmund
a Sieglinde allí?
BRUNILDA
Ella debe seguir respirando
el aire de la Tierra.
Siegmund no verá allí
a Sieglinde.
SIEGMUND
Entonces,
saluda por mí al Walhalla,
saluda también a Wotan!
Saluda a Wälse y a todos los héroes;
saluda también
a las propicias vírgenes.
¡No te seguiré a su lado!
BRUNILDA
Has visto la lacerante mirada
de la walkyria:
¡con ella tienes ahora que partir!
SIEGMUND
Donde Sieglinde vive,
en la alegría y en la tristeza,
allí se quedará también Siegmund;
tu mirada todavía
no me ha hecho palidecer;
¡jamás me obligarás a irme de aquí!
BRUNILDA
Mientras vivas,
nada te obligará:
pero te obligará,
loco, la muerte;
¡para anunciártela vine yo aquí!
SIEGMUND
¿Dónde está el héroe
ante el que yo hoy caeré?
BRUNILDA
Hunding te matará en el combate.
SIEGMUND
Amenaza con algo más fuerte
que los golpes de Hunding.
Si aguardas aquí ávidamente
el combate,
escoge a él como presa:
¡pienso matarlo en la lucha!
BRUNILDA
A ti, welsungo,
escúchame bien,
a ti te eligió el destino.
SIEGMUND
¿Conoces esta espada?
El que la hizo para mí
decidió la victoria:
¡con ella desafiaré tu amenaza!
BRUNILDA
El que la hizo para ti
ha decidido tu muerte:
¡privará de su poder a la espada!
SIEGMUND
¡Calla y no asustes a la durmiente!
¡Dolor! ¡Desdicha!
¡Mujer dulcísima,
la más triste de todas las fieles!
Contra ti se enfurece en armas
el mundo,
y yo, el único en quien confías,
por quien te rebelaste contra todos,
¿no debo ampararte con mi protección?
¿Debo traicionar a la heroína
en la batalla?
¡Ah, caiga la vergüenza sobre él,
sobre quien me hizo la espada,
si me cambia la victoria
por el ultraje!
Si debo, pues, caer,
no iré al Walhalla:
¡reténgame consigo Hella!
BRUNILDA
¿Tan poco estimas
las eternas delicias?
¿Lo era todo para ti
la pobre mujer que,
cansada y afligida,
yace inerme en tu regazo?
¿Nada tenías más augusto?
SIEGMUND
Joven y bella resplandeces ante mí,
¡pero cuán fría y dura
te reconoce mi corazón!
¡Si sólo puedes burlarte,
vete de aquí,
virgen perversa e insensible!
Pero si tienes que cebarte
en mi dolor,
solázate entonces en mi sufrimiento:
conforte mi desdicha
tu celoso corazón,
¡pero no me hables más
de las gazmoñas delicias
del Walhalla!
BRUNILDA
¡Veo la desdicha
que roe tu corazón,
siento la sagrada aflicción
del héroe!
¡Siegmund, confíame a tu mujer!
¡Rodéela firmemente mi protección!
SIEGMUND
Nadie más después de mí
tocará a la pura en vida;
¡si estoy a merced de la muerte,
mataré antes a la desmayada!
BRUNILDA
¡Welsungo! ¡Estás loco!
¡Oye mi consejo!
Confíame tu mujer
por amor a la prenda
que deliciosamente ha recibido de ti.
SIEGMUND
Esta espada que hizo
para el fiel un traidor;
esta espada
que me traiciona, cobarde,
ante el enemigo,
¡sirva, pues, contra el amigo!
(alzando la espada sobre Sieglinde)
Dos vidas
te sonríen aquí:
¡tómalas, Notung,
celoso acero,
tómalas de un solo golpe!
BRUNILDA
¡Deténte, welsungo!
¡Oye mis palabras!
¡Sieglinde viva, y Siegmund
viva con ella!
Está decidido:
cambiaré la suerte del combate:
a ti, Siegmund,
te daré bendición y victoria.
(se oyen sonar llamadas de
cuernos en la lejanía)
¿Oyes la llamada?
¡Ahora prepárate, héroe!
Confía en la espada y
blándela sin miedo:
¡fiel a ti se mantendrá el arma,
como fiel
te protegerá la walkyria!
¡Adiós, Siegmund, héroe dichoso!
¡Te veré de nuevo
en el campo de batalla!
(corre afuera y desaparece con
el caballo por una garganta a
la derecha).
Escena Quinta
SIEGMUND
Mágicamente un sueño
calma el dolor y la aflicción
de la divina.
Cuando vino a mí
la walkyria,
¿le trajo ella consuelo?
¿No asustará
el furioso combate
a una afligida mujer?
Sin vida parece la que,
no obstante, vive:
acaricia a la triste
un sueño sonriente.
¡Así, sigue ahora durmiendo,
hasta que concluya el combate
y te alegre la paz!
El que allí me llama
prepárese ahora:
le ofreceré lo que merece.
¡Notung páguele el tributo!
(corre hacia el foro y
desaparece)
SIEGLINDE
(hablando en sueños, intranquila)
¡Si padre regresara ahora a casa!
Aún permanece en la floresta
con el muchacho.
¡Madre! ¡Madre!
Tengo miedo;
¡los extranjeros no parecen
amigos ni pacíficos!
Negros vapores,
sofocante atmósfera,
ya nos lamen ardientes llamas,
¡arde la casa!
¡Socorro, hermano!
¡Siegmund!
¡Siegmund!
(se levanta de golpe)
¡Siegmund! ¡Ah!
(la llamada del cuerno de Hunding
suena muy cerca)
VOZ DE HUNDING
¡Wehwalt! ¡Wehwalt!
¡Párate a luchar conmigo,
o te detendrán los perros!
VOZ DE SIEGMUND
¿Dónde te escondes,
que aún no te he acertado?
¡Deténte, que yo te encuentre!
SIEGLINDE
¡Hunding! ¡Siegmund!
¡Si yo pudiera verlos!
VOZ DE HUNDING
¡Acércate, amante criminal!
¡Derríbete aquí Fricka!
VOZ DE SIEGMUND
¿Aún me crees desarmado,
miserable cobarde?
Amenazas, y esperas
que te defiendan mujeres,
si no quieres que Fricka te desampare.
Mira:
del doméstico tronco de tu casa
arranqué sin vacilar la espada;
¡prueba ahora su filo!
SIEGLINDE
¡Deteneos, hombres!
¡Matadme primero a mí!
(un rayo ilumina por unos instantes
el collado, en el que se hacen
visibles ahora, combatiendo
ferozmente Hunding y Siegmund.
En esta luz aparece Brunilda,
planeando sobre Siegmund y
cubriéndolo por completo con su
escudo)
BRUNILDA
¡Atraviésalo, Siegmund!
¡Confía en la espada!
(cuando Siegmund se dispone a
dejar caer un golpe mortal
sobre Hunding, rompe desde el
lateral izquierdo, a través de las
nubes, un resplandor rojizo, en el
que aparece Wotan por encima de
Hunding, teniendo extendida su
lanza frente a Siegmund)
WOTAN
¡Temen la lanza!
¡Rómpase la espada!
(Brunilda retrocede con su escudo,
asustada ante la aparición de Wotan.
La espada de Siegmund se rompe
contra la lanza de este. Hunding
hunde la suya en el pecho del
desarmado. Siegmund cae mortalmente
herido al suelo.)
BRUNILDA
(a Sieglinde)
¡A caballo, que yo te salve!
(Incorpora rápidamente a Sieglinde,
la lleva hacia la garganta lateral
donde está el corcel, y desaparece
al instante con ella. Wotan, rodeado
de nubes, está detrás, sobre una
peña, apoyado en su lanza y mirando
dolorosamente el cuerpo inerte de
Siegmund)
WOTAN
(a Hunding)
¡Ve allá, esclavo!
Arrodíllate ante Fricka:
anúnciale que la lanza de Wotan
vengó lo que la escarneció.
¡Ve!... ¡Ve!
(A un gesto despreciativo de su
mano, Hunding cae muerto a suelo.)
Pero Brunilda...
¡Ay, de la criminal!
¡Terriblemente será castigada
la insolente
si mi corcel la alcanza en su huida!
(Desaparece entre rayos
(En la cumbre de una montaña rocosa. A la derecha un bosque de abetos.
A la izquierda, la boca de una gruta que forma una sala natural:
por encima de ella se eleva la peña hasta su picacho más alto.
Hacia detrás rocas de diferente altura flanquean la orilla de la
cuesta que desciende escarpadamente hacia el foro.
Masas de nubes dispersas corren por delante del borde
de las rocas, como empujadas por la tormenta.
Gerhilde, Ortlinde, Waltraute y Schwertleite han acampado
en el picacho que hay encima de la gruta; van completamente armadas)
ACTO III
Escena Primera
GERHILDE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Heyaha! ¡Heyaha!
¡Helmwige! ¡Aquí!
¡Ven acá con el corcel!
VOZ DE HELMWIGE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho! ¡Heyaha!
(En el nubarrón estalla el resplandor
de un rayo; en él se hace visible una
walkyria a caballo: sobre su silla
cuelga un guerrero muerto)
GERHILDE, WALTRAUTE,
SCHWERTLEITE
¡Heyaha! ¡Heyaha!
ORTLINDE
Lleva a tu garañón junto a la yegua
de Ortlinde:
con mi ruana
pace a disgusto tu bayo.
WALTRAUTE
¿Qué cuelga de tu silla?
HELMWIGE
¡Sintolt, el heguelingo!
SCHWERTLEITE
Conduce tu bayo
lejos de la ruana:
la yegua de Ortlinde
lleva a Wittig, el irmingo.
GERHILDE
¡Siempre había visto luchar
a Sintolt y Wittig!
ORTLINDE
¡Heyaha!
¡A la yegua ataca el garañón!
GERHILDE
¡La querella de los héroes
enemista a los corceles!
HELMWIGE
¡Calma, bayo!
¡No rompas la paz!
WALTRAUTE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Siegrune, aquí!
¿Dónde te demoraste tanto?
VOZ DE SIEGRUNE
¡He tenido que hacer!
¿Están ya las otras?
SCHWERTLEITE, WALTRAUTE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Heyaha!
GERHILDE
¡Heyaha!
GRIMGERDE, ROSSWEISSE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Heyaha!
WALTRAUTE, SCHWERTLEITE
¡Grimgerde y Rossweisse!
SCHWERTLEITE
¡Cabalgan aparejadas!
HELMWIGE, ORTLINDE,
SIEGRUNE
¡Salve, aguerridas!
¡Rossweisse y Grimgerde!
VOCES DE GRIMGERDE,
ROSSWEISSE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho! ¡Heyaha!
LAS OTRAS SEIS
WALKYRIAS
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Heyaha, heyaha!
GERHILDE
¡Al bosque los caballos,
que descansen y pasten!
ORTLINDE
¡Apartad los corceles
unos de otros,
hasta que se aplaque el odio
de nuestros héroes!
HELMWIGE
¡La furia de los héroes
ha sufrido la ruana!
ROSSWEISSE, GRIMGERDE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
LAS OTRAS SEIS
WALKYRIAS
¡Bienvenidas! ¡Bienvenidas!
SCHWERTLEITE
¿Estuvisteis juntas, osadas?
GRIMGERDE
Cabalgamos separadas,
y nos hemos encontrado.
ROSSWEISSE
Si ya estamos todas reunidas,
no nos demoraremos más,
partamos hacia el Walhalla,
para llevarle a Wotan los héroes.
HELMWIGE
Sólo somos ocho,
aún falta una.
GERHILDE
Falta Brunilda
con el trigueño welsungo.
WALTRAUTE
Tendremos que esperarla;
¡el Padre de los Combates
nos saludaría airado
si nos viera acercarnos sin ella!
SIEGRUNE
(en la atalaya rocosa, desde donde
escruta la lejanía)
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Para acá! ¡Para acá!
En frenética cabalgada
corre Brunilda hacia aquí.
LAS OCHO WALKYRIAS
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
¡Brunilda! ¡Hey!
WALTRAUTE
Hacia el abetal conduce
al tambaleante corcel.
GRIMGERDE
¡Cómo resopla Grane
por tan rápido galope!
ROSSWEISSE
¡Jamás vi a walkyrias cabalgar
tan veloces!
ORTLINDE
¿Qué cuelga de su silla?
HELMWIGE
¡Eso no es un héroe!
SIEGRUNE
¡Trae una mujer!
GERHILDE
¿Cómo la encontró?
SCHWERTLEITE
¡Con ningún grito
saluda a sus hermanas!
WALTRAUTE
¡Heyaha, Brunilda!
¿No nos oyes?
ORTLINDE
¡Ayudad a la hermana
a bajar del corcel!
HELMWIGE, GERHILDE,
SIEGRUNE, ROSSWEISSE
¡Hojotoho! ¡Hojotoho!
ORTLINDE, WALTRAUTE,
GRIMGERDE, SCHWERTLEITE
¡Heyaha!
WALTRAUTE
¡Al suelo se precipita Grane,
el fuerte!
GRIMGERDE
De la silla baja ella veloz
a la mujer.
ORTLINDE, WALTRAUTE,
GRIMGERDE, SCHWERTLEITE
¡Hermana! ¡Hermana!
¿Qué ha sucedido?
(entra Brunilda sosteniendo y
guiando a Sieglinde)
BRUNILDA
¡Protegedme y ayudadme
en la extrema necesidad!
LAS OCHO WALKYRIAS
¿Desde dónde cabalgas hacia aquí,
con tanta prisa?
¡Así vuela sólo quien huye!
BRUNILDA
Por primera vez huyo
y soy perseguida:
el Padre de los Ejércitos me da caza.
LAS OCHO WALKYRIAS
¿Estás en tu juicio? ¡Habla! ¡Dinos!
¿Te persigue
el Padre de los Ejércitos?
¿Huyes de él?
BRUNILDA
(se vuelve angustiada, para
escrutar el horizonte, y regresa)
¡Oh, hermanas,
vigilad desde el pico de la montaña!
Mirad al norte si se acerca
el Padre de los Combates.
¡Deprisa! ¿Le veis ya?
(Ortlinde y Waltraute corren a la
atalaya en el picacho)
ORTLINDE
Una tormenta se acerca
desde el norte.
WALTRAUTE
¡Densos nubarrones
se acumulan allí!
LAS OTRAS SEIS
WALKYRIAS
¡El Padre de los Ejércitos
monta su sagrado corcel!
BRUNILDA
¡El salvaje cazador que
furiosamente me da caza,
se acerca, se aproxima por el norte!
¡Protegedme, hermanas!
¡Salvad a esta mujer!
SEIS WALKYRIAS
¿Qué le ocurre a esa mujer?
BRUNILDA
Oídme aprisa:
es Sieglinde,
hermana y novia de Siegmund;
contra los welsungos
brama de rabia Wotan;
al hermano debía arrebatarle hoy
Brunilda la victoria;
pero protegí a Siegmund
con mi escudo,
desafiando al dios;
él mismo lo atravesó
con su lanza;
Siegmund cayó;
pero yo huí lejos
con la mujer.
Para salvarla,
corrí a reunirme con vosotras,
¡y también, atemorizada,
para que me protejáis
del castigo!
SEIS WALKYRIAS
Enloquecida hermana,
¿qué hiciste?
¡Ay de ti! ¡Brunilda! ¡Ay de ti!
¿Rompió desobediente Brunilda
la sagrada orden
del Padre de los Ejércitos?
WALTRAUTE
(desde la atalaya)
La oscuridad
desciende desde el norte.
ORTLINDE
(igual)
Furiosamente avanza
hacia aquí la tormenta.
ROSSWEISSE, GRIMGERDE,
SCHWERTLEITE
¡Salvaje relincha el corcel
del Padre de los Combates!
HELMWIGE, GERHILDE,
SIEGRUNE
¡Terrible resopla acercándose!
BRUNILDA
¡Ay de la mísera
si Wotan la encuentra!
¡Amenaza con aniquilar
a todos los welsungos!
¿Quién de vosotras me dejará
el más ligero corcel,
que veloz aleje a la mujer?
SIEGRUNE
¿También nos aconsejas
el loco desafío?
BRUNILDA
¡Rossweisse, hermana,
préstame tu caballo!
ROSSWEISSE
Jamás huyó
ante el Padre de los Combates.
BRUNILDA
¡Helmwige, escúchame!
HELMWIGE
Obedezco al padre.
BRUNILDA
¡Grimgerde! ¡Gerhilde!
¡Cededme vuestro corcel!
¡Schwertleite! ¡Siegrune!
¡Ved mi angustia!
¡Oh, sedme fieles,
como yo lo fui con vosotras!
¡Salvad a esta pobre mujer!
SIEGLINDE
(que hasta ahora ha permanecido
sombría y fría, con la mirada fija
delante de sí, se sobresalta con un
gesto de rechazo cuando Brunilda
la abraza como para protegerla)
No sufras por mí:
sólo me conviene la muerte.
¿Quién te ordenó, virgen,
sustraerme al combate?
Allí, en la liza,
hubiera recibido el golpe
de la misma arma
que abatió a Siegmund:
¡el fin hubiera encontrado
junto a él!
¡Lejos de Siegmund, de Siegmund,
estoy ahora!
¡Estaríamos unidos por la muerte!
Si no debo maldecirte,
virgen, por haberme salvado,
oye, entonces,
mi súplica:
¡clávame tu espada en el corazón!
BRUNILDA
¡Vive, oh mujer,
por el bien de tu amor!
Salva la prenda
que recibiste de él:
¡un welsungo crece en tu seno!
SIEGLINDE
(de inmediato su rostro resplandece
de alegría)
¡Sálvame, osada!
¡Salva a mi hijo!
¡Concededme, vírgenes,
vuestra poderosa protección!
WALTRAUTE
(desde la atalaya)
¡Ya llega la tormenta!
ORTLINDE
(igual)
¡Huya quien la tema!
LAS OTRAS SEIS
WALKYRIAS
¡Llévate a la mujer,
si la amenaza un peligro!
¡Ninguna de las walkyrias
osará protegerla!
SIEGLINDE
¡Sálvame, virgen!
¡Salva a la madre!
BRUNILDA
¡Así pues, huye deprisa,
y huye sola!
Yo me quedo,
me ofreceré a la venganza de Wotan:
retendré aquí junto a mí
al airado,
mientras tú escapas a su rabia.
SIEGLINDE
¿A dónde debo dirigirme?
BRUNILDA
¿Cuál de vosotras, hermanas,
conoce el este?
SIEGRUNE, ROSSWEISSE
Hacia el este, a lo lejos,
se extiende un bosque:
el tesoro de los nibelungos
se llevó hasta allí Fafner.
SCHWERTLEITE, HELMWIGE
Figura de reptil
adoptó el salvaje;
¡en una cueva guarda
el anillo de Alberich!
GRIMGERDE
No es aquél lugar seguro
para una mujer indefensa.
BRUNILDA
Pero seguramente el bosque
la protegerá de la furia de Wotan;
el poderoso le teme,
y evita el lugar.
WALTRAUTE
(desde la atalaya)
¡Airado se acerca Wotan
hacia la roca!
LAS SEIS WALKYRIAS
¡Brunilda, escucha el fragor
de su llegada!
BRUNILDA
¡Vete lejos,
rumbo al este!
Con valiente obstinación
soporta todas las fatigas,
hambre y sed, zarzas y piedras;
¡ríe si la necesidad,
si el sufrimiento te maltrata!
Debes saber una cosa
y defenderla siempre:
¡al más sublime
héroe del mundo
cobijas tú, oh mujer,
en el seno protector!
(Extrae los pedazos de la espada
de Siegmund de debajo de su
coraza y se los alarga a
Sieglinde)
Guárdale bien
los fuertes pedazos de la espada.
Del campo de batalla, de su padre
los sustraje felizmente.
El que, de nuevo forjada,
blandirá un día la espada,
reciba de mí su nombre:
¡"Sigfrido", la alegre victoria!
SIEGLINDE
¡Virgen magnífica!
¡A ti, fiel,
debo sagrado consuelo!
Por él,
por el que nosotras amábamos,
salvaré yo lo más amado:
¡sonríate algún día
la recompensa de mi gratitud!
¡Adiós!
¡Te bendice el dolor de Sieglinde!
(corre fuera, por el proscenio a la
derecha. La montaña rocosa está
rodeada por negros nubarrones
tormentosos; terrible tempestad
ruge desde el foro; creciente
resplandor ígneo a la derecha,
también desde el foro)
VOZ DE WOTAN
¡Deténte, Brunilda!
ORTLINDE, WALTRAUTE
(bajando de la atalaya)
¡La roca alcanzaron
corcel y jinete!
LAS OCHO WALKYRIAS
¡Ay de ti, Brunilda!
¡Te ha alcanzado la venganza!
BRUNILDA
¡Ay, hermanas, ayudadme,
me tiembla el corazón!
Su cólera me destrozará,
si vuestra protección no le aplaca.
LAS WALKYRIAS
¡Por aquí, perdida!
¡No te dejes ver,
arrímate a nosotras
y no contestes a la llamada!
¡Ay dolor!
¡Furioso descabalga Wotan
el corcel!
¡Hacia aquí apresura
sus vengativos pasos!
Escena Segunda
(Wotan entra viniendo del abetal
con extrema excitación colérica)
WOTAN
¿Dónde está Brunilda?
¿Dónde, la criminal?
¿Osáis ocultarme
a la malvada?
LAS OCHO WALKYRIAS
¡Terrible ruge tu furia!
¿Qué hicieron,
padre, tus hijas,
para que estés tan furioso?
WOTAN
¿Queréis burlaros de mí?
¡Guardaos, insolentes!
Lo sé:
me ocultáis a Brunilda.
Apartaos de ella;
sea arrojada para siempre,
como ella arrojó de sí
su estima.
ROSSWEISSE
Ha buscado refugio a nuestro lado,
la perseguida.
LAS OCHO WALKYRIAS
¡Imploró nuestra protección!
Tu cólera la llena
de terror y de espanto:
por la angustiada hermana
te rogamos ahora
que domines tu cólera.
¡Déjate ablandar por ella,
modera tu enojo!
WOTAN
¡Blandengue ralea de mujeres!
¿Tan débil ánimo recibisteis de mí?
¿Os crié arrojadas,
educandoos para la lucha,
hice vuestros corazones
duros y fieros,
para que ahora, salvajes,
lloréis y gimoteéis
cuando mi cólera castiga
a una infiel?
Sabed, pues, lloronas,
lo que cometió
ésa por la que, cobardes,
se inflaman vuestros corazones:
nadie conocía
como ella mi íntimo pesar;
¡nadie conocía como ella
la fuente de mi voluntad!
Ella misma era
la encarnación
de mis propios deseos,
¡y ahora ha roto
tan dichosa unión,
pues infielmente
se ha opuesto a mi voluntad,
de mi orden soberana
se ha burlado abiertamente.
¡contra mí ha vuelto sus armas
que mi deseo forjó sólo para ella!
¿Oyes, Brunilda?
¿Tú, a quien presté
coraza, yelmo y favor,
nombre y vida?
¿Oyes elevarse mi acusación
y te ocultas, medrosa, del acusador,
para escapar al castigo
cobardemente?
BRUNILDA
¡Aquí estoy, padre!
¡Impón el castigo!
WOTAN
No soy yo quien te castiga,
tú te impondrás el castigo.
Existías sólo por mi voluntad,
pero contra mí
has querido rebelarte;
ejecutabas únicamente mis órdenes,
pero te has opuesto a lo ordenado;
virgen del deseo eras para mí,
pero te has opuesto a mis deseos,
portadora del escudo eras para mí,
pero el escudo contra mí
has levantado;
electora del destino
eras para mí,
pero el destino has elegido
contra mi voluntad:
te encargué infundir valor
a los héroes
pero tú has lanzado
a los héroes contra mí.
Wotan te ha dicho
lo que antes fuiste.
Lo que ahora eres,
dítelo tú misma.
Nunca más serás
virgen de mi deseo;
dejarás de ser walkyria:
¡sé de ahora en adelante
lo que ya sólo puedes ser!
BRUNILDA
¿Me repudias?
¿Te he entendido bien?
WOTAN
Nunca más te enviaré
desde el Walhalla;
nunca más buscarás héroes
entre los combatientes;
nunca más guiarás vencedores
a mi sala.
En el íntimo banquete
de los dioses,
nunca más me ofrecerás
graciosamente la bebida.
Nunca más besaré
tu boca virginal;
de la divina tropa
estás separada,
apartada de la estirpe
de los eternos;
¡rota está nuestra unión,
de mi vista estás desterrada!
LAS WALKYRIAS
¡Dolor! ¡Desdicha!
¡Hermana, ay, hermana!
BRUNILDA
¿Me quitas todo
lo que un día me diste?
WOTAN
¡Quien te dio poderes te los arrebata!
Aquí, en la montaña te encantaré,
en sueño indefenso te sumiré;
¡que tome después a la virgen
el hombre
que en el camino la encuentre
y la despierte!
LAS OCHO WALKYRIAS
¡Deténte, oh padre!
¡Detén la maldición!
¿Debe marchitarse la virgen
antes que el hombre?
¡Oye nuestra súplica!
¡Terrible dios!
¡Ay, aparta de ella
el mortificante ultraje!
¡Como a la hermana,
nos alcanzará su afrenta!
WOTAN
¿No oísteis lo que dispuse?
De vuestra tropa está separada
la hermana desleal;
con vosotras no cabalgará
nunca más por los aires;
la flor virginal
se marchitará en la doncella;
un esposo ganará
sus favores femeninos;
¡en adelante
obedecerá al hombre
que sea su dueño,
junto al hogar
se sentará e hilará,
y será objeto
de todas las burlas!
(Brunilda cae al suelo con un grito;
espantadas, las walkyrias se
apartan de ella con gran alboroto
y precipitación)
¿Os asusta su destino?
¡Entonces, escapad de la perdida!
¡Apartaos de ella
y manteneos lejos!
Quien de vosotras osara
quedarse con ella,
quien, desafiándome,
defienda a la desdichada,
esa loca compartirá su suerte:
¡esto advierto a la temeraria!
¡Ahora, fuera de aquí, evitad la roca!
¡Lejos de aquí huid presto;
si no, aquí os aguarda
la desdicha!
LAS WALKYRIAS
¡Oh, dolor! ¡Oh, dolor!
(se dispersan con salvajes gritos
y se precipitan en rápida huida
hacia el abetal)
Escena Tercera
BRUNILDA
¿Fue tan infame
lo que cometí,
que castigas
tan vergonzosamente
mi crimen?
¿Fue tan bajo lo que te hice,
que me humillas
tan profundamente?
¿Fue tan deshonroso
lo que perpetré,
que mi falta
te roba ahora la honra?
¡Oh, di, padre!
Mírame a los ojos:
calma la cólera,
reprime el furor,
y explícame claramente
qué oscura culpa,
con rígida obstinación, te obliga
a repudiar a tu más querida hija.
WOTAN
¡Medita en lo que has hecho;
y ello te explicará tu culpa!
BRUNILDA
Ejecuté
tu orden.
WOTAN
¿Te ordené yo pelear
por el welsungo?
BRUNILDA
Eso me ordenaste
como Señor de las Batallas.
WOTAN
¡Pero después
retiré mi orden!
BRUNILDA
Cuando Fricka
te enajenó el pensamiento,
pues al someterte tú al suyo,
fuiste tu propio enemigo.
WOTAN
Que me habías comprendido,
imaginaba yo,
castigo el desafío consciente:
¡pero tú me juzgaste
cobarde y necio!
¿No debería vengar la traición?
¿Eras demasiado insignificante
para provocar mi cólera?
BRUNILDA
No soy sabia,
pero yo sabía una cosa:
que tú amabas al welsungo.
Yo sabía el dilema
que te obligaba
a olvidar eso completamente.
Tuviste que ver únicamente lo otro,
lo que laceraba tan acerbamente
tu corazón:
tenerle que negar a Siegmund
tu protección.
WOTAN
¿Lo sabías y, no obstante,
osaste protegerle?
BRUNILDA
¡Porque yo sólo tenía
delante de los ojos
tu voluntad inicial,
aquella a la que,
forzado por otros,
debiste renunciar!
La que sigue en el combate
siendo escudo de Wotan,
vio lo que tú no viste:
únicamente veía a Siegmund.
Anunciándole la muerte,
comparecí ante él,
descubrí sus ojos,
oí sus palabras;
percibí la sagrada necesidad
del héroe;
escuché la queja del más bravo:
¡la terrible pena del más libre
de los enamorados,
el desafío del más audaz
de los desdichados!
Resonó en mis oídos,
mis ojos
vieron lo que hondo,
en el pecho,
me hizo temblar el corazón
con sagrado temor.
Tímida y asombrada,
estaba allí,
avergonzada.
En servirle pude
sólo ya pensar:
en compartir con Siegmund
la victoria o la muerte;
¡sólo esto podía yo elegir
como destino!
Por aquel que inspiró ese amor,
íntimamente fiel a la voluntad
que me unió al welsungo,
me opuse a tu orden.
WOTAN
Así, hiciste lo que yo deseaba
hacer de buen grado,
¡eso que la necesidad me obligó
a no hacer!
¿Tan fáciles creías
las delicias del amor?
El dolor me rompía el corazón,
me causaba rabia detener,
para bien de un mundo,
la fuente del amor
en mi corazón torturado.
Mientras me volvía
contra mí mismo,
rabioso por mi impotencia;
mientras encendido
y furioso deseo
despertaba en mí
la terrible voluntad
de enterrar
mi eterna tristeza
entre las ruinas
de mi propio mundo,
tú te confortabas dulcemente
y hallaste celestial consuelo,
te embriagaron los encantos
del amor,
mientras a mí,
mi propio amor divino
me procuraba
tan sólo amarguras.
Déjate guiar, pues,
por tu despreocupado entendimiento;
te has separado de mí.
Tengo que evitarte:
ya no puedo confiar en ti;
separados, no podremos
nunca más obrar
de común acuerdo;
¡mientras te duren
el aliento y la vida,
ya no podrás encontrar al dios!
BRUNILDA
Tal vez no te fue útil
la alocada muchacha
que, asombrada,
no comprendió tu consejo;
mi inteligencia
sólo me aconsejó una cosa:
amar lo que tú amabas...
Si tengo, pues, que separarme de ti
y evitarte, temerosa,
si tienes que dividir
lo antes indivisible,
mantener lejos de ti
a tu propia mitad,
que además te pertenecía por entero,
¡oh, dios, no me olvides!
¡No deshonres a una parte
de tu eternidad,
no quieras que la vergüenza
la ultraje!
¡Tú mismo te hundirías
viéndote objeto de escarnio!
WOTAN
Te sometiste dichosa
al poder del amor:
¡sigue ahora a aquel
al que habrás de amar!
BRUNILDA
Si debo abandonar el Walhalla,
nunca más obrar
y dominar contigo,
obedecer en adelante
al hombre altivo,
no me des en premio
a un jactancioso cobarde.
¡Que no sea indigno
quien me gane!
WOTAN
Te has apartado
del Padre de los Combates:
no puede elegir él por ti.
BRUNILDA
Tú engendraste una noble estirpe,
de ella jamás podrá nacer un cobarde:
el más sagrado héroe,
yo lo sé, florecerá
en el tronco de los welsungos.
WOTAN
¡No hables del tronco
de los welsungos!
Al separarme de ti, me separé de él;
la envidia exigía su aniquilación.
BRUNILDA
Al separarme de ti,
lo he salvado.
Sieglinde cuida
el más sagrado fruto;
entre dolores y penas
como jamás sufrió mujer alguna,
dará a luz
a lo que cobija temerosa.
WOTAN
¡Jamás busques en mí
protección para la mujer
ni para el fruto de su cuerpo!
BRUNILDA
Ella conserva la espada
que hiciste para Siegmund.
WOTAN
¡Y que rompí en pedazos!
No pretendas,
oh virgen,
turbar mi ánimo;
aguarda tu destino;
¡no puedo elegirlo para ti!
Pero ahora
tengo que partir,
marchar lejos;
ya me he detenido demasiado;
me aparto de la descarriada,
no puedo saber
lo que ya desea;
¡sólo quiero ver cumplido
su castigo!
BRUNILDA
¿Qué has ordenado
que yo sufra?
WOTAN
Te sumiré en un profundo sueño;
¡quien despierte a la indefensa,
la hará, al volverla a la vida,
su mujer!
BRUNILDA
Si debo entregarme al sueño,
para ser fácil botín
del más cobarde de los hombres,
al menos
concédeme una cosa,
y te lo pido solemnemente.
¡Protege a la durmiente
con disuasorios temores,
para que sólo un héroe,
libre y sin miedo,
me encuentre un día aquí,
en la roca!
WOTAN
¡Pides demasiado,
demasiada gracia!
BRUNILDA
¡Al menos
tienes que concederme esto!
Aplasta a tu hija,
que abraza tus rodillas;
pisotea a la fiel,
destruye a la virgen,
que tu lanza deshaga su cuerpo,
¡pero no la entregues, cruel,
al más ultrajante oprobio!
¡Manda que arda un fuego!
Que rodee la roca
ardiente llamarada.
Que lama su lengua
y muerdan sus dientes
al cobarde que,
insolente,
se atreva a acercarse
al amedrentador peñasco.
WOTAN
¡Adiós, osada, magnífica niña!
¡Tú, de mi corazón
el más sagrado orgullo!
¡Adiós! ¡Adiós! ¡Adiós!
Si he de evitarte
y no puedo volverte a ver,
recibe, amoroso, mi saludo;
si nunca más debes cabalgar
a mi lado,
ni presentarme la hidromiel
en el banquete,
si he de perderte, a ti,
a la que amo,
riente gozo de mis ojos:
¡que arda un ahora para ti
un fuego nupcial
como jamás ardió
para novia alguna!
Ardiente llama rodee la roca;
con devorador horror
ahuyente al pusilánime:
¡que el cobarde huya de la roca
de Brunilda!
¡Que sólo uno pretenda a esta novia,
uno más libre que yo, el dios!
(Brunilda cae, conmovida y
entusiasmada, sobre el pecho de
Wotan; él la abraza largo rato)
En estos luminosos ojos
que a menudo yo acaricié sonriente,
recompensado con un beso
tu conducta en el combate,
cuando balbuciente
fluía de tus divinos labios
la loa de los héroes;
estos dos radiantes ojos
que a menudo me iluminaron
durante el ataque,
cuando la esperanza me abrasaba
el corazón,
cuando a las delicias del mundo
aspiraba mi deseo
desde el temor trémulo:
¡por última vez
me solazo hoy en ellos
les doy el último beso del adiós!
Mientras para el hombre afortunado
brilla su propia estrella;
para el desdichado eterno,
la suya debe apagarse.
(toma su cabeza entre las manos)
¡Así se aparta de tu lado el dios,
así te quita con un beso
la divinidad!
(la besa largamente en ambos ojos.
Él la guía con delicadeza, y la
deposita, tendida, en una pequeña
elevación musgosa, sobre la que
extiende su amplia enramada un
abeto.
La contempla y le cierra el
yelmo; sus ojos se detienen después
en la figura de la durmiente, que
ahora ha cubierto totalmente con el
gran escudo metálico de la
walkyria.
Después avanza con solemne
decisión al centro del escenario
y dirige la punta de su lanza
contra una poderosa peña)
!Loge, oye!
¡Dirige tus oídos hacia aquí!
Igual que te encontré
por primera vez, siendo ígneo fuego;
como un día te me escapaste
convertido en errabunda llama,
¡igual que entonces te até,
te ato ahora!
¡Arriba, oscilante llama,
rodea de fuego la roca!
(a continuación golpea tres veces en
la roca con la lanza)
¡Loge! ¡Loge! ¡Ven aquí!
(de la peña brota un rayo ígneo que
poco a poco crece formando una
llamarada más clara. Estalla un
brillante fuego flameante. Luminoso
arder rodea con salvajes llamaradas
a Wotan. Este indica con la lanza
imperiosamente al mar de fuego que
rodee el círculo del borde rocoso
formando una corriente; al punto
ésta se arrastra hacia el foro,
donde ahora arde continuamente
alrededor del borde de la montaña)
¡Jamás atraviese el fuego
quien tema
la punta de mi lanza!
(extiende la lanza como para el
conjuro. Después mira apenado a
Brunilda, se vuelve lentamente para
partir, y aún mira una vez más
hacia atrás hasta que desaparece a
través del fuego)
Alemán.
(Interior de la cabaña de Hunding, en el centro de la cual se eleva un
enorme fresno que se pierde en lo alto a través de un hueco del techo
de madera. El escenario permanece vacío unos instantes,; fuera,
tormenta, . Siegmund abre desde el exterior y entra y examina la
vivienda. Permanece expectante, está extenuado por un gran esfuerzo;
sus ropas y aspecto evidencian que anda huido. Al no descubrir a
nadie, cierra la puerta tras de sí y medio tambaleándose va hacia el
fondo dejándose caer agotado sobre un cobertor de piel de oso)
AKT I
Erste Szene
SIEGMUND
Wes Herd dies auch sei,
hier muß ich rasten.
(Sieglinde tritt aus der Türe des
inneren Gemaches. Sie glaubte
ihren Mann heimgekehrt; als sie
einen Fremdem am Herde ausgestreckt
streckt sieht)
SIEGLINDE
Ein fremder Mann?
Ihn muß ich fragen.
Wer kam ins Haus
und liegt dort am Herd?
Müde liegt er, von Weges Müh'n.
Schwanden die Sinne ihm?
Wäre er siech?
Noch schwillt ihm den Atem;
das Auge nur schloß er. -
Mutig dünkt mich der Mann,
sank er müd' auch hin.
SIEGMUND
Ein Quell! Ein Quell!
SIEGLINDE
Erquickung schaff' ich.
(Sie nimmt schnell ein Trinkhorn,
geht damit aus dem Hause, kommt
zurück und reicht das gefüllte
Trinkhorn Siegmund)
Labung biet' ich dem
lechzenden Gaumen:
Wasser, wie du gewollt.
SIEGMUND
Kühlende Labung
gab mir der Quell,
des Müden Last
machte er leicht:
erfrischt ist der Mut,
das Aug' erfreut
des Sehens selige Lust.
Wer ist's, der so mir es labt?
SIEGLINDE
Dies Haus und dies Weib
sind Hundings Eigen;
gastlich
gönn' er dir Rast:
harre, bis heim er kehrt!
SIEGMUND
Waffenlos bin ich:
dem wunden Gast wird
dein Gatte nicht wehren.
SIEGLINDE
Die Wunden weise mir schnell!
SIEGMUND
Gering sind sie,
der Rede nicht wert;
noch fügen des Leibes
Glieder sich fest.
Hätten halb so stark wie mein Arm
Schild und Speer mir gehalten,
nimmer floh ich dem Feind,
doch zerschellten mir
Speer und Schild.
Der Feinde Meute
hetzte mich müd',
Gewitterbrunst
brach meinen Leib;
doch schneller, als ich der Meute,
schwand die Müdigkeit mir:
sank auf die Lider mir Nacht;
die Sonne lacht mir nun neu.
(Sieglinde geht nach dem Speicher,
füllt ein Horn mit Met und reicht
es Siegmund mit freundlicher
Bewegtheit)
SIEGLINDE
Des seimigen Metes süßen Trank
mög'st du mir nicht verschmähn.
SIEGMUND
Schmecktest du mir ihn zu?
(Sieglinde nippt am Horne und
reicht es ihm wieder. Siegmund tut
einen langen Zug, indem er den
Blick mit wachsender Wärme auf sie
heftet. Er seufzt tief auf, und
senkt den Blick düster zu Boden)
Einen Unseligen labtest du:
Unheil wende der Wunsch von dir!
Gerastet hab' ich und süß geruht.
Weiter wend' ich den Schritt.
SIEGLINDE
Wer verfolgt dich,
daß du schon fliehst?
SIEGMUND
Mißwende folgt mir,
wohin ich fliehe;
Mißwende naht mir,
wo ich mich neige. -
Dir, Frau, doch bleibe sie fern!
Fort wend' ich Fuß und Blick.
SIEGLINDE
So bleibe hier!
Nicht bringst du Unheil dahin,
wo Unheil im Hause wohnt!
SIEGMUND
Wehwalt
hieß ich mich selbst:
Hunding will ich erwarten.
(Er lehnt sich an den Herd; sein
Blick haftet mit ruhiger und
entschlossener Teilnahme an
Sieglinde. Beide blicken sich in
tiefem Schweigen mit dem Ausdruck
großer Ergriffenheit in die Augen)
Zweite Szene
(Sieglinde fährt plötzlich auf,
lauscht und hört Hunding, der sein
Roß außen zum Stall führt. Sie
geht hastig zur Tür und öffnet.
Hunding, gewaffnet mit Schild und
Speer, tritt ein und hält unter der
Tür, als er Siegmund gewahrt)
SIEGLINDE
(Zu Hunding)
Müd am Herd
fand ich den Mann:
Not führt' ihn ins Haus.
HUNDING
Du labtest ihn?
SIEGLINDE
Den Gaumen letzt' ich ihm,
gastlich sorgt' ich sein!
SIEGMUND
Dach und Trank dank' ich ihr:
willst du dein Weib drum schelten?
HUNDING
Heilig ist mein Herd:
heilig sei dir mein Haus!
(Zu Sieglinde)
Rüst' uns Männern das Mahl!
(Mißt scharf und verwundert
Siegmunds Züge, die er mit denen
seiner Frau vergleicht)
(Für sich)
Wie gleicht er dem Weibe!
Der gleißende Wurm glänzt
auch ihm aus dem Auge.
(zu Siegmund)
Weit her, traun,
kamst du des Wegs;
ein Roß nicht ritt,
der Rast hier fand:
welch schlimme Pfade
schufen dir Pein?
SIEGMUND
Durch Wald und Wiese,
Heide und Hain,
jagte mich Sturm
und starke Not:
nicht kenn' ich den Weg,
den ich kam.
Wohin ich irrte,
weiß ich noch minder:
Kunde gewänn' ich des gern.
HUNDING
Des Dach dich deckt,
des Haus dich hegt,
Hunding heißt der Wirt;
wendest von hier du nach
West den Schritt,
in Höfen reich hausen dort Sippen,
die Hundings Ehre behüten.
Gönnt mir Ehre mein Gast,
wird sein Name nun mir genannt.
(Sieglinde, die sich neben Hunding,
Siegmund gegenüber, gesetzt, heftet
ihr Auge mit auffallender Teilnahme
und Spannung auf diesen)
Trägst du Sorge, mir zu vertraun,
der Frau hier gib doch Kunde:
sieh, wie gierig sie dich frägt!
SIEGLINDE
Gast,
wer du bist, wüßt' ich gern.
SIEGMUND
"Friedmund"
darf ich nicht heißen;
"Frohwalt"
möcht' ich wohl sein:
doch "Wehwalt" mußt ich mich nennen.
"Wolfe", der war mein Vater;
zu zwei kam ich zur Welt,
eine Zwillingsschwester und ich.
Früh schwanden mir
Mutter und Maid.
Die mich gebar
und die mit mir sie barg,
kaum hab' ich je sie gekannt...
Wehrlich und stark war Wolfe;
der Feinde wuchsen ihm viel.
Zum Jagen zog
mit dem Jungen der Alte:
Von Hetze und Harst
einst kehrten wir heim...
da lag das Wolfsnest leer.
Zu Schutt gebrannt
der prangende Saal,
zum Stumpf der Eiche
blühender Stamm;
erschlagen der Mutter
mutiger Leib,
verschwunden in Gluten
der Schwester Spur:
uns schuf die herbe Not
der Neidinge harte Schar.
Geächtet floh
der Alte mit mir;
lange Jahre
lebte der Junge
mit Wolfe im wilden Wald:
manche Jagd
ward auf sie gemacht;
doch mutig wehrte
das Wolfspaar sich.
Ein Wölfing kündet dir das,
den als "Wölfing"
mancher wohl kennt.
HUNDING
Wunder und wilde Märe
kündest du, kühner Gast,
Wehwalt - der Wölfing!
Mich dünkt,
von dem wehrlichen Paar
vernahm ich dunkle Sage,
kannt' ich auch Wolfe
und Wölfing nicht.
SIEGLINDE
Doch weiter künde, Fremder:
wo weilt dein Vater jetzt?
SIEGMUND
Ein starkes Jagen auf uns
stellten die Neidinge an:
der Jäger viele
fielen den Wölfen,
in Flucht durch den Wald
trieb sie das Wild.
Wie Spreu zerstob uns der Feind.
Doch ward ich
vom Vater versprengt;
seine Spur verlor ich,
je länger ich forschte:
eines Wolfes Fell nur
traf ich im Forst;
leer lag das vor mir,
den Vater fand ich nicht.
Aus dem Wald trieb es mich fort;
mich drängt' es
zu Männern und Frauen...
Wieviel ich traf,
wo ich sie fand,
ob ich um Freund',
um Frauen warb,
immer doch war ich geächtet:
Unheil lag auf mir.
Was Rechtes je ich riet,
andern dünkte es arg,
was schlimm immer mir schien,
andre gaben ihm Gunst.
In Fehde fiel ich, wo ich mich fand,
Zorn traf mich,
wohin ich zog;
gehrt' ich nach Wonne,
weckt' ich nur Weh':
drum mußt' ich mich
Wehwalt nennen;
des Wehes waltet' ich nur.
HUNDING
Die so leidig Los dir beschied,
nicht liebte dich die Norn':
froh nicht grüßt dich der Mann,
dem fremd als Gast du nahst.
SIEGLINDE
Feige nur fürchten den,
der waffenlos einsam fährt!...
Künde noch, Gast,
wie du im Kampf
zuletzt die Waffe verlorst!
SIEGMUND
Ein trauriges Kind
rief mich zum Trutz:
vermählen wollte
der Magen Sippe
dem Mann ohne Minne die Maid.
Wider den Zwang
zog ich zum Schutz,
der Dränger Troß
traf ich im Kampf:
dem Sieger sank der Feind.
Erschlagen lagen die Brüder:
die Leichen umschlang da die Maid,
den Grimm verjagt' ihr der Gram.
Mit wilder Tränen Flut
betroff sie weinend die Wal:
um des Mordes der eignen Brüder
klagte die unsel'ge Braut.
Der Erschlagnen Sippen
stürmten daher;
übermächtig
ächzten nach Rache sie;
rings um die Stätte
ragten mir Feinde.
Doch von der Wal
wich nicht die Maid;
mit Schild und Speer
schirmt' ich sie lang',
bis Speer und Schild
im Harst mir zerhauen.
Wund und waffenlos stand ich...
sterben sah ich die Maid:
mich hetzte das wütende Heer...
auf den Leichen lag sie tot.
Nun weißt du, fragende Frau,
warum ich Friedmund nicht heiße!
HUNDING
Ich weiß ein wildes Geschlecht,
nicht heilig ist ihm,
was andern hehr:
verhaßt ist es allen und mir.
Zur Rache ward ich gerufen,
Sühne zu nehmen
für Sippenblut:
zu spät kam ich,
und kehrte nun heim,
des flücht'gen Frevlers Spur
im eignen Haus zu erspähn...
Mein Haus hütet,
Wölfing, dich heut';
für die Nacht nahm ich dich auf;
mit starker Waffe
doch wehre dich morgen;
zum Kampfe kies ich den Tag:
für Tote zahlst du mir Zoll.
(zu Sieglinde)
Fort aus dem Saal!
Säume hier nicht!
Den Nachttrunk rüste mir drin
und harre mein' zur Ruh'.
(Sieglinde sie wendet sich langsam
und zögernden Schrittes nach dem
Speicher. Mit ruhigem Entschlußöffnet
sie den Schrein füllt ein Trinkhorn
und schüttet aus einer Büchse Würze
hinein. Hunding fährt auf und treibt
sie mit einer heftigen Gebärde zum
Fortgehen an. Hunding nimmt seine
Waffen vom Stamme herab)
(zu Siegmund)
Mit Waffen wehrt sich der Mann...
Dich Wölfing treffe ich morgen;
mein Wort hörtest du...
hüte dich wohl!
(ab)
Dritte Szene
SIEGMUND
Ein Schwert verhieß mir der Vater,
ich fänd' es in höchster Not.
Waffenlos fiel ich
in Feindes Haus;
seiner Rache Pfand,
raste ich hier:..
ein Weib sah ich,
wonnig und hehr:
entzückend Bangen
zehrt mein Herz.
Zu der mich nun Sehnsucht zieht,
die mit süßem Zauber mich sehrt,
im Zwange hält sie der Mann,
der mich Wehrlosen höhnt!
Wälse! Wälse!
Wo ist dein Schwert?
Das starke Schwert,
das im Sturm ich schwänge,
bricht mir hervor aus der Brust,
was wütend das Herz noch hegt?
(Deutlich einen Schwertgriff
haften sieht die Stelle des
Eschenstammes)
Was gleißt dort hell
im Glimmerschein?
Welch ein Strahl bricht
aus der Esche Stamm?
Des Blinden Auge
leuchtet ein Blitz:
lustig lacht da der Blick.
Wie der Schein so hehr
das Herz mir sengt!
Ist es der Blick
der blühenden Frau,
den dort haftend
sie hinter sich ließ,
als aus dem Saal sie schied?
Nächtiges Dunkel
deckte mein Aug',
ihres Blickes Strahl
streifte mich da:
Wärme gewann ich und Tag.
Selig schien mir
der Sonne Licht;
den Scheitel umgliß mir
ihr wonniger Glanz...
bis hinter Bergen sie sank.
Noch einmal, da sie schied,
traf mich abends ihr Schein;
selbst der alten Esche Stamm
erglänzte in goldner Glut:
da bleicht die Blüte,
das Licht verlischt;
nächtiges Dunkel
deckt mir das Auge:
tief in des Busens Berge
glimmt nur noch lichtlose Glut.
(das Seitengemach öffnet sich leise:
Sieglinde tritt, in weißem Gewande)
SIEGLINDE
Schläfst du, Gast?
SIEGMUND
Wer schleicht daher?
SIEGLINDE
Ich bin's: höre mich an!
In tiefem Schlaf liegt Hunding;
ich würzt' ihm betäubenden Trank:
nütze die Nacht dir zum Heil!
SIEGMUND
Heil macht mich dein Nah'n!
SIEGLINDE
Eine Waffe laß mich dir weisen:
o wenn du sie gewännst!
Den hehrsten Helden
dürft' ich dich heißen:
dem Stärksten allein
ward sie bestimmt.
O merke wohl, was ich dir melde!
Der Männer Sippe
saß hier im Saal,
von Hunding zur Hochzeit geladen:
er freite ein Weib,
das ungefragt
Schächer ihm schenkten zur Frau.
Traurig saß ich,
während sie tranken;
ein Fremder trat da herein:
ein Greis in blauem Gewand;
tief hing ihm der Hut,
der deckt' ihm der Augen eines;
doch des andren Strahl,
Angst schuf es allen,
traf die Männer
sein mächtiges Dräu'n.
mir allein
weckte das Auge
süß sehnenden Harm,
Tränen und Trost zugleich.
Auf mich blickt' er
und blitzte auf Jene,
als ein Schwert
in Händen er schwang;
das stieß er nun
in der Esche Stamm,
bis zum Heft haftet' es drin:
dem sollte der Stahl geziemen,
der aus dem Stamm' es zög'.
Der Männer alle,
so kühn sie sich mühten,
die Wehr sich keiner gewann;
Gäste kamen
und Gäste gingen,
die stärksten zogen am Stahl...
keinen Zoll entwich er dem Stamm:
dort haftet schweigend das Schwert...
Da wußt' ich, wer der war,
der mich Gramvolle gegrüßt;
ich weiß auch,
wem allein
im Stamm das Schwert er bestimmt.
O fänd' ich ihn heut
und hier, den Freund;
käm' er aus Fremden
zur ärmsten Frau.
Was je ich gelitten
in grimmigem Leid,
was je mich geschmerzt
in Schande und Schmach...
süßeste Rache
sühnte dann alles!
Erjagt hätt' ich,
was je ich verlor,
was je ich beweint,
wär' mir gewonnen,
fänd' ich den heiligen Freund,
umfing' den Helden mein Arm!
SIEGMUND
(mit Glut Sieglinde umfassend)
Dich selige Frau
hält nun der Freund,
dem Waffe und Weib bestimmt!
Heiß in der Brust
brennt mir der Eid,
der mich dir Edlen vermählt.
Was je ich ersehnt,
ersah ich in dir;
in dir fand ich,
was je mir gefehlt!
Littest du Schmach,
und schmerzte mich Leid;
war ich geächtet,
und warst du entehrt:
freudige Rache
lacht nun den Frohen!
Auf lach' ich
in heiliger Lust...
halt' ich dich Hehre umfangen,
fühl' ich dein schlagendes Herz!
(die große Tür springt auf;
außen herrliche Frühlingsnacht;
der Vollmond leuchtet herein
und wirft sein helles Licht auf
das Paar)
SIEGLINDE
Ha, wer ging?
Wer kam herein?
SIEGMUND
Keiner ging...
doch einer kam:
siehe, der Lenz
lacht in den Saal!
Winterstürme wichen
dem Wonnemond,
in mildem Lichte
leuchtet der Lenz;
auf linden Lüften
leicht und lieblich,
Wunder webend
er sich wiegt;
durch Wald und Auen
weht sein Atem,
weit geöffnet
lacht sein Aug'...
aus sel'ger Vöglein Sange
süß er tönt,
holde Düfte
haucht er aus;
seinem warmen Blut entblühen
wonnige Blumen,
Keim und Sproß
entspringt seiner Kraft.
Mit zarter Waffen Zier
bezwingt er die Welt;
Winter und Sturm wichen
der starken Wehr...
wohl mußte den tapfern Streichen
die strenge Türe auch weichen,
die trotzig und starr
uns trennte von ihm!
Zu seiner Schwester
schwang er sich her;
die Liebe lockte den Lenz:
in unsrem Busen
barg sie sich tief;
nun lacht sie selig dem Licht.
Die bräutliche Schwester
befreite der Bruder;
zertrümmert liegt,
was je sie getrennt:
jauchzend grüßt sich
das junge Paar:
vereint sind Liebe und Lenz!
SIEGLINDE
Du bist der Lenz,
nach dem ich verlangte
in frostigen Winters Frist.
Dich grüßte mein Herz
mit heiligem Grau'n,
als dein Blick zuerst mir erblühte.
Fremdes nur sah ich von je,
freudlos war mir das Nahe.
Als hätt' ich nie es gekannt,
war, was immer mir kam.
Doch dich kannt' ich
deutlich und klar:
als mein Auge dich sah,
warst du mein Eigen;
was im Busen ich barg,
was ich bin,
hell wie der Tag
taucht' es mir auf,
o wie tönender Schall
schlug's an mein Ohr,
als in frostig öder Fremde
zuerst ich den Freund ersah.