*Act 3, Scene 1: I. Vorspiel, Hojotoho! Hojotoho! Heiaha! Heiaha.

MAYO...

"LA WALKYRIA", PRIMERA JORNADA DE "EL ANILLO DEL NIBELUNGO"

La Walkyria, primera jornada de El Anillo del Nibelungo


a Walkyria, drama musical en tres actos, es la primera jornada de la legendaria Tetralogía (tres dramas precedidos por un prólogo) que constituye El anillo del Nibelungo, la obra de Richard Wagner, que desde hace 136 años viene haciendo derramar caudalosos ríos de palabras a panegiristas y detractores del indiscutible creador del moderno drama musical. Es posible que el conjunto de las obras que componen dicha Tetralogía, ya entendidas como tal o bien individualmente consideradas, no puedan equipararse por su fuerza dramática ni por la hondura del sentimiento o el vuelo de la inspiración, a aquéllas de sus creaciones en que la posteridad identifica sus obras maestras: Tristán e Iseo y Los Maestros Cantores de Nürnberg para la mayoría; Parsifal, para unos pocos, entre los cuales no se han de contar por cierto a Friedrich Nietzsche, el "wagnerista" renegado, ni George Bernard Shaw, el "perfecto wagneriano". Pero no pueden negarse la grandeza de la concepción, ni la belleza de su poética, ni la suprema plasticidad de su música.

Ignoramos si alguien comparó hasta la fecha esta formidable Tetralogía a una inmensa sinfonía vocal de carácter cíclico, en la que El oro del Rhin hace las veces de fecundo Allegro inicial; La Walkyria es el maravilloso Andante (precedido por una Introducción Allegro apassionato); Sigfrido se manifiesta en toda la riqueza de un diáfano y atmosférico Scherzo "al aire libre", mientras El ocaso de los dioses (o mejor, con su primitivo título de La muerte de Sigfrido) anticipa, suerte de Adagio lamentoso, el esquema formal de la futura Sinfonía Patética. La nota exterior, el concepto de lo pintoresco, podrán hallarse en los movimientos impares de tan monumental sinfonía; la vibración honda, el estremecimiento dramático, la peripecia trágica, en los movimientos pares. En cuanto a la más lograda calidad poético musical, deberá buscársela en los movimientos interiores del inmenso fresco nibelúngico: Sigfrido y La Walkyria, que son otras tantas obras maestras parciales dentro del gran continente magistral. George Bernard Shaw señala con agudeza un punto en el cual Wagner, ganado en cierta medida por el convencionalismo operístico, se habría pasado con armas y bagajes a la gran ópera: inmediatamente antes de la gran escena final de Sigfrido -el primer dúo de ópera de la Tetralogía-, según él lo define. Que se acepten o no las prevenciones del genial humorista y penetrante crítico musical, en ese lugar de la partitura saltan a la vista -y al oído- un extraordinario cambio en los medios orquestales de expresión, y cierta propensión a la grandilocuencia, lo cual se explica si recordamos que al llegar a esa altura de su instrumentación, Wagner abandonó desalentado su trabajo en El anillo del Nibelungo para no reanudarlo hasta años después, cuando ya había concluido entre tanto Tristán e Iseo y Los Maestros Cantores de Nürnberg.

Fue realmente curioso el proceso de creación del ciclo de los Nibelungos. A poco de verse obligado a abandonar Dresde a raíz del movimiento revolucionario de 1848 -del que estuvo inopinadamente a punto de convertirse en apasionado líder- instigado por ciertos consejos de Liszt (su futuro suegro, ya que Wagner se casaría con su hija Cósima Liszt en 1870) y por el estímulo inmediato de su frecuentación de las Eddas (o relatos de la mitología germana) retomó el poema de La muerte de Sigfrido (Héroe central del Cantar de Los Nibelungos, poema germano del siglo XII), esbozado por él hacia algún tiempo. Revisada la versificación, se dispuso a componer la música. A poco andar advirtió sin embargo que, tal como aparecía desarrollado en su "escenario", el drama estaba incompleto y no resultaba teatral en modo alguno. Concibió entonces la idea de hacerlo preceder por un nuevo drama o jornada, que tituló provisoriamente El joven Sigfrido. Pero aún así, era preciso explicar el porqué de muchas cosas referentes a éste: el origen de su misión en cierto modo redentora, la propia función de Brunilda, la joven Walkyria dormida en su roca rodeada por llameante muralla, entre otras. Y escribió entonces el poema de La Walkyria, al cual siguió en orden rigurosamente inverso, el "prólogo final" que recibió el lógico título de El oro del Rhin, símbolo de la codicia de los hombres y germen, por lo tanto, de todo el drama, que había de culminar en la doble inmolación del héroe y la Walkyria. Del mismo modo, su representación musical o leitmotiv (prodigioso desarrollo del simple acorde de Mi bemol mayor) es la fuente nutricia de toda la música de la Tetralogía, a través de un milagroso proceso de transformación rítmica y temática. Bueno es aclarar que con la composición musical siguió el verdadero orden de la secuencia dramática.

De acuerdo con su conocido método de trabajo, Wagner había ido anotando sus principales temas simultáneamente con el progreso del poema. Si no existieran otras constancias de ello, bastaría con esta mención contenida en carta escrita a Liszt durante junio de 1852 (en plena gestación de su poema), en la cual le asegura a su futuro suegro: "En cuanto a la música, marchará fácil y rápidamente; escribirla no pasará de ser la ejecución material de algo ya realizado dentro de uno mismo..."

El oro del Rhin fue terminado en los primeros meses de 1853, en los que Wagner se aplicó jubilosamente a la composición de la primera jornada de su Tetralogía. Había razones que impulsaban al compositor a trabajar tesonera e incansablemente en su nueva obra. Hacia octubre se hallaba en pleno segundo acto. En diciembre escribíale a Liszt: "Brunilda duerme... Mientras tanto, yo velo..." Es claro que aún quedaba por delante la ciclópea tarea de orquestar el nuevo drama que, interrumpido momentáneamente por un viaje profesional a Inglaterra, se extendió al cabo hasta abril de 1856. Sólo entonces pudo dar por definitivamente concluida su labor y trazar al pie de la última hoja de su vasta partitura estas palabras: "Gesegnet sei Mathilde" ("Bendita seas, Matilde"), que serían enigmáticas si no supiéramos que al mismo tiempo que daba cima a La Walkyria -prodigiosa fecundidad la suya- comenzaba a marchar velozmente el "escenario" de su futuro Tristán e Iseo, fruto inmediato de la excitación suscitada por su gran amor -platónico, cierto es- por Matilde Wesendonck, en cuyos dominios (y los de su marido) residían en Zurich el compositor y su primera mujer, la justamente celosa Minna Planner.

Aunque a regañadientes, Wagner no tuvo más remedio que ceder a la demanda de su protector, el rey Luis II de Bariera, y autorizar una primera representación de La Walkyria al margen de la Tetralogía, que tuvo lugar el 26 de junio de 1870. Poco antes, en septiembre del año anterior, en la misma ópera de Munich se había representado también El oro del Rhin. Bajo las órdenes del maestro Franz Wüllner, se alistaron ese atardecer los siguientes cantantes: Sophie Slehle (Brunilda), Heinrich Vogel (Siegmund), Therese Thoma, o sea, Mme. Vogel (Sieglinde), Bauseweing (Hunding), August Kindermann (Wotan) y Frau Kauffmann (Fricka). Los decorados eran de Janck y Döll, y la aparatosa maquinaria había sido transportada desde Darmstadt. Entre los espectadores se contaban dos jóvenes músicos franceses, Camille Saint-Saëns y Henri Duparc, y la hija de Teófilo Gauthier, con su bíblico nombre de Judith -futura esposa de Catulle Mendès- y quien llegaría a ser con el tiempo destinataria de buen número de encendidas cartas del ardoroso compositor.

Fastidiado con la Intendencia del teatro muniqués desde los incidentes ocurridos a raíz del estreno del prólogo de El Anillo del Nibelungo, Wagner no se dignó concurrir en esta ocasión a la capital bávara. También el rey, que había saboreado empero desde su palco los laboriosos ensayos, se abstuvo por delicadeza de asistir a la representación. El éxito fue incontestable y el aplauso general, no obstante lo mucho que dio que hablar la inmoralidad que implicaba esa suerte de glorificación escénica del incesto entre los gemelos (que como sigue siendo bastante corriente fue entendido desde un punto de vista realista, y no desde el ángulo simbólico que corresponde, ya que Sieglinde y Siegmund son "dos aspectos de un solo ser"; representan los que denomina Wagner "opuestos innatos" de la Naturaleza y que en la filosofía oriental -hacia la cual miraba aquél tan a menudo- son conocidos por la denominación de "parejas de opuestos"). Se palpó pues la presencia del éxito, pese a que previamente los muchos enemigos de Wagner se habían esforzado por mantener al público lo más alejado posible de aquella premiere. En tal sentido, nada quedó por aprovechar. No se salvó siquiera la maquinaria del tercer acto (la que debe usarse para crear la ilusión del cerco de llamas que rodea la roca de la Walkyria). Según los propaladores de rumores, el dispositivo había fallado cada vez durante los ensayos, costando no poco trabajo evitar en cada caso un incendio, razón por la cual se aconsejaba a los habits a la Opera no concurrir esa noche al estreno "si querían eludir la posibilidad de ser asados vivos", dando margen a un enérgico desmentido por parte de las autoridades de aquel teatro.

A 142 años de aquella jornada, La Walkyria mantiene bien enhiesto el pabellón wagneriano. Pasajes como la escena de amor entre los Walsungos (con la inefable peripecia de la llegada de la primavera) y el electrizante final del primer acto; el conmovedor diálogo entre Wotan y la Walkyria, seguido por el que ésta mantiene con el héroe durante el segundo acto; y todo el tercero, con la prodigiosa cabalgata, la conmovedora justificación de Brunilda, su ruego, y la invocación del fuego, figurarán siempre entre lo más bello y mejor logrado de cuanto el genio humano imaginó jamás para colocar al servicio de la ficción escénica.

 

                                              Basado en texto de Juan Manuel Puente


Línea de tiempo desde el génesis hasta la representación integral de "El anillo del Nibelungo".

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Manuscrito: Das Nibelungenlied, códice A (El cantar de los Nibelungos).
Fecha de creación: Alrededor de 1275 d. C. - 1300 d. C.
Idioma: Alto alemán medio (ca. 1050-1500).

El Nibelungenlied es el poema heroico más famoso del Alto alemán medio. Cuenta la historia del caza dragones Siegfried desde su infancia y su casamiento con Kriemhild hasta su asesinato llevado a cabo por el malvado Hagen y la posterior venganza de Kriemhild, culminando con la aniquilación de los Burgundianos o Nibelungos en la corte de los Hunos. Originalmente basado en una tradición oral más vieja, el poema fue escrito alrededor o poco tiempo después del año 1200, probablemente en la corte de Wolfger von Erla, Obispo de Passau desde 1191 hasta 1204. En la actualidad solamente se conoce en las versiones que han llegado a la actualidad en 37 manuscritos y fragmentos que datan desde el siglo XIII hasta el siglo XVI. En el siglo XIX, el Nibelungenlied tenía una enorme influencia como poema épico nacional alemán, tal como se refleja en numerosos trabajos de arte visual y en las obras dramáticas musicales de Richard Wagner. El Códice A, que se conserva en la Biblioteca Estatal de Baviera, fue considerada, junto con otros dos manuscritos primarios para establecer el texto (Códices B y C), en el registro de la UNESCO Memoria del Mundo en 2009.

Resumen argumental

Primer acto

En la rústica morada de Hunding

Un brevísimo preludio en cuyo transcurso oímos el vivo fragor de la tormenta -con alusiones al sonoro motivo de Donner, el dios del trueno- precede a la concentrada acción de este primer acto. Algunos importantes hechos han ocurrido empero desde el Prólogo El oro del Rhin y será preciso conocerlos para mejor comprender los acontecimientos que se avecinan.

Desde que los gigantes le entregaron concluído el Wahalla, o morada de los dioses, Wotan, ansioso por llegar a poseer definitivamente el oro del Rhin, convertido por el momento en el anillo del Nibelungo, que Fafner -el gigante sobreviviente- custodia en su caverna convertido en dragón, ha realizado numerosas excursiones por el exterior de aquel recinto. Procreó así las nueve Walkyrias (palabra cuyo sentido literal equivale en alemán a "escogedoras de muertos"), vírgenes guerreras cuya legendaria misión consistía en asistir a los combates, recoger en sus brazos los héroes más valientes que sucumben, y llevarlos en sus alados caballos rumbo a la morada de los dioses, donde pasaban a integrar una suerte de guardia personal de Wotan. Mas también ha preocupado al primero de los dioses poder crear una estirpe terrena que llegase a cumplir, al margen de su voluntad suprema, la tarea de recuperar el oro que a él, atado por los pactos, le está vedada. Asumiendo la forma terrena de Walse (mezcla de hombre y lobo), ha tenido de humana mujer dos hijos gemelos, Siegmund y Sieglinde. Sobre ellos se descargaría fatalmente todo el peso de la maldición formulada por el Nibelungo al renunciar al amor. La voluntad de Alberich se ejerce a través de los actos de los enemigos naturales de esa nueva estirpe Walsunga (por descender de Walse). Mientras Siegmund se halla afuera con su padre -que activa en el bosque el adiestramiento de su vástago en todas las artimañas que le servirán para salir victorioso en sus futuros combates- el hogar de los Walsungos es saqueado, muerta la madre y Sieglinde arrebatada como esclava y entregada más tarde al brutal guerrero Hunding para que éste la haga su mujer. La morada de Hunding está construída alrededor de un gran fresno, cuyas ramas se extienden al través de la techumbre. Ya estuvo allí Wotan en ocasión de las bodas de Sieglinde, convertido en un desconocido caminante tuerto (sacrificado por el dios a cambio de la vista interior que proporciona el saber supremo). Ese día clavó en el tronco del fresno, hasta la empuñadura, la espada que luego habría de necesitar su hijo en hora de gran necesidad.

Al levantarse el telón vemos llegar exhausto e inerme a Siegmund. Estuvo combatiendo a sus numerosos enemigos hasta el punto de agotamiento. Luego de errar por el bosque en medio de la tormenta, dio con esa morada en la que buscó refugio sin imaginarse por cierto que estaba introduciéndose en la vivienda de uno de sus más feroces perseguidores. Sieglinde le descubre exánime a la vera del lar y sin reconocerle, le socorre solícita, sintiendo por él una instantánea y misteriosa simpatía. Ambos desconocen por lo tanto su parentesco, habiéndose dado definitivamente por perdidos uno a otro. Ello no obstante, la mutua atracción es poderosa, y la música la expresa con inefable belleza a través de la conjunción de los temas que representan plásticamente a los dos gemelos, identificados en las guías temáticas wagnerianas como Compasión de Sieglinde (en el tiple) y Postración de Siegmund (en el grave).

Precedido por su leitmotiv, a la vez marcial y tenebroso, Hunding regresa del combate, en el que no pudo tomar parte por llegar con atraso, confundiéndose luego entre los burlados perseguidores de aquel heroico guerrero que les hiciera frente en defensa de una infortunada doncella. Lleno de admiración por el extraordinario parecido que revelan las facciones de su mujer y las del desconocido huésped, descubre en los ojos de ambos la "efigie luminosa del dragón" (símbolo que nos anticipa, según la leyenda, que de ambos gemelos nacerá un héroe libérrimo que ha de matar a Fafner el dragón).

Hunding comprende por el relato de Siegmund que ha venido a encontrar en su propia morada al odiado enemigo cuya infructuosa búsqueda abandonara momentos antes. Por esta noche -le anuncia- le protegerá el rito de la hospitalidad, pero que se prepare para enfrentarle en singular combate tan pronto como asomen las primeras luces del alba. Sieglinde debe seguir a su marido al aposento, pero antes tratará en vano de señalar con la mirada a Siegmund -a tiempo que suena en la orquesta por primera vez en La Walkyria el correspondiente tema representativo- la empuñadura de aquella espada hundida en el tronco del fresno por aquel tuerto caminante que asistió a sus bodas, y que ninguno de los presentes pudo arrancar entonces de allí.

Sintiéndose desolado y abandonado por su padre -que le prometiera una espada milagrosa para el día en que se encontrase en supremo peligro- Siegmund comienza a entregarse a la desesperación cuando retorna Sieglinde -totalmente vestida ahora de blanco, como para consumar una nueva boda- que ha dado a Hunding un soporífero brebaje. "Voy a mostrarte un arma..." -le dice-. "¡Ah! Si pudieras conquistarla yo te saludaría como el mayor de los héroes..." Y le refiere entonces la historia de aquella espada hundida en el fresno. Así llegan ambos al conocimiento de su parentesco, sin que ello sea óbice para que la naciente pasión siga su encendido curso. Luego, si Siegmund es su hermano al que creía muerto, a él es a quien esa espada le está destinada. Y con un gesto de triunfo, Siegmund la empuña vigorosamente. Heiligster Minne; höchste Not! ("Sagrada pasión; suprema angustia...") proclama la voz de Siegmund acompañada por el tema de la Renunciación al amor, cuya presencia nos revela que por encima de sus gestos exteriores, Siegmund y Sieglinde obran en realidad empujados fatalmente por el hechizo de la maldición del Nibelungo. "Nothung! Nothung! (¡Liberadora! ¡Liberadora!) ¡Así llamo yo a esta espada!" Y atrayéndola con fuerza hacia sí, al ser blandida victoriosamente la brillante hoja por el brazo de Siegmund, Sieglinde se arroja en sus brazos ebria de amor y de felicidad. Y en un arrebato de jubiloso frenesí, los hermanos-amantes huyen hacia el bosque inmediato en busca de la libertad y la dicha.


Segundo acto

Un desfiladero, circundado por abruptas rocas

Brunilda es la Walkyria predilecta de Wotan, quien obtuvo esa hija de sus amores con Erda, la muy sabia diosa Tierra. A ella es a quien ordena el dios proteger al Walsungo en el inminente combate con el brutal Hunding. Mas no ha contado con el singular apego que su esposa Fricka conserva por el orden de cosas establecido (así como Brunilda viene a ser algo así como la encarnación de la secreta voluntad de Wotan, Fricka representa en rigor la propia conciencia del dios). Ella exige una reparación por el incestuoso adulterio en que acaban de incurrir sus ilegítimos vástagos. Hunding ha salido ya con los suyos en persecución de aquéllos; debe permitírsele que les dé alcance y que mate a Siegmund, no obstante las mágicas virtudes de la espada que blande su diestra. Fricka profiere su mandato con la música del tema de la Maldición, seguido por el de la Angustia de los dioses, que describe los sentimientos que embargan a Wotan durante esa lamentable entrevista.

Brunilda deberá retirar pues su protección al Walsungo, a fin de que éste muera. Tal es lo que con profundo dolor le pide a poco su propio padre. Pero con la visión interior que heredó de su madre Erda, la doncella ve con claridad el íntimo deseo de Wotan: que nazca de los Welsas el héroe intrépido que uniéndose a ella misma pondrá fin al curso de la maldición. Y le responde: "Tus contradictorias órdenes no podrán volverme jamás contra el héroe a quien me enseñaste a amar". Mas a regañadientes tendrá que disponerse a cumplir las órdenes del dios.

Los gemelos se han detenido entre tanto al borde de la selva para procurarse un breve descanso. Sieglinde dormirá un momento, tiernamente custodiada por Siegmund. La aparición de la Walkyria no llega a infundirle temor, pese al anuncio que sólo los héroes destinados al Walhalla pueden contemplarla con ojos terrenos. Nada le importan al Walsungo las bienaventuranzas del Walhalla si no ha de compartirlas con Sieglinde. Puesto que debe morir, antes, Nothung les quitará a ambos la vida: así no tendrán que volver a separarse. El espectáculo de tan sublime amor conmueve honda e inexplicablemente a la Walkyria, quien en ese mismo instante decide desobedecer la orden de Wotan y sostener a Siegmund en su próximo combate (al hacerlo, Brunilda se rebela en rigor contra la orden de Fricka, en tanto que se pliega al íntimo deseo del dios, a quien los pactos y obligaciones grabadas en su lanza le impiden manifestarlo). Así pues, cuando momentos después se entabla el singular combate, es a Siegmund a quien protege el escudo de la semidiosa. El mismo Wotan aparece entonces para interponer su lanza -el símbolo viviente del orden de cosas que ni siquiera los dioses de la mitología pueden violar- que parte en dos la espada de Siegmund mientras el héroe sucumbe al certero golpe que, aprovechando la intervención del iracundo dios, descarga el rival de aquél. A Hunding no le durará mucho, empero, la satisfacción del vencedor, ya que se desplomará exánime ante la ira de Wotan al ordenarle que vaya a presentarse ante Fricka, como testimonio de que su voluntad ha quedado cumplida. Entretanto, Brunilda, que recogió previsoramente los trozos de Nothung, atraviesa sobre el arzón de su montura el cuerpo de la desvanecida Sieglinde y parte con ella en un vertiginoso intento de sustraerla a la iracundia del primero de los dioses.


Tercer acto

La roca de las Walkyrias

Se inicia el tercer acto con una desbridada escena. Las ocho Walkyrias llegan sucesivamente de retorno de la diaria tarea, cabalgando sus respectivos corceles alados. A poco arriba también Brunilda con su preciosa carga. Desoladas por la desobediencia de su hermana, las Walkyrias se resisten a protegerla, mas conmovidas por el triste sino de Sieglinde, le sugieren que vaya a refugiarse con el fruto de sus entrañas en las inmediaciones de la cueva del dragón, cuyo paraje elude sistemáticamente el dios y donde estará por lo tanto a salvo de su venganza.

Al llegar Wotan, las restantes Walkyrias tratan de ocultar a Brunilda, mas ésta se presenta humildemente para recibir el castigo que su padre quiera imponerle por su desobediencia. Por su falta será arrojada del Walhalla y privada de su condición divina. Al quedar a solas con su padre, Brunilda intenta su justificación. "¿Es que al desobedecerle no satisfacía acaso el íntimo y secreto deseo del dios?" Pero éste se muestra inflexible. La Walkyria dormirá un sueño mágico sobre la roca y pertenecerá al primer hombre que llegue hasta ella. Desolada, Brunilda implora la concesión de un último ruego: "Que la rodee por lo menos un cerco de llamas, a fin de que sólo un héroe que desconozca el miedo pueda franquearlas y llegar hasta ella".

Accede Wotan, y tras de sumirla en el anunciado sueño mágico convoca la presencia de Loge, el travieso dios del fuego. Las llamas de Loge se elevan en un instante a gran altura, circundando aterradoramente la roca. Antes de retirarse proclama Wotan su postrera voluntad respecto de la más amada de sus hijas: "¡Quien tema la punta de mi lanza, que no pueda atravesar jamás este muro de fuego!", mientras confundido con el tema del Sueño de Brunilda (que inspiró a Wagner el fragmento de las Escenas infantiles de Schumann titulado L'enfant s'endort) y el del Adiós de Wotan, se oye el motivo que irá a representar a Sigfrido, anticipándonos que éste y no otro será el héroe capaz de las llamas para despertar -también con un beso- a la dormida Walkyria, que así dejará definitivamente de serlo, para convertirse en simple mortal, capaz de cobijar en su corazón un sublime amor terreno.


Texto en español y alemán.

Personajes

 

SIEGMUND                      Guerrero de la Tribu de los Welsungos                          Tenor

SIEGLINDE                          Hermana Gemela de Siegmund                            Soprano

HUNDING                                    Esposo de Sieglinde                                          Bajo

WOTAN                                  Dios Supremo del Walhalla                                Barítono

FRICKA                        Esposa de Wotan, Diosa del Matrimonio                Mezzosoprano

BRUNILDA                            Walkyria Preferida de Wotan                               Soprano


Español.


(Interior de la cabaña de Hunding, en el centro de la cual se eleva un

enorme fresno que se pierde en lo alto a través de un hueco del techo

de madera. El escenario permanece vacío unos instantes,; fuera,

tormenta, . Siegmund abre desde el exterior y entra y examina la

vivienda. Permanece expectante, está extenuado por un gran esfuerzo;

sus ropas  y aspecto evidencian que anda huido. Al no descubrir a

nadie, cierra la puerta tras de sí y medio tambaleándose va hacia el

fondo dejándose caer agotado sobre un cobertor de piel de oso)

 

ACTO I

 

Escena Primera

 

SIEGMUND

¡Sea de quien sea este hogar,

tengo que descansar en él!

 

(Sieglinde entra por al puerta del

aposento posterior. Creía que su

marido había regresado; por eso su

rostro refleja asombro cuando ve a

un extranjero junto al hogar)

 

SIEGLINDE

¿Un extranjero?

Tengo que preguntarle.

¿Quién entró en la casa

y descansa junto al hogar?

Cansado, descansa

de las fatigas del camino:

¿habrá perdido el sentido?

¿Estará enfermo?

Todavía respira;

sólo ha cerrado los ojos.

Parece valiente, aunque esté agotado.

 

SIEGMUND

¡Tengo sed! ¡Tengo sed!

 

SIEGLINDE

Proveeré alivio.

 

(Coge rápidamente un cuerno de

beber, sale con él de la casa,

regresa y se lo ofrece, lleno,

a Siegmund)

 

Refresco ofrezco

a tu reseca boca:

¡agua, como querías!

 

SIEGMUND

Fresco refrigerio

me dio el agua,

el peso del cansancio

me ha hecho liviano;

renovado está mi valor,

mis ojos se alegran

con el divino placer de la vista.

¿Quién es el que así me reconforta?

 

SIEGLINDE

Esta casa y esta mujer

son propiedad de Hunding;

hospitalariamente

te concedería él descanso:

¡aguarda hasta que regrese!

 

SIEGMUND

Desarmado estoy:

tu esposo no rechazará

al huésped herido.

 

SIEGLINDE

¡Muéstrame en seguida tus heridas!

 

SIEGMUND

Son pequeñas, no vale la pena;

todavía se mantienen firmes

mis miembros.

Si hubiesen sido

mi escudo y mi lanza

la mitad de fuertes que mi brazo,

jamás hubiera huido ante el enemigo;

pero escudo y lanza se quebraron.

La jauría de los enemigos

me acosó hasta agotarme,

el ardor de la tormenta

rindió mi cuerpo;

pero más rápido que yo a la jauría,

ha huido de mí el cansancio:

¡si antes la noche cayó

sobre mis párpados,

ahora me sonríe de nuevo el sol!

 

(Sieglinde va al granero, llena

de hidromiel un cuerno y se lo

ofrece a Siegmund con amistoso

ademán)

 

SIEGLINDE

No me rechazarás la dulce bebida

del hidromiel espeso.

 

SIEGMUND

¿Lo probarás tu también?

 

(Sieglinde prueba el cuerno y se lo

vuelve a ofrecer. Siegmund bebe

largamente mientras clava la

mirada en Sieglinde con creciente

ardor. Suspira y, sombrío, baja la

mirada al suelo)

 

Has aliviado a un desdichado:

¡apártese de ti el infortunio!

He descansado y reposado dulcemente:

lejos guiaré mis pasos.

 

SIEGLINDE

¿Quién te persigue

para que huyas?

 

SIEGMUND

La desdicha me sigue

allí donde voy;

la desdicha se me acerca

donde me detengo...

¡permanezca alejada de ti, mujer!

¡Lejos guiaré mis pasos y mi mirada!

 

SIEGLINDE

¡Entonces, quédate!

¡No podrás traer el infortunio

donde ya habita el infortunio!

 

SIEGMUND

Wehwalt (desgraciado)

me llamo a mí mismo:

esperaré a Hunding.

 

(Se recuesta en el hogar; su mirada

se clava en Sieglinde con tranquilo

y decidido interés. Esta levanta los

ojos de nuevo hacia él. Ambos se

miran a los ojos en profundo

silencio con expresión emocionada)

 

Escena Segunda

 

(Sieglinde se pone de repente en

pie, escucha, y oye a Hunding, que

fuera lleva su caballo al establo.

Ella va de prisa a la puerta y abre.

Entra Hunding, armado de lanza y

escudo, y se detiene en el umbral

al advertir a Siegmund)

 

SIEGLINDE

(a Hunding)

Cansado, junto al hogar

he hallado a este hombre:

la necesidad lo trajo a casa.

 

HUNDING

¿Le has cuidado?

 

SIEGLINDE

He refrescado su boca;

¡he procurado ser hospitalaria!

 

SIEGMUND

Techo y bebida le debo:

¿culparás a tu mujer por ello?

 

HUNDING

Sagrado es mi hogar:

¡sagrada sea para ti mi casa!

 

(A Sieglinde)

 

¡Prepara la cena a los hombres!

 

(Examina atento y admirado los

rasgos fisonómicos de Siegmund,

que compara con los de su mujer)

 

(Para sí)

 

¡Cómo se parece a mi mujer!

La reluciente serpiente

le brilla también en los ojos.

 

(A Siegmund)

 

Realmente, ha sido largo

tu camino;

no ha cabalgado corcel

el que aquí descansa:

¿qué malos senderos

te han agotado?

 

SIEGMUND

Por bosque y campos,

landas y florestas

me han perseguido

la tormenta y la fuerte necesidad:

no conozco el camino

por el que vine.

¿A dónde he llegado?,

con sumo agrado

recibiría noticias de ello.

 

HUNDING

Del techo que te cubre,

de la casa que te cobija,

Hunding se llama el dueño;

si encaminas tus pasos al Oeste

hallarás en ricos caseríos parientes

que guardan la honra de Hunding.

Ahora si mi huésped

me concede el honor,

debo saber cuál es su nombre.

 

(Sieglinde, que se ha sentado al

lado de Hunding y frente a

Siegmund, clava sus ojos en éste

con creciente interés y expectación)

 

Si no confías en mí,

díselo a mi mujer:

¡fíjate cómo sus ojos te interrogan!

 

SIEGLINDE

Huésped,

me gustaría saber quién eres.

 

SIEGMUND

No puedo llamarme

"Mensajero de la Paz;"

yo quisiera llamarme

"Elegido por la Felicidad,"

pero debo llamarme "Desgraciado."

"Lobo" fue mi padre;

vinimos juntos al mundo mellizos,

mi hermana melliza y yo.

Pronto desaparecieron

mi madre y mi hermana;

a la que me dio el ser

y a la que conmigo nació,

apenas llegué a conocerlas...

Belicoso y fuerte era Lobo;

se granjeó numerosos enemigos.

El anciano salió

de cacería con el joven:

al regresar de cazar y depredar,

encontramos el hogar de Lobo

vacío.

La suntuosa sala

reducida a cenizas,

reducido a un tocón

el florido tronco del fresno;

abatido el aguerrido cuerpo

de mi madre,

tragada por las llamas

la huella de mi hermana.

Nos pusieron a prueba

la amarga necesidad

nuestros enemigos.

El anciano huyó conmigo,

proscrito;

largos años vivió el joven

con Lobo en el agreste bosque;

algunos pretendieron darnos caza,

pero la pareja de lobos

se defendió valerosamente.

Un lobezno es

quien acaba de contarte todo esto;

son ya muchos

los que me llaman "Lobezno".

 

HUNDING

Prodigios y salvajes gestas cuentas,

atrevido huésped.

¡Wehwalt, el Lobezno!

Me parece haber oído

oscuros relatos

sobre tan aguerrida pareja,

pero no conocía

ni a Lobo ni a Lobezno.

 

SIEGLINDE

Pero continúa relatando, extranjero;

¿dónde está ahora tu padre?

 

SIEGMUND

Nuestros enemigos

cayeron de nuevo

sobre nosotros.

Muchos de ellos perecieron

bajo nuestras garras

y otros huyeron al bosque

como si los llevara el viento.

Pero fui separado de mi padre;

perdí su rastro:

sólo una piel de lobo

hallé en el monte;

yacía vacía ante mí,

no encontré a mi padre.

Abandoné presuroso el bosque,

en busca

de hombres y de mujeres.

A cuantos hallé,

si les pedía amistad o

solicitaba a una mujer,

me volvían la espalda,

la desgracia

se abatió sobre mí.

Lo que yo juzgaba bueno,

para los otros

era malo;

lo que a mí me parecía malo,

los demás lo aprobaban.

Adondequiera que fui

hallé pendencias,

adondequiera que fui

hallé ira;

si ansiaba deleite,

sólo encontraba aflicción;

por eso tuve que llamarme

"Desgraciado",

sólo causo aflicción.

 

HUNDING

Quien te ha dado tan aciaga suerte,

la norna, no te ama:

no te saluda contento el hombre

al que, extraño, acudes como huésped.

 

SIEGLINDE

¡Sólo los cobardes temen

al que viaja desarmado!

Dinos, huésped,

cómo perdiste las armas

en la batalla.

 

SIEGMUND

Una triste niña

me llamó en su defensa:

el clan de sus parientes

quería casar a la doncella

con un hombre al que no amaba.

Contra la violencia acudí

en su protección;

encontré en combate

a los secuaces del opresor;

el enemigo cayó ante mí.

Muertos yacían los hermanos:

se abrazó ella a los cadáveres,

pues el pesar le ahuyentó la ira.

Con salvaje río de lágrimas

inundó el lugar de la liza;

la infeliz novia lamentó

la matanza de sus propios hermanos..

Los parientes de los caídos,

acudieron en gran número

al lugar pidiendo venganza;

rodeando el lugar

se alzaron  ante mí los enemigos.

Pero la doncella no se alejó de allí.

Con lanza y escudo la protegí,

hasta que lanza y escudo

se me hicieron pedazos

durante la lucha.

Yo estaba desarmado y herido;

vi morir a la doncella.

Me acosaba el furioso ejército,

sobre los cadáveres

yacía ella muerta.

¡Ahora sabes, mujer inquisitiva,

por qué no me llamo

"Mensajero de Paz!"

 

HUNDING

Yo sé que existe

una estirpe salvaje;

no le es sagrado

lo que para otros lo es:

odiosa es a todos y a mí.

Fui llamado por vengar,

la sangre de los parientes:

llegué demasiado tarde,

y regreso ahora a casa

para descubrir

en mi propio hogar

el rastro del fugitivo criminal.

Mi casa te cobijará, Lobezno,

por hoy; te acojo por esta noche.

Pero mañana tendrás que defenderte

con las armas;

para combatir elijo el día:

pagarás tributo por los muertos.

 

(a Sieglinde)

 

¡Sal de la sala!

¡No te quedes aquí!

Prepárame bebida nocturna

y espérame en la cama.

 

(Sieglinde se vuelve lentamente y se

dirige con paso vacilante hacia el

granero. Con tranquila decisión

abre la alacena, llena una cuerna y

echa dentro de ella unas semillas de

una caja. Hunding se pone en pie y

con un gesto vehemente la apremia

para que se marche. Hunding

descuelga del fresno sus armas)

 

(a Siegmund)

 

Con armas se defiende el hombre...

Mañana daré contigo, Lobezno;

ya has oído mis palabras...

¡Guárdate!

(sale)

 

Escena Tercera

 

SIEGMUND

Una espada me prometió mi padre:

yo la encontraré cuando la necesite.

Desarmado he dado

en casa de mi enemigo,

donde quedo entregado a su venganza.

He visto a una mujer

deliciosa y sublime:

hechicero temor consume mi corazón.

A la que ahora

causa en mí este anhelo,

a la que me quiere

con dulce hechizo,

por la fuerza la tiene el hombre

que a mí, indefenso, me ofende.

¡Wälse! ¡Wälse!

¿Dónde está la espada?

La fuerte espada que yo

habré de blandir en el combate:

¿brotará de mi pecho el valor

que todavía guarda mi corazón?

 

(Se ve la empuñadura de una

espada que está clavada en el

tronco del fresno)

 

¿Qué veo brillar ahí

con luminiscente fulgor?

¿Qué rayo se escapa

del tronco del fresno?

Los ojos del ciego

ilumina un relámpago:

alegre ríe allí la mirada.

¡Cómo el resplandor

me quema el corazón!

¿Es la mirada

de la radiante mujer,

que se ha dejado clavada

tras de sí,

al abandonar la sala?

Nocturna oscuridad

cubría mis ojos;

cuando me rozó

el rayo de su mirada:

recobré el calor del cuerpo

y volvió a brillar el día.

Dichosa me iluminó la luz del sol;

su delicioso resplandor

nimbó mi cabeza,

hasta que se puso tras los montes.

Pero incluso

después de haberse marchado

ella sigue alcanzándome su luz;

incluso el tronco del viejo fresno

resplandecía con exhaustiva llama.

Ahora palidece el fulgor,

se apaga la luz.

Nocturna oscuridad cubre mis ojos:

hondo, en el cobijo del pecho,

arde sólo una llama sin luz.

 

(se abre silenciosamente la puerta

de la alcoba: Sieglinde entra)

 

SIEGLINDE

¿Duermes, huésped?

 

SIEGMUND

¿Quién se acerca furtivamente?

 

SIEGLINDE

Soy yo: ¡escúchame!

En profundo sueño yace Hunding;

le preparé adormecedora bebida:

¡aprovecha la noche para salvarte!

 

SIEGMUND

¡A salvo estoy solo con verte!

 

SIEGLINDE

Déjame enseñarte un arma:

¡oh, si la ganaras!

El más noble de los héroes

pudiera yo llamarte,

pues sólo al más fuerte

fue destinada.

¡Oh, advierte bien

lo que voy a decirte!

Los hombres de su familia

se sentaban aquí en la sala,

invitados por Hunding a la boda:

desposaba él una mujer que,

sin ser preguntada,

los ladrones le regalaron

para esposa.

Triste me sentaba yo

mientras ellos bebían;

entró entonces un extranjero:

un anciano

con grisácea vestimenta;

llevaba calado el sombrero,

que le tapaba uno de los ojos,

pero los rayos del otro

causaron temor a todos;

solamente a mí me miró

con agrado

dándome pena y alegría a la vez.

A mí me miró con dulzura,

y a ellos con furor mientras

blandía una espada en la mano;

después la hundió

en el tronco del fresno,

allí la clavó

hasta la empuñadura:

la espada sería de quien

la arrancara del tronco.

Por mucho que audazmente

se esforzaran,

ninguno de los presentes

logró arrancar el arma;

huéspedes vinieron

y huéspedes se marcharon,

los más fuertes

tiraron del acero,

ni una pulgada

cedió en el tronco:

allí sigue clavada la espada.

Entonces supe quién era aquel

que saludó

a la transida de dolor;

yo sé también a quién destina

la espada clavada en el tronco.

¡Oh, si encontrara hoy aquí al amigo,

si viniera desde lejos para consolar

a la más desdichada mujer;

cuanto padecí con acerbo dolor,

cuanto jamás sufrí

con vergüenza y oprobio,

¡dulcísima venganza,

expiáralo todo!

Recuperaría lo que perdí,

lo que tanto he llorado,

si encontrara al amigo sagrado,

si estrecharan al héroe

mis brazos!

 

SIEGMUND

(abrazando a Sieglinde)

¡Mujer divina, ya tienes el amigo

a quien arma y mujer

están destinadas!

¡Ardiente en el pecho

me abrasa el juramento

que te hace mi noble compañera!

¡Cuanto anhelaba lo vi yo en ti,

en ti he encontrado

cuanto me faltaba!

Si tú has padecido vergüenza

yo he sufrido ofensas,

si yo fui proscrito

y tu fuiste deshonrada,

¡alégrate, la venganza

ríe ahora a los dichosos!

¡Ahora reiré

con sagrada alegría,

teniéndote abrazada

sintiéndote palpitante

sobre mi corazón!

 

(la puerta se abre de par en par;

fuera magnífica noche de

primavera; la luna llena ilumina el

interior y deja caer su suave luz

sobre la pareja)

 

SIEGLINDE

¡Ah! ¿Quién ha salido?

¿Quién ha entrado?

 

SIEGMUND

Nadie ha salido,

pero uno ha entrado,

¡mira, la primavera ríe

en la sala!

Las tormentas invernales

han cedido

ante el delicioso mayo,

con delicada luz

brilla la primavera;

entre dulces brisas,

leve y graciosa,

se mece tejiendo prodigios.

Por bosques y prados

sopla tu aliento,

muy abiertos ríen sus ojos:

dulcemente suena el canto

de felices pajarillos,

exhala divinos aromas;

de su cálida sangre

florecen deliciosas flores,

¡gérmenes y retoños

brotan de su vigor!

Con el ornato

de sus delicadas armas

somete al mundo;

invierno y tormentas

han tenido que ceder

ante su fuerte baluarte:

también han cedido

a sus gallardos golpes

la dura puerta

que, terca y rígida,

nos separa de ella!

Surcando el aire ha llegado

junto a su hermana;

el amor ha llamado a la primavera;

se ocultaba en nuestro pecho,

ahora ríe dichoso a plena luz.

A la hermana nupcial

ha liberado el hermano;

destruido yace cuanto

les mantuvo separados;

¡jubilosa se saluda

la joven pareja,

unidos están amor y primavera!

 

SIEGLINDE

Tú eres la primavera

por la que yo suspiraba

en el helado tiempo del invierno.

Mi corazón te saludó

con sagrado temor

cuando tu mirada floreció para mí

por primera vez.

Desde siempre

todo lo veía yo extraño,

lo próximo era enemigo;

extraño me era todo

lo que se me acercaba.

Pero a ti te reconocí en seguida

apenas te vi supe que eras mío;

lo que ocultaba en el pecho,

lo que soy,

claro como el día emergió de mí:

como sonora vibración

llegó a mis oídos

cuando en helado,

desierto país extranjero

vi por vez primera al amigo.

 

SIEGMUND

¡Oh, dulcísima delicia!

¡Mujer divina!

 

SIEGLINDE

Oh, deja que me incline ante ti,

que vea con claridad

ese augusto brillo

que emana de tus ojos

y del rostro

y tan dulcemente

me subyuga los sentidos.

 

SIEGMUND

A la luna de primavera

resplandeces luminosa,

sublime su halo rodea

tu cabello ondulante:

fácilmente veo lo que me cautiva,

pues mi mirada se deleita

en cuanto contempla.

 

SIEGLINDE

¡Qué despejada está tu frente,

el ramillete de tus venas

se entrelaza en las sienes!

¡Tengo miedo de la felicidad

que me embelesa!

Un prodigio hace recordar

que hoy te he visto

por primera vez,

pero que mis ojos ya te habían visto!

 

SIEGMUND

Un sueño de amor

también me hace recordar:

¡que yo ya te había visto llevado

por mi ardiente deseo!

 

SIEGLINDE

En el arroyo contemplé

mi propia imagen...

y ahora la percibo de nuevo:

¡como antes emergiera

a la superficie del agua,

así me ofreces tú ahora mi imagen!

 

SIEGMUND

Tú eres la imagen

que yo ocultaba dentro de mí.

 

SIEGLINDE

¡Oh, calla!

Déjame escuchar tu voz:

me parece haberla oído

siendo niña.

¡Mas, no! La oí recientemente,

mientras el bosque

me devolvía el eco de la mía.

 

SIEGMUND

¡Oh, dulcísimo sonido,

el que escucho!

 

SIEGLINDE

Me ilumina la llama de tus ojos:

así me miró

el anciano al saludarme;

cuando dio consuelo

a mi tristeza.

Por la mirada he visto

que eres hijo suyo

¡quisiera darte

su mismo nombre!

¿De verdad te llamas Wehwalt?

 

SIEGMUND

No me llamo así

desde que tú me amas:

¡ahora poseo

las más sublimes delicias!

 

SIEGLINDE

¿Y no puedes llamarte

Mensajero de la Paz?

 

SIEGMUND

Llámame como tú quieras

que me llame:

¡de ti tomaré mi nombre!

 

SIEGLINDE

¿Pero no llamaste Lobo a tu padre?

 

SIEGMUND

¡Un lobo era él

para los cobardes zorros!

Pero aquel a quien tan orgulloso

le brillaba el ojo

como a ti, nobilísima,

te brillan los tuyos,

se llamaba Wälse.

 

SIEGLINDE

Si era Wälse tu padre

y tú eres un welsungo,

él clavó

para ti su espada

en el tronco,

déjame llamarte

como quiera:

¡te llamaré Siegmund!

 

SIEGMUND

(se levanta de golpe y corre al

tronco del fresno)

¡Siegmund me llamo y Siegmund soy!

¡Testimónielo esta espada

que sin miedo cojo!

Wälse me prometió

que la encontraría

cuando la necesitara:

¡ahora la cojo!

Supremo sufrimiento

del amor sagrado,

extrema aflicción

del fuerte deseo

abrasa mi pecho

empujándome a luchar

hasta la muerte.

¡Notung! ¡Notung!

Así te llamo, espada.

¡Notung! ¡Notung!

¡Precioso acero!

¡Muestra de tu filo

los cortantes dientes!

¡Sal de tu vaina!

 

(arranca del tronco la espada con

un poderoso tirón y la muestra a

Sieglinde, embargada de asombro y

entusiasmo)

 

¡Estás viendo a Siegmund, mujer,

al weslungo!

Como dote nupcial

traigo esta espada.

Así pretende él

a la más divina de las mujeres,

de la casa del enemigo

así te rapta.

Lejos de aquí,

sígueme ahora,

vayamos donde ríe la primavera:

¡allí te protegerá Notung,

la espada,

aunque Siegmund

muera de amor por ti!

 

(la abraza con pasión

para llevarla a fuera)

 

SIEGLINDE

Si es Siegmund

el que veo,

yo soy Sieglinde,

que te desea:

¡a tu propia hermana

acabas de conquistar

con tu espada!

 

SIEGMUND

Novia y hermana eres

para el hermano:

¡florece así, pues,

sangre de los weslungos!


(Accidentada cordillera rocosa.

En el foro serpentea desde abajo una garganta

ascendente que desemboca en un collado;

desde éste el piso vuelve a descender hacia el proscenio.

Wotan, completamente armado, con lanza; ante él Brünnhilde,

como walkyria, también con toda su dotación de armas)

 

ACTO II

 

Escena Primera

 

WOTAN

Ahora ensilla tu corcel,

virgen guerrera:

¡pronto se desencadenará

un violento combate!

Corra Brunilda a la lucha:

¡dele la victoria al welsungo!

Que Hunding

se reúna con los suyos:

no me sirve para el Walhalla.

¡Armada y veloz

cabalga por ello al combate!

 

BRUNILDA

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha! ¡Heyaha!

¡Hojotoho! ¡Heyaha!

 

(mira hacia la garganta del foro y

llama a Wotan)

 

Te aconsejo, padre,

que tú mismo te prepares;

duro asalto deberás resistir.

Fricka, tu mujer,

se acerca en el carro

con el tiro de moruecos.

¡Hey! ¡Cómo blande

el áureo látigo!

Los pobres animales

gimen de miedo;

salvajemente rechinan las ruedas;

colérica viene a disputar contigo.

No peleo de buen grado

en tales pendencias,

prefiero el combate

entre hombres valerosos.

Mira, pues,

cómo resistes el asalto:

¡yo, la alegre, te dejo solo!

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha! ¡Heyaha! ¡Heyahaha!

 

(Brunilda desaparece por detrás de

las alturas montañosas del lateral.

en un carro tirado por dos

moruecos, Fricka alcanza el

collado viniendo por la garganta:

allí se detiene en seguida y baja.

Avanza vehementemente hacia el

proscenio, al encuentro de Wotan)

 

WOTAN

¡La vieja disputa,

el viejo fastidio!

¡Pero debo mantenerme firme!

 

FRICKA

Dónde, en las montañas, te ocultas,

para sustraerte

a la mirada de tu esposa;

sola vengo aquí a buscarte,

para que me prometas ayuda.

 

WOTAN

Lo que aflige a Fricka

expóngalo abiertamente.

 

FRICKA

Supe la desdicha de Hunding,

me llamó pidiendo venganza;

guardiana del matrimonio,

le escuché,

prometí castigar severamente

la acción

de la insolente y criminal pareja,

que ofendió osadamente al esposo.

 

WOTAN

¿Qué mal hizo la pareja

que unió amorosamente

la primavera?

El hechizo del amor los subyugó:

¿quién puede oponerse

al poder del amor?

 

FRICKA

¡Te haces el tonto y el sordo

como si no supieras perfectamente

que clamo por el sagrado juramento

del matrimonio,

duramente ofendido!

 

WOTAN

Sacrílego considero yo el juramento

que une a los que no se aman;

no me exijas

que mantenga por la fuerza

lo que a ti no te concierne,

donde audazmente

se manifiestan

sentimientos limpios,

aconsejo abiertamente la guerra.

 

FRICKA

¡Si consideras meritorio

el adulterio,

jáctate y ensalza

como sagrado

que medre el incesto de la unión

de una pareja de mellizos!

Se me estremece el corazón,

siento vértigo:

¡nupcialmente abrazó

la hermana al hermano!

¿Cuándo se ha visto

que se amaran carnalmente

dos hermanos?

 

WOTAN

¡Hoy lo has visto!

Aprende que puede ocurrir,

aunque jamás sucediera antes.

Que ellos se aman

está claro para ti;

por ello, escucha un consejo sincero;

si la alegría debe premiar

tu bendición,

entonces bendice,

propicia al amor,

la unión de Siegmund y Sieglinde.

 

FRICKA

¿Así se acabó,

la estirpe de los dioses eternos

puesto que engendraste

a los salvaje welsungos?

Lo he dicho bien claro;

¿acerté el sentido?

¡Nada vale para ti

el sagrado clan de los dioses!

¡lejos arrojas todo

lo que antes amabas,

rompes los lazos

que tú mismo ataste,

te liberas riendo

de la prisión celestial,

para que sólo impere a su capricho

esta criminal pareja de mellizos,

el rebelde fruto de tu infidelidad!

¡Oh, para qué clamo

por el matrimonio y el juramento,

si tú eres el primero en vulnerarlos!

A tu fiel esposa engañaste siempre,

por los valles y las alturas,

lascivamente tu mirada acechaba

para conseguir el placer

de la variación

y herir, burlándote,

mi corazón.

Con ánimo entristecido

tuve que soportar

que fueras al combate

con las perversas vírgenes

que te nacieron

de la unión ilícita:

pues aún respetabas a tu mujer

puesto que sometiste

a mi obediencia

a la tropa de walkyrias

y a la misma Brunilda,

fruto de tu deseo.

Pero ahora,

te gusta cambiar de nombre,

te llamas "Wälse",

y vas como un lobo errante

por el bosque;

descendiste a la extrema vileza

de engendrar una pareja

de hombres ordinarios,

¡y ahora arrojas a tu mujer

a los pies de tu camada de lobeznos!

¡Llévalo a cabo, pues!

¡Colma la medida!

¡Deja que pisoteen a la engañada!

 

WOTAN

Nunca aprendiste,

a pesar de que quise enseñarte,

a reconocer los hechos

antes de que sucedieran.

Sólo comprendes lo convencional,

pero yo aspiro a comprender

lo que nunca ha sucedido.

Oye esto: la necesidad

creará un héroe

que, ajeno a la protección divina,

se libere de la ley de los dioses.

Sólo él servirá

para realizar el acto

que, tan necesario a los dioses,

le está prohibido

realizarlo a un dios.

 

FRICKA

Con profundos juicios

quieres embaucarme:

¿qué gran hazaña podrá realizar

ese héroe

que no puedan realizar los dioses,

siendo así que sólo actúa

por gracia de los dioses?

 

WOTAN

¿No adviertes su valor?

 

FRICKA

¿Quién se lo inspiró a los hombres?

¿Quién abrió los ojos

a los imbéciles?

Bajo tu protección parecen fuertes;

gracias a tu estímulo siguen adelante:

sólo tú incitaste a esos que alabas

ante mí, la eterna.

Con nuevas astucias

quieres engañarme,

confundirme ahora

mediante nuevas intrigas;

pero a este welsungo

no lo ganarás para ti;

en él es a ti a quien veo,

pues sólo se atreve a desafiarme,

porque tú le animas a ello.

 

WOTAN

Sólo gracias

al sufrimiento

se ha hecho a sí mismo

 

FRICKA

¡Entonces, no le protejas hoy!

Quítale la espada

que le regalaste.

 

WOTAN

¿La espada?

 

FRICKA

¡Sí, la espada,

la mágica y poderosa espada

que tú, dios, diste a tu hijo!

 

WOTAN

Siegmund

ha sabido ganársela.

 

FRICKA

Tú eres autor

tanto de su miseria

como de su magnífica espada.

¿Quieres confundirme,

a mí, que día y noche

sigo tus pasos?

Para él clavaste la espada

en el tronco;

le prometiste

la sublime arma:

¿negarás que sólo tu astucia

le atrajo

donde la encontró?

Ningún noble combate

contra esclavos;

el noble se contenta

con castigar al criminal.

Contra ti puedo luchar;

pero Siegmund

quedó a mi merced como esclavo.

Al que a ti, su señor,

sirve y pertenece,

¿debe obedecer tu eterna esposa?

¿Debe injuriarme afrentosamente

el más abyecto,

puede insolentarse un ser libre

hasta el punto de mofarse de mí?

Esto no puede quererlo mi esposo,

él no profanará así a la diosa.

 

WOTAN

¿Qué pides?

 

FRICKA

¡Apártate del welsungo!

 

WOTAN

El sigue su camino.

 

FRICKA

¡Pero no le protejas cuando

al combate

le llame el vengador!

 

WOTAN

No le protegeré.

 

FRICKA

Mírame a los ojos;

no intentes engañarme;

¡aparta también de él a la walkyria!

 

WOTAN

La walkyria obra libremente.

 

FRICKA

¡No! Ella sólo ejecuta tu voluntad;

¡prohíbele la victoria

de Siegmund!

 

WOTAN

No puedo abatirlo,

encontró mi espada.

 

FRICKA

¡Prívala de la magia,

rómpesela!

¡Véalo indefenso el enemigo!

 

(Brunilda aparece con su corcel.

Cuando descubre a Fricka,

se detiene en seguida)

 

BRUNILDA

¡Heyaha! ¡Heyaha! ¡Hojotoho!

 

FRICKA

Ahí viene tu osada virgen;

jubilosa corre hacia aquí.

 

BRUNILDA

¡Heyaha! ¡Heyaha!

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

 

WOTAN

Le he pedido que ensille su corcel

y acuda en ayuda de Siegmund.

 

FRICKA

¡La sagrada honra de tu esposa eterna

proteja hoy tu escudo!

Burlados por hombres,

privados del poder,

nosotros, los dioses, pereceríamos,

si hoy mi derecho no fuera

augusta y magníficamente vengado

por la valerosa virgen.

Caiga el welsungo

en aras de mi honra.

¿Estás dispuesto a jurarlo, Wotan?

 

WOTAN

¡Lo juro!

 

FRICKA

(a Brunilda)

Te aguarda

el Padre de los Ejércitos:

él te dirá lo que ha decidido.

(parte de prisa)

 

Escena Segunda

 

BRUNILDA

Mal, me temo,

acabó la disputa,

si la suerte ha sonreído a Fricka.

Padre,

¿qué debe saber tu hija?

¡Apesadumbrado pareces, y triste!

 

WOTAN

¡He caído

en mi propia trampa,

yo, el menos libre de todos!

 

BRUNILDA

Jamás te he visto así:

¿qué te roe el corazón?

 

WOTAN

¡Oh, sagrada infamia!

¡Oh, ultrajante aflicción!

¡Necesidad de los dioses!

¡Necesidad de los dioses!

¡Rabia infinita!

¡Eterno pesar!

¡El más triste soy yo de todos!

 

BRUNILDA

¡Padre! ¡Padre!

¡Di! ¿Qué te ocurre?

¿Por qué asustas a tu hija

con alarmas?

¡Confía en mí!

Te soy fiel:

¡mírame, Brunilda te lo ruega!

 

WOTAN

Si lo hiciera,

¿no rompería el juramento

recién prestado?

 

BRUNILDA

A la voluntad de Wotan hablarás

si me dices lo que quieres, pues

¿quién soy yo,

si no tu propia voluntad?

 

WOTAN

Lo que a nadie refiero

con palabras,

permanezca eternamente ignorado:

sólo conmigo hablo

cuando te hablo a ti.

Cuando en mí expiró

la alegría del amor joven,

mi valor aspiró al poder:

movido por la furia

de irreflexivos deseos,

gané para mí el mundo.

Ignorante y engañoso,

ejercité la infidelidad,

até con pactos aquello

que entrañaba infortunio:

astutamente

me sedujo Loge,

que después desapareció.

Pero no quise

apartarme del amor,

siendo poderoso,

aspiré al placer.

El nacido de la noche,

el medroso nibelungo,

Alberich, rompió sus lazos:

maldijo el amor,

y con una maldición

ganó el brillante

oro del Rhin

y con él inmenso poder.

El anillo que forjó

yo le quité con astucia;

pero no se lo devolví al Rhin:

con él pagué las almenas

del Walhalla,

de la fortaleza

que me construyeron gigantes,

desde la que ahora

domino el mundo.

La que sabe todo

lo que ocurrió en el pasado,

Erda,

la sagrada y más sabia Wala,

me aconsejó separarme del anillo,

me previno

del fin eterno.

Del fin quise saber aún más;

pero desapareció

en silencio.

A partir de entonces

perdí mi alegría,

el dios anhelaba saber:

descendí al seno del mundo,

mediante el amor forcé a la Wala,

perturbé el orgullo

de su sabiduría,

para que ahora contestara.

Nuevas recibí de ella;

pero obtuvo una prenda mía;

la mujer más sabia del mundo

alumbró a Brunilda, a ti.

Con ocho hermanas te crié:

por medio vuestro, walkyrias,

quería yo evitar

lo que la Wala me hizo saber:

un ignominioso final de los eternos.

Para que el enemigo nos hallara

fuertes en el combate

os ordené procurarme héroes,

para tener bajo nuestras

órdenes a los dominadores;

a los hombres

a quienes prohibimos el valor,

a los que por medio

de oscuros pactos

indujimos a una ciega obediencia,

a ellos debíais ahora inducir

a pelear,

a probar su fuerza en ruda guerra,

¡para que tropas de osados guerreros

pueda yo reunir

en la sala del Walhalla!

 

BRUNILDA

Llenamos tu sala hasta colmarla:

llevé a muchos a tu lado.

¿Qué te causa ahora inquietud,

si nunca fuimos negligentes?

 

WOTAN

Hay algo más;

¡escucha bien

lo que me advirtió la Wala!

Por el ejército de Alberich

nos amenaza el fin;

con envidiosa saña

me guarda rencor el nibelungo:

pero no temo ahora

a sus nocturnas huestes,

mis héroes me darían la victoria.

Sólo si él reconquistara

alguna vez el anillo,

entonces,

estaría perdido el Walhalla:

el que maldijo el amor,

sólo él

podría servirse del anillo

para infinita vergüenza

de todos los nobles;

el valor de los héroes

se volvería contra mí,

forzaría a combatir

a los más osados,

con su ayuda me haría la guerra.

Preocupado, pensé arrebatarle

el anillo al enemigo.

Uno de los gigantes

a los que otrora

recompensé su diligencia

con el oro maldito,

Fafner, guarda el tesoro

por el que mató a su hermano.

A él tendría que arrancarle

el anillo

que yo mismo le pagué

como tributo.

Pero no puedo tocar

a aquel con quien pacté;

ante él sucumbiría impotente

mi valor:

éstos son los lazos

que me atan;

pues yo,

señor mediante pactos,

de los pactos soy ahora esclavo.

Sólo uno podría

lo que yo no puedo:

un héroe al que jamás hubiese

intentado ayudar, uno que,

ajeno al dios,

del que jamás hubiese recibido

favor alguno,

inconsciente,

sin haber recibido órdenes,

fuera capaz de llevar a cabo

la hazaña

que yo no puedo realizar,

¡aquella que yo jamás

le aconsejaré,

aunque ese sea mi deseo!

Este hombre,

que a pesar de ser enemigo

de los dioses

combatiera para mí,

¿cómo hallar a ese hombre?

¿Cómo crear a un hombre libre

al que jamás hubiera protegido,

a uno que me sirviera

a pesar suyo?

¿Cómo crear a un ser

que ya no fuera yo mismo

pero que hiciera mi voluntad

por propia iniciativa?

¡Oh miseria divina!

¡Abominable vergüenza!

A mí mismo me repugna

todo lo que emprendo.

Jamás veo lo que tanto anhelo,

puesto que el hombre libre

debe crearse a sí mismo.

 

BRUNILDA

¿Pero Siegmund, el welsungo,

obra por sí mismo?

 

WOTAN

Apasionadamente

recorrí los bosques a su lado;

contra el consejo de los dioses

le induje a ser osado;

de su venganza sólo le protege ahora

la espada que ha conseguido

gracias al valor de un dios.

¿Cómo he podido engañarme

a mí mismo?

Fricka descubrió

mi engaño fácilmente.

¡Para mi vergüenza,

adivinó mis intenciones!

¡Y ahora tendré que someterme

a su voluntad!

 

BRUNILDA

Entonces,

¿privarás de la victoria a Siegmund?

 

WOTAN

Toqué el anillo de Alberich,

¡ávidamente sostuve el oro!

La maldición,

a la que logré escapar,

me persigue ahora;

¡lo que amo, tengo que abandonarlo,

asesinar a quien siempre quise,

traicionar engañosamente

al que confía en mí!

¡Adiós, pues, señorial esplendor,

jactanciosa infamia

de la divina pompa!

¡Desplómese lo que he construido!

Abandono mi obra;

sólo quiero aún una cosa:

¡el fin, el fin!

¡Y por el fin vela Alberich!

Ahora comprendo el oculto sentido

de las salvajes palabras de Wala:

"Cuando el sombrío enemigo

del amor engendre,

airado, un hijo,

entonces no tardará en llegar

el fin de los dioses."

Hace poco tuve nuevas

del nibelungo:

el enano subyugó a una mujer

y la sedujo con el oro.

Una mujer lleva el fruto

de su odio:

la fuerza de la envidia

da vueltas en su seno.

El prodigio se logró

para el carente de amor;

pero aquel que yo pretendí

en el amor, el libre,

no lo conseguiré para mí.

¡Recibe, pues, mi bendición,

hijo del nibelungo!

Lo que más me repugna

te doy en herencia,

el vano esplendor

de la divinidad:

¡que los celos

acaben devorándolo!

 

BRUNILDA

¡Oh, di, cuenta!

¿Qué debe hacer ahora tu hija?

 

WOTAN

¡Dócilmente combate por Fricka!

¡Guárdale el matrimonio

y el juramento!

Lo que ella eligió,

eso elijo yo también:

¿de qué me serviría

mi propia voluntad?

No puedo querer un hombre libre:

¡combate, pues,

por los esclavos de Fricka!

 

BRUNILDA

¡Oh, dolor!

¡Revoca, arrepentido, tu orden!

Tú amas a Siegmund:

por amor tuyo, lo sé,

protegí al welsungo.

 

WOTAN

¡Debes abatir a Siegmund,

obtener la victoria para Hunding!

Guárdate bien y manténte fuerte,

todo tu arrojo

empeña en la lucha:

Siegmund blande

una espada victoriosa;

¡difícilmente caerá ante ti

si vacilas!

 

BRUNILDA

Tú siempre me enseñaste

a quererle,

y sus nobles virtudes

son caras a tu corazón;

nunca me volveré contra él

siguiendo tus órdenes.

 

WOTAN

¡Ah, insolente!

¿Atentas contra mí?

¿Quién eres, sino de mi voluntad

la ciega expresión?

¿Al deliberar contigo

he caído tan bajo

que he llegado a ser insultado

por mi propia criatura?

¿Conoces, hija, mi cólera?

¡Tu valor desaparecerá

si un día mis rayos,

aniquiladores,

se precipitan sobre ti!

En mi pecho cobijo la rabia

que arroja al horror y a la nada

un mundo cuya sonrisa

una vez me complació.

¡Ay de aquel que la provoque!

¡Su desafío le traerá desgracia!

Por eso te aconsejo:

¡no me irrites!

¡Ejecuta lo que te he ordenado!

¡Caiga Siegmund!

¡Sea esta la obra de la walkyria!

 

(se precipita fuera y desaparece por

la izquierda, entre las montañas)

 

BRUNILDA

Jamás he visto así

al Padre de la Victoria,

aunque a veces

le he visto encolerizado.

¡Mucho me pesan hoy mis armas!

¡Cuando las esgrimía con placer,

qué ligeras eran!

A un mal combate

me encamino hoy, temerosa.

¡Ay de ti,

mi welsungo!

¡Para tu desgracia

hoy tengo que serte infiel!

 

Escena Tercera

 

(al alcanzar el collado, Brunilde

mira hacia la garganta y divisa a

Sieglinde y Siegmund; observa unos

instantes a los que se acercan y

después se dirige a la cueva,

junto a su corcel, de manera que

desaparece completamente para los

espectadores. Siegmund y Sieglinde

aparecen en el collado.

Sieglinde camina delante,

presurosa; Siegmund intenta

detenerla)

 

SIEGMUND

¡Descansa ahora aquí,

concédete reposo!

 

SIEGLINDE

¡Adelante! ¡Adelante!

 

SIEGMUND

¡No sigamos andando!

¡Deténte, mujer dulcísima!

Saliste bruscamente

en el momento del éxtasis,

corriste lejos

con repentina prisa:

apenas pude seguir tu salvaje huida

por el bosque y la floresta,

a campo través.

Sin decir palabra,

corriste hasta aquí,

¡ninguna voz te detuvo!

Descansa ahora:

¡háblame!

¡Por fin al temor del silencio!

Mira, tu hermano

tiene a su novia:

¡Siegmund es tu compañero!

 

SIEGLINDE

¡Vete! ¡Vete!

¡Huye de la profanada!

Sacrílegos te estrecharon

sus brazos,

deshonrado, envilecido

está mi cuerpo:

¡huye de este cadáver,

suéltalo!

¡Ojalá se lleve el viento

a la que se entregó deshonrada

al noble!

¡Cuando él la abrazó, amándola,

cuando ella halló

un divino placer,

capaz de despertar

todo su amor,

ante la secretísima consagración

de las más dulces delicias,

que atravesaron totalmente

su alma y sus sentidos,

el horror y el espanto

de la ignominia

se apoderaron de la ultrajada,

que obedeció al hombre

que la retenía sin amor!

¡Deja a la maldita,

déjala huir de ti!

Envilecida estoy,

privada de dignidad.

¡Debo apartarme de ti,

hombre purísimo, nobilísimo,

jamás podré pertenecerte!

¡Vergüenza traigo al hermano,

ignominia al amigo amante!

 

SIEGMUND

¡Tu anterior oprobio

expiará ahora la sangre del criminal!

No sigas huyendo,

aguarda al enemigo:

¡aquí caerá ante mí!

¡Cuando Notung

le atraviese el corazón,

gritarás venganza!

 

SIEGLINDE

¡Escucha los cuernos!

¿Oyes su llamada?

Alrededor suena

furioso estruendo,

por el bosque y la comarca

se eleva el estrépito.

Hunding ha despertado

de su pesado sueño.

Está reuniendo a los clanes

y a los perros:

¡azuzada, aúlla la jauría,

furiosa ladra al cielo

en contra de los que han roto

el juramento del matrimonio!

¿Dónde estás, Siegmund?

¡No te veo!

¡Ardientemente amado,

resplandeciente hermano!

Deja que aún me iluminen

las estrellas de tus ojos:

¡no rechaces el beso

de la mujer abyecta!

¡Escucha! ¡Escucha!

¡Ese es el cuerno de Hunding!

¡Su jauría se acerca

con una poderosa tropa,

ninguna espada sirve

ante tal aluvión de perros;

¡tírala lejos, Siegmund!

Siegmund... ¿dónde estás?

¡Ah, estás aquí!

¡Te veo!

¡Espantoso rostro!

Los mastines enseñan los dientes,

ávidos de carne;

no respetan tu noble mirada,

por los pies te atrapan

sus fuertes dientes:

caes,

hecha pedazos la espada,

el fresno se derrumba,

¡se raja el tronco!

¡Hermano! ¡Hermano mío!

¡Siegmund! ¡Ah!

 

(se desmaya en brazos de

Siegmund)

 

SIEGMUND

¡Hermana! ¡Amada!

 

Escena Cuarta

 

(Brunilda llevando de las riendas a

su caballo sale de la cueva. En una

mano lleva escudo y lanza, con la

otra acaricia el cuello del corcel, y

así observa a Siegmund con grave

expresión)

 

BRUNILDA

¡Siegmund!

¡Mírame!

Soy aquella

a quien pronto seguirás.

 

SIEGMUND

¡Quién es, dime,

la que tan bella y grave

se me aparece?

 

BRUNILDA

Sólo a los consagrados a la muerte

me aparezco,

quien me ve

se despide de la vida.

En el campo de batalla,

sólo me aparezco a los héroes;

¡quien me está destinado

a caer en el combate!

 

SIEGMUND

¿Adónde piensas conducir al héroe

que se dispone a seguirte?

 

BRUNILDA

Junto al Padre de los Combates,

que te eligió,

te conduciré:

me seguirás al Walhalla.

 

SIEGMUND

¿En la sala del Walhalla encontraré

sólo al Padre de los Combates?

 

BRUNILDA

La augusta tropa

de los héroes caídos

te abrazará propicia

para saludarte.

 

SIEGMUND

¿Encontraré en el Walhalla a Wälse,

mi padre?

 

BRUNILDA

A su padre encontrará allí

el welsungo.

 

SIEGMUND

¿Me saludará en el Walhalla

feliz una mujer?

 

BRUNILDA

Vírgenes hermosas

reinan allí augustas.

¡La hija de Wotan te ofrecerá,

cordial, la bebida!

 

SIEGMUND

Augusta eres tú,

en ti descubro

a la hija de Wotan.

Pero dime una cosa, inmortal:

¿acompañará al hermano

su hermana y esposa?

¿Abrazará Siegmund

a Sieglinde allí?

 

BRUNILDA

Ella debe seguir respirando

el aire de la Tierra.

Siegmund no verá allí

a Sieglinde.

 

SIEGMUND

Entonces,

saluda por mí  al Walhalla,

saluda también a Wotan!

Saluda a Wälse y a todos los héroes;

saluda también

a las propicias vírgenes.

¡No te seguiré a su lado!

 

BRUNILDA

Has visto la lacerante mirada

de la walkyria:

¡con ella tienes ahora que partir!

 

SIEGMUND

Donde Sieglinde vive,

en la alegría y en la tristeza,

allí se quedará también Siegmund;

tu mirada todavía

no me ha hecho palidecer;

¡jamás me obligarás a irme de aquí!

 

BRUNILDA

Mientras vivas,

nada te obligará:

pero te obligará,

loco, la muerte;

¡para anunciártela vine yo aquí!

 

SIEGMUND

¿Dónde está el héroe

ante el que yo hoy caeré?

 

BRUNILDA

Hunding te matará en el combate.

 

SIEGMUND

Amenaza con algo más fuerte

que los golpes de Hunding.

Si aguardas aquí ávidamente

el combate,

escoge a él como presa:

¡pienso matarlo en la lucha!

 

BRUNILDA

A ti, welsungo,

escúchame bien,

a ti te eligió el destino.

 

SIEGMUND

¿Conoces esta espada?

El que la hizo para mí

decidió la victoria:

¡con ella desafiaré tu amenaza!

 

BRUNILDA

El que la hizo para ti

ha decidido tu muerte:

¡privará de su poder a la espada!

 

SIEGMUND

¡Calla y no asustes a la durmiente!

¡Dolor! ¡Desdicha!

¡Mujer dulcísima,

la más triste de todas las fieles!

Contra ti se enfurece en armas

el mundo,

y yo, el único en quien confías,

por quien te rebelaste contra todos,

¿no debo ampararte con mi protección?

¿Debo traicionar a la heroína

en la batalla?

¡Ah, caiga la vergüenza sobre él,

sobre quien me hizo la espada,

si me cambia la victoria

por el ultraje!

Si debo, pues, caer,

no iré al Walhalla:

¡reténgame consigo Hella!

 

BRUNILDA

¿Tan poco estimas

las eternas delicias?

¿Lo era todo para ti

la pobre mujer que,

cansada y afligida,

yace inerme en tu regazo?

¿Nada tenías más augusto?

 

SIEGMUND

Joven y bella resplandeces ante mí,

¡pero cuán fría y dura

te reconoce mi corazón!

¡Si sólo puedes burlarte,

vete de aquí,

virgen perversa e insensible!

Pero si tienes que cebarte

en mi dolor,

solázate entonces en mi sufrimiento:

conforte mi desdicha

tu celoso corazón,

¡pero no me hables más

de las gazmoñas delicias

del Walhalla!

 

BRUNILDA

¡Veo la desdicha

que roe tu corazón,

siento la sagrada aflicción

del héroe!

¡Siegmund, confíame a tu mujer!

¡Rodéela firmemente mi protección!

 

SIEGMUND

Nadie más después de mí

tocará a la pura en vida;

¡si estoy a merced de la muerte,

mataré antes a la desmayada!

 

BRUNILDA

¡Welsungo! ¡Estás loco!

¡Oye mi consejo!

Confíame tu mujer

por amor a la prenda

que deliciosamente ha recibido de ti.

 

SIEGMUND

Esta espada que hizo

para el fiel un traidor;

esta espada

que me traiciona, cobarde,

ante el enemigo,

¡sirva, pues, contra el amigo!

 

(alzando la espada sobre Sieglinde)

 

Dos vidas

te sonríen aquí:

¡tómalas, Notung,

celoso acero,

tómalas de un solo golpe!

 

BRUNILDA

¡Deténte, welsungo!

¡Oye mis palabras!

¡Sieglinde viva, y Siegmund

viva con ella!

Está decidido:

cambiaré la suerte del combate:

a ti, Siegmund,

te daré bendición y victoria.

 

(se oyen sonar llamadas de

cuernos en la lejanía)

 

¿Oyes la llamada?

¡Ahora prepárate, héroe!

Confía en la espada y

blándela sin miedo:

¡fiel a ti se mantendrá el arma,

como fiel

te protegerá la walkyria!

¡Adiós, Siegmund, héroe dichoso!

¡Te veré de nuevo

en el campo de batalla!

 

(corre afuera y desaparece con

el caballo por una garganta a

la derecha).

 

Escena Quinta

 

SIEGMUND

Mágicamente un sueño

calma el dolor y la aflicción

de la divina.

Cuando vino a mí

la walkyria,

¿le trajo ella consuelo?

¿No asustará

el furioso combate

a una afligida mujer?

Sin vida parece la que,

no obstante, vive:

acaricia a la triste

un sueño sonriente.

¡Así, sigue ahora durmiendo,

hasta que concluya el combate

y te alegre la paz!

El que allí me llama

prepárese ahora:

le ofreceré lo que merece.

¡Notung páguele el tributo!

 

(corre hacia el foro y

desaparece)

 

SIEGLINDE

(hablando en sueños, intranquila)

¡Si padre regresara ahora a casa!

Aún permanece en la floresta

con el muchacho.

¡Madre! ¡Madre!

Tengo miedo;

¡los extranjeros no parecen

amigos ni pacíficos!

Negros vapores,

sofocante atmósfera,

ya nos lamen ardientes llamas,

¡arde la casa!

¡Socorro, hermano!

¡Siegmund!

¡Siegmund!

 

(se levanta de golpe)

 

¡Siegmund! ¡Ah!

 

(la llamada del cuerno de Hunding

suena muy cerca)

 

VOZ DE HUNDING

¡Wehwalt! ¡Wehwalt!

¡Párate a luchar conmigo,

o te detendrán los perros!

 

VOZ DE SIEGMUND

¿Dónde te escondes,

que aún no te he acertado?

¡Deténte, que yo te encuentre!

 

SIEGLINDE

¡Hunding! ¡Siegmund!

¡Si yo pudiera verlos!

 

VOZ DE HUNDING

¡Acércate, amante criminal!

¡Derríbete aquí Fricka!

 

VOZ DE SIEGMUND

¿Aún me crees desarmado,

miserable cobarde?

Amenazas, y esperas

que te defiendan mujeres,

si no quieres que Fricka te desampare.

Mira:

del doméstico tronco de tu casa

arranqué sin vacilar la espada;

¡prueba ahora su filo!

 

SIEGLINDE

¡Deteneos, hombres!

¡Matadme primero a mí!

 

(un rayo ilumina por unos instantes

el collado, en el que se hacen

visibles ahora, combatiendo

ferozmente Hunding y Siegmund.

En esta luz aparece Brunilda,

planeando sobre Siegmund y

cubriéndolo por completo con su

escudo)

 

BRUNILDA

¡Atraviésalo, Siegmund!

¡Confía en la espada!

 

(cuando Siegmund se dispone a

dejar caer un golpe mortal

sobre Hunding, rompe desde el

lateral izquierdo, a través de las

nubes, un resplandor rojizo, en el

que aparece Wotan por encima de

Hunding, teniendo extendida su

lanza frente a Siegmund)

 

WOTAN

¡Temen la lanza!

¡Rómpase la espada!

 

(Brunilda retrocede con su escudo,

asustada ante la aparición de Wotan.

La espada de Siegmund se rompe

contra la lanza de este. Hunding

hunde la suya en el pecho del

desarmado. Siegmund cae mortalmente

herido al suelo.)

 

BRUNILDA

(a Sieglinde)

¡A caballo, que yo te salve!

 

(Incorpora rápidamente a Sieglinde,

la lleva hacia la garganta lateral

donde está el corcel, y desaparece

al instante con ella. Wotan, rodeado

de nubes, está detrás, sobre una

peña, apoyado en su lanza y mirando

dolorosamente el cuerpo inerte de

Siegmund)

 

WOTAN

(a Hunding)

¡Ve allá, esclavo!

Arrodíllate ante Fricka:

anúnciale que la lanza de Wotan

vengó lo que la escarneció.

¡Ve!... ¡Ve!

 

(A un gesto despreciativo de su

mano, Hunding cae muerto a suelo.)

 

Pero Brunilda...

¡Ay, de la criminal!

¡Terriblemente será castigada

la insolente

si mi corcel la alcanza en su huida!

 

(Desaparece entre rayos


(En la cumbre de una montaña rocosa. A la derecha un bosque de abetos.

A la izquierda, la boca de una gruta que forma una sala natural:

por encima de ella se eleva la peña hasta su picacho más alto.

Hacia detrás rocas de diferente altura flanquean la orilla de la

cuesta que desciende escarpadamente hacia el foro.

Masas de nubes dispersas corren por delante del borde

de las rocas, como empujadas por la tormenta.

Gerhilde, Ortlinde, Waltraute y Schwertleite han acampado

en el picacho que hay encima de la gruta; van completamente armadas)

 

ACTO III

 

Escena Primera

 

GERHILDE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha! ¡Heyaha!

¡Helmwige! ¡Aquí!

¡Ven acá con el corcel!

 

VOZ DE HELMWIGE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho! ¡Heyaha!

 

(En el nubarrón estalla el resplandor

de un rayo; en él se hace visible una

walkyria a caballo: sobre su silla

cuelga un guerrero muerto)

 

GERHILDE, WALTRAUTE,

SCHWERTLEITE

¡Heyaha! ¡Heyaha!

 

ORTLINDE

Lleva a tu garañón junto a la yegua

de Ortlinde:

con mi ruana

pace a disgusto tu bayo.

 

WALTRAUTE

¿Qué cuelga de tu silla?

 

HELMWIGE

¡Sintolt, el heguelingo!

 

SCHWERTLEITE

Conduce tu bayo

lejos de la ruana:

la yegua de Ortlinde

lleva a Wittig, el irmingo.

 

GERHILDE

¡Siempre había visto luchar

a Sintolt y Wittig!

 

ORTLINDE

¡Heyaha!

¡A la yegua ataca el garañón!

 

GERHILDE

¡La querella de los héroes

enemista a los corceles!

 

HELMWIGE

¡Calma, bayo!

¡No rompas la paz!

 

WALTRAUTE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Siegrune, aquí!

¿Dónde te demoraste tanto?

 

VOZ DE SIEGRUNE

¡He tenido que hacer!

¿Están ya las otras?

 

SCHWERTLEITE, WALTRAUTE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha!

 

GERHILDE

¡Heyaha!

 

GRIMGERDE, ROSSWEISSE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha!

 

WALTRAUTE, SCHWERTLEITE

¡Grimgerde y Rossweisse!

 

SCHWERTLEITE

¡Cabalgan aparejadas!

 

HELMWIGE, ORTLINDE,

SIEGRUNE

¡Salve, aguerridas!

¡Rossweisse y Grimgerde!

 

VOCES DE GRIMGERDE,

ROSSWEISSE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho! ¡Heyaha!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha, heyaha!

 

GERHILDE

¡Al bosque los caballos,

que descansen y pasten!

 

ORTLINDE

¡Apartad los corceles

unos de otros,

hasta que se aplaque el odio

de nuestros héroes!

 

HELMWIGE

¡La furia de los héroes

ha sufrido la ruana!

 

ROSSWEISSE, GRIMGERDE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡Bienvenidas! ¡Bienvenidas!

 

SCHWERTLEITE

¿Estuvisteis juntas, osadas?

 

GRIMGERDE

Cabalgamos separadas,

y nos hemos encontrado.

 

ROSSWEISSE

Si ya estamos todas reunidas,

no nos demoraremos más,

partamos hacia el Walhalla,

para llevarle a Wotan los héroes.

 

HELMWIGE

Sólo somos ocho,

aún falta una.

 

GERHILDE

Falta Brunilda

con el trigueño welsungo.

 

WALTRAUTE

Tendremos que esperarla;

¡el Padre de los Combates

nos saludaría airado

si nos viera acercarnos sin ella!

 

SIEGRUNE

(en la atalaya rocosa, desde donde

escruta la lejanía)

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Para acá! ¡Para acá!

En frenética cabalgada

corre Brunilda hacia aquí.

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Brunilda! ¡Hey!

 

WALTRAUTE

Hacia el abetal conduce

al tambaleante corcel.

 

GRIMGERDE

¡Cómo resopla Grane

por tan rápido galope!

 

ROSSWEISSE

¡Jamás vi a walkyrias cabalgar

tan veloces!

 

ORTLINDE

¿Qué cuelga de su silla?

 

HELMWIGE

¡Eso no es un héroe!

 

SIEGRUNE

¡Trae una mujer!

 

GERHILDE

¿Cómo la encontró?

 

SCHWERTLEITE

¡Con ningún grito

saluda a sus hermanas!

 

WALTRAUTE

¡Heyaha, Brunilda!

¿No nos oyes?

 

ORTLINDE

¡Ayudad a la hermana

a bajar del corcel!

 

HELMWIGE, GERHILDE,

SIEGRUNE, ROSSWEISSE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

 

ORTLINDE, WALTRAUTE,

GRIMGERDE, SCHWERTLEITE

¡Heyaha!

 

WALTRAUTE

¡Al suelo se precipita Grane,

el fuerte!

 

GRIMGERDE

De la silla baja ella veloz

a la mujer.

 

ORTLINDE, WALTRAUTE,

GRIMGERDE, SCHWERTLEITE

¡Hermana! ¡Hermana!

¿Qué ha sucedido?

 

(entra Brunilda sosteniendo y

guiando a Sieglinde)

 

BRUNILDA

¡Protegedme y ayudadme

en la extrema necesidad!

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¿Desde dónde cabalgas hacia aquí,

con tanta prisa?

¡Así vuela sólo quien huye!

 

BRUNILDA

Por primera vez huyo

y soy perseguida:

el Padre de los Ejércitos me da caza.

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¿Estás en tu juicio? ¡Habla! ¡Dinos!

¿Te persigue

el Padre de los Ejércitos?

¿Huyes de él?

 

BRUNILDA

(se vuelve angustiada, para

escrutar el horizonte, y regresa)

¡Oh, hermanas,

vigilad desde el pico de la montaña!

Mirad al norte si se acerca

el Padre de los Combates.

¡Deprisa! ¿Le veis ya?

 

(Ortlinde y Waltraute corren a la

atalaya en el picacho)

 

ORTLINDE

Una tormenta se acerca

desde el norte.

 

WALTRAUTE

¡Densos nubarrones

se acumulan allí!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡El Padre de los Ejércitos

monta su sagrado corcel!

 

BRUNILDA

¡El salvaje cazador que

furiosamente me da caza,

se acerca, se aproxima por el norte!

¡Protegedme, hermanas!

¡Salvad a esta mujer!

 

SEIS WALKYRIAS

¿Qué le ocurre a esa mujer?

 

BRUNILDA

Oídme aprisa:

es Sieglinde,

hermana y novia de Siegmund;

contra los welsungos

brama de rabia Wotan;

al hermano debía arrebatarle hoy

Brunilda la victoria;

pero protegí a Siegmund

con mi escudo,

desafiando al dios;

él mismo lo atravesó

con su lanza;

Siegmund cayó;

pero yo huí lejos

con la mujer.

Para salvarla,

corrí a reunirme con vosotras,

¡y también, atemorizada,

para que me protejáis

del castigo!

 

SEIS WALKYRIAS

Enloquecida hermana,

¿qué hiciste?

¡Ay de ti! ¡Brunilda! ¡Ay de ti!

¿Rompió desobediente Brunilda

la sagrada orden

del Padre de los Ejércitos?

 

WALTRAUTE

(desde la atalaya)

La oscuridad

desciende desde el norte.

 

ORTLINDE

(igual)

Furiosamente avanza

hacia aquí la tormenta.

 

ROSSWEISSE, GRIMGERDE,

SCHWERTLEITE

¡Salvaje relincha el corcel

del Padre de los Combates!

 

HELMWIGE, GERHILDE,

SIEGRUNE

¡Terrible resopla acercándose!

 

BRUNILDA

¡Ay de la mísera

si Wotan la encuentra!

¡Amenaza con aniquilar

a todos los welsungos!

¿Quién de vosotras me dejará

el más ligero corcel,

que veloz aleje a la mujer?

 

SIEGRUNE

¿También nos aconsejas

el loco desafío?

 

BRUNILDA

¡Rossweisse, hermana,

préstame tu caballo!

 

ROSSWEISSE

Jamás huyó

ante el Padre de los Combates.

 

BRUNILDA

¡Helmwige, escúchame!

 

HELMWIGE

Obedezco al padre.

 

BRUNILDA

¡Grimgerde! ¡Gerhilde!

¡Cededme vuestro corcel!

¡Schwertleite! ¡Siegrune!

¡Ved mi angustia!

¡Oh, sedme fieles,

como yo lo fui con vosotras!

¡Salvad a esta pobre mujer!

 

SIEGLINDE

(que hasta ahora ha permanecido

sombría y fría, con la mirada fija

delante de sí, se sobresalta con un

gesto de rechazo cuando Brunilda

la abraza como para protegerla)

No sufras por mí:

sólo me conviene la muerte.

¿Quién te ordenó, virgen,

sustraerme al combate?

Allí, en la liza,

hubiera recibido el golpe

de la misma arma

que abatió a Siegmund:

¡el fin hubiera encontrado

junto a él!

¡Lejos de Siegmund, de Siegmund,

estoy ahora!

¡Estaríamos unidos por la muerte!

Si no debo maldecirte,

virgen, por haberme salvado,

oye, entonces,

mi súplica:

¡clávame tu espada en el corazón!

 

BRUNILDA

¡Vive, oh mujer,

por el bien de tu amor!

Salva la prenda

que recibiste de él:

¡un welsungo crece en tu seno!

 

SIEGLINDE

(de inmediato su rostro resplandece

de alegría)

¡Sálvame, osada!

¡Salva a mi hijo!

¡Concededme, vírgenes,

vuestra poderosa protección!

 

WALTRAUTE

(desde la atalaya)

¡Ya llega la tormenta!

 

ORTLINDE

(igual)

¡Huya quien la tema!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡Llévate a la mujer,

si la amenaza un peligro!

¡Ninguna de las walkyrias

osará protegerla!

 

SIEGLINDE

¡Sálvame, virgen!

¡Salva a la madre!

 

BRUNILDA

¡Así pues, huye deprisa,

y huye sola!

Yo me quedo,

me ofreceré a la venganza de Wotan:

retendré aquí junto a mí

al airado,

mientras tú escapas a su rabia.

 

SIEGLINDE

¿A dónde debo dirigirme?

 

BRUNILDA

¿Cuál de vosotras, hermanas,

conoce el este?

 

SIEGRUNE, ROSSWEISSE

Hacia el este, a lo lejos,

se extiende un bosque:

el tesoro de los nibelungos

se llevó hasta allí Fafner.

 

SCHWERTLEITE, HELMWIGE

Figura de reptil

adoptó el salvaje;

¡en una cueva guarda

el anillo de Alberich!

 

GRIMGERDE

No es aquél lugar seguro

para una mujer indefensa.

 

BRUNILDA

Pero seguramente el bosque

la protegerá de la furia de Wotan;

el poderoso le teme,

y evita el lugar.

 

WALTRAUTE

(desde la atalaya)

¡Airado se acerca Wotan

hacia la roca!

 

LAS SEIS WALKYRIAS

¡Brunilda, escucha el fragor

de su llegada!

 

BRUNILDA

¡Vete lejos,

rumbo al este!

Con valiente obstinación

soporta todas las fatigas,

hambre y sed, zarzas y piedras;

¡ríe si la necesidad,

si el sufrimiento te maltrata!

Debes saber una cosa

y defenderla siempre:

¡al más sublime

héroe del mundo

cobijas tú, oh mujer,

en el seno protector!

 

(Extrae los pedazos de la espada

de Siegmund de debajo de su

coraza y se los alarga a

Sieglinde)

 

Guárdale bien

los fuertes pedazos de la espada.

Del campo de batalla, de su padre

los sustraje felizmente.

El que, de nuevo forjada,

blandirá un día la espada,

reciba de mí su nombre:

¡"Sigfrido", la alegre victoria!

 

SIEGLINDE

¡Virgen magnífica!

¡A ti, fiel,

debo sagrado consuelo!

Por él,

por el que nosotras amábamos,

salvaré yo lo más amado:

¡sonríate algún día

la recompensa de mi gratitud!

¡Adiós!

¡Te bendice el dolor de Sieglinde!

 

(corre fuera, por el proscenio a la

derecha. La montaña rocosa está

rodeada por negros nubarrones

tormentosos; terrible tempestad

ruge desde el foro; creciente

resplandor ígneo a la derecha,

también desde el foro)

 

VOZ DE WOTAN

¡Deténte, Brunilda!

 

ORTLINDE, WALTRAUTE

(bajando de la atalaya)

¡La roca alcanzaron

corcel y jinete!

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Ay de ti, Brunilda!

¡Te ha alcanzado la venganza!

 

BRUNILDA

¡Ay, hermanas, ayudadme,

me tiembla el corazón!

Su cólera me destrozará,

si vuestra protección no le aplaca.

 

LAS WALKYRIAS

¡Por aquí, perdida!

¡No te dejes ver,

arrímate a nosotras

y no contestes a la llamada!

¡Ay dolor!

¡Furioso descabalga Wotan

el corcel!

¡Hacia aquí apresura

sus vengativos pasos!

 

Escena Segunda

 

(Wotan entra viniendo del abetal

con extrema excitación colérica)

 

WOTAN

¿Dónde está Brunilda?

¿Dónde, la criminal?

¿Osáis ocultarme

a la malvada?

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Terrible ruge tu furia!

¿Qué hicieron,

padre, tus hijas,

para que estés tan furioso?

 

WOTAN

¿Queréis burlaros de mí?

¡Guardaos, insolentes!

Lo sé:

me ocultáis a Brunilda.

Apartaos de ella;

sea arrojada para siempre,

como ella arrojó de sí

su estima.

 

ROSSWEISSE

Ha buscado refugio a nuestro lado,

la perseguida.

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Imploró nuestra protección!

Tu cólera la llena

de terror y de espanto:

por la angustiada hermana

te rogamos ahora

que domines tu cólera.

¡Déjate ablandar por ella,

modera tu enojo!

 

WOTAN

¡Blandengue ralea de mujeres!

¿Tan débil ánimo recibisteis de mí?

¿Os crié arrojadas,

educandoos para la lucha,

hice vuestros corazones

duros y fieros,

para que ahora, salvajes,

lloréis y gimoteéis

cuando mi cólera castiga

a una infiel?

Sabed, pues, lloronas,

lo que cometió

ésa por la que, cobardes,

se inflaman vuestros corazones:

nadie conocía

como ella mi íntimo pesar;

¡nadie conocía como ella

la fuente de mi voluntad!

Ella misma era

la encarnación

de mis propios deseos,

¡y ahora ha roto

tan dichosa unión,

pues infielmente

se ha opuesto a mi voluntad,

de mi orden soberana

se ha burlado abiertamente.

¡contra mí ha vuelto sus armas

que mi deseo forjó sólo para ella!

¿Oyes, Brunilda?

¿Tú, a quien presté

coraza, yelmo y favor,

nombre y vida?

¿Oyes elevarse mi acusación

y te ocultas, medrosa, del acusador,

para escapar al castigo

cobardemente?

 

BRUNILDA

¡Aquí estoy, padre!

¡Impón el castigo!

 

WOTAN

No soy yo quien te castiga,

te impondrás el castigo.

Existías sólo por mi voluntad,

pero contra mí

has querido rebelarte;

ejecutabas únicamente mis órdenes,

pero te has opuesto a lo ordenado;

virgen del deseo eras para mí,

pero te has opuesto a mis deseos,

portadora del escudo eras para mí,

pero el escudo contra mí

has levantado;

electora del destino

eras para mí,

pero el destino has elegido

contra mi voluntad:

te encargué infundir valor

a los héroes

pero tú has lanzado

a los héroes contra mí.

Wotan te ha dicho

lo que antes fuiste.

Lo que ahora eres,

dítelo tú misma.

Nunca más serás

virgen de mi deseo;

dejarás de ser walkyria:

¡ de ahora en adelante

lo que ya sólo puedes ser!

 

BRUNILDA

¿Me repudias?

¿Te he entendido bien?

 

WOTAN

Nunca más te enviaré

desde el Walhalla;

nunca más buscarás héroes

entre los combatientes;

nunca más guiarás vencedores

a mi sala.

En el íntimo banquete

de los dioses,

nunca más me ofrecerás

graciosamente la bebida.

Nunca más besaré

tu boca virginal;

de la divina tropa

estás separada,

apartada de la estirpe

de los eternos;

¡rota está nuestra unión,

de mi vista estás desterrada!

 

LAS WALKYRIAS

¡Dolor! ¡Desdicha!

¡Hermana, ay, hermana!

 

BRUNILDA

¿Me quitas todo

lo que un día me diste?

 

WOTAN

¡Quien te dio poderes te los arrebata!

Aquí, en la montaña te encantaré,

en sueño indefenso te sumiré;

¡que tome después a la virgen

el hombre

que en el camino la encuentre

y la despierte!

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Deténte, oh padre!

¡Detén la maldición!

¿Debe marchitarse la virgen

antes que el hombre?

¡Oye nuestra súplica!

¡Terrible dios!

¡Ay, aparta de ella

el mortificante ultraje!

¡Como a la hermana,

nos alcanzará su afrenta!

 

WOTAN

¿No oísteis lo que dispuse?

De vuestra tropa está separada

la hermana desleal;

con vosotras no cabalgará

nunca más por los aires;

la flor virginal

se marchitará en la doncella;

un esposo ganará

sus favores femeninos;

¡en adelante

obedecerá al hombre

que sea su dueño,

junto al hogar

se sentará e hilará,

y será objeto

de todas las burlas!

 

(Brunilda cae al suelo con un grito;

espantadas, las walkyrias se

apartan de ella con gran alboroto

y precipitación)

 

¿Os asusta su destino?

¡Entonces, escapad de la perdida!

¡Apartaos de ella

y manteneos lejos!

Quien de vosotras osara

quedarse con ella,

quien, desafiándome,

defienda a la desdichada,

esa loca compartirá su suerte:

¡esto advierto a la temeraria!

¡Ahora, fuera de aquí, evitad la roca!

¡Lejos de aquí huid presto;

si no, aquí os aguarda

la desdicha!

 

LAS WALKYRIAS

¡Oh, dolor! ¡Oh, dolor!

 

(se dispersan con salvajes gritos

y se precipitan en rápida huida

hacia el abetal)

 

Escena Tercera

 

BRUNILDA

¿Fue tan infame

lo que cometí,

que castigas

tan vergonzosamente

mi crimen?

¿Fue tan bajo lo que te hice,

que me humillas

tan profundamente?

¿Fue tan deshonroso

lo que perpetré,

que mi falta

te roba ahora la honra?

¡Oh, di, padre!

Mírame a los ojos:

calma la cólera,

reprime el furor,

y explícame claramente

qué oscura culpa,

con rígida obstinación, te obliga

a repudiar a tu más querida hija.

 

WOTAN

¡Medita en lo que has hecho;

y ello te explicará tu culpa!

 

BRUNILDA

Ejecuté

tu orden.

 

WOTAN

¿Te ordené yo pelear

por el welsungo?

 

BRUNILDA

Eso me ordenaste

como Señor de las Batallas.

 

WOTAN

¡Pero después

retiré mi orden!

 

BRUNILDA

Cuando Fricka

te enajenó el pensamiento,

pues al someterte tú al suyo,

fuiste tu propio enemigo.

 

WOTAN

Que me habías comprendido,

imaginaba yo,

castigo el desafío consciente:

¡pero tú me juzgaste

cobarde y necio!

¿No debería vengar la traición?

¿Eras demasiado insignificante

para provocar mi cólera?

 

BRUNILDA

No soy sabia,

pero yo sabía una cosa:

que tú amabas al welsungo.

Yo sabía el dilema

que te obligaba

a olvidar eso completamente.

Tuviste que ver únicamente lo otro,

lo que laceraba tan acerbamente

tu corazón:

tenerle que negar a Siegmund

tu protección.

 

WOTAN

¿Lo sabías y, no obstante,

osaste protegerle?

 

BRUNILDA

¡Porque yo sólo tenía

delante de los ojos

tu voluntad inicial,

aquella a la que,

forzado por otros,

debiste renunciar!

La que sigue en el combate

siendo escudo de Wotan,

vio lo que tú no viste:

únicamente veía a Siegmund.

Anunciándole la muerte,

comparecí ante él,

descubrí sus ojos,

sus palabras;

percibí la sagrada necesidad

del héroe;

escuché la queja del más bravo:

¡la terrible pena del más libre

de los enamorados,

el desafío del más audaz

de los desdichados!

Resonó en mis oídos,

mis ojos

vieron lo que hondo,

en el pecho,

me hizo temblar el corazón

con sagrado temor.

Tímida y asombrada,

estaba allí,

avergonzada.

En servirle pude

sólo ya pensar:

en compartir con Siegmund

la victoria o la muerte;

¡sólo esto podía yo elegir

como destino!

Por aquel que inspiró ese amor,

íntimamente fiel a la voluntad

que me unió al welsungo,

me opuse a tu orden.

 

WOTAN

Así, hiciste lo que yo deseaba

hacer de buen grado,

¡eso que la necesidad me obligó

a no hacer!

¿Tan fáciles creías

las delicias del amor?

El dolor me rompía el corazón,

me causaba rabia detener,

para bien de un mundo,

la fuente del amor

en mi corazón torturado.

Mientras me volvía

contra mí mismo,

rabioso por mi impotencia;

mientras encendido

y furioso deseo

despertaba en mí

la terrible voluntad

de enterrar

mi eterna tristeza

entre las ruinas

de mi propio mundo,

te confortabas dulcemente

y hallaste celestial consuelo,

te embriagaron los encantos

del amor,

mientras a mí,

mi propio amor divino

me procuraba

tan sólo amarguras.

 

Déjate guiar, pues,

por tu despreocupado entendimiento;

te has separado de mí.

Tengo que evitarte:

ya no puedo confiar en ti;

separados, no podremos

nunca más obrar

de común acuerdo;

¡mientras te duren

el aliento y la vida,

ya no podrás encontrar al dios!

 

BRUNILDA

Tal vez no te fue útil

la alocada muchacha

que, asombrada,

no comprendió tu consejo;

mi inteligencia

sólo me aconsejó una cosa:

amar lo que tú amabas...

 

Si tengo, pues, que separarme de ti

y evitarte, temerosa,

si tienes que dividir

lo antes indivisible,

mantener lejos de ti

a tu propia mitad,

que además te pertenecía por entero,

¡oh, dios, no me olvides!

¡No deshonres a una parte

de tu eternidad,

no quieras que la vergüenza

la ultraje!

¡Tú mismo te hundirías

viéndote objeto de escarnio!

 

WOTAN

Te sometiste dichosa

al poder del amor:

¡sigue ahora a aquel

al que habrás de amar!

 

BRUNILDA

Si debo abandonar el Walhalla,

nunca más obrar

y dominar contigo,

obedecer en adelante

al hombre altivo,

no me des en premio

a un jactancioso cobarde.

¡Que no sea indigno

quien me gane!

 

WOTAN

Te has apartado

del Padre de los Combates:

no puede elegir él por ti.

 

BRUNILDA

Tú engendraste una noble estirpe,

de ella jamás podrá nacer un cobarde:

el más sagrado héroe,

yo lo sé, florecerá

en el tronco de los welsungos.

 

WOTAN

¡No hables del tronco

de los welsungos!

Al separarme de ti, me separé de él;

la envidia exigía su aniquilación.

 

BRUNILDA

Al separarme de ti,

lo he salvado.

Sieglinde cuida

el más sagrado fruto;

entre dolores y penas

como jamás sufrió mujer alguna,

dará a luz

a lo que cobija temerosa.

 

WOTAN

¡Jamás busques en mí

protección para la mujer

ni para el fruto de su cuerpo!

 

BRUNILDA

Ella conserva la espada

que hiciste para Siegmund.

 

WOTAN

¡Y que rompí en pedazos!

 

No pretendas,

oh virgen,

turbar mi ánimo;

aguarda tu destino;

¡no puedo elegirlo para ti!

 

Pero ahora

tengo que partir,

marchar lejos;

ya me he detenido demasiado;

me aparto de la descarriada,

no puedo saber

lo que ya desea;

¡sólo quiero ver cumplido

su castigo!

 

BRUNILDA

¿Qué has ordenado

que yo sufra?

 

WOTAN

Te sumiré en un profundo sueño;

¡quien despierte a la indefensa,

la hará, al volverla a la vida,

su mujer!

 

BRUNILDA

Si debo entregarme al sueño,

para ser fácil botín

del más cobarde de los hombres,

al menos

concédeme una cosa,

y te lo pido solemnemente.

¡Protege a la durmiente

con disuasorios temores,

para que sólo un héroe,

libre y sin miedo,

me encuentre un día aquí,

en la roca!

 

WOTAN

¡Pides demasiado,

demasiada gracia!

 

BRUNILDA

¡Al menos

tienes que concederme esto!

Aplasta a tu hija,

que abraza tus rodillas;

pisotea a la fiel,

destruye a la virgen,

que tu lanza deshaga su cuerpo,

¡pero no la entregues, cruel,

al más ultrajante oprobio!

 

¡Manda que arda un fuego!

Que rodee la roca

ardiente llamarada.

Que lama su lengua

y muerdan sus dientes

al cobarde que,

insolente,

se atreva a acercarse

al amedrentador peñasco.

 

WOTAN

¡Adiós, osada, magnífica niña!

¡Tú, de mi corazón

el más sagrado orgullo!

¡Adiós! ¡Adiós! ¡Adiós!

Si he de evitarte

y no puedo volverte a ver,

recibe, amoroso, mi saludo;

si nunca más debes cabalgar

a mi lado,

ni presentarme la hidromiel

en el banquete,

si he de perderte, a ti,

a la que amo,

riente gozo de mis ojos:

¡que arda un ahora para ti

un fuego nupcial

como jamás ardió

para novia alguna!

Ardiente llama rodee la roca;

con devorador horror

ahuyente al pusilánime:

¡que el cobarde huya de la roca

de Brunilda!

 

¡Que sólo uno pretenda a esta novia,

uno más libre que yo, el dios!

 

(Brunilda cae, conmovida y

entusiasmada, sobre el pecho de

Wotan; él la abraza largo rato)

 

En estos luminosos ojos

que a menudo yo acaricié sonriente,

recompensado con un beso

tu conducta en el combate,

cuando balbuciente

fluía de tus divinos labios

la loa de los héroes;

estos dos radiantes ojos

que a menudo me iluminaron

durante el ataque,

cuando la esperanza me abrasaba

el corazón,

cuando a las delicias del mundo

aspiraba mi deseo

desde el temor trémulo:

¡por última vez

me solazo hoy en ellos

les doy el último beso del adiós!

Mientras para el hombre afortunado

brilla su propia estrella;

para el desdichado eterno,

la suya debe apagarse.

 

(toma su cabeza entre las manos)

 

¡Así se aparta de tu lado el dios,

así te quita con un beso

la divinidad!

 

(la besa largamente en ambos ojos.

Él la guía con delicadeza, y la

deposita, tendida, en una pequeña

elevación musgosa, sobre la que

extiende su amplia enramada un

abeto.

La contempla y le cierra el

yelmo; sus ojos se detienen después

en la figura de la durmiente, que

ahora ha cubierto totalmente con el

gran escudo metálico de la

walkyria.

Después avanza con solemne

decisión al centro del escenario

y dirige la punta de su lanza

contra una poderosa peña)

 

!Loge, oye!

¡Dirige tus oídos hacia aquí!

Igual que te encontré

por primera vez, siendo ígneo fuego;

como un día te me escapaste

convertido en errabunda llama,

¡igual que entonces te até,

te ato ahora!

¡Arriba, oscilante llama,

rodea de fuego la roca!

 

(a continuación golpea tres veces en

la roca con la lanza)

 

¡Loge! ¡Loge! ¡Ven aquí!

 

(de la peña brota un rayo ígneo que

poco a poco crece formando una

llamarada más clara. Estalla un

brillante fuego flameante. Luminoso

arder rodea con salvajes llamaradas

a Wotan. Este indica con la lanza

imperiosamente al mar de fuego que

rodee el círculo del borde rocoso

formando una corriente; al punto

ésta se arrastra hacia el foro,

donde ahora arde continuamente

alrededor del borde de la montaña)

 

¡Jamás atraviese el fuego

quien tema

la punta de mi lanza!

 

(extiende la lanza como para el

conjuro. Después mira apenado a

Brunilda, se vuelve lentamente para

partir, y aún mira una vez más

hacia atrás hasta que desaparece a

través del fuego)

Alemán.


(Interior de la cabaña de Hunding, en el centro de la cual se eleva un

enorme fresno que se pierde en lo alto a través de un hueco del techo

de madera. El escenario permanece vacío unos instantes,; fuera,

tormenta, . Siegmund abre desde el exterior y entra y examina la

vivienda. Permanece expectante, está extenuado por un gran esfuerzo;

sus ropas  y aspecto evidencian que anda huido. Al no descubrir a

nadie, cierra la puerta tras de sí y medio tambaleándose va hacia el

fondo dejándose caer agotado sobre un cobertor de piel de oso)

 

AKT I

 

Erste Szene

 

SIEGMUND

Wes Herd dies auch sei,

hier muß ich rasten.

 

(Sieglinde tritt aus der Türe des

inneren Gemaches. Sie glaubte

ihren Mann heimgekehrt; als sie

einen Fremdem am Herde ausgestreckt

streckt sieht)

 

SIEGLINDE

Ein fremder Mann?

Ihn muß ich fragen.

Wer kam ins Haus

und liegt dort am Herd?

Müde liegt er, von Weges Müh'n.

Schwanden die Sinne ihm?

Wäre er siech?

Noch schwillt ihm den Atem;

das Auge nur schloß er. -

Mutig dünkt mich der Mann,

sank er müd' auch hin.

 

SIEGMUND

Ein Quell! Ein Quell!

 

SIEGLINDE

Erquickung schaff' ich.

 

(Sie nimmt schnell ein Trinkhorn,

geht damit aus dem Hause, kommt

zurück und reicht das gefüllte

Trinkhorn Siegmund)

 

Labung biet' ich dem

lechzenden Gaumen:

Wasser, wie du gewollt.

 

SIEGMUND

Kühlende Labung

gab mir der Quell,

des Müden Last

machte er leicht:

erfrischt ist der Mut,

das Aug' erfreut

des Sehens selige Lust.

Wer ist's, der so mir es labt?

 

SIEGLINDE

Dies Haus und dies Weib

sind Hundings Eigen;

gastlich

gönn' er dir Rast:

harre, bis heim er kehrt!

 

SIEGMUND

Waffenlos bin ich:

dem wunden Gast wird

dein Gatte nicht wehren.

 

SIEGLINDE

Die Wunden weise mir schnell!

 

SIEGMUND

Gering sind sie,

der Rede nicht wert;

noch fügen des Leibes

Glieder sich fest.

Hätten halb so stark wie mein Arm

Schild und Speer mir gehalten,

nimmer floh ich dem Feind,

doch zerschellten mir

Speer und Schild.

Der Feinde Meute

hetzte mich müd',

Gewitterbrunst

brach meinen Leib;

doch schneller, als ich der Meute,

schwand die Müdigkeit mir:

sank auf die Lider mir Nacht;

die Sonne lacht mir nun neu.

 

(Sieglinde geht nach dem Speicher,

füllt ein Horn mit Met und reicht

es Siegmund mit freundlicher

Bewegtheit)

 

SIEGLINDE

Des seimigen Metes süßen Trank

mög'st du mir nicht verschmähn.

 

SIEGMUND

Schmecktest du mir ihn zu?

 

(Sieglinde nippt am Horne und

reicht es ihm wieder. Siegmund tut

einen langen Zug, indem er den

Blick mit wachsender Wärme auf sie

heftet. Er seufzt tief auf, und

senkt den Blick düster zu Boden)

 

Einen Unseligen labtest du:

Unheil wende der Wunsch von dir!

Gerastet hab' ich und süß geruht.

Weiter wend' ich den Schritt.

 

SIEGLINDE

Wer verfolgt dich,

daß du schon fliehst?

 

SIEGMUND

Mißwende folgt mir,

wohin ich fliehe;

Mißwende naht mir,

wo ich mich neige. -

Dir, Frau, doch bleibe sie fern!

Fort wend' ich Fuß und Blick.

 

SIEGLINDE

So bleibe hier!

Nicht bringst du Unheil dahin,

wo Unheil im Hause wohnt!

 

SIEGMUND

Wehwalt

hieß ich mich selbst:

Hunding will ich erwarten.

 

(Er lehnt sich an den Herd; sein

Blick haftet mit ruhiger und

entschlossener Teilnahme an

Sieglinde. Beide blicken sich in

tiefem Schweigen mit dem Ausdruck

großer Ergriffenheit in die Augen)

 

Zweite Szene

 

(Sieglinde fährt plötzlich auf,

lauscht und hört Hunding, der sein

Roß außen zum Stall führt. Sie

geht hastig zur Tür und öffnet.

Hunding, gewaffnet mit Schild und

Speer, tritt ein und hält unter der

Tür, als er Siegmund gewahrt)

 

SIEGLINDE

(Zu Hunding)

Müd am Herd

fand ich den Mann:

Not führt' ihn ins Haus.

 

HUNDING

Du labtest ihn?

 

SIEGLINDE

Den Gaumen letzt' ich ihm,

gastlich sorgt' ich sein!

 

SIEGMUND

Dach und Trank dank' ich ihr:

willst du dein Weib drum schelten?

 

HUNDING

Heilig ist mein Herd:

heilig sei dir mein Haus!

 

(Zu Sieglinde)

 

Rüst' uns Männern das Mahl!

 

(Mißt scharf und verwundert

Siegmunds Züge, die er mit denen

seiner Frau vergleicht)

 

(Für sich)

 

Wie gleicht er dem Weibe!

Der gleißende Wurm glänzt

auch ihm aus dem Auge.

 

(zu Siegmund)

 

Weit her, traun,

kamst du des Wegs;

ein Roß nicht ritt,

der Rast hier fand:

welch schlimme Pfade

schufen dir Pein?

 

SIEGMUND

Durch Wald und Wiese,

Heide und Hain,

jagte mich Sturm

und starke Not:

nicht kenn' ich den Weg,

den ich kam.

Wohin ich irrte,

weiß ich noch minder:

Kunde gewänn' ich des gern.

 

HUNDING

Des Dach dich deckt,

des Haus dich hegt,

Hunding heißt der Wirt;

wendest von hier du nach

West den Schritt,

in Höfen reich hausen dort Sippen,

die Hundings Ehre behüten.

Gönnt mir Ehre mein Gast,

wird sein Name nun mir genannt.

 

(Sieglinde, die sich neben Hunding,

Siegmund gegenüber, gesetzt, heftet

ihr Auge mit auffallender Teilnahme

und Spannung auf diesen)

 

Trägst du Sorge, mir zu vertraun,

der Frau hier gib doch Kunde:

sieh, wie gierig sie dich frägt!

 

SIEGLINDE

Gast,

wer du bist, wüßt' ich gern.

 

SIEGMUND

"Friedmund"

darf ich nicht heißen;

"Frohwalt"

möcht' ich wohl sein:

doch "Wehwalt" mußt ich mich nennen.

"Wolfe", der war mein Vater;

zu zwei kam ich zur Welt,

eine Zwillingsschwester und ich.

Früh schwanden mir

Mutter und Maid.

Die mich gebar

und die mit mir sie barg,

kaum hab' ich je sie gekannt...

Wehrlich und stark war Wolfe;

der Feinde wuchsen ihm viel.

Zum Jagen zog

mit dem Jungen der Alte:

Von Hetze und Harst

einst kehrten wir heim...

da lag das Wolfsnest leer.

Zu Schutt gebrannt

der prangende Saal,

zum Stumpf der Eiche

blühender Stamm;

erschlagen der Mutter

mutiger Leib,

verschwunden in Gluten

der Schwester Spur:

uns schuf die herbe Not

der Neidinge harte Schar.

Geächtet floh

der Alte mit mir;

lange Jahre

lebte der Junge

mit Wolfe im wilden Wald:

manche Jagd

ward auf sie gemacht;

doch mutig wehrte

das Wolfspaar sich.

Ein Wölfing kündet dir das,

den als "Wölfing"

mancher wohl kennt.

 

HUNDING

Wunder und wilde Märe

kündest du, kühner Gast,

Wehwalt - der Wölfing!

Mich dünkt,

von dem wehrlichen Paar

vernahm ich dunkle Sage,

kannt' ich auch Wolfe

und Wölfing nicht.

 

SIEGLINDE

Doch weiter künde, Fremder:

wo weilt dein Vater jetzt?

 

SIEGMUND

Ein starkes Jagen auf uns

stellten die Neidinge an:

der Jäger viele

fielen den Wölfen,

in Flucht durch den Wald

trieb sie das Wild.

Wie Spreu zerstob uns der Feind.

Doch ward ich

vom Vater versprengt;

seine Spur verlor ich,

je länger ich forschte:

eines Wolfes Fell nur

traf ich im Forst;

leer lag das vor mir,

den Vater fand ich nicht.

Aus dem Wald trieb es mich fort;

mich drängt' es

zu Männern und Frauen...

Wieviel ich traf,

wo ich sie fand,

ob ich um Freund',

um Frauen warb,

immer doch war ich geächtet:

Unheil lag auf mir.

Was Rechtes je ich riet,

andern dünkte es arg,

was schlimm immer mir schien,

andre gaben ihm Gunst.

In Fehde fiel ich, wo ich mich fand,

Zorn traf mich,

wohin ich zog;

gehrt' ich nach Wonne,

weckt' ich nur Weh':

drum mußt' ich mich

Wehwalt nennen;

des Wehes waltet' ich nur.

 

HUNDING

Die so leidig Los dir beschied,

nicht liebte dich die Norn':

froh nicht grüßt dich der Mann,

dem fremd als Gast du nahst.

 

SIEGLINDE

Feige nur fürchten den,

der waffenlos einsam fährt!...

Künde noch, Gast,

wie du im Kampf

zuletzt die Waffe verlorst!

 

SIEGMUND

Ein trauriges Kind

rief mich zum Trutz:

vermählen wollte

der Magen Sippe

dem Mann ohne Minne die Maid.

Wider den Zwang

zog ich zum Schutz,

der Dränger Troß

traf ich im Kampf:

dem Sieger sank der Feind.

Erschlagen lagen die Brüder:

die Leichen umschlang da die Maid,

den Grimm verjagt' ihr der Gram.

Mit wilder Tränen Flut

betroff sie weinend die Wal:

um des Mordes der eignen Brüder

klagte die unsel'ge Braut.

Der Erschlagnen Sippen

stürmten daher;

übermächtig

ächzten nach Rache sie;

rings um die Stätte

ragten mir Feinde.

Doch von der Wal

wich nicht die Maid;

mit Schild und Speer

schirmt' ich sie lang',

bis Speer und Schild

im Harst mir zerhauen.

Wund und waffenlos stand ich...

sterben sah ich die Maid:

mich hetzte das wütende Heer...

auf den Leichen lag sie tot.

Nun weißt du, fragende Frau,

warum ich Friedmund nicht heiße!

 

HUNDING

Ich weiß ein wildes Geschlecht,

nicht heilig ist ihm,

was andern hehr:

verhaßt ist es allen und mir.

Zur Rache ward ich gerufen,

Sühne zu nehmen

für Sippenblut:

zu spät kam ich,

und kehrte nun heim,

des flücht'gen Frevlers Spur

im eignen Haus zu erspähn...

Mein Haus hütet,

Wölfing, dich heut';

für die Nacht nahm ich dich auf;

mit starker Waffe

doch wehre dich morgen;

zum Kampfe kies ich den Tag:

für Tote zahlst du mir Zoll.

 

(zu Sieglinde)

 

Fort aus dem Saal!

Säume hier nicht!

Den Nachttrunk rüste mir drin

und harre mein' zur Ruh'.

 

(Sieglinde sie wendet sich langsam

und zögernden Schrittes nach dem

Speicher. Mit ruhigem Entschlußöffnet

sie den Schrein füllt ein Trinkhorn

und schüttet aus einer Büchse Würze

hinein. Hunding fährt auf und treibt

sie mit einer heftigen Gebärde zum

Fortgehen an. Hunding nimmt seine

Waffen vom Stamme herab)

 

(zu Siegmund)

 

Mit Waffen wehrt sich der Mann...

Dich Wölfing treffe ich morgen;

mein Wort hörtest du...

hüte dich wohl!

(ab)

 

Dritte Szene

 

SIEGMUND

Ein Schwert verhieß mir der Vater,

ich fänd' es in höchster Not.

Waffenlos fiel ich

in Feindes Haus;

seiner Rache Pfand,

raste ich hier:..

ein Weib sah ich,

wonnig und hehr:

entzückend Bangen

zehrt mein Herz.

Zu der mich nun Sehnsucht zieht,

die mit süßem Zauber mich sehrt,

im Zwange hält sie der Mann,

der mich Wehrlosen höhnt!

Wälse! Wälse!

Wo ist dein Schwert?

Das starke Schwert,

das im Sturm ich schwänge,

bricht mir hervor aus der Brust,

was wütend das Herz noch hegt?

 

(Deutlich einen Schwertgriff

haften sieht die Stelle des

Eschenstammes)

 

Was gleißt dort hell

im Glimmerschein?

Welch ein Strahl bricht

aus der Esche Stamm?

Des Blinden Auge

leuchtet ein Blitz:

lustig lacht da der Blick.

Wie der Schein so hehr

das Herz mir sengt!

Ist es der Blick

der blühenden Frau,

den dort haftend

sie hinter sich ließ,

als aus dem Saal sie schied?

Nächtiges Dunkel

deckte mein Aug',

ihres Blickes Strahl

streifte mich da:

Wärme gewann ich und Tag.

Selig schien mir

der Sonne Licht;

den Scheitel umgliß mir

ihr wonniger Glanz...

bis hinter Bergen sie sank.

Noch einmal, da sie schied,

traf mich abends ihr Schein;

selbst der alten Esche Stamm

erglänzte in goldner Glut:

da bleicht die Blüte,

das Licht verlischt;

nächtiges Dunkel

deckt mir das Auge:

tief in des Busens Berge

glimmt nur noch lichtlose Glut.

 

(das Seitengemach öffnet sich leise:

Sieglinde tritt, in weißem Gewande)

 

SIEGLINDE

Schläfst du, Gast?

 

SIEGMUND

Wer schleicht daher?

 

SIEGLINDE

Ich bin's: höre mich an!

In tiefem Schlaf liegt Hunding;

ich würzt' ihm betäubenden Trank:

nütze die Nacht dir zum Heil!

 

SIEGMUND

Heil macht mich dein Nah'n!

 

SIEGLINDE

Eine Waffe laß mich dir weisen:

o wenn du sie gewännst!

Den hehrsten Helden

dürft' ich dich heißen:

dem Stärksten allein

ward sie bestimmt.

O merke wohl, was ich dir melde!

Der Männer Sippe

saß hier im Saal,

von Hunding zur Hochzeit geladen:

er freite ein Weib,

das ungefragt

Schächer ihm schenkten zur Frau.

Traurig saß ich,

während sie tranken;

ein Fremder trat da herein:

ein Greis in blauem Gewand;

tief hing ihm der Hut,

der deckt' ihm der Augen eines;

doch des andren Strahl,

Angst schuf es allen,

traf die Männer

sein mächtiges Dräu'n.

mir allein

weckte das Auge

süß sehnenden Harm,

Tränen und Trost zugleich.

Auf mich blickt' er

und blitzte auf Jene,

als ein Schwert

in Händen er schwang;

das stieß er nun

in der Esche Stamm,

bis zum Heft haftet' es drin:

dem sollte der Stahl geziemen,

der aus dem Stamm' es zög'.

Der Männer alle,

so kühn sie sich mühten,

die Wehr sich keiner gewann;

Gäste kamen

und Gäste gingen,

die stärksten zogen am Stahl...

keinen Zoll entwich er dem Stamm:

dort haftet schweigend das Schwert...

Da wußt' ich, wer der war,

der mich Gramvolle gegrüßt;

ich weiß auch,

wem allein

im Stamm das Schwert er bestimmt.

O fänd' ich ihn heut

und hier, den Freund;

käm' er aus Fremden

zur ärmsten Frau.

Was je ich gelitten

in grimmigem Leid,

was je mich geschmerzt

in Schande und Schmach...

süßeste Rache

sühnte dann alles!

Erjagt hätt' ich,

was je ich verlor,

was je ich beweint,

wär' mir gewonnen,

fänd' ich den heiligen Freund,

umfing' den Helden mein Arm!

 

SIEGMUND

(mit Glut Sieglinde umfassend)

Dich selige Frau

hält nun der Freund,

dem Waffe und Weib bestimmt!

Heiß in der Brust

brennt mir der Eid,

der mich dir Edlen vermählt.

Was je ich ersehnt,

ersah ich in dir;

in dir fand ich,

was je mir gefehlt!

Littest du Schmach,

und schmerzte mich Leid;

war ich geächtet,

und warst du entehrt:

freudige Rache

lacht nun den Frohen!

Auf lach' ich

in heiliger Lust...

halt' ich dich Hehre umfangen,

fühl' ich dein schlagendes Herz!

 

(die große Tür springt auf;

außen herrliche Frühlingsnacht;

der Vollmond leuchtet herein

und wirft sein helles Licht auf

das Paar)

 

SIEGLINDE

Ha, wer ging?

Wer kam herein?

 

SIEGMUND

Keiner ging...

doch einer kam:

siehe, der Lenz

lacht in den Saal!

Winterstürme wichen

dem Wonnemond,

in mildem Lichte

leuchtet der Lenz;

auf linden Lüften

leicht und lieblich,

Wunder webend

er sich wiegt;

durch Wald und Auen

weht sein Atem,

weit geöffnet

lacht sein Aug'...

aus sel'ger Vöglein Sange

süß er tönt,

holde Düfte

haucht er aus;

seinem warmen Blut entblühen

wonnige Blumen,

Keim und Sproß

entspringt seiner Kraft.

Mit zarter Waffen Zier

bezwingt er die Welt;

Winter und Sturm wichen

der starken Wehr...

wohl mußte den tapfern Streichen

die strenge Türe auch weichen,

die trotzig und starr

uns trennte von ihm!

Zu seiner Schwester

schwang er sich her;

die Liebe lockte den Lenz:

in unsrem Busen

barg sie sich tief;

nun lacht sie selig dem Licht.

Die bräutliche Schwester

befreite der Bruder;

zertrümmert liegt,

was je sie getrennt:

jauchzend grüßt sich

das junge Paar:

vereint sind Liebe und Lenz!

 

SIEGLINDE

Du bist der Lenz,

nach dem ich verlangte

in frostigen Winters Frist.

Dich grüßte mein Herz

mit heiligem Grau'n,

als dein Blick zuerst mir erblühte.

Fremdes nur sah ich von je,

freudlos war mir das Nahe.

Als hätt' ich nie es gekannt,

war, was immer mir kam.

Doch dich kannt' ich

deutlich und klar:

als mein Auge dich sah,

warst du mein Eigen;

was im Busen ich barg,

was ich bin,

hell wie der Tag

taucht' es mir auf,

o wie tönender Schall

schlug's an mein Ohr,

als in frostig öder Fremde

zuerst ich den Freund ersah.

 

SIEGMUND

O süßeste Wonne!

O seligstes Weib!

 

SIEGLINDE

O laß in Nähe

zu dir mich neigen,

daß hell ich schaue

den hehren Schein,

der dir aus Aug'

und Antlitz bricht

und so süß die Sinne mir zwingt.

 

SIEGMUND

Im Lenzesmond

leuchtest du hell;

hehr umwebt dich

das Wellenhaar:

was mich berückt,

errat' ich nun leicht,

denn wonnig weidet mein Blick.

 

SIEGLINDE

Wie dir die Stirn

so offen steht,

der Adern Geäst

in den Schläfen sich schlingt!

Mir zagt es vor der Wonne,

die mich entzückt!

Ein Wunder will mich gemahnen:

den heut' zuerst ich erschaut,

mein Auge sah dich schon!

 

SIEGMUND

Ein Minnetraum

gemahnt auch mich:

in heißem Sehnen

sah ich dich schon!

 

SIEGLINDE

Im Bach erblickt' ich

mein eigen Bild...

und jetzt gewahr' ich

es wieder:

wie einst dem Teich es enttaucht,

bietest mein Bild mir nun du!

 

SIEGMUND

Du bist das Bild,

das ich in mir barg.

 

SIEGLINDE

O still! Laß mich

der Stimme lauschen:

mich dünkt, ihren Klang

hört' ich als Kind...

Doch nein! Ich hörte sie neulich,

als meiner Stimme Schall

mir widerhallte der Wald.

 

SIEGMUND

O lieblichste Laute,

denen ich lausche!

 

SIEGLINDE

Deines Auges Glut

erglänzte mir schon:

so blickte der Greis

grüßend auf mich,

als der Traurigen Trost er gab.

An dem Blick

erkannt' ihn sein Kind...

schon wollt' ich

beim Namen ihn nennen!

Wehwalt heißt du fürwahr?

 

SIEGMUND

Nicht heiß' ich so,

seit du mich liebst:

nun walt' ich

der hehrsten Wonnen!

 

SIEGLINDE

Und Friedmund darfst du

froh dich nicht nennen?

 

SIEGMUND

Nenne mich du,

wie du liebst, daß ich heiße:

den Namen nehm' ich von dir!

 

SIEGLINDE

Doch nanntest du Wolfe den Vater?

 

SIEGMUND

Ein Wolf

war er feigen Füchsen!

Doch dem so stolz

strahlte das Auge,

wie, Herrliche,

hehr dir es strahlt,

der war: Wälse genannt.

 

SIEGLINDE

War Wälse dein Vater,

und bist du ein Wälsung,

stieß er für dich

sein Schwert in den Stamm,

so laß mich dich heißen,

wie ich dich liebe:

Siegmund ...

so nenn' ich dich!

 

SIEGMUND

(springt auf und eilt auf den

Stamm zu)

Siegmund heiß' ich

und Siegmund bin ich!

Bezeug' es dies Schwert,

das zaglos ich halte!

Wälse verhieß mir,

in höchster Not

fänd' ich es einst:

ich faß' es nun!

Heiligster Minne

höchste Not,

sehnender Liebe

sehrende Not

brennt mir hell in der Brust,

drängt zu Tat und Tod:

Notung! Notung!

So nenn' ich dich, Schwert

Notung! Notung!

Neidlicher Stahl!

Zeig' deiner Schärfe

schneidenden Zahn:

heraus aus der Scheide zu mir!

 

(er zieht mit einem gewaltigen Zuck

das Schwert aus dem Stamme und

zeigt es der von Staunen und

Entzücken erfaßten Sieglinde)

 

Siegmund, den Wälsung,

siehst du, Weib!

Als Brautgabe

bringt er dies Schwert:

so freit er sich

die seligste Frau;

dem Feindeshaus

entführt er dich so.

Fern von hier

folge mir nun,

fort in des Lenzes

lachendes Haus:

dort schützt dich Nothung,

das Schwert,

wenn Siegmund dir liebend erlag!

 

(er hat sie umfaßt,

um sie mit sich fortzuziehen)

 

SIEGLINDE

Bist du Siegmund,

den ich hier sehe,

Sieglinde bin ich,

die dich ersehnt:

die eigne Schwester

gewannst du zu eins

mit dem Schwert!

 

SIEGMUND

Braut und Schwester

bist du dem Bruder -

so blühe denn,

Wälsungen-Blut!


(Accidentada cordillera rocosa.

En el foro serpentea desde abajo una garganta

ascendente que desemboca en un collado;

desde éste el piso vuelve a descender hacia el proscenio.

Wotan, completamente armado, con lanza; ante él Brünnhilde,

como walkyria, también con toda su dotación de armas)

 

AKT II

 

Erste Szene

 

WOTAN

Nun zäume dein Roß,

reisige Maid!

Bald entbrennt

brünstiger Streit:

Brünnhilde stürme zum Kampf,

dem Wälsung kiese sie Sieg!

Hunding wähle sich,

wem er gehört;

nach Walhall taugt er mir nicht.

Drum rüstig und rasch,

reite zur Wal!

 

BRÜNNHILDE

Hojotoho! Hojotoho!

Heiaha! Heiaha!

Hojotoho! Heiaha!

 

(blickt in die hintere Schlucht hinab

und ruft zu Wotan zurück)

 

Dir rat' ich, Vater,

rüste dich selbst;

harten Sturm

sollst du bestehn.

Fricka naht, deine Frau,

im Wagen mit dem Widdergespann.

Hei! Wie die goldne

Geißel sie schwingt!

Die armen Tiere

ächzen vor Angst;

wild rasseln die Räder;

zornig fährt sie zum Zank!

In solchem Strauße

streit' ich nicht gern,

lieb' ich auch mutiger

Männer Schlacht!

Drum sieh,

wie den Sturm du bestehst:

ich Lustige laß' dich im Stich!

Hojotoho! Hojotoho!

Heiaha! Heiaha! Heiahaha!

 

(Brünnhilde verschwindet hinter der

Gebirgshöhe zur Seite. In einem mit

zwei Widdern bespannten Wagen

langt Fricka aus der Schlucht auf

dem Felsjoche an: dort hält sie

rasch an und steigt aus. Sie

schreitet heftig in den Vordergrund

auf Wotan zu)

 

WOTAN

Der alte Sturm,

die alte Müh'!

Doch stand muß ich hier halten!

 

FRICKA

Wo in den Bergen du dich birgst,

der Gattin Blick zu entgehn,

einsam hier

such' ich dich auf,

daß Hilfe du mir verhießest.

 

WOTAN

Was Fricka kümmert,

künde sie frei.

 

FRICKA

Ich vernahm Hundings Not,

um Rache rief er mich an:

der Ehe Hüterin

hörte ihn,

verhieß streng

zu strafen die Tat

des frech frevelnden Paars,

das kühn den Gatten gekränkt.

 

WOTAN

Was so Schlimmes

schuf das Paar,

das liebend einte der Lenz?

Der Minne Zauber

entzückte sie:

wer büßt mir der Minne Macht?

 

FRICKA

Wie töricht und taub du dich stellst,

als wüßtest fürwahr du nicht,

daß um der Ehe

heiligen Eid,

den hart gekränkten, ich klage!

 

WOTAN

Unheilig

acht' ich den Eid,

der Unliebende eint;

und mir wahrlich

mute nicht zu,

daß mit Zwang ich halte,

was dir nicht haftet:

denn wo kühn Kräfte sich regen,

da rat' ich offen zum Krieg.

 

FRICKA

Achtest du rühmlich

der Ehe Bruch,

so prahle nun weiter

und preis' es heilig,

daß Blutschande entblüht

dem Bund eines Zwillingspaars!

Mir schaudert das Herz,

es schwindelt mein Hirn:

bräutlich umfing

die Schwester der Bruder!

Wann ward es erlebt,

daß leiblich Geschwister

sich liebten?

 

WOTAN

Heut' hast du 's erlebt!

Erfahre so,

was von selbst sich fügt,

sei zuvor auch noch nie es geschehn.

Daß jene sich lieben,

leuchtet dir hell;

drum höre redlichen Rat:

Soll süße Lust

deinen Segen dir lohnen,

so segne, lachend der Liebe,

Siegmunds und Sieglindes Bund!

 

FRICKA

So ist es denn aus

mit den ewigen Göttern,

seit du die wilden

Wälsungen zeugtest?

Heraus sagt' ich's; -

traf ich den Sinn?

Nichts gilt dir der Hehren

heilige Sippe;

hin wirfst du alles,

was einst du geachtet;

zerreißest die Bande,

die selbst du gebunden,

lösest lachend

des Himmels Haft: -

daß nach Lust und Laune nur walte

dies frevelnde Zwillingspaar,

deiner Untreue zuchtlose Frucht!

O, was klag' ich

um Ehe und Eid,

da zuerst du selbst sie versehrt!

Die treue Gattin

trogest du stets;

wo eine Tiefe,

wo eine Höhe,

dahin lugte

lüstern dein Blick,

wie des Wechsels Lust du gewännest

und höhnend kränktest mein Herz.

Trauernden Sinnes

mußt' ich's ertragen,

zogst du zur Schlacht

mit den schlimmen Mädchen,

die wilder Minne

Bund dir gebar:

denn dein Weib noch scheutest du so,

daß der Walküren Schar

und Brünnhilde selbst,

deines Wunsches Braut,

in Gehorsam der Herrin du gabst.

Doch jetzt, da dir neue

Namen gefielen,

als "Wälse" wölfisch

im Walde du schweiftest;

jetzt, da zu niedrigster

Schmach du dich neigtest,

gemeiner Menschen

ein Paar zu erzeugen:

jetzt dem Wurfe der Wölfing

wirfst du zu Füßen dein Weib!

So führ' es denn aus!

Fülle das Maß!

Die Betrog'ne laß auch zertreten!

 

WOTAN

Nichts lerntest du,

wollt' ich dich lehren,

was nie du erkennen kannst,

eh' nicht ertagte die Tat.

Stets Gewohntes

nur magst du verstehn:

doch was noch nie sich traf,

danach trachtet mein Sinn.

Eines höre!

Not tut ein Held,

der, ledig göttlichen Schutzes,

sich löse vom Göttergesetz.

So nur taugt er

zu wirken die Tat,

die, wie not sie den Göttern,

dem Gott doch zu wirken verwehrt.

 

FRICKA

Mit tiefem Sinne

willst du mich täuschen:

was Hehres sollten

Helden je wirken,

das ihren Göttern wäre verwehrt,

deren Gunst

in ihnen nur wirkt?

 

WOTAN

lhres eignen Mutes achtest du nicht?

 

FRICKA

Wer hauchte Menschen ihn ein?

Wer hellte den Blöden den Blick?

In deinem Schutz

scheinen sie stark,

durch deinen Stachel

streben sie auf:

du reizest sie einzig,

die so mir Ew'gen du rühmst,

Mit neuer List

willst du mich belügen,

durch neue Ränke

mir jetzt entrinnen;

doch diesen Wälsung

gewinnst du dir nicht:

in ihm treff' ich nur dich,

denn durch dich trotzt er allein.

 

WOTAN

In wildem Leiden

erwuchs er sich selbst:

mein Schutz schirmte ihn nie.

 

FRICKA

So schütz' auch heut' ihn nicht!

Nimm ihm das Schwert,

das du ihm geschenkt!

 

WOTAN

Das Schwert?

 

FRICKA

Ja, das Schwert, das zauberstark

zuckende Schwert,

das du Gott dem Sohne gabst.

 

WOTAN

Siegmund gewann es sich

selbst in der Not.

 

FRICKA

Du schufst ihm die Not,

wie das neidliche Schwert.

Willst du mich täuschen,

die Tag und Nacht

auf den Fersen dir folgt?

Für ihn stießest du

das Schwert in den Stamm,

du verhießest ihm

die hehre Wehr:

willst du es leugnen,

daß nur deine List

ihn lockte, wo er es fänd'?

Mit Unfreien

streitet kein Edler,

den Frevler straft nur der Freie.

Wider deine Kraft

führt' ich wohl Krieg:

doch Siegmund

verfiel mir als Knecht!

Der dir als Herren

hörig und eigen,

gehorchen soll ihm

dein ewig Gemahl?

Soll mich in Schmach

der Niedrigste schmähen,

dem Frechen zum Sporn,

dem Freien zum Spott?

Das kann mein Gatte nicht wollen,

die Göttin entweiht er nicht so!

 

WOTAN

Was verlangst du?

 

FRICKA

Laß von dem Wälsung!

 

WOTAN

Er geh' seines Wegs.

 

FRICKA

Doch du schütze ihn nicht,

wenn zur Schlacht

ihn der Rächer ruft!

 

WOTAN

Ich schütze ihn nicht.

 

FRICKA

Sieh mir ins Auge,

sinne nicht Trug:

die Walküre wend' auch von ihm!

 

WOTAN

Die Walküre walte frei.

 

FRICKA

Nicht doch; deinen Willen

vollbringt sie allein:

verbiete ihr Siegmunds Sieg!

 

WOTAN

Ich kann ihn nicht fällen:

er fand mein Schwert!

 

FRICKA

Entzieh' dem den Zauber,

zerknick es dem Knecht!

Schutzlos schau' ihn der Feind!

 

(Brünnhilde erscheint mit

ihrem Roß auf dem Felsenpfade

rechts. Als sie Fricka gewahrt)

 

BRÜNNHILDE

Heiaha! Heiaha! Hojotoho!

 

FRICKA

Dort kommt deine kühne Maid;

jauchzend jagt sie daher.

 

BRÜNNHILDE

Heiaha! Heiaha!

Hojotoho! Hojotoho!

 

WOTAN

Ich rief sie

für Siegmund zu Roß!

 

FRICKA

Deiner ew'gen Gattin

heilige Ehre

beschirme heut' ihr Schild!

Von Menschen verlacht,

verlustig der Macht,

gingen wir Götter zugrund:

würde heut' nicht hehr

und herrlich mein Recht

gerächt von der mutigen Maid.

Der Wälsung fällt meiner Ehre:

Empfah ich von Wotan den Eid?

 

WOTAN

Nimm den Eid!

 

FRICKA

(zu Brünnhilde)

Heervater harret dein:

lass' ihn dir künden,

wie das Los er gekiest!

(ab)

 

Zweite Szene

 

BRÜNNHILDE

Schlimm, fürcht' ich,

schloß der Streit,

lachte Fricka dem Lose.

Vater, was soll

dein Kind erfahren?

Trübe scheinst du und traurig!

 

WOTAN

In eigner Fessel

fing ich mich:

ich Unfreiester aller!

 

BRÜNNHILDE

So sah ich dich nie!

Was nagt dir das Herz?

 

WOTAN

O heilige Schmach!

O schmählicher Harm!

Götternot!

Götternot!

Endloser Grimm!

Ewiger Gram!

Der Traurigste bin ich von allen!

 

BRÜNNHILDE

Vater! Vater!

Sage, was ist dir?

Wie erschreckst du mit

Sorge dein Kind?

Vertraue mir!

Ich bin dir treu:

sieh, Brünnhilde bittet!

 

WOTAN

Laß ich's verlauten,

lös' ich dann nicht

meines Willens haltenden Haft?

 

BRÜNNHILDE

Zu Wotans Willen sprichst du,

sagst du mir, was du willst;

wer bin ich,

wär' ich dein Wille nicht?

 

WOTAN

Was keinem in Worten ich künde,

unausgesprochen

bleib' es denn ewig:

mit mir nur rat' ich,

red' ich zu dir. -

Als junger Liebe

Lust mir verblich,

verlangte nach Macht mein Mut:

von jäher Wünsche

Wüten gejagt,

gewann ich mir die Welt.

Unwissend trugvoll,

Untreue übt' ich,

band durch Verträge,

was Unheil barg:

listig verlockte mich Loge,

der schweifend nun verschwand.

Von der Liebe doch

mocht' ich nicht lassen,

in der Macht verlangt'

ich nach Minne.

Den Nacht gebar,

der bange Nibelung,

Alberich, brach ihren Bund;

er fluchte der Lieb'

und gewann durch den Fluch

des Rheines glänzendes Gold

und mit ihm maßlose Macht.

Den Ring, den er schuf,

entriß ich ihm listig;

doch nicht dem Rhein

gab ich ihn zurück:

mit ihm bezahlt' ich

Walhalls Zinnen,

der Burg, die Riesen mir bauten,

aus der ich der Welt nun gebot.

Die alles weiß,

was einstens war,

Erda, die weihlich

weiseste Wala,

riet mir ab von dem Ring,

warnte vor ewigem Ende.

Von dem Ende wollt' ich

mehr noch wissen;

doch schweigend entschwand

mir das Weib...

Da verlor ich den leichten Mut,

zu wissen begehrt' es den Gott:

in den Schoß der Welt

schwang ich mich hinab,

mit Liebeszauber

zwang ich die Wala,

stört' ihres Wissens Stolz,

daß sie Rede nun mir stand.

Kunde empfing ich von ihr;

von mir doch barg sie ein Pfand:

der Welt weisestes Weib

gebar mir, Brünnhilde, dich.

Mit acht Schwestern

zog ich dich auf;

durch euch Walküren

wollt' ich wenden,

was mir die Wala

zu fürchten schuf:

ein schmähliches Ende der Ew'gen.

Daß stark zum Streit

uns fände der Feind,

hieß ich euch Helden mir schaffen:

die herrisch wir sonst

in Gesetzen hielten,

die Männer, denen

den Mut wir gewehrt,

die durch trüber Verträge

trügende Bande

zu blindem Gehorsam

wir uns gebunden,

die solltet zu Sturm

und Streit ihr nun stacheln,

ihre Kraft reizen

zu rauhem Krieg,

daß kühner Kämpfer Scharen

ich sammle in Walhalls Saal!

 

BRÜNNHILDE

Deinen Saal füllten wir weidlich:

viele schon führt' ich dir zu.

Was macht dir nun Sorge,

da nie wir gesäumt?

 

WOTAN

Ein andres ist's:

achte es wohl,

wes mich die Wala gewarnt!

Durch Alberichs Heer

droht uns das Ende:

mit neidischem Grimm

grollt mir der Niblung:

doch scheu' ich nun nicht

seine nächtigen Scharen,

meine Helden schüfen mir Sieg.

Nur wenn je den Ring

zurück er gewänne,

dann wäre Walhall verloren:

der der Liebe fluchte,

er allein

nützte neidisch

des Ringes Runen

zu aller Edlen

endloser Schmach:

der Helden Mut

entwendet' er mir;

die Kühnen selber

zwäng' er zum Kampf;

mit ihrer Kraft

bekriegte er mich.

Sorgend sann ich nun selbst,

den Ring dem Feind zu entreißen.

Der Riesen einer,

denen ich einst

mit verfluchtem Gold

den Fleiß vergalt:

Fafner hütet den Hort,

um den er den Bruder gefällt.

Ihm müßt' ich den Reif entringen,

den selbst als Zoll ich ihm zahlte.

Doch mit dem ich vertrug,

ihn darf ich nicht treffen;

machtlos vor ihm

erläge mein Mut: -

das sind die Bande,

die mich binden:

der durch Verträge ich Herr,

den Verträgen bin ich nun Knecht.

Nur Einer könnte,

was ich nicht darf:

ein Held, dem helfend

nie ich mich neigte;

der fremd dem Gotte,

frei seiner Gunst,

unbewußt,

ohne Geheiß,

aus eigner Not,

mit der eignen Wehr

schüfe die Tat,

die ich scheuen muß,

die nie mein Rat ihm riet,

wünscht sie auch

einzig mein Wunsch!

Der, entgegen dem Gott,

für mich föchte,

den freundlichen Feind,

wie fände ich ihn?

Wie schüf' ich den Freien,

den nie ich schirmte,

der im eignen Trotze

der trauteste mir?

Wie macht' ich den andren,

der nicht mehr ich,

und aus sich wirkte,

was ich nur will?

O göttliche Not!

Gräßliche Schmach!

Zum Ekel find' ich

ewig nur mich

in allem, was ich erwirke!

Das andre, das ich ersehne,

das andre erseh' ich nie:

denn selbst muß

der Freie sich schaffen:

Knechte erknet' ich mir nur!

 

BRÜNNHILDE

Doch der Wälsung, Siegmund,

wirkt er nicht selbst?

 

WOTAN

Wild durchschweift' ich

mit ihm die Wälder;

gegen der Götter Rat

reizte kühn ich ihn auf:

gegen der Götter Rache

schützt ihn nun einzig das Schwert,

das eines Gottes

Gunst ihm beschied.

Wie wollt' ich listig

selbst mich belügen?

So leicht ja entfrug mir

Fricka den Trug:

zu tiefster Scham

durchschaute sie mich!

Ihrem Willen muß ich gewähren.

 

BRÜNNHILDE

So nimmst du von Siegmund

den Sieg?

 

WOTAN

Ich berührte Alberichs Ring,

gierig hielt ich das Gold!

Der Fluch, den ich floh,

nicht flieht er nun mich:

Was ich liebe, muß ich verlassen,

morden, wen je ich minne,

trügend verraten,

wer mir traut!

Fahre denn hin,

herrische Pracht,

göttlichen Prunkes

prahlende Schmach!

Zusammen breche,

was ich gebaut!

Auf geb' ich mein Werk;

nur Eines will ich noch:

das Ende,

das Ende! -

Und für das Ende

sorgt Alberich!

Jetzt versteh' ich

den stummen Sinn

des wilden Wortes der Wala:

"Wenn der Liebe finstrer Feind

zürnend zeugt einen Sohn,

der Sel'gen Ende

säumt dann nicht!"

Vom Niblung jüngst

vernahm ich die Mär',

daß ein Weib der Zwerg bewältigt,

des' Gunst Gold ihm erzwang:

Des Hasses Frucht

hegt eine Frau,

des Neides Kraft

kreißt ihr im Schoß:

das Wunder gelang

dem Liebelosen;

doch der in Lieb' ich freite,

den Freien erlang' ich mir nicht.

So nimm meinen Segen,

Niblungensohn!

Was tief mich ekelt,

dir geb' ich's zum Erbe,

der Gottheit nichtigen Glanz:

zernage ihn gierig dein Neid!

 

BRÜNNHILDE

O sag', künde,

was soll nun dein Kind?

 

WOTAN

Fromm streite

für Fricka;

hüte ihr Eh' und Eid!

Was sie erkor,

das kiese auch ich:

was frommte mir eigner Wille?

Einen Freien kann

ich nicht wollen:

für Frickas Knechte

kämpfe nun du!

 

BRÜNNHILDE

Weh'! Nimm reuig

zurück das Wort!

Du liebst Siegmund;

dir zulieb',

ich weiß es, schütz'ich den Wälsung.

 

WOTAN

Fällen sollst du Siegmund,

für Hunding erfechten den Sieg!

Hüte dich wohl

und halte dich stark,

all deiner Kühnheit

entbiete im Kampf:

ein Siegschwert

schwingt Siegmund; -

schwerlich fällt er dir feig!

 

BRÜNNHILDE

Den du zu lieben

stets mich gelehrt,

der in hehrer Tugend

dem Herzen dir teuer,

gegen ihn zwingt mich nimmer

dein zwiespältig Wort!

 

WOTAN

Ha, Freche du!

Frevelst du mir?

Wer bist du, als meines Willens

blind wählende Kür?

Da mit dir ich tagte,

sank ich so tief,

daß zum Schimpf der eignen

Geschöpfe ich ward?

Kennst du, Kind, meinen Zorn?

Verzage dein Mut,

wenn je zermalmend

auf dich stürzte sein Strahl!

In meinem Busen

berg' ich den Grimm,

der in Grau'n und Wust

wirft eine Welt,

die einst zur Lust mir gelacht:

wehe dem, den er trifft!

Trauer schüf' ihm sein Trotz!

Drum rat' ich dir,

reize mich nicht!

Besorge, was ich befahl:

Siegmund falle -

Dies sei der Walküre Werk!

 

(er stürmt fort und verschwindet

schnell links im Gebirge)

 

BRÜNNHILDE

So sah ich Siegvater nie,

erzürnt' ihn sonst wohl

auch ein Zank!

Schwer wiegt mir

der Waffen Wucht: -

wenn nach Lust ich focht,

wie waren sie leicht!

Zu böser Schlacht

schleich' ich heut' so bang.

Weh', mein Wälsung!

Im höchsten Leid

muß dich treulos

die Treue verlassen!

 

Dritte Szene

 

(auf dem Bergioche angelangt,

gewahrt Brünnhilde, in die Schlucht

hinabblickend, Siegmund und

Sieglinde; sie betrachtet die

Nahenden einen Augenblick, dann

wendet sie sich in die Höhle zu

ihrem Roß, so daß sie dem

Zuschauer gänzlich verschwindet.

Siegmund und Sieglinde erscheinen

auf dem Bergioche. Sieglinde

schreitet hastig voraus; Siegmund

sucht sie aufzuhalten)

 

SIEGMUND

Raste nun hier;

gönne dir Ruh'!

 

SIEGLINDE

Weiter! Weiter!

 

SIEGMUND

Nicht weiter nun!

Verweile, süßestes Weib!

Aus Wonne-Entzücken

zucktest du auf,

mit jäher Hast

jagtest du fort:

kaum folgt' ich der wilden Flucht;

durch Wald und Flur,

über Fels und Stein,

sprachlos, schweigend

sprangst du dahin,

kein Ruf hielt dich zur Rast!

Ruhe nun aus:

rede zu mir!

Ende des Schweigens Angst!

Sieh, dein Bruder

hält seine Braut:

Siegmund ist dir Gesell'!

 

SIEGLINDE

Hinweg! Hinweg!

Flieh' die Entweihte!

Unheilig

umfängt dich ihr Arm;

entehrt, geschändet

schwand dieser Leib:

flieh' die Leiche,

lasse sie los!

Der Wind mag sie verweh'n,

die ehrlos dem Edlen sich gab!

Da er sie liebend umfing,

da seligste Lust sie fand,

da ganz sie minnte der Mann,

der ganz ihre Minne geweckt:

vor der süßesten Wonne

heiligster Weihe,

die ganz ihr Sinn

und Seele durchdrang,

Grauen und Schauder

ob gräßlichster Schande

mußte mit Schreck

die Schmähliche fassen,

die je dem Manne gehorcht,

der ohne Minne sie hielt!

Laß die Verfluchte,

laß sie dich fliehn!

Verworfen bin ich,

der Würde bar!

Dir reinstem Manne

muß ich entrinnen,

dir Herrlichem darf ich

nimmer gehören.

Schande bring' ich dem Bruder,

Schmach dem freienden Freund!

 

SIEGMUND

Was je Schande dir schuf,

das büßt nun des Frevlers Blut!

Drum fliehe nicht weiter;

harre des Feindes;

hier soll er mir fallen:

wenn Notung ihm

das Herz zernagt,

Rache dann hast du erreicht!

 

SIEGLINDE

Horch! Die Hörner,

hörst du den Ruf?

Ringsher tönt

wütend Getös':

aus Wald und Gau

gellt es herauf.

Hunding erwachte

aus hartem Schlaf!

Sippen und Hunde

ruft er zusammen;

mutig gehetzt

heult die Meute,

wild bellt sie zum Himmel

um der Ehe gebrochenen Eid!

Wo bist du, Siegmund?

Seh' ich dich noch,

Brünstig geliebter,

leuchtender Bruder?

Deines Auges Stern

laß noch einmal mir strahlen:

wehre dem Kuß

des verworfnen Weibes nicht!

Horch! O horch!

Das ist Hundings Horn!

Seine Meute naht

mit mächt'ger Wehr:

kein Schwert frommt

vor der Hunde Schwall:

wirf es fort, Siegmund!

Siegmund - wo bist du?

Ha dort! Ich sehe dich!

Schrecklich Gesicht!

Rüden fletschen

die Zähne nach Fleisch;

sie achten nicht

deines edlen Blicks;

bei den Füßen packt dich

das feste Gebiß -

du fällst -

in Stücken zerstaucht das Schwert:

die Esche stürzt,

es bricht der Stamm!

Bruder! Mein Bruder!

Siegmund - ha! -

 

(sie sinkt ohnmächtig in Siegmund

Arme)

 

SIEGMUND

Schwester! Geliebte!

 

Vierte Szene

 

(Brünnhilde, ihr Roß am Zaume

geleitend, tritt aus der Höhle. Sie

trägt Schild und Speer in der einen

Hand, lehnt sich mit der andern an

den Hals des Rosses und betrachtet

so mit ernster Meine Siegmund)

 

BRÜNNHILDE

Siegmund!

Sieh auf mich!

Ich bin's,

der bald du folgst.

 

SIEGMUND

Wer bist du, sag',

die so schön und ernst

mir erscheint?

 

BRÜNNHILDE

Nur Todgeweihten

taugt mein Anblick;

wer mich erschaut

der scheidet vom Lebenslicht.

Auf der Walstatt allein

erschein' ich Edlen:

wer mich gewahrt,

zur Wal kor ich ihn mir!

 

SIEGMUND

Der dir nun folgt,

wohin führst du den Helden?

 

BRÜNNHILDE

Zu Walvater,

der dich gewählt,

führ' ich dich:

nach Walhall folgst du mir.

 

SIEGMUND

In Walhalls Saal

Walvater find' ich allein?

 

BRÜNNHILDE

Gefallner Helden

hehre Schar

umfängt dich hold

mit hoch-heiligem Gruß.

 

SIEGMUND

Fänd' ich in Walhall

Wälse, den eignen Vater?

 

BRÜNNHILDE

Den Vater findet

der Wälsung dort.

 

SIEGMUND

Grüßt mich in Walhall

froh eine Frau?

 

BRÜNNHILDE

Wunschmädchen

walten dort hehr:

Wotans Tochter

reicht dir traulich den Trank!

 

SIEGMUND

Hehr bist du,

und heilig gewahr' ich

das Wotanskind:

doch Eines sag' mir, du Ew'ge!

Begleitet den Bruder

die bräutliche Schwester?

Umfängt Siegmund

Sieglinde dort?

 

BRÜNNHILDE

Erdenluft

muß sie noch atmen:

Sieglinde sieht

Siegmund dort nicht!

 

SIEGMUND

So grüße mir Walhall,

grüße mir Wotan,

grüße mir Wälse

und alle Helden,

grüß' auch die holden

Wunschesmädchen-

zu ihnen folg' ich dir nicht.

 

BRÜNNHILDE

Du sahest der Walküre

sehrenden Blick:

mit ihr mußt du nun ziehn!

 

SIEGMUND

Wo Sieglinde lebt

in Lust und Leid,

da will Siegmund auch säumen:

noch machte dein Blick

nicht mich erbleichen:

vom Bleiben zwingt er mich nie.

 

BRÜNNHILDE

So lang du lebst,

zwäng' dich wohl nichts:

doch zwingt dich Toren der Tod:

ihn dir zu künden

kam ich her.

 

SIEGMUND

Wo wäre der Held,

dem heut' ich fiel?

 

BRÜNNHILDE

Hunding fällt dich im Streit.

 

SIEGMUND

Mit Stärkrem drohe,

als Hundings Streichen!

Lauerst du hier

lüstern auf Wal,

jenen kiese zum Fang:

ich denk ihn zu fällen im Kampf!

 

BRÜNNHILDE

Dir, Wälsung -

höre mich wohl:

dir ward das Los gekiest.

 

SIEGMUND

Kennst du dies Schwert?

Der mir es schuf,

beschied mir Sieg:

deinem Drohen trotz' ich mit ihm!

 

BRÜNNHILDE

Der dir es schuf,

beschied dir jetzt Tod:

seine Tugend nimmt er dem Schwert!

 

SIEGMUND

Schweig, und schrecke

die Schlummernde nicht!

Weh! Weh!

Süßestes Weib!

Du traurigste aller Getreuen!

Gegen dich wütet

in Waffen die Welt:

und ich, dem du einzig vertraut,

für den du ihr einzig getrotzt,

mit meinem Schutz

nicht soll ich dich schirmen,

die Kühne verraten im Kampf?

Ha, Schande ihm,

der das Schwert mir schuf,

beschied er mir Schimpf für Sieg!

Muß ich denn fallen,

nicht fahr' ich nach Walhall:

Hella halte mich fest!

 

BRÜNNHILDE

So wenig achtest du

ewige Wonne?

Alles wär' dir

das arme Weib,

das müd' und harmvoll

matt von dem Schoße dir hängt?

Nichts sonst hieltest du hehr?

 

SIEGMUND

So jung und schön

erschimmerst du mir:

doch wie kalt und hart

erkennt dich mein Herz!

Kannst du nur höhnen,

so hebe dich fort,

du arge, fühllose Maid!

Doch mußt du dich weiden

an meinem Weh',

mein Leiden letze dich denn;

meine Not labe

dein neidvolles Herz:

nur von Walhalls spröden Wonnen

sprich du wahrlich mir nicht!

 

BRÜNNHILDE

Ich sehe die Not,

die das Herz dir zernagt,

ich fühle des Helden

heiligen Harm -

Siegmund, befiehl mir dein Weib:

mein Schutz umfange sie fest!

 

SIEGMUND

Kein andrer als ich

soll die Reine lebend berühren:

verfiel ich dem Tod,

die Betäubte töt' ich zuvor!

 

BRÜNNHILDE

Wälsung! Rasender!

Hör' meinen Rat:

befiehl mir dein Weib

um des Pfandes willen,

das wonnig von dir es empfing!

 

SIEGMUND

Dies Schwert,

das dem Treuen ein Trugvoller schuf;

dies Schwert,

das feig vor dem Feind mich verrät:

frommt es nicht gegen den Feind,

so fromm' es denn wider den Freund!

 

(er zückt das Schwert auf Sieglinde)

 

Zwei Leben

lachen dir hier:

nimm sie, Notung,

neidischer Stahl!

Nimm sie mit einem Streich!

 

BRÜNNHILDE

Halt' ein Wälsung!

Höre mein Wort!

Sieglinde lebe -

und Siegmund lebe mit ihr!

Beschlossen ist's;

das Schlachtlos wend' ich:

dir, Siegmund,

schaff' ich Segen und Sieg!

 

(man hört aus dem fernen

Hintergrunde Hornrufe erschallen)

 

Hörst du den Ruf?

Nun rüste dich, Held!

Traue dem Schwert

und schwing' es getrost:

treu hält dir die Wehr,

wie die Walküre treu dich schützt!

Leb' wohl, Siegmund,

seligster Held!

Auf der Walstatt seh'

ich dich wieder!

 

(sie stürmt fort und verschwindet

mir dem Rosse rechts in einer

Seitenschlucht)

 

Fünfte Szene

 

SIEGMUND

Zauberfest

bezähmt ein Schlaf

der Holden Schmerz und Harm.

Da die Walküre zu mir trat,

schuf sie ihr den wonnigen Trost?

Sollte die grimmige Wal

nicht schrecken ein

gramvolles Weib?

Leblos scheint sie,

die dennoch lebt:

der Traurigen kost

ein lächelnder Traum. -

So schlummre nun fort,

bis die Schlacht gekämpft,

und Friede dich erfreu'!

Der dort mich ruft,

rüste sich nun;

was ihm gebührt,

biet' ich ihm:

Notung zahl' ihm den Zoll!

 

(er eilt Hintergrunde zu und

verschwindet)

 

SIEGLINDE

(beginnt sich träumend unruhiger)

Kehrte der Vater nur heim!

Mit dem Knaben

noch weilt er im Wald.

Mutter! Mutter!

Mir bangt der Mut:

nicht freund und friedlich

scheinen die Fremden!

Schwarze Dämpfe -

schwüles Gedünst -

feurige Lohe

leckt schon nach uns -

es brennt das Haus -

zu Hilfe, Bruder!

Siegmund! Siegmund!

 

(sie springt auf)

 

Siegmund - Ha!

 

(der Hornruf Hundings ertönt in der

Nähe)

 

HUNDING STIMME

Wehwalt! Wehwalt!

Steh' mir zum Streit,

sollen dich Hunde nicht halten!

 

SIEGMUNDS STIMME

Wo birgst du dich,

daß ich vorbei dir schoß?

Steh', daß ich dich stelle!

 

SIEGLINDE

Hunding! Siegmund!

Könnt' ich sie sehen!

 

HUNDING

Hieher, du frevelnder Freier!

Fricka fälle dich hier!

 

SIEGMUND

Noch wähnst du mich waffenlos,

feiger Wicht?

Drohst du mit Frauen,

so ficht nun selber,

sonst läßt dich Fricka im Stich!

Denn sieh: deines Hauses

heimischem Stamm

entzog ich zaglos das Schwert;

seine Schneide schmecke jetzt du!

 

SIEGLINDE

Haltet ein, ihr Männer!

Mordet erst mich!

 

(ein Blitz erhellt für einen

Augenblick das Bergjoch, auf

welchem jetzt Hunding und

Siegmund kämpfend gewahrt

werden. In dem Lichtglanze

erscheint Brünnhilde, über

Siegmund schwebend und diesen mit

dem Schilde deckend)

 

BRÜNNHILDE

Triff ihn, Siegmund!

traue dem Schwert!

 

(als Siegmund soeben zu einem

tödlichen Streiche auf Hunding

ausholt, bricht von links her ein

glühend rötlicher Schein durch das

Gewölk aus, in welchem Wotan

erscheint, über Hunding stehend

und seinen Speer Siegmund quer

entgegenhaltend)

 

WOTAN

Zurück vor dem Speer!

In Stücken das Schwert!

 

(Brünnhilde weicht erschrocken vor

Wotan mit dem Schilde zurück:

Siegmunds Schwert zerspringt an

dem vorgehaltenen Speere. Dem

Unbewehrten stößt Hunding seinen

Speer in die Brust. Siegmund stürzt

tot zu Boden)

 

BRÜNNHILDE

(zu Sieglinde)

Zu Roß, daß ich dich rette!

 

(sie hebt Sieglinde schnell zu sich

auf ihr der Seitenschlucht nahe

stehendes Roß und verschwindet

sogleich mit ihr. Wotan, von Gewölk

umgeben, steht dahinter auf einem

Felsen an seinen Speer gelehnt und

schmerzlich auf Siegmunds Leiche

blickend)

 

WOTAN

(zu Hunding)

Geh' hin, Knecht!

Knie vor Fricka:

meld' ihr, daß Wotans Speer

gerächt, was Spott ihr schuf.

Geh'! - Geh'!

 

(vor seinen verächtlichen Handwink

sinkt Hunding tot zu Boden)

 

Doch Brünnhilde!

Weh' der Verbrecherin!

Furchtbar sei

die Freche gestraft,

erreicht mein Roß ihre Flucht!

 

(er verschwindet mit Blitz und

Donner)


(En la cumbre de una montaña rocosa. A la derecha un bosque de abetos.

A la izquierda, la boca de una gruta que forma una sala natural:

por encima de ella se eleva la peña hasta su picacho más alto.

Hacia detrás rocas de diferente altura flanquean la orilla de la

cuesta que desciende escarpadamente hacia el foro.

Masas de nubes dispersas corren por delante del borde

de las rocas, como empujadas por la tormenta.

Gerhilde, Ortlinde, Waltraute y Schwertleite han acampado

en el picacho que hay encima de la gruta; van completamente armadas)

 

AKT III

 

Erste Szene

 

GERHILDE

Hojotoho! Hojotoho!

Heiaha! Heiaha!

Helmwige! Hier!

Hieher mit dem Roß!

 

HELMWIGES STIMME

Hojotoho! Hojotoho! Heiaha!

 

(in dem Gewölk bricht Blitzesglanz

aus; eine Walküre zu Roß wird in

ihm sichtbar; über ihrem Sattel

hängt ein erschlagener Krieger)

 

GERHILDE, WALTRAUTE,

SCHWERTLEITE

Heiaha! Heiaha!

 

ORTLINDE

Zu Ortlindes Stute

stell deinen Hengst:

mit meiner Grauen

grast gern dein Brauner!

 

WALTRAUTE

Wer hängt dir im Sattel?

 

HELMWIGE

Sintolt, der Hegeling!

 

SCHWERTLEITE

Führ' deinen Brauen

fort von der Grauen:

Ortlindes Mähre

trägt Wittig, den Irming!

 

GERHILDE

Als Feinde nur sah ich

Sintolt und Wittig!

 

ORTLINDE

Heiaha! Die Stute

stößt mir der Hengst!

 

GERHILDE

Der Recken Zwist

entzweit noch die Rosse!

 

HELMWIGE

Ruhig, Brauner!

Brich nicht den Frieden!

 

WALTRAUTE

Hoioho! Hoioho!

Siegrune, hier!

Wo säumst du so lang?

 

SIEGRUNES STIMME

Arbeit gab's!

Sind die andren schon da?

 

SCHWERTLEITE, WALTRAUTE

Hojotoho! Hojotoho!

Heiaha!

 

GERHILDE

Heiaha!

 

GRIMGERDE, ROßWEIßE

Hojotoho! Hojotoho!

Heiaha!

 

WALTRAUTE, SCHWERTLEITE

Grimgerd' und Roßweiße!

 

SCHWERTLEITE

Sie reiten zu zwei.

 

HELMWIGE, ORTLINDE,

SIEGRUNE

Gegrüßt, ihr Reisige!

Roßweiß' und Grimgerde!

 

ROßWEIßES, GRIMGERDES,

STIMMEN

Hojotoho! Hojotoho! Heiaha!

 

DIE SECHS ANDEREN

WALKÜREN

Hojotoho! Hojotoho!

Heiaha! Heiaha!

 

GERHILDE

In Wald mit den Rossen

zu Weid' und Rast!

 

ORTLINDE

Führet die Mähren

fern von einander,

bis unsrer Helden

Haß sich gelegt!

 

HELMWIGE

Der Helden Grimm

büßte schon die Graue!

 

ROßWEIßE UND GRIMGERDE

Hojotoho! Hojotoho!

 

DIE SECHS ANDEREN

WALKÜREN

Willkommen! Willkommen!

 

SCHWERTLEITE

Wart ihr Kühnen zu zwei?

 

GRIMGERDE

Getrennt ritten wir

und trafen uns heut'.

 

ROßWEIßE

Sind wir alle versammelt,

so säumt nicht lange:

nach Walhall brechen wir auf,

Wotan zu bringen die Wal.

 

HELMWIGE

Acht sind wir erst:

eine noch fehlt.

 

GERHILDE

Bei dem braunen Wälsung

weilt wohl noch Brünnhilde.

 

WALTRAUTE

Auf sie noch harren müssen wir hier:

Walvater gäb' uns

grimmigen Gruß,

säh' ohne sie er uns nahn!

 

SIEGRUNE

(auf der Felswarte, von wo sie

hinausspäht)

Hojotoho! Hojotoho!

Hieher! Hieher!

In brünstigem Ritt

jagt Brünnhilde her.

 

DIE ACHT WALKÜREN

Hojotoho! Hojotoho!

Brünnhilde! Hei!

 

WALTRAUTE

Nach dem Tann lenkt sie

das taumelnde Roß.

 

GRIMGERDE

Wie schnaubt Grane

vom schnellen Ritt!

 

ROßWEIßE

So jach sah ich nie

Walküren jagen!

 

ORTLINDE

Was hält sie im Sattel?

 

HELMWIGE

Das ist kein Held!

 

SIEGRUNE

Eine Frau führt sie!

 

GERHILDE

Wie fand sie die Frau?

 

SCHWERTLEITE

Mit keinem Gruß

grüßt sie die Schwestern!

 

WALTRAUTE

Heiaha! Brünnhilde!

Hörst du uns nicht?

 

ORTLINDE

Helft der Schwester

vom Roß sich schwingen!

 

HELMWIGE, GERHILDE,

SIEGRUNE, ROßWEIßE

Hojotoho! Hojotoho!

 

ORTLINDE, WALTRAUTE,

GRIMGERDE, SCHWERTLEITE

Heiaha!

 

WALTRAUTE

Zu Grunde stürzt

Grane, der Starke!

 

GRIMGERDE

Aus dem Sattel hebt sie

hastig das Weib!

 

ORTLINDE, WALTRAUTE,

GRIMGERDE, SCHWERTLEITE

Schwester! Schwester!

Was ist geschehn?

 

(kommt Brünnhilde, Sieglinde

unterstützend und geleitend)

 

BRÜNNHILDE

Schützt mich und helft

in höchster Not!

 

DIE ACHT WALKÜREN

Wo rittest du her

in rasender Hast?

So fliegt nur, wer auf der Flucht!

 

BRÜNNHILDE

Zum erstenmal flieh' ich

und bin verfolgt:

Heervater hetzt mir nach!

 

DIE ACHT WALKÜREN

Bist du von Sinnen?

Sprich! Sage uns! Wie?

Verfolgt dich Heervater?

Fliehst du vor ihm?

 

BRÜNNHILDE

(wendet sich ängstlich, um zu

spähen, und kehrt wieder zurück)

O Schwestern, späht

von des Felsens Spitze!

Schaut nach Norden,

ob Walvater naht!

Schnell! Seht ihr ihn schon?

 

(Ortlinde und Waltraute springen

auf die Felsspitze zur Warte)

 

ORTLINDE

Gewittersturm

naht von Norden.

 

WALTRAUTE

Starkes Gewölk

staut sich dort auf!

 

DIE WEITEREN SECHS

WALKÜREN

Heervater reitet

sein heiliges Roß!

 

BRÜNNHILDE

Der wilde Jäger,

der wütend mich jagt,

er naht, er naht von Norden!

Schützt mich, Schwestern!

Rettet dies Weib!

 

SECHS WALKÜREN

Was ist mit dem Weibe?

 

BRÜNNHILDE

Hört mich in Eile:

Sieglinde ist es,

Siegmunds Schwester und Braut:

gegen die Wälsungen

wütet Wotan in Grimm;

dem Bruder sollte

Brünnhilde heut'

entziehen den Sieg;

doch Siegmund schützt' ich

mit meinem Schild,

trotzend dem Gott!

Der traf ihn da selbst mit dem Speer:

Siegmund fiel;

doch ich floh

fern mit der Frau;

sie zu retten,

eilt' ich zu euch -

ob mich Bange auch

ihr berget vor dem

strafenden Streich!

 

SECHS WALKÜREN

Betörte Schwester,

was tatest du?

Wehe! Brünnhilde, wehe!

Brach ungehorsam

Brünnhilde

Heervaters heilig Gebot?

 

WALTRAUTE

(von der Warte)

Nächtig zieht es

von Norden heran.

 

ORTLINDE

(ebenso)

Wütend steuert

hierher der Sturm.

 

ROßWEIßE, GRIMGERDE,

SCHWERTLEITE

Wild wiehert

Walvaters Roß.

 

HELMWIGE, GERHILDE,

SCHWERTLEITE

Schrecklich schnaubt es daher!

 

BRÜNNHILDE

Wehe der Armen,

wenn Wotan sie trifft:

den Wälsungen allen

droht er Verderben! -

Wer leiht mir von euch

das leichteste Roß,

das flink die Frau ihm entführ'?

 

SIEGRUNE

Auch uns rätst du

rasenden Trotz?

 

BRÜNNHILDE

Roßweiße, Schwester,

leih' mir deinen Renner!

 

ROßWEIßE

Vor Walvater floh

der fliegende nie.

 

BRÜNNHILDE

Helmwige, höre!

 

HELMWIGE

Dem Vater gehorch' ich.

 

BRÜNNHILDE

Grimgerde! Gerhilde!

Gönnt mir eu'r Roß!

Schwertleite! Siegrune!

Seht meine Angst!

Seid mir treu,

wie traut ich euch war:

rettet dies traurige Weib!

 

SIEGLINDE

(die bisher finster und kalt vor sich

hingestarrt, fährt, als Brünnhilde

sie lebhaft - wie zum Schutze -

umfaßt, mit einer abwehrenden

Gebärde auf)

Nicht sehre dich Sorge um mich:

einzig taugt mir der Tod!

Wer hieß dich Maid,

dem Harst mich entführen?

Im Sturm dort hätt' ich

den Streich empfahn

von derselben Waffe,

der Siegmund fiel:

das Ende fand ich

vereint mit ihm!

Fern von Siegmund -

Siegmund, von dir! -

O deckte mich Tod,

daß ich's denke!

Soll um die Flucht

dir, Maid, ich nicht fluchen,

so erhöre heilig mein Flehen:

stoße dein Schwert mir ins Herz!

 

BRÜNNHILDE

Lebe, o Weib,

um der Liebe willen!

Rette das Pfand,

das von ihm du empfingst:

ein Wälsung wächst dir im Schoß!

 

SIEGLINDE

(sogleich strahlt aber ihr Gesicht

in erhabener Freude auf)

Rette mich, Kühne!

Rette mein Kind!

Schirmt mich, ihr Mädchen,

mit mächtigstem Schutz!

 

WALTRAUTE

(auf der Warte)

Der Sturm kommt heran.

 

ORTLINDE

(ebenso)

Flieh', wer ihn fürchtet!

 

DIE SECHS ANDEREN

WALKÜREN

Fort mit dem Weibe,

droht ihm Gefahr:

der Walküren keine

wag' ihren Schutz!

 

SIEGLINDE

Rette mich, Maid!

Rette die Mutter!

 

BRÜNNHILDE

So fliehe denn eilig -

und fliehe allein!

Ich bleibe zurück,

biete mich Wotans Rache:

an mir zögr' ich

den Zürnenden hier,

während du seinem Rasen entrinnst.

 

SIEGLINDE

Wohin soll ich mich wenden?

 

BRÜNNHILDE

Wer von euch Schwestern

schweifte nach Osten?

 

SIEGRUNE UND ROßWEIßE

Nach Osten weithin

dehnt sich ein Wald:

der Niblungen Hort

entführte Fafner dorthin.

 

SCHWERTLEITE,HELMWIGE

Wurmes Gestalt

schuf sich der Wilde:

in einer Höhle

hütet er Alberichs Reif!

 

GRIMGERDE

Nicht geheu'r ist's dort

für ein hilflos' Weib.

 

BRÜNNHILDE

Und doch vor Wotans Wut

schützt sie sicher der Wald:

ihn scheut der Mächt'ge

und meidet den Ort.

 

WALTRAUTE

(auf der Warte)

Furchtbar fährt

dort Wotan zum Fels.

 

SECHS WALKÜREN

Brünnhilde, hör'

seines Nahens Gebraus!

 

BRÜNNHILDE

Fort denn eile,

nach Osten gewandt!

Mutigen Trotzes

ertrag' alle Müh'n, -

Hunger und Durst,

Dorn und Gestein;

lache, ob Not,

ob Leiden dich nagt!

Denn eines wiss'

und wahr' es immer:

den hehrsten Helden der Welt

hegst du, o Weib,

im schirmenden Schoß!

 

(sie zieht die Stücken von

Siegmunds Schwert unter ihrem

Panzer hervor und überreicht sie

Sieglinde)

 

Verwahr' ihm die starken

Schwertesstücken;

seines Vaters Walstatt

entführt' ich sie glücklich:

der neu gefügt

das Schwert einst schwingt,

den Namen nehm' er von mir -

"Siegfried" erfreu' sich des Siegs!

 

SIEGLINDE

O hehrstes Wunder!

Herrlichste Maid!

Dir Treuen dank' ich

heiligen Trost!

Für ihn, den wir liebten,

rett' ich das Liebste:

meines Dankes Lohn

lache dir einst!

Lebe wohl!

Dich segnet Sieglindes Weh'!

 

(sie eilt rechts im Vordergrunde von

dannen. Die Felshöhe ist von

schwarzen Gewitterwolken

umlagert; furchtbarer Sturm braust

aus dem Hintergrunde daher,

wachsender Feuerschein rechts

daselbst)

 

WOTANS STIMME

Steh'! Brünnhild'!

 

ORTLINDE, WALTRAUTE

(von der Warte herabsteigend)

Den Fels erreichten

Roß und Reiter!

 

ALLE ACHT WALKÜREN

Weh', Brünnhild'!

Rache entbrennt!

 

BRÜNNHILDE

Ach, Schwestern, helft!

Mir schwankt das Herz!

Sein Zorn zerschellt mich,

wenn euer Schutz ihn nicht zähmt.

 

DIE ACHT WALKÜREN

Hieher, Verlor'ne!

Laß dich nicht sehn!

Schmiege dich an uns

und schweige dem Ruf!

Weh'!

Wütend schwingt sich

Wotan vom Roß! -

Hieher rast

sein rächender Schritt!

 

Zweite Szene

 

(Wotan tritt in höchster zorniger

Aufgeregtheit aus dem Tann auf)

 

WOTAN

Wo ist Brünnhild',

wo die Verbrecherin?

Wagt ihr, die Böse

vor mir zu bergen?

 

DIE ACHT WALKÜREN

Schrecklich ertost dein Toben!

Was taten, Vater, die Töchter,

daß sie dich reizten

zu rasender Wut?

 

WOTAN

Wollt ihr mich höhnen?

Hütet euch, Freche!

Ich weiß: Brünnhilde

bergt ihr vor mir.

Weichet von ihr,

der ewig Verworfnen,

wie ihren Wert

von sich sie warf!

 

ROßWEIßE

Zu uns floh

die Verfolgte.

 

DIE ACHT WALKÜREN

Unsern Schutz flehte sie an!

Mit Furcht und Zagen

faßt sie dein Zorn:

für die bange Schwester

bitten wir nun,

daß den ersten Zorn du bezähmst.

Laß dich erweichen für sie,

zähme deinen Zorn!

 

WOTAN

Weichherziges

Weibergezücht!

So matten Mut

gewannt ihr von mir?

Erzog ich euch, kühn

zum Kampfe zu zieh'n,

schuf ich die Herzen

euch hart und scharf,

daß ihr Wilden nun weint und greint,

wenn mein Grimm eine

Treulose straft?

So wißt denn, Winselnde,

was sie verbrach,

um die euch Zagen

die Zähre entbrennt:

Keine wie sie

kannte mein innerstes Sinnen;

keine wie sie

wußte den Quell meines Willens!

Sie selbst war

meines Wunsches schaffender Schoß:

und so nun brach sie

den seligen Bund,

daß treulos sie

meinem Willen getrotzt,

mein herrschend Gebot

offen verhöhnt,

gegen mich die Waffe gewandt,

die mein Wunsch allein ihr schuf! -

Hörst du's, Brünnhilde?

Du, der ich Brünne,

Helm und Wehr,

Wonne und Huld,

Namen und Leben verlieh?

Hörst du mich Klage erheben,

und birgst dich bang dem Kläger,

daß feig du der Straf' entflöhst?

 

BRÜNNHILDE

Hier bin ich, Vater:

gebiete die Strafe!

 

WOTAN

Nicht straf' ich dich erst:

deine Strafe schufst du dir selbst.

Durch meinen Willen

warst du allein:

gegen ihn doch hast du gewollt;

meinen Befehl nur

führtest du aus:

gegen ihn doch hast du befohlen;

Wunschmaid

warst du mir:

gegen mich doch hast du gewünscht;

Schildmaid

warst du mir:

gegen mich doch hobst

du den Schild;

Loskieserin

warst du mir:

gegen mich doch kiestest du Lose;

Heldenreizerin

warst du mir:

gegen mich doch reiztest du Helden.

Was sonst du warst,

sagte dir Wotan:

was jetzt du bist,

das sage dir selbst!

Wunschmaid bist du nicht mehr;

Walküre bist du gewesen:

nun sei fortan,

was so du noch bist!

 

BRÜNNHILDE

Du verstößt mich?

Versteh' ich den Sinn?

 

WOTAN

Nicht send' ich dich

mehr aus Walhall;

nicht weis' ich dir mehr

Helden zur Wal;

nicht führst du mehr Sieger

in meinen Saal:

bei der Götter trautem Mahle

das Trinkhorn nicht reichst

du traulich mir mehr;

nicht kos' ich dir mehr

den kindischen Mund;

von göttlicher Schar

bist du geschieden,

ausgestoßen

aus der Ewigen Stamm;

gebrochen ist unser Bund;

aus meinem Angesicht

bist du verbannt.

 

DIE ACHT WALKÜREN

Wehe! Weh'!

Schwester, ach Schwester!

 

BRÜNNHILDE

Nimmst du mir alles,

was einst du gabst?

 

WOTAN

Der dich zwingt,wird dir's entziehn!

Hieher auf den Berg

banne ich dich;

in wehrlosen Schlaf

schließ' ich dich :

der Mann dann fange die Maid,

der am Wege sie findet und weckt.

 

DIE ACHT WALKÜREN

Halt' ein! O Vater!

Halt' ein den Fluch!

Soll die Maid verblühn

und verbleichen dem Mann?

Hör unser Fleh'n!

Schrecklicher Gott,

wende von ihr

die schreiende Schmach!

Wie die Schwester träfe

uns selber der Schimpf!

 

WOTAN

Hörtet ihr nicht,

was ich verhängt?

Aus eurer Schar

ist die treulose

Schwester geschieden;

mit euch zu Roß

durch die Lüfte nicht

reitet sie länger;

die magdliche Blume

verblüht der Maid;

ein Gatte gewinnt

ihre weibliche Gunst;

dem herrischen Manne

gehorcht sie fortan;

am Herde sitzt sie und spinnt,

aller Spottenden Ziel und Spiel.

 

(Brünnhilde sinkt mit einem, Schrei

zu Boden; die Walküren weichen

entsetzt mit heftigem Geräusch von

ihrer Seite)

 

Schreckt euch ihr Los?

So flieht die Verlor'ne!

Weichet von ihr

und haltet euch fern!

Wer von euch wagte

bei ihr zu weilen,

wer mir zum Trotz

zu der Traurigen hielt' -

die Törin teilte ihr Los:

das künd' ich der Kühnen an!

Fort jetzt von hier;

meidet den Felsen!

Hurtig jagt mir von hinnen,

sonst erharrt Jammer euch hier!

 

DIE ACHT WALKÜREN

Weh! Weh!

 

(sie fahren unter wildem Schrei

auseinander und stürzen in hastiger

Flucht in den Tann)

 

Dritte Szene

 

BRÜNNHILDE

War es so schmählich,

was ich verbrach,

daß mein Verbrechen

so schmählich du bestrafst?

War es so niedrig,

was ich dir tat,

daß du so tief

mir Erniedrigung schaffst?

War es so ehrlos,

was ich beging,

daß mein Vergehn nun

die Ehre mir raubt?

O sag', Vater!

Sieh mir ins Auge:

schweige den Zorn,

zähme die Wut,

und deute mir hell

die dunkle Schuld,

die mit starrem Trotze dich zwingt,

zu verstoßen dein trautestes Kind!

 

WOTAN

Frag' deine Tat,

sie deutet dir deine Schuld!

 

BRÜNNHILDE

Deinen Befehl

führte ich aus.

 

WOTAN

Befahl ich dir

für den Wälsung zu fechten?

 

BRÜNNHILDE

So hießest du mich

als Herrscher der Wal!

 

WOTAN

Doch meine Weisung

nahm ich wieder zurück!

 

BRÜNNHILDE

Als Fricka den eignen

Sinn dir entfremdet;

da ihrem Sinn du dich fügtest,

warst du selber dir Feind.

 

WOTAN

Daß du mich verstanden,

wähnt' ich,

und strafte den wissenden Trotz:

doch feig und dumm

dachtest du mich!

So hätt' ich Verrat nicht zu rächen;

zu gering wärst

du meinem Grimm?

 

BRÜNNHILDE

Nicht weise bin ich,

doch wußt' ich das eine,

daß den Wälsung du liebtest.

Ich wußte den Zwiespalt,

der dich zwang,

dies eine ganz zu vergessen.

Das andre mußtest

einzig du sehn,

was zu schaun so herb

schmerzte dein Herz:

daß Siegmund Schutz du versagtest.

 

WOTAN

Du wußtest es so,

und wagtest dennoch den Schutz?

 

BRÜNNHILDE

Weil für dich im Auge

das eine ich hielt,

dem, im Zwange des andren

schmerzlich entzweit,

ratlos den Rücken du wandtest!

Die im Kampfe Wotan

den Rücken bewacht,

die sah nun das nur,

was du nicht sahst: -

Siegmund mußt' ich sehn.

Tod kündend

trat ich vor ihn,

gewahrte sein Auge,

hörte sein Wort;

ich vernahm des Helden

heilige Not;

tönend erklang mir

des Tapfersten Klage:

freiester Liebe

furchtbares Leid,

traurigsten Mutes

mächtigster Trotz!

Meinem Ohr erscholl,

mein Aug' erschaute,

was tief im Busen das Herz

zu heil'gem Beben mir traf.

Scheu und staunend

stand ich in Scham.

Ihm nur zu dienen

konnt' ich noch denken:

Sieg oder Tod

mit Siegmund zu teilen:

dies nur erkannt' ich

zu kiesen als Los! -

Der diese Liebe

mir ins Herz gehaucht,

dem Willen, der

dem Wälsung mich gesellt,

ihm innig vertraut,

trotzt' ich deinem Gebot.

 

WOTAN

So tatest du,

was so gern zu tun ich begehrt,

doch was nicht zu tun

die Not zwiefach mich zwang?

So leicht wähntest du

Wonne des Herzens erworben,

wo brennend Weh'

in das Herz mir brach,

wo gräßliche Not

den Grimm mir schuf,

einer Welt zu liebe

der Liebe Quell

im gequälten Herzen zu hemmen?

Wo gegen mich selber

ich sehrend mich wandte,

aus Ohnmachtschmerzen

schäumend ich aufschoß,

wütender Sehnsucht

sengender Wunsch

den schrecklichen Willen mir schuf,

in den Trümmern der eignen Welt

meine ew'ge Trauer zu enden: -

da labte süß

dich selige Lust;

wonniger Rührung

üppigen Rausch

enttrankst du lachend

der Liebe Trank,

als mir göttlicher Not

nagende Galle gemischt?

 

Deinen leichten Sinn

laß dich denn leiten:

von mir sagtest du dich los.

Dich muß ich meiden,

gemeinsam mit dir

nicht darf ich Rat mehr raunen;

getrennt, nicht dürfen

traut wir mehr schaffen:

so weit Leben und Luft

darf der Gott dir

nicht mehr begegnen!

 

BRÜNNHILDE

Wohl taugte dir nicht

die tör'ge Maid,

die staunend im Rate

nicht dich verstand,

wie mein eigner Rat

nur das eine mir riet:

zu lieben, was du geliebt-

 

Muß ich denn scheiden

und scheu dich meiden,

mußt du spalten,

was einst sich umspannt,

die eigne Hälfte

fern von dir halten,

daß sonst sie ganz dir gehörte,

du Gott, vergiß das nicht!

Dein ewig Teil

nicht wirst du entehren,

Schande nicht wollen,

die dich beschimpft:

dich selbst ließest du sinken,

sähst du dem Spott mich zum Spiel!

 

WOTAN

Du folgtest selig

der Liebe Macht:

folge nun dem,

den du lieben mußt!

 

BRÜNNHILDE

Soll ich aus Walhall scheiden,

nicht mehr mit dir

schaffen und walten,

dem herrischen Manne

gehorchen fortan:

dem feigen Prahler

gib mich nicht preis!

Nicht wertlos sei er,

der mich gewinnt.

 

WOTAN

Von Walvater

schiedest du,

nicht wählen darf er für dich.

 

BRÜNNHILDE

Du zeugtest ein edles Geschlecht;

kein Zager kann je ihm entschlagen:

der weihlichste Held,

ich weiß es,

entblüht dem Wälsungenstamm!

 

WOTAN

Schweig von dem Wälsungenstamm!

Von dir geschieden,

schied ich von ihm:

vernichten mußt' ihn der Neid!

 

BRÜNNHILDE

Die von dir sich riß,

rettete ihn.

Sieglinde hegt

die heiligste Frucht;

in Schmerz und Leid,

wie kein Weib sie gelitten,

wird sie gebären,

was bang sie birgt.

 

WOTAN

Nie suche bei mir

Schutz für die Frau,

noch für ihres Schoßes Frucht!

 

BRÜNNHILDE

Sie wahret das Schwert,

das du Siegmund schufest.

 

WOTAN

Und das ich ihm in Stücke schlug!

 

Nicht streb, o Maid,

den Mut mir zu stören;

erwarte dein Los,

wie sich's dir wirft;

nicht kiesen kann ich es dir!

 

Doch fort muß ich jetzt,

fern mich verziehn;

zuviel schon zögert' ich hier;

von der Abwendigen

wend ich mich ab;

nicht wißen darf ich,

was sie sich wünscht;

die Strafe nur

muß vollstreckt ich sehn!

 

BRÜNNHILDE

Was hast du erdacht,

daß ich erdulde?

 

WOTAN

In festen Schlaf

verschließ ich dich:

wer so die Wehrlose weckt,

dem ward, erwacht, sie zum Weib!

 

BRÜNNHILDE

Soll feßelnder Schlaf

fest mich binden,

dem feigsten Manne

zur leichten Beute:

dies eine mußt du erhören,

was heil'ge Angst zu dir fleht!

Die Schlafende schütze

mit scheuchendem Schrecken,

daß nur ein furchtlos

freister Held

hier auf dem Felsen

einst mich fänd!

 

WOTAN

Zuviel begehrst du,

zuviel der Gunst!

 

BRÜNNHILDE

Dies eine mußt du gewähren!

Zerknicke dein Kind,

das dein Knie umfaßt;

zertritt die Traute,

zertrümm're die Maid,

ihres Leibes Spur

zerstöre dein Speer:

doch gib, Grausamer, nicht

der gräßlichsten Schmach sie preis!

 

Auf dein Gebot

entbrenne ein Feuer;

den Felsen umglühe

lodernde Glut;

es leck' ihre Zung',

es freße ihr Zahn

den Zagen,

der frech sich wagte,

dem freislichen Felsen zu nahn!

 

WOTAN

Leb wohl, du kühnes,

herrliches Kind!

Du meines Herzens

heiligster Stolz!

Leb wohl! Leb wohl! Leb wohl!

Muß ich dich meiden,

und darf nicht minnig

mein Gruß dich mehr grüßen;

sollst du nun nicht mehr

neben mir reiten,

noch Met beim Mahl mir reichen;

muß ich verlieren

dich, die ich liebe,

du lachende Lust meines Auges:

ein bräutliches Feuer

soll dir nun brennen,

wie nie einer Braut es gebrannt!

Flammende Glut

umglühe den Fels;

mit zehrenden Schrecken

scheuch es den Zagen;

der Feige fliehe

Brünnhildes Fels!

 

Denn einer nur freie die Braut,

der freier als ich, der Gott!

 

(Brünnhilde sinkt gerüht und

begeistert an Wotans Brust; er hält

sie lange umfangen)

 

Der Augen leuchtendes Paar,

das oft ich lächelnd gekost,

wenn Kampfeslust

ein Kuß dir lohnte,

wenn kindisch lallend

der helden Lob

von holden Lippen dir floß

dieser Augen strahlendes Paar,

das oft im Sturm mir geglänzt,

wenn Hoffnungsehnen

das Herz mir sengte,

nach Weltenwonne

mein Wunsch verlangte

aus wild webendem Bangen:

zum letzten Mal

letz' es mich heut

mit des Lebewohles

letztem Kuß!

Dem glücklichem Manne

glänzte sein Stern:

dem unseligen Ew'gen

muß es scheidend sich schließen.

 

(er faßt ihr Haupt in beide Hände)

 

Denn so kehrt

der Gott sich dir ab,

so küßt er die Gottheit von dir!

 

(er küßt sie lange auf beide Augen.

Er geleitet sie zart auf einen

niedrigen Mooshügel zu liegen, über

den sich eine breitästige Tanne

ausstreckt. Er betrachtet sie und

schließt ihr den Helm: sein Auge

weilt dann auf der Gestalt der

Schlafenden, die er nun mit dem

großen Stahlschilde der Walküre

ganz zudeckt. Langsam kehrt er sich

ab; mit einen schmerzlichen Blicke

wendet er sich noch einmal um.

Dann schreitet er mit feierlichem

Entschluß in die Mitte der Bühne

und kehrt die Spitze seines Speeres

gegen einen mächtigen Felsstein)

 

Loge, hör!

Lausche hieher!

Wie zuerst ich dich fand,

als feurige Glut,

wie dann einst du mir schwandest,

als schweifende Lohe;

wie ich dich band,

bann ich dich heut!

Herauf, wabernde Lohe!

Umlodre mir feurig den Fels!

 

(er stößt mit dem Folgenden dreimal

mit dem Speer auf den Stein)

 

Loge! Loge! Hieher!

 

(dem Stein entfährt ein Feuerstrahl

der zur allmählich immer helleren

Flammenglut anschwillt. Lichte

Flackerlohe bricht aus. Lichte

Brunst umgibt Wotan mit wildem

Flackern. Er weist mit dem Speere

gebieterisch dem Feuermeer den

Umkreis des Felsenrandes zur

Strömung an; alsbald zieht es sich

nach dem Hintergrund, wo es nun

fortwährend den Bergsaum

umlodert)

 

Wer meines Speeres

Spitze fürchtet,

durchschreite das Feuer nie!

 

(er streckt den Speer wie zum Banne

aus. Dann blickt er schmerzlich auf

Brünnhilde zurück, wendet sich

langsam zum Gehen und blick noch

einmal zurück, ehe er durch das

Feuer verschwindet)

Resumen biográfico de Richard Wagner

ilhelm Richard Wagner, compositor, dramaturgo, director de orquesta, poeta, escritor y teórico musical, nació en la ciudad sajona alemana de Leipzig el 22 de mayo de 1813 y murió en Venecia, Italia, el 13 de febrero de 1883, a los 70 años de edad. Sus restos descansan en los jardines de su casa en Bayreuth.

Aunque Wagner prácticamente sólo compuso para la escena, su influencia en la música es un hecho incuestionable. Las grandes corrientes musicales surgidas con posterioridad, desde el expresionismo hasta el impresionismo, por continuación o por reacción, encuentran en él su verdadero origen, hasta el punto de que algunos críticos sostienen que toda la música contemporánea propia del Siglo XX nace de la armonía, rica en cromatismos y en las disonancias no resueltas de Tristán e Iseo.

La infancia de Wagner se vio influida por su padrastro Ludwig Geyer, actor, pintor y poeta, que suscitó en el niño su temprano entusiasmo por toda manifestación artística-filosófica-política. La literatura, además de la música, fue desde el principio su gran pasión, pero el conocimiento del compositor Carl Maria von Weber y, sobre todo, el descubrimiento de la Sinfonía Nº 9 “Coral”, de Beethoven lo orientaron definitivamente hacia el cultivo del arte de los sonidos, aunque sin abandonar por ello su vocación literaria, que le permitiría escribir sus propios libretos operísticos.

De formación autodidacta, sus progresos en la composición fueron lentos y difíciles, agravados por una inestable situación financiera, la necesidad de dedicarse a tareas ingratas (transcripciones de partituras, dirección de teatros provincianos) y las dificultades para dar a conocer sus composiciones. Sus primeras óperas –Las hadas, La prohibición de amar, Rienzi– mostraban su supeditación a unos modelos en exceso evidentes (era muy notoria en el joven Wagner la influencia de otros compositores como Weber, Marschner, Bellini, Meyerbeer), sin revelar nada del futuro arte de este magnífico autor.

Hasta el estreno, en 1843, de El holandés errante, no encontró el Wagner su voz personal y propia, aún deudora de algunas convenciones formales que en posteriores trabajos fueron desapareciendo. Tannhäuser y Lohengrin señalaron el camino hacia el drama musical, la renovación de la música escénica que llevó a cabo Wagner, tanto a nivel teórico como práctico, en sus siguientes partituras: El Oro del Rhin (primera parte de la tetralogía El Anillo del Nibelungo) y Tristán e Iseo.

En estas obras se elimina la separación entre números, entre recitativos y partes cantadas, de modo que todo el Drama queda configurado como un fluido musical continuo, de carácter sinfónico, en el que la unidad viene dada por el empleo de unos breves temas musicales, los leitmotivs (término creado por el propio Wagner), cuya función, además de estructural, es simbólica: cada uno de ellos viene a ser la representación de un elemento, una situación o un personaje que aparece en el drama, representado por la música orquestal oculta en el foso del teatro.

No sólo en el aspecto formal fue revolucionaria la aportación wagneriana: en los campos de la melodía, la armonía y la orquestación –con el uso de una orquesta sinfónica de proporciones muy superiores a las que tenían las habituales orquestas de ópera–, sino que también dejó una impronta duradera. Su gran aspiración no era otra que la de lograr la Gesamtkunstwerk, la “obra de arte total” en la que se sintetizaran todos los lenguajes artísticos.

Sus ideas tuvieron tantos partidarios como detractores. Uno de sus más entusiastas seguidores fue el rey Luis II de Baviera, gracias a cuya ayuda económica el músico pudo construir el Festspielhaus (Casa de los Festivales) ubicado en el poblado de Bayreuth, localidad cercana a Nürnberg, en la Alta Franconia de la Baviera alemana. Dicho teatro posee características particulares que lo distinguen de cualquier teatro de ópera del resto del mundo; por ejemplo, la orquesta está totalmente oculta bajo el escenario, de forma tal que no es posible para el público visualizarla, sólo escucharla. Interiormente el Teatro Wagneriano de Bayreuth no tiene palcos, sino la estructura propia de un teatro griego, a la usanza de los teatros trágicos de la Antigua Grecia. Éste es un teatro destinado exclusivamente a la representación de sus Dramas Musicales (que se celebran todos los meses de agosto, hasta nuestros días), cuya complejidad superaba con mucho la capacidad técnica de las salas de ópera convencionales. Los Festivales de Bayreuth siempre se inauguran con la Sinfonía Nº 9 “Coral” de Ludwig van Beethoven, compositor al que Wagner idolatraba.

En 1876 se procedió a su solemne inauguración, con el estreno del ciclo completo de El Anillo del Nibelungo. Años antes, en 1870, el compositor había contraído matrimonio con la hija de su célebre autor y amigo Franz Liszt, Cósima (fallecida en 1931), con quien había mantenido una tormentosa relación clandestina cuando estaba aún casada con el director de orquesta Hans von Bülow. Wagner dedicó los últimos años de su vida a concluir la composición de Parsifal, su obra póstuma.