*Act 3, Scene 1: I. Vorspiel, Hojotoho! Hojotoho! Heiaha! Heiaha.

MAYO...

"LA WALKYRIA", PRIMERA JORNADA DE "EL ANILLO DEL NIBELUNGO"

La Walkyria, primera jornada de El Anillo del Nibelungo


a Walkyria, drama musical en tres actos, es la primera jornada de la legendaria Tetralogía (tres dramas precedidos por un prólogo) que constituye El anillo del Nibelungo, la obra de Richard Wagner, que desde hace 136 años viene haciendo derramar caudalosos ríos de palabras a panegiristas y detractores del indiscutible creador del moderno drama musical. Es posible que el conjunto de las obras que componen dicha Tetralogía, ya entendidas como tal o bien individualmente consideradas, no puedan equipararse por su fuerza dramática ni por la hondura del sentimiento o el vuelo de la inspiración, a aquéllas de sus creaciones en que la posteridad identifica sus obras maestras: Tristán e Iseo y Los Maestros Cantores de Nürnberg para la mayoría; Parsifal, para unos pocos, entre los cuales no se han de contar por cierto a Friedrich Nietzsche, el "wagnerista" renegado, ni George Bernard Shaw, el "perfecto wagneriano". Pero no pueden negarse la grandeza de la concepción, ni la belleza de su poética, ni la suprema plasticidad de su música.

Ignoramos si alguien comparó hasta la fecha esta formidable Tetralogía a una inmensa sinfonía vocal de carácter cíclico, en la que El oro del Rhin hace las veces de fecundo Allegro inicial; La Walkyria es el maravilloso Andante (precedido por una Introducción Allegro apassionato); Sigfrido se manifiesta en toda la riqueza de un diáfano y atmosférico Scherzo "al aire libre", mientras El ocaso de los dioses (o mejor, con su primitivo título de La muerte de Sigfrido) anticipa, suerte de Adagio lamentoso, el esquema formal de la futura Sinfonía Patética. La nota exterior, el concepto de lo pintoresco, podrán hallarse en los movimientos impares de tan monumental sinfonía; la vibración honda, el estremecimiento dramático, la peripecia trágica, en los movimientos pares. En cuanto a la más lograda calidad poético musical, deberá buscársela en los movimientos interiores del inmenso fresco nibelúngico: Sigfrido y La Walkyria, que son otras tantas obras maestras parciales dentro del gran continente magistral. George Bernard Shaw señala con agudeza un punto en el cual Wagner, ganado en cierta medida por el convencionalismo operístico, se habría pasado con armas y bagajes a la gran ópera: inmediatamente antes de la gran escena final de Sigfrido -el primer dúo de ópera de la Tetralogía-, según él lo define. Que se acepten o no las prevenciones del genial humorista y penetrante crítico musical, en ese lugar de la partitura saltan a la vista -y al oído- un extraordinario cambio en los medios orquestales de expresión, y cierta propensión a la grandilocuencia, lo cual se explica si recordamos que al llegar a esa altura de su instrumentación, Wagner abandonó desalentado su trabajo en El anillo del Nibelungo para no reanudarlo hasta años después, cuando ya había concluido entre tanto Tristán e Iseo y Los Maestros Cantores de Nürnberg.

Fue realmente curioso el proceso de creación del ciclo de los Nibelungos. A poco de verse obligado a abandonar Dresde a raíz del movimiento revolucionario de 1848 -del que estuvo inopinadamente a punto de convertirse en apasionado líder- instigado por ciertos consejos de Liszt (su futuro suegro, ya que Wagner se casaría con su hija Cósima Liszt en 1870) y por el estímulo inmediato de su frecuentación de las Eddas (o relatos de la mitología germana) retomó el poema de La muerte de Sigfrido (Héroe central del Cantar de Los Nibelungos, poema germano del siglo XII), esbozado por él hacia algún tiempo. Revisada la versificación, se dispuso a componer la música. A poco andar advirtió sin embargo que, tal como aparecía desarrollado en su "escenario", el drama estaba incompleto y no resultaba teatral en modo alguno. Concibió entonces la idea de hacerlo preceder por un nuevo drama o jornada, que tituló provisoriamente El joven Sigfrido. Pero aún así, era preciso explicar el porqué de muchas cosas referentes a éste: el origen de su misión en cierto modo redentora, la propia función de Brunilda, la joven Walkyria dormida en su roca rodeada por llameante muralla, entre otras. Y escribió entonces el poema de La Walkyria, al cual siguió en orden rigurosamente inverso, el "prólogo final" que recibió el lógico título de El oro del Rhin, símbolo de la codicia de los hombres y germen, por lo tanto, de todo el drama, que había de culminar en la doble inmolación del héroe y la Walkyria. Del mismo modo, su representación musical o leitmotiv (prodigioso desarrollo del simple acorde de Mi bemol mayor) es la fuente nutricia de toda la música de la Tetralogía, a través de un milagroso proceso de transformación rítmica y temática. Bueno es aclarar que con la composición musical siguió el verdadero orden de la secuencia dramática.

De acuerdo con su conocido método de trabajo, Wagner había ido anotando sus principales temas simultáneamente con el progreso del poema. Si no existieran otras constancias de ello, bastaría con esta mención contenida en carta escrita a Liszt durante junio de 1852 (en plena gestación de su poema), en la cual le asegura a su futuro suegro: "En cuanto a la música, marchará fácil y rápidamente; escribirla no pasará de ser la ejecución material de algo ya realizado dentro de uno mismo..."

El oro del Rhin fue terminado en los primeros meses de 1853, en los que Wagner se aplicó jubilosamente a la composición de la primera jornada de su Tetralogía. Había razones que impulsaban al compositor a trabajar tesonera e incansablemente en su nueva obra. Hacia octubre se hallaba en pleno segundo acto. En diciembre escribíale a Liszt: "Brunilda duerme... Mientras tanto, yo velo..." Es claro que aún quedaba por delante la ciclópea tarea de orquestar el nuevo drama que, interrumpido momentáneamente por un viaje profesional a Inglaterra, se extendió al cabo hasta abril de 1856. Sólo entonces pudo dar por definitivamente concluida su labor y trazar al pie de la última hoja de su vasta partitura estas palabras: "Gesegnet sei Mathilde" ("Bendita seas, Matilde"), que serían enigmáticas si no supiéramos que al mismo tiempo que daba cima a La Walkyria -prodigiosa fecundidad la suya- comenzaba a marchar velozmente el "escenario" de su futuro Tristán e Iseo, fruto inmediato de la excitación suscitada por su gran amor -platónico, cierto es- por Matilde Wesendonck, en cuyos dominios (y los de su marido) residían en Zurich el compositor y su primera mujer, la justamente celosa Minna Planner.

Aunque a regañadientes, Wagner no tuvo más remedio que ceder a la demanda de su protector, el rey Luis II de Bariera, y autorizar una primera representación de La Walkyria al margen de la Tetralogía, que tuvo lugar el 26 de junio de 1870. Poco antes, en septiembre del año anterior, en la misma ópera de Munich se había representado también El oro del Rhin. Bajo las órdenes del maestro Franz Wüllner, se alistaron ese atardecer los siguientes cantantes: Sophie Slehle (Brunilda), Heinrich Vogel (Siegmund), Therese Thoma, o sea, Mme. Vogel (Sieglinde), Bauseweing (Hunding), August Kindermann (Wotan) y Frau Kauffmann (Fricka). Los decorados eran de Janck y Döll, y la aparatosa maquinaria había sido transportada desde Darmstadt. Entre los espectadores se contaban dos jóvenes músicos franceses, Camille Saint-Saëns y Henri Duparc, y la hija de Teófilo Gauthier, con su bíblico nombre de Judith -futura esposa de Catulle Mendès- y quien llegaría a ser con el tiempo destinataria de buen número de encendidas cartas del ardoroso compositor.

Fastidiado con la Intendencia del teatro muniqués desde los incidentes ocurridos a raíz del estreno del prólogo de El Anillo del Nibelungo, Wagner no se dignó concurrir en esta ocasión a la capital bávara. También el rey, que había saboreado empero desde su palco los laboriosos ensayos, se abstuvo por delicadeza de asistir a la representación. El éxito fue incontestable y el aplauso general, no obstante lo mucho que dio que hablar la inmoralidad que implicaba esa suerte de glorificación escénica del incesto entre los gemelos (que como sigue siendo bastante corriente fue entendido desde un punto de vista realista, y no desde el ángulo simbólico que corresponde, ya que Sieglinde y Siegmund son "dos aspectos de un solo ser"; representan los que denomina Wagner "opuestos innatos" de la Naturaleza y que en la filosofía oriental -hacia la cual miraba aquél tan a menudo- son conocidos por la denominación de "parejas de opuestos"). Se palpó pues la presencia del éxito, pese a que previamente los muchos enemigos de Wagner se habían esforzado por mantener al público lo más alejado posible de aquella premiere. En tal sentido, nada quedó por aprovechar. No se salvó siquiera la maquinaria del tercer acto (la que debe usarse para crear la ilusión del cerco de llamas que rodea la roca de la Walkyria). Según los propaladores de rumores, el dispositivo había fallado cada vez durante los ensayos, costando no poco trabajo evitar en cada caso un incendio, razón por la cual se aconsejaba a los habits a la Opera no concurrir esa noche al estreno "si querían eludir la posibilidad de ser asados vivos", dando margen a un enérgico desmentido por parte de las autoridades de aquel teatro.

A 142 años de aquella jornada, La Walkyria mantiene bien enhiesto el pabellón wagneriano. Pasajes como la escena de amor entre los Walsungos (con la inefable peripecia de la llegada de la primavera) y el electrizante final del primer acto; el conmovedor diálogo entre Wotan y la Walkyria, seguido por el que ésta mantiene con el héroe durante el segundo acto; y todo el tercero, con la prodigiosa cabalgata, la conmovedora justificación de Brunilda, su ruego, y la invocación del fuego, figurarán siempre entre lo más bello y mejor logrado de cuanto el genio humano imaginó jamás para colocar al servicio de la ficción escénica.

 

                                              Basado en texto de Juan Manuel Puente


Línea de tiempo desde el génesis hasta la representación integral de "El anillo del Nibelungo".

Descarga
Descarga

Manuscrito: Das Nibelungenlied, códice A (El cantar de los Nibelungos).
Fecha de creación: Alrededor de 1275 d. C. - 1300 d. C.
Idioma: Alto alemán medio (ca. 1050-1500).

El Nibelungenlied es el poema heroico más famoso del Alto alemán medio. Cuenta la historia del caza dragones Siegfried desde su infancia y su casamiento con Kriemhild hasta su asesinato llevado a cabo por el malvado Hagen y la posterior venganza de Kriemhild, culminando con la aniquilación de los Burgundianos o Nibelungos en la corte de los Hunos. Originalmente basado en una tradición oral más vieja, el poema fue escrito alrededor o poco tiempo después del año 1200, probablemente en la corte de Wolfger von Erla, Obispo de Passau desde 1191 hasta 1204. En la actualidad solamente se conoce en las versiones que han llegado a la actualidad en 37 manuscritos y fragmentos que datan desde el siglo XIII hasta el siglo XVI. En el siglo XIX, el Nibelungenlied tenía una enorme influencia como poema épico nacional alemán, tal como se refleja en numerosos trabajos de arte visual y en las obras dramáticas musicales de Richard Wagner. El Códice A, que se conserva en la Biblioteca Estatal de Baviera, fue considerada, junto con otros dos manuscritos primarios para establecer el texto (Códices B y C), en el registro de la UNESCO Memoria del Mundo en 2009.

Resumen argumental

Primer acto

En la rústica morada de Hunding

Un brevísimo preludio en cuyo transcurso oímos el vivo fragor de la tormenta -con alusiones al sonoro motivo de Donner, el dios del trueno- precede a la concentrada acción de este primer acto. Algunos importantes hechos han ocurrido empero desde el Prólogo El oro del Rhin y será preciso conocerlos para mejor comprender los acontecimientos que se avecinan.

Desde que los gigantes le entregaron concluído el Wahalla, o morada de los dioses, Wotan, ansioso por llegar a poseer definitivamente el oro del Rhin, convertido por el momento en el anillo del Nibelungo, que Fafner -el gigante sobreviviente- custodia en su caverna convertido en dragón, ha realizado numerosas excursiones por el exterior de aquel recinto. Procreó así las nueve Walkyrias (palabra cuyo sentido literal equivale en alemán a "escogedoras de muertos"), vírgenes guerreras cuya legendaria misión consistía en asistir a los combates, recoger en sus brazos los héroes más valientes que sucumben, y llevarlos en sus alados caballos rumbo a la morada de los dioses, donde pasaban a integrar una suerte de guardia personal de Wotan. Mas también ha preocupado al primero de los dioses poder crear una estirpe terrena que llegase a cumplir, al margen de su voluntad suprema, la tarea de recuperar el oro que a él, atado por los pactos, le está vedada. Asumiendo la forma terrena de Walse (mezcla de hombre y lobo), ha tenido de humana mujer dos hijos gemelos, Siegmund y Sieglinde. Sobre ellos se descargaría fatalmente todo el peso de la maldición formulada por el Nibelungo al renunciar al amor. La voluntad de Alberich se ejerce a través de los actos de los enemigos naturales de esa nueva estirpe Walsunga (por descender de Walse). Mientras Siegmund se halla afuera con su padre -que activa en el bosque el adiestramiento de su vástago en todas las artimañas que le servirán para salir victorioso en sus futuros combates- el hogar de los Walsungos es saqueado, muerta la madre y Sieglinde arrebatada como esclava y entregada más tarde al brutal guerrero Hunding para que éste la haga su mujer. La morada de Hunding está construída alrededor de un gran fresno, cuyas ramas se extienden al través de la techumbre. Ya estuvo allí Wotan en ocasión de las bodas de Sieglinde, convertido en un desconocido caminante tuerto (sacrificado por el dios a cambio de la vista interior que proporciona el saber supremo). Ese día clavó en el tronco del fresno, hasta la empuñadura, la espada que luego habría de necesitar su hijo en hora de gran necesidad.

Al levantarse el telón vemos llegar exhausto e inerme a Siegmund. Estuvo combatiendo a sus numerosos enemigos hasta el punto de agotamiento. Luego de errar por el bosque en medio de la tormenta, dio con esa morada en la que buscó refugio sin imaginarse por cierto que estaba introduciéndose en la vivienda de uno de sus más feroces perseguidores. Sieglinde le descubre exánime a la vera del lar y sin reconocerle, le socorre solícita, sintiendo por él una instantánea y misteriosa simpatía. Ambos desconocen por lo tanto su parentesco, habiéndose dado definitivamente por perdidos uno a otro. Ello no obstante, la mutua atracción es poderosa, y la música la expresa con inefable belleza a través de la conjunción de los temas que representan plásticamente a los dos gemelos, identificados en las guías temáticas wagnerianas como Compasión de Sieglinde (en el tiple) y Postración de Siegmund (en el grave).

Precedido por su leitmotiv, a la vez marcial y tenebroso, Hunding regresa del combate, en el que no pudo tomar parte por llegar con atraso, confundiéndose luego entre los burlados perseguidores de aquel heroico guerrero que les hiciera frente en defensa de una infortunada doncella. Lleno de admiración por el extraordinario parecido que revelan las facciones de su mujer y las del desconocido huésped, descubre en los ojos de ambos la "efigie luminosa del dragón" (símbolo que nos anticipa, según la leyenda, que de ambos gemelos nacerá un héroe libérrimo que ha de matar a Fafner el dragón).

Hunding comprende por el relato de Siegmund que ha venido a encontrar en su propia morada al odiado enemigo cuya infructuosa búsqueda abandonara momentos antes. Por esta noche -le anuncia- le protegerá el rito de la hospitalidad, pero que se prepare para enfrentarle en singular combate tan pronto como asomen las primeras luces del alba. Sieglinde debe seguir a su marido al aposento, pero antes tratará en vano de señalar con la mirada a Siegmund -a tiempo que suena en la orquesta por primera vez en La Walkyria el correspondiente tema representativo- la empuñadura de aquella espada hundida en el tronco del fresno por aquel tuerto caminante que asistió a sus bodas, y que ninguno de los presentes pudo arrancar entonces de allí.

Sintiéndose desolado y abandonado por su padre -que le prometiera una espada milagrosa para el día en que se encontrase en supremo peligro- Siegmund comienza a entregarse a la desesperación cuando retorna Sieglinde -totalmente vestida ahora de blanco, como para consumar una nueva boda- que ha dado a Hunding un soporífero brebaje. "Voy a mostrarte un arma..." -le dice-. "¡Ah! Si pudieras conquistarla yo te saludaría como el mayor de los héroes..." Y le refiere entonces la historia de aquella espada hundida en el fresno. Así llegan ambos al conocimiento de su parentesco, sin que ello sea óbice para que la naciente pasión siga su encendido curso. Luego, si Siegmund es su hermano al que creía muerto, a él es a quien esa espada le está destinada. Y con un gesto de triunfo, Siegmund la empuña vigorosamente. Heiligster Minne; höchste Not! ("Sagrada pasión; suprema angustia...") proclama la voz de Siegmund acompañada por el tema de la Renunciación al amor, cuya presencia nos revela que por encima de sus gestos exteriores, Siegmund y Sieglinde obran en realidad empujados fatalmente por el hechizo de la maldición del Nibelungo. "Nothung! Nothung! (¡Liberadora! ¡Liberadora!) ¡Así llamo yo a esta espada!" Y atrayéndola con fuerza hacia sí, al ser blandida victoriosamente la brillante hoja por el brazo de Siegmund, Sieglinde se arroja en sus brazos ebria de amor y de felicidad. Y en un arrebato de jubiloso frenesí, los hermanos-amantes huyen hacia el bosque inmediato en busca de la libertad y la dicha.


Segundo acto

Un desfiladero, circundado por abruptas rocas

Brunilda es la Walkyria predilecta de Wotan, quien obtuvo esa hija de sus amores con Erda, la muy sabia diosa Tierra. A ella es a quien ordena el dios proteger al Walsungo en el inminente combate con el brutal Hunding. Mas no ha contado con el singular apego que su esposa Fricka conserva por el orden de cosas establecido (así como Brunilda viene a ser algo así como la encarnación de la secreta voluntad de Wotan, Fricka representa en rigor la propia conciencia del dios). Ella exige una reparación por el incestuoso adulterio en que acaban de incurrir sus ilegítimos vástagos. Hunding ha salido ya con los suyos en persecución de aquéllos; debe permitírsele que les dé alcance y que mate a Siegmund, no obstante las mágicas virtudes de la espada que blande su diestra. Fricka profiere su mandato con la música del tema de la Maldición, seguido por el de la Angustia de los dioses, que describe los sentimientos que embargan a Wotan durante esa lamentable entrevista.

Brunilda deberá retirar pues su protección al Walsungo, a fin de que éste muera. Tal es lo que con profundo dolor le pide a poco su propio padre. Pero con la visión interior que heredó de su madre Erda, la doncella ve con claridad el íntimo deseo de Wotan: que nazca de los Welsas el héroe intrépido que uniéndose a ella misma pondrá fin al curso de la maldición. Y le responde: "Tus contradictorias órdenes no podrán volverme jamás contra el héroe a quien me enseñaste a amar". Mas a regañadientes tendrá que disponerse a cumplir las órdenes del dios.

Los gemelos se han detenido entre tanto al borde de la selva para procurarse un breve descanso. Sieglinde dormirá un momento, tiernamente custodiada por Siegmund. La aparición de la Walkyria no llega a infundirle temor, pese al anuncio que sólo los héroes destinados al Walhalla pueden contemplarla con ojos terrenos. Nada le importan al Walsungo las bienaventuranzas del Walhalla si no ha de compartirlas con Sieglinde. Puesto que debe morir, antes, Nothung les quitará a ambos la vida: así no tendrán que volver a separarse. El espectáculo de tan sublime amor conmueve honda e inexplicablemente a la Walkyria, quien en ese mismo instante decide desobedecer la orden de Wotan y sostener a Siegmund en su próximo combate (al hacerlo, Brunilda se rebela en rigor contra la orden de Fricka, en tanto que se pliega al íntimo deseo del dios, a quien los pactos y obligaciones grabadas en su lanza le impiden manifestarlo). Así pues, cuando momentos después se entabla el singular combate, es a Siegmund a quien protege el escudo de la semidiosa. El mismo Wotan aparece entonces para interponer su lanza -el símbolo viviente del orden de cosas que ni siquiera los dioses de la mitología pueden violar- que parte en dos la espada de Siegmund mientras el héroe sucumbe al certero golpe que, aprovechando la intervención del iracundo dios, descarga el rival de aquél. A Hunding no le durará mucho, empero, la satisfacción del vencedor, ya que se desplomará exánime ante la ira de Wotan al ordenarle que vaya a presentarse ante Fricka, como testimonio de que su voluntad ha quedado cumplida. Entretanto, Brunilda, que recogió previsoramente los trozos de Nothung, atraviesa sobre el arzón de su montura el cuerpo de la desvanecida Sieglinde y parte con ella en un vertiginoso intento de sustraerla a la iracundia del primero de los dioses.


Tercer acto

La roca de las Walkyrias

Se inicia el tercer acto con una desbridada escena. Las ocho Walkyrias llegan sucesivamente de retorno de la diaria tarea, cabalgando sus respectivos corceles alados. A poco arriba también Brunilda con su preciosa carga. Desoladas por la desobediencia de su hermana, las Walkyrias se resisten a protegerla, mas conmovidas por el triste sino de Sieglinde, le sugieren que vaya a refugiarse con el fruto de sus entrañas en las inmediaciones de la cueva del dragón, cuyo paraje elude sistemáticamente el dios y donde estará por lo tanto a salvo de su venganza.

Al llegar Wotan, las restantes Walkyrias tratan de ocultar a Brunilda, mas ésta se presenta humildemente para recibir el castigo que su padre quiera imponerle por su desobediencia. Por su falta será arrojada del Walhalla y privada de su condición divina. Al quedar a solas con su padre, Brunilda intenta su justificación. "¿Es que al desobedecerle no satisfacía acaso el íntimo y secreto deseo del dios?" Pero éste se muestra inflexible. La Walkyria dormirá un sueño mágico sobre la roca y pertenecerá al primer hombre que llegue hasta ella. Desolada, Brunilda implora la concesión de un último ruego: "Que la rodee por lo menos un cerco de llamas, a fin de que sólo un héroe que desconozca el miedo pueda franquearlas y llegar hasta ella".

Accede Wotan, y tras de sumirla en el anunciado sueño mágico convoca la presencia de Loge, el travieso dios del fuego. Las llamas de Loge se elevan en un instante a gran altura, circundando aterradoramente la roca. Antes de retirarse proclama Wotan su postrera voluntad respecto de la más amada de sus hijas: "¡Quien tema la punta de mi lanza, que no pueda atravesar jamás este muro de fuego!", mientras confundido con el tema del Sueño de Brunilda (que inspiró a Wagner el fragmento de las Escenas infantiles de Schumann titulado L'enfant s'endort) y el del Adiós de Wotan, se oye el motivo que irá a representar a Sigfrido, anticipándonos que éste y no otro será el héroe capaz de las llamas para despertar -también con un beso- a la dormida Walkyria, que así dejará definitivamente de serlo, para convertirse en simple mortal, capaz de cobijar en su corazón un sublime amor terreno.


Texto en español y alemán.

Personajes

 

SIEGMUND                      Guerrero de la Tribu de los Welsungos                          Tenor

SIEGLINDE                          Hermana Gemela de Siegmund                            Soprano

HUNDING                                    Esposo de Sieglinde                                          Bajo

WOTAN                                  Dios Supremo del Walhalla                                Barítono

FRICKA                        Esposa de Wotan, Diosa del Matrimonio                Mezzosoprano

BRUNILDA                            Walkyria Preferida de Wotan                               Soprano


Español.


(Interior de la cabaña de Hunding, en el centro de la cual se eleva un

enorme fresno que se pierde en lo alto a través de un hueco del techo

de madera. El escenario permanece vacío unos instantes,; fuera,

tormenta, . Siegmund abre desde el exterior y entra y examina la

vivienda. Permanece expectante, está extenuado por un gran esfuerzo;

sus ropas  y aspecto evidencian que anda huido. Al no descubrir a

nadie, cierra la puerta tras de sí y medio tambaleándose va hacia el

fondo dejándose caer agotado sobre un cobertor de piel de oso)

 

ACTO I

 

Escena Primera

 

SIEGMUND

¡Sea de quien sea este hogar,

tengo que descansar en él!

 

(Sieglinde entra por al puerta del

aposento posterior. Creía que su

marido había regresado; por eso su

rostro refleja asombro cuando ve a

un extranjero junto al hogar)

 

SIEGLINDE

¿Un extranjero?

Tengo que preguntarle.

¿Quién entró en la casa

y descansa junto al hogar?

Cansado, descansa

de las fatigas del camino:

¿habrá perdido el sentido?

¿Estará enfermo?

Todavía respira;

sólo ha cerrado los ojos.

Parece valiente, aunque esté agotado.

 

SIEGMUND

¡Tengo sed! ¡Tengo sed!

 

SIEGLINDE

Proveeré alivio.

 

(Coge rápidamente un cuerno de

beber, sale con él de la casa,

regresa y se lo ofrece, lleno,

a Siegmund)

 

Refresco ofrezco

a tu reseca boca:

¡agua, como querías!

 

SIEGMUND

Fresco refrigerio

me dio el agua,

el peso del cansancio

me ha hecho liviano;

renovado está mi valor,

mis ojos se alegran

con el divino placer de la vista.

¿Quién es el que así me reconforta?

 

SIEGLINDE

Esta casa y esta mujer

son propiedad de Hunding;

hospitalariamente

te concedería él descanso:

¡aguarda hasta que regrese!

 

SIEGMUND

Desarmado estoy:

tu esposo no rechazará

al huésped herido.

 

SIEGLINDE

¡Muéstrame en seguida tus heridas!

 

SIEGMUND

Son pequeñas, no vale la pena;

todavía se mantienen firmes

mis miembros.

Si hubiesen sido

mi escudo y mi lanza

la mitad de fuertes que mi brazo,

jamás hubiera huido ante el enemigo;

pero escudo y lanza se quebraron.

La jauría de los enemigos

me acosó hasta agotarme,

el ardor de la tormenta

rindió mi cuerpo;

pero más rápido que yo a la jauría,

ha huido de mí el cansancio:

¡si antes la noche cayó

sobre mis párpados,

ahora me sonríe de nuevo el sol!

 

(Sieglinde va al granero, llena

de hidromiel un cuerno y se lo

ofrece a Siegmund con amistoso

ademán)

 

SIEGLINDE

No me rechazarás la dulce bebida

del hidromiel espeso.

 

SIEGMUND

¿Lo probarás tu también?

 

(Sieglinde prueba el cuerno y se lo

vuelve a ofrecer. Siegmund bebe

largamente mientras clava la

mirada en Sieglinde con creciente

ardor. Suspira y, sombrío, baja la

mirada al suelo)

 

Has aliviado a un desdichado:

¡apártese de ti el infortunio!

He descansado y reposado dulcemente:

lejos guiaré mis pasos.

 

SIEGLINDE

¿Quién te persigue

para que huyas?

 

SIEGMUND

La desdicha me sigue

allí donde voy;

la desdicha se me acerca

donde me detengo...

¡permanezca alejada de ti, mujer!

¡Lejos guiaré mis pasos y mi mirada!

 

SIEGLINDE

¡Entonces, quédate!

¡No podrás traer el infortunio

donde ya habita el infortunio!

 

SIEGMUND

Wehwalt (desgraciado)

me llamo a mí mismo:

esperaré a Hunding.

 

(Se recuesta en el hogar; su mirada

se clava en Sieglinde con tranquilo

y decidido interés. Esta levanta los

ojos de nuevo hacia él. Ambos se

miran a los ojos en profundo

silencio con expresión emocionada)

 

Escena Segunda

 

(Sieglinde se pone de repente en

pie, escucha, y oye a Hunding, que

fuera lleva su caballo al establo.

Ella va de prisa a la puerta y abre.

Entra Hunding, armado de lanza y

escudo, y se detiene en el umbral

al advertir a Siegmund)

 

SIEGLINDE

(a Hunding)

Cansado, junto al hogar

he hallado a este hombre:

la necesidad lo trajo a casa.

 

HUNDING

¿Le has cuidado?

 

SIEGLINDE

He refrescado su boca;

¡he procurado ser hospitalaria!

 

SIEGMUND

Techo y bebida le debo:

¿culparás a tu mujer por ello?

 

HUNDING

Sagrado es mi hogar:

¡sagrada sea para ti mi casa!

 

(A Sieglinde)

 

¡Prepara la cena a los hombres!

 

(Examina atento y admirado los

rasgos fisonómicos de Siegmund,

que compara con los de su mujer)

 

(Para sí)

 

¡Cómo se parece a mi mujer!

La reluciente serpiente

le brilla también en los ojos.

 

(A Siegmund)

 

Realmente, ha sido largo

tu camino;

no ha cabalgado corcel

el que aquí descansa:

¿qué malos senderos

te han agotado?

 

SIEGMUND

Por bosque y campos,

landas y florestas

me han perseguido

la tormenta y la fuerte necesidad:

no conozco el camino

por el que vine.

¿A dónde he llegado?,

con sumo agrado

recibiría noticias de ello.

 

HUNDING

Del techo que te cubre,

de la casa que te cobija,

Hunding se llama el dueño;

si encaminas tus pasos al Oeste

hallarás en ricos caseríos parientes

que guardan la honra de Hunding.

Ahora si mi huésped

me concede el honor,

debo saber cuál es su nombre.

 

(Sieglinde, que se ha sentado al

lado de Hunding y frente a

Siegmund, clava sus ojos en éste

con creciente interés y expectación)

 

Si no confías en mí,

díselo a mi mujer:

¡fíjate cómo sus ojos te interrogan!

 

SIEGLINDE

Huésped,

me gustaría saber quién eres.

 

SIEGMUND

No puedo llamarme

"Mensajero de la Paz;"

yo quisiera llamarme

"Elegido por la Felicidad,"

pero debo llamarme "Desgraciado."

"Lobo" fue mi padre;

vinimos juntos al mundo mellizos,

mi hermana melliza y yo.

Pronto desaparecieron

mi madre y mi hermana;

a la que me dio el ser

y a la que conmigo nació,

apenas llegué a conocerlas...

Belicoso y fuerte era Lobo;

se granjeó numerosos enemigos.

El anciano salió

de cacería con el joven:

al regresar de cazar y depredar,

encontramos el hogar de Lobo

vacío.

La suntuosa sala

reducida a cenizas,

reducido a un tocón

el florido tronco del fresno;

abatido el aguerrido cuerpo

de mi madre,

tragada por las llamas

la huella de mi hermana.

Nos pusieron a prueba

la amarga necesidad

nuestros enemigos.

El anciano huyó conmigo,

proscrito;

largos años vivió el joven

con Lobo en el agreste bosque;

algunos pretendieron darnos caza,

pero la pareja de lobos

se defendió valerosamente.

Un lobezno es

quien acaba de contarte todo esto;

son ya muchos

los que me llaman "Lobezno".

 

HUNDING

Prodigios y salvajes gestas cuentas,

atrevido huésped.

¡Wehwalt, el Lobezno!

Me parece haber oído

oscuros relatos

sobre tan aguerrida pareja,

pero no conocía

ni a Lobo ni a Lobezno.

 

SIEGLINDE

Pero continúa relatando, extranjero;

¿dónde está ahora tu padre?

 

SIEGMUND

Nuestros enemigos

cayeron de nuevo

sobre nosotros.

Muchos de ellos perecieron

bajo nuestras garras

y otros huyeron al bosque

como si los llevara el viento.

Pero fui separado de mi padre;

perdí su rastro:

sólo una piel de lobo

hallé en el monte;

yacía vacía ante mí,

no encontré a mi padre.

Abandoné presuroso el bosque,

en busca

de hombres y de mujeres.

A cuantos hallé,

si les pedía amistad o

solicitaba a una mujer,

me volvían la espalda,

la desgracia

se abatió sobre mí.

Lo que yo juzgaba bueno,

para los otros

era malo;

lo que a mí me parecía malo,

los demás lo aprobaban.

Adondequiera que fui

hallé pendencias,

adondequiera que fui

hallé ira;

si ansiaba deleite,

sólo encontraba aflicción;

por eso tuve que llamarme

"Desgraciado",

sólo causo aflicción.

 

HUNDING

Quien te ha dado tan aciaga suerte,

la norna, no te ama:

no te saluda contento el hombre

al que, extraño, acudes como huésped.

 

SIEGLINDE

¡Sólo los cobardes temen

al que viaja desarmado!

Dinos, huésped,

cómo perdiste las armas

en la batalla.

 

SIEGMUND

Una triste niña

me llamó en su defensa:

el clan de sus parientes

quería casar a la doncella

con un hombre al que no amaba.

Contra la violencia acudí

en su protección;

encontré en combate

a los secuaces del opresor;

el enemigo cayó ante mí.

Muertos yacían los hermanos:

se abrazó ella a los cadáveres,

pues el pesar le ahuyentó la ira.

Con salvaje río de lágrimas

inundó el lugar de la liza;

la infeliz novia lamentó

la matanza de sus propios hermanos..

Los parientes de los caídos,

acudieron en gran número

al lugar pidiendo venganza;

rodeando el lugar

se alzaron  ante mí los enemigos.

Pero la doncella no se alejó de allí.

Con lanza y escudo la protegí,

hasta que lanza y escudo

se me hicieron pedazos

durante la lucha.

Yo estaba desarmado y herido;

vi morir a la doncella.

Me acosaba el furioso ejército,

sobre los cadáveres

yacía ella muerta.

¡Ahora sabes, mujer inquisitiva,

por qué no me llamo

"Mensajero de Paz!"

 

HUNDING

Yo sé que existe

una estirpe salvaje;

no le es sagrado

lo que para otros lo es:

odiosa es a todos y a mí.

Fui llamado por vengar,

la sangre de los parientes:

llegué demasiado tarde,

y regreso ahora a casa

para descubrir

en mi propio hogar

el rastro del fugitivo criminal.

Mi casa te cobijará, Lobezno,

por hoy; te acojo por esta noche.

Pero mañana tendrás que defenderte

con las armas;

para combatir elijo el día:

pagarás tributo por los muertos.

 

(a Sieglinde)

 

¡Sal de la sala!

¡No te quedes aquí!

Prepárame bebida nocturna

y espérame en la cama.

 

(Sieglinde se vuelve lentamente y se

dirige con paso vacilante hacia el

granero. Con tranquila decisión

abre la alacena, llena una cuerna y

echa dentro de ella unas semillas de

una caja. Hunding se pone en pie y

con un gesto vehemente la apremia

para que se marche. Hunding

descuelga del fresno sus armas)

 

(a Siegmund)

 

Con armas se defiende el hombre...

Mañana daré contigo, Lobezno;

ya has oído mis palabras...

¡Guárdate!

(sale)

 

Escena Tercera

 

SIEGMUND

Una espada me prometió mi padre:

yo la encontraré cuando la necesite.

Desarmado he dado

en casa de mi enemigo,

donde quedo entregado a su venganza.

He visto a una mujer

deliciosa y sublime:

hechicero temor consume mi corazón.

A la que ahora

causa en mí este anhelo,

a la que me quiere

con dulce hechizo,

por la fuerza la tiene el hombre

que a mí, indefenso, me ofende.

¡Wälse! ¡Wälse!

¿Dónde está la espada?

La fuerte espada que yo

habré de blandir en el combate:

¿brotará de mi pecho el valor

que todavía guarda mi corazón?

 

(Se ve la empuñadura de una

espada que está clavada en el

tronco del fresno)

 

¿Qué veo brillar ahí

con luminiscente fulgor?

¿Qué rayo se escapa

del tronco del fresno?

Los ojos del ciego

ilumina un relámpago:

alegre ríe allí la mirada.

¡Cómo el resplandor

me quema el corazón!

¿Es la mirada

de la radiante mujer,

que se ha dejado clavada

tras de sí,

al abandonar la sala?

Nocturna oscuridad

cubría mis ojos;

cuando me rozó

el rayo de su mirada:

recobré el calor del cuerpo

y volvió a brillar el día.

Dichosa me iluminó la luz del sol;

su delicioso resplandor

nimbó mi cabeza,

hasta que se puso tras los montes.

Pero incluso

después de haberse marchado

ella sigue alcanzándome su luz;

incluso el tronco del viejo fresno

resplandecía con exhaustiva llama.

Ahora palidece el fulgor,

se apaga la luz.

Nocturna oscuridad cubre mis ojos:

hondo, en el cobijo del pecho,

arde sólo una llama sin luz.

 

(se abre silenciosamente la puerta

de la alcoba: Sieglinde entra)

 

SIEGLINDE

¿Duermes, huésped?

 

SIEGMUND

¿Quién se acerca furtivamente?

 

SIEGLINDE

Soy yo: ¡escúchame!

En profundo sueño yace Hunding;

le preparé adormecedora bebida:

¡aprovecha la noche para salvarte!

 

SIEGMUND

¡A salvo estoy solo con verte!

 

SIEGLINDE

Déjame enseñarte un arma:

¡oh, si la ganaras!

El más noble de los héroes

pudiera yo llamarte,

pues sólo al más fuerte

fue destinada.

¡Oh, advierte bien

lo que voy a decirte!

Los hombres de su familia

se sentaban aquí en la sala,

invitados por Hunding a la boda:

desposaba él una mujer que,

sin ser preguntada,

los ladrones le regalaron

para esposa.

Triste me sentaba yo

mientras ellos bebían;

entró entonces un extranjero:

un anciano

con grisácea vestimenta;

llevaba calado el sombrero,

que le tapaba uno de los ojos,

pero los rayos del otro

causaron temor a todos;

solamente a mí me miró

con agrado

dándome pena y alegría a la vez.

A mí me miró con dulzura,

y a ellos con furor mientras

blandía una espada en la mano;

después la hundió

en el tronco del fresno,

allí la clavó

hasta la empuñadura:

la espada sería de quien

la arrancara del tronco.

Por mucho que audazmente

se esforzaran,

ninguno de los presentes

logró arrancar el arma;

huéspedes vinieron

y huéspedes se marcharon,

los más fuertes

tiraron del acero,

ni una pulgada

cedió en el tronco:

allí sigue clavada la espada.

Entonces supe quién era aquel

que saludó

a la transida de dolor;

yo sé también a quién destina

la espada clavada en el tronco.

¡Oh, si encontrara hoy aquí al amigo,

si viniera desde lejos para consolar

a la más desdichada mujer;

cuanto padecí con acerbo dolor,

cuanto jamás sufrí

con vergüenza y oprobio,

¡dulcísima venganza,

expiáralo todo!

Recuperaría lo que perdí,

lo que tanto he llorado,

si encontrara al amigo sagrado,

si estrecharan al héroe

mis brazos!

 

SIEGMUND

(abrazando a Sieglinde)

¡Mujer divina, ya tienes el amigo

a quien arma y mujer

están destinadas!

¡Ardiente en el pecho

me abrasa el juramento

que te hace mi noble compañera!

¡Cuanto anhelaba lo vi yo en ti,

en ti he encontrado

cuanto me faltaba!

Si tú has padecido vergüenza

yo he sufrido ofensas,

si yo fui proscrito

y tu fuiste deshonrada,

¡alégrate, la venganza

ríe ahora a los dichosos!

¡Ahora reiré

con sagrada alegría,

teniéndote abrazada

sintiéndote palpitante

sobre mi corazón!

 

(la puerta se abre de par en par;

fuera magnífica noche de

primavera; la luna llena ilumina el

interior y deja caer su suave luz

sobre la pareja)

 

SIEGLINDE

¡Ah! ¿Quién ha salido?

¿Quién ha entrado?

 

SIEGMUND

Nadie ha salido,

pero uno ha entrado,

¡mira, la primavera ríe

en la sala!

Las tormentas invernales

han cedido

ante el delicioso mayo,

con delicada luz

brilla la primavera;

entre dulces brisas,

leve y graciosa,

se mece tejiendo prodigios.

Por bosques y prados

sopla tu aliento,

muy abiertos ríen sus ojos:

dulcemente suena el canto

de felices pajarillos,

exhala divinos aromas;

de su cálida sangre

florecen deliciosas flores,

¡gérmenes y retoños

brotan de su vigor!

Con el ornato

de sus delicadas armas

somete al mundo;

invierno y tormentas

han tenido que ceder

ante su fuerte baluarte:

también han cedido

a sus gallardos golpes

la dura puerta

que, terca y rígida,

nos separa de ella!

Surcando el aire ha llegado

junto a su hermana;

el amor ha llamado a la primavera;

se ocultaba en nuestro pecho,

ahora ríe dichoso a plena luz.

A la hermana nupcial

ha liberado el hermano;

destruido yace cuanto

les mantuvo separados;

¡jubilosa se saluda

la joven pareja,

unidos están amor y primavera!

 

SIEGLINDE

Tú eres la primavera

por la que yo suspiraba

en el helado tiempo del invierno.

Mi corazón te saludó

con sagrado temor

cuando tu mirada floreció para mí

por primera vez.

Desde siempre

todo lo veía yo extraño,

lo próximo era enemigo;

extraño me era todo

lo que se me acercaba.

Pero a ti te reconocí en seguida

apenas te vi supe que eras mío;

lo que ocultaba en el pecho,

lo que soy,

claro como el día emergió de mí:

como sonora vibración

llegó a mis oídos

cuando en helado,

desierto país extranjero

vi por vez primera al amigo.

 

SIEGMUND

¡Oh, dulcísima delicia!

¡Mujer divina!

 

SIEGLINDE

Oh, deja que me incline ante ti,

que vea con claridad

ese augusto brillo

que emana de tus ojos

y del rostro

y tan dulcemente

me subyuga los sentidos.

 

SIEGMUND

A la luna de primavera

resplandeces luminosa,

sublime su halo rodea

tu cabello ondulante:

fácilmente veo lo que me cautiva,

pues mi mirada se deleita

en cuanto contempla.

 

SIEGLINDE

¡Qué despejada está tu frente,

el ramillete de tus venas

se entrelaza en las sienes!

¡Tengo miedo de la felicidad

que me embelesa!

Un prodigio hace recordar

que hoy te he visto

por primera vez,

pero que mis ojos ya te habían visto!

 

SIEGMUND

Un sueño de amor

también me hace recordar:

¡que yo ya te había visto llevado

por mi ardiente deseo!

 

SIEGLINDE

En el arroyo contemplé

mi propia imagen...

y ahora la percibo de nuevo:

¡como antes emergiera

a la superficie del agua,

así me ofreces tú ahora mi imagen!

 

SIEGMUND

Tú eres la imagen

que yo ocultaba dentro de mí.

 

SIEGLINDE

¡Oh, calla!

Déjame escuchar tu voz:

me parece haberla oído

siendo niña.

¡Mas, no! La oí recientemente,

mientras el bosque

me devolvía el eco de la mía.

 

SIEGMUND

¡Oh, dulcísimo sonido,

el que escucho!

 

SIEGLINDE

Me ilumina la llama de tus ojos:

así me miró

el anciano al saludarme;

cuando dio consuelo

a mi tristeza.

Por la mirada he visto

que eres hijo suyo

¡quisiera darte

su mismo nombre!

¿De verdad te llamas Wehwalt?

 

SIEGMUND

No me llamo así

desde que tú me amas:

¡ahora poseo

las más sublimes delicias!

 

SIEGLINDE

¿Y no puedes llamarte

Mensajero de la Paz?

 

SIEGMUND

Llámame como tú quieras

que me llame:

¡de ti tomaré mi nombre!

 

SIEGLINDE

¿Pero no llamaste Lobo a tu padre?

 

SIEGMUND

¡Un lobo era él

para los cobardes zorros!

Pero aquel a quien tan orgulloso

le brillaba el ojo

como a ti, nobilísima,

te brillan los tuyos,

se llamaba Wälse.

 

SIEGLINDE

Si era Wälse tu padre

y tú eres un welsungo,

él clavó

para ti su espada

en el tronco,

déjame llamarte

como quiera:

¡te llamaré Siegmund!

 

SIEGMUND

(se levanta de golpe y corre al

tronco del fresno)

¡Siegmund me llamo y Siegmund soy!

¡Testimónielo esta espada

que sin miedo cojo!

Wälse me prometió

que la encontraría

cuando la necesitara:

¡ahora la cojo!

Supremo sufrimiento

del amor sagrado,

extrema aflicción

del fuerte deseo

abrasa mi pecho

empujándome a luchar

hasta la muerte.

¡Notung! ¡Notung!

Así te llamo, espada.

¡Notung! ¡Notung!

¡Precioso acero!

¡Muestra de tu filo

los cortantes dientes!

¡Sal de tu vaina!

 

(arranca del tronco la espada con

un poderoso tirón y la muestra a

Sieglinde, embargada de asombro y

entusiasmo)

 

¡Estás viendo a Siegmund, mujer,

al weslungo!

Como dote nupcial

traigo esta espada.

Así pretende él

a la más divina de las mujeres,

de la casa del enemigo

así te rapta.

Lejos de aquí,

sígueme ahora,

vayamos donde ríe la primavera:

¡allí te protegerá Notung,

la espada,

aunque Siegmund

muera de amor por ti!

 

(la abraza con pasión

para llevarla a fuera)

 

SIEGLINDE

Si es Siegmund

el que veo,

yo soy Sieglinde,

que te desea:

¡a tu propia hermana

acabas de conquistar

con tu espada!

 

SIEGMUND

Novia y hermana eres

para el hermano:

¡florece así, pues,

sangre de los weslungos!


(Accidentada cordillera rocosa.

En el foro serpentea desde abajo una garganta

ascendente que desemboca en un collado;

desde éste el piso vuelve a descender hacia el proscenio.

Wotan, completamente armado, con lanza; ante él Brünnhilde,

como walkyria, también con toda su dotación de armas)

 

ACTO II

 

Escena Primera

 

WOTAN

Ahora ensilla tu corcel,

virgen guerrera:

¡pronto se desencadenará

un violento combate!

Corra Brunilda a la lucha:

¡dele la victoria al welsungo!

Que Hunding

se reúna con los suyos:

no me sirve para el Walhalla.

¡Armada y veloz

cabalga por ello al combate!

 

BRUNILDA

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha! ¡Heyaha!

¡Hojotoho! ¡Heyaha!

 

(mira hacia la garganta del foro y

llama a Wotan)

 

Te aconsejo, padre,

que tú mismo te prepares;

duro asalto deberás resistir.

Fricka, tu mujer,

se acerca en el carro

con el tiro de moruecos.

¡Hey! ¡Cómo blande

el áureo látigo!

Los pobres animales

gimen de miedo;

salvajemente rechinan las ruedas;

colérica viene a disputar contigo.

No peleo de buen grado

en tales pendencias,

prefiero el combate

entre hombres valerosos.

Mira, pues,

cómo resistes el asalto:

¡yo, la alegre, te dejo solo!

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha! ¡Heyaha! ¡Heyahaha!

 

(Brunilda desaparece por detrás de

las alturas montañosas del lateral.

en un carro tirado por dos

moruecos, Fricka alcanza el

collado viniendo por la garganta:

allí se detiene en seguida y baja.

Avanza vehementemente hacia el

proscenio, al encuentro de Wotan)

 

WOTAN

¡La vieja disputa,

el viejo fastidio!

¡Pero debo mantenerme firme!

 

FRICKA

Dónde, en las montañas, te ocultas,

para sustraerte

a la mirada de tu esposa;

sola vengo aquí a buscarte,

para que me prometas ayuda.

 

WOTAN

Lo que aflige a Fricka

expóngalo abiertamente.

 

FRICKA

Supe la desdicha de Hunding,

me llamó pidiendo venganza;

guardiana del matrimonio,

le escuché,

prometí castigar severamente

la acción

de la insolente y criminal pareja,

que ofendió osadamente al esposo.

 

WOTAN

¿Qué mal hizo la pareja

que unió amorosamente

la primavera?

El hechizo del amor los subyugó:

¿quién puede oponerse

al poder del amor?

 

FRICKA

¡Te haces el tonto y el sordo

como si no supieras perfectamente

que clamo por el sagrado juramento

del matrimonio,

duramente ofendido!

 

WOTAN

Sacrílego considero yo el juramento

que une a los que no se aman;

no me exijas

que mantenga por la fuerza

lo que a ti no te concierne,

donde audazmente

se manifiestan

sentimientos limpios,

aconsejo abiertamente la guerra.

 

FRICKA

¡Si consideras meritorio

el adulterio,

jáctate y ensalza

como sagrado

que medre el incesto de la unión

de una pareja de mellizos!

Se me estremece el corazón,

siento vértigo:

¡nupcialmente abrazó

la hermana al hermano!

¿Cuándo se ha visto

que se amaran carnalmente

dos hermanos?

 

WOTAN

¡Hoy lo has visto!

Aprende que puede ocurrir,

aunque jamás sucediera antes.

Que ellos se aman

está claro para ti;

por ello, escucha un consejo sincero;

si la alegría debe premiar

tu bendición,

entonces bendice,

propicia al amor,

la unión de Siegmund y Sieglinde.

 

FRICKA

¿Así se acabó,

la estirpe de los dioses eternos

puesto que engendraste

a los salvaje welsungos?

Lo he dicho bien claro;

¿acerté el sentido?

¡Nada vale para ti

el sagrado clan de los dioses!

¡lejos arrojas todo

lo que antes amabas,

rompes los lazos

que tú mismo ataste,

te liberas riendo

de la prisión celestial,

para que sólo impere a su capricho

esta criminal pareja de mellizos,

el rebelde fruto de tu infidelidad!

¡Oh, para qué clamo

por el matrimonio y el juramento,

si tú eres el primero en vulnerarlos!

A tu fiel esposa engañaste siempre,

por los valles y las alturas,

lascivamente tu mirada acechaba

para conseguir el placer

de la variación

y herir, burlándote,

mi corazón.

Con ánimo entristecido

tuve que soportar

que fueras al combate

con las perversas vírgenes

que te nacieron

de la unión ilícita:

pues aún respetabas a tu mujer

puesto que sometiste

a mi obediencia

a la tropa de walkyrias

y a la misma Brunilda,

fruto de tu deseo.

Pero ahora,

te gusta cambiar de nombre,

te llamas "Wälse",

y vas como un lobo errante

por el bosque;

descendiste a la extrema vileza

de engendrar una pareja

de hombres ordinarios,

¡y ahora arrojas a tu mujer

a los pies de tu camada de lobeznos!

¡Llévalo a cabo, pues!

¡Colma la medida!

¡Deja que pisoteen a la engañada!

 

WOTAN

Nunca aprendiste,

a pesar de que quise enseñarte,

a reconocer los hechos

antes de que sucedieran.

Sólo comprendes lo convencional,

pero yo aspiro a comprender

lo que nunca ha sucedido.

Oye esto: la necesidad

creará un héroe

que, ajeno a la protección divina,

se libere de la ley de los dioses.

Sólo él servirá

para realizar el acto

que, tan necesario a los dioses,

le está prohibido

realizarlo a un dios.

 

FRICKA

Con profundos juicios

quieres embaucarme:

¿qué gran hazaña podrá realizar

ese héroe

que no puedan realizar los dioses,

siendo así que sólo actúa

por gracia de los dioses?

 

WOTAN

¿No adviertes su valor?

 

FRICKA

¿Quién se lo inspiró a los hombres?

¿Quién abrió los ojos

a los imbéciles?

Bajo tu protección parecen fuertes;

gracias a tu estímulo siguen adelante:

sólo tú incitaste a esos que alabas

ante mí, la eterna.

Con nuevas astucias

quieres engañarme,

confundirme ahora

mediante nuevas intrigas;

pero a este welsungo

no lo ganarás para ti;

en él es a ti a quien veo,

pues sólo se atreve a desafiarme,

porque tú le animas a ello.

 

WOTAN

Sólo gracias

al sufrimiento

se ha hecho a sí mismo

 

FRICKA

¡Entonces, no le protejas hoy!

Quítale la espada

que le regalaste.

 

WOTAN

¿La espada?

 

FRICKA

¡Sí, la espada,

la mágica y poderosa espada

que tú, dios, diste a tu hijo!

 

WOTAN

Siegmund

ha sabido ganársela.

 

FRICKA

Tú eres autor

tanto de su miseria

como de su magnífica espada.

¿Quieres confundirme,

a mí, que día y noche

sigo tus pasos?

Para él clavaste la espada

en el tronco;

le prometiste

la sublime arma:

¿negarás que sólo tu astucia

le atrajo

donde la encontró?

Ningún noble combate

contra esclavos;

el noble se contenta

con castigar al criminal.

Contra ti puedo luchar;

pero Siegmund

quedó a mi merced como esclavo.

Al que a ti, su señor,

sirve y pertenece,

¿debe obedecer tu eterna esposa?

¿Debe injuriarme afrentosamente

el más abyecto,

puede insolentarse un ser libre

hasta el punto de mofarse de mí?

Esto no puede quererlo mi esposo,

él no profanará así a la diosa.

 

WOTAN

¿Qué pides?

 

FRICKA

¡Apártate del welsungo!

 

WOTAN

El sigue su camino.

 

FRICKA

¡Pero no le protejas cuando

al combate

le llame el vengador!

 

WOTAN

No le protegeré.

 

FRICKA

Mírame a los ojos;

no intentes engañarme;

¡aparta también de él a la walkyria!

 

WOTAN

La walkyria obra libremente.

 

FRICKA

¡No! Ella sólo ejecuta tu voluntad;

¡prohíbele la victoria

de Siegmund!

 

WOTAN

No puedo abatirlo,

encontró mi espada.

 

FRICKA

¡Prívala de la magia,

rómpesela!

¡Véalo indefenso el enemigo!

 

(Brunilda aparece con su corcel.

Cuando descubre a Fricka,

se detiene en seguida)

 

BRUNILDA

¡Heyaha! ¡Heyaha! ¡Hojotoho!

 

FRICKA

Ahí viene tu osada virgen;

jubilosa corre hacia aquí.

 

BRUNILDA

¡Heyaha! ¡Heyaha!

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

 

WOTAN

Le he pedido que ensille su corcel

y acuda en ayuda de Siegmund.

 

FRICKA

¡La sagrada honra de tu esposa eterna

proteja hoy tu escudo!

Burlados por hombres,

privados del poder,

nosotros, los dioses, pereceríamos,

si hoy mi derecho no fuera

augusta y magníficamente vengado

por la valerosa virgen.

Caiga el welsungo

en aras de mi honra.

¿Estás dispuesto a jurarlo, Wotan?

 

WOTAN

¡Lo juro!

 

FRICKA

(a Brunilda)

Te aguarda

el Padre de los Ejércitos:

él te dirá lo que ha decidido.

(parte de prisa)

 

Escena Segunda

 

BRUNILDA

Mal, me temo,

acabó la disputa,

si la suerte ha sonreído a Fricka.

Padre,

¿qué debe saber tu hija?

¡Apesadumbrado pareces, y triste!

 

WOTAN

¡He caído

en mi propia trampa,

yo, el menos libre de todos!

 

BRUNILDA

Jamás te he visto así:

¿qué te roe el corazón?

 

WOTAN

¡Oh, sagrada infamia!

¡Oh, ultrajante aflicción!

¡Necesidad de los dioses!

¡Necesidad de los dioses!

¡Rabia infinita!

¡Eterno pesar!

¡El más triste soy yo de todos!

 

BRUNILDA

¡Padre! ¡Padre!

¡Di! ¿Qué te ocurre?

¿Por qué asustas a tu hija

con alarmas?

¡Confía en mí!

Te soy fiel:

¡mírame, Brunilda te lo ruega!

 

WOTAN

Si lo hiciera,

¿no rompería el juramento

recién prestado?

 

BRUNILDA

A la voluntad de Wotan hablarás

si me dices lo que quieres, pues

¿quién soy yo,

si no tu propia voluntad?

 

WOTAN

Lo que a nadie refiero

con palabras,

permanezca eternamente ignorado:

sólo conmigo hablo

cuando te hablo a ti.

Cuando en mí expiró

la alegría del amor joven,

mi valor aspiró al poder:

movido por la furia

de irreflexivos deseos,

gané para mí el mundo.

Ignorante y engañoso,

ejercité la infidelidad,

até con pactos aquello

que entrañaba infortunio:

astutamente

me sedujo Loge,

que después desapareció.

Pero no quise

apartarme del amor,

siendo poderoso,

aspiré al placer.

El nacido de la noche,

el medroso nibelungo,

Alberich, rompió sus lazos:

maldijo el amor,

y con una maldición

ganó el brillante

oro del Rhin

y con él inmenso poder.

El anillo que forjó

yo le quité con astucia;

pero no se lo devolví al Rhin:

con él pagué las almenas

del Walhalla,

de la fortaleza

que me construyeron gigantes,

desde la que ahora

domino el mundo.

La que sabe todo

lo que ocurrió en el pasado,

Erda,

la sagrada y más sabia Wala,

me aconsejó separarme del anillo,

me previno

del fin eterno.

Del fin quise saber aún más;

pero desapareció

en silencio.

A partir de entonces

perdí mi alegría,

el dios anhelaba saber:

descendí al seno del mundo,

mediante el amor forcé a la Wala,

perturbé el orgullo

de su sabiduría,

para que ahora contestara.

Nuevas recibí de ella;

pero obtuvo una prenda mía;

la mujer más sabia del mundo

alumbró a Brunilda, a ti.

Con ocho hermanas te crié:

por medio vuestro, walkyrias,

quería yo evitar

lo que la Wala me hizo saber:

un ignominioso final de los eternos.

Para que el enemigo nos hallara

fuertes en el combate

os ordené procurarme héroes,

para tener bajo nuestras

órdenes a los dominadores;

a los hombres

a quienes prohibimos el valor,

a los que por medio

de oscuros pactos

indujimos a una ciega obediencia,

a ellos debíais ahora inducir

a pelear,

a probar su fuerza en ruda guerra,

¡para que tropas de osados guerreros

pueda yo reunir

en la sala del Walhalla!

 

BRUNILDA

Llenamos tu sala hasta colmarla:

llevé a muchos a tu lado.

¿Qué te causa ahora inquietud,

si nunca fuimos negligentes?

 

WOTAN

Hay algo más;

¡escucha bien

lo que me advirtió la Wala!

Por el ejército de Alberich

nos amenaza el fin;

con envidiosa saña

me guarda rencor el nibelungo:

pero no temo ahora

a sus nocturnas huestes,

mis héroes me darían la victoria.

Sólo si él reconquistara

alguna vez el anillo,

entonces,

estaría perdido el Walhalla:

el que maldijo el amor,

sólo él

podría servirse del anillo

para infinita vergüenza

de todos los nobles;

el valor de los héroes

se volvería contra mí,

forzaría a combatir

a los más osados,

con su ayuda me haría la guerra.

Preocupado, pensé arrebatarle

el anillo al enemigo.

Uno de los gigantes

a los que otrora

recompensé su diligencia

con el oro maldito,

Fafner, guarda el tesoro

por el que mató a su hermano.

A él tendría que arrancarle

el anillo

que yo mismo le pagué

como tributo.

Pero no puedo tocar

a aquel con quien pacté;

ante él sucumbiría impotente

mi valor:

éstos son los lazos

que me atan;

pues yo,

señor mediante pactos,

de los pactos soy ahora esclavo.

Sólo uno podría

lo que yo no puedo:

un héroe al que jamás hubiese

intentado ayudar, uno que,

ajeno al dios,

del que jamás hubiese recibido

favor alguno,

inconsciente,

sin haber recibido órdenes,

fuera capaz de llevar a cabo

la hazaña

que yo no puedo realizar,

¡aquella que yo jamás

le aconsejaré,

aunque ese sea mi deseo!

Este hombre,

que a pesar de ser enemigo

de los dioses

combatiera para mí,

¿cómo hallar a ese hombre?

¿Cómo crear a un hombre libre

al que jamás hubiera protegido,

a uno que me sirviera

a pesar suyo?

¿Cómo crear a un ser

que ya no fuera yo mismo

pero que hiciera mi voluntad

por propia iniciativa?

¡Oh miseria divina!

¡Abominable vergüenza!

A mí mismo me repugna

todo lo que emprendo.

Jamás veo lo que tanto anhelo,

puesto que el hombre libre

debe crearse a sí mismo.

 

BRUNILDA

¿Pero Siegmund, el welsungo,

obra por sí mismo?

 

WOTAN

Apasionadamente

recorrí los bosques a su lado;

contra el consejo de los dioses

le induje a ser osado;

de su venganza sólo le protege ahora

la espada que ha conseguido

gracias al valor de un dios.

¿Cómo he podido engañarme

a mí mismo?

Fricka descubrió

mi engaño fácilmente.

¡Para mi vergüenza,

adivinó mis intenciones!

¡Y ahora tendré que someterme

a su voluntad!

 

BRUNILDA

Entonces,

¿privarás de la victoria a Siegmund?

 

WOTAN

Toqué el anillo de Alberich,

¡ávidamente sostuve el oro!

La maldición,

a la que logré escapar,

me persigue ahora;

¡lo que amo, tengo que abandonarlo,

asesinar a quien siempre quise,

traicionar engañosamente

al que confía en mí!

¡Adiós, pues, señorial esplendor,

jactanciosa infamia

de la divina pompa!

¡Desplómese lo que he construido!

Abandono mi obra;

sólo quiero aún una cosa:

¡el fin, el fin!

¡Y por el fin vela Alberich!

Ahora comprendo el oculto sentido

de las salvajes palabras de Wala:

"Cuando el sombrío enemigo

del amor engendre,

airado, un hijo,

entonces no tardará en llegar

el fin de los dioses."

Hace poco tuve nuevas

del nibelungo:

el enano subyugó a una mujer

y la sedujo con el oro.

Una mujer lleva el fruto

de su odio:

la fuerza de la envidia

da vueltas en su seno.

El prodigio se logró

para el carente de amor;

pero aquel que yo pretendí

en el amor, el libre,

no lo conseguiré para mí.

¡Recibe, pues, mi bendición,

hijo del nibelungo!

Lo que más me repugna

te doy en herencia,

el vano esplendor

de la divinidad:

¡que los celos

acaben devorándolo!

 

BRUNILDA

¡Oh, di, cuenta!

¿Qué debe hacer ahora tu hija?

 

WOTAN

¡Dócilmente combate por Fricka!

¡Guárdale el matrimonio

y el juramento!

Lo que ella eligió,

eso elijo yo también:

¿de qué me serviría

mi propia voluntad?

No puedo querer un hombre libre:

¡combate, pues,

por los esclavos de Fricka!

 

BRUNILDA

¡Oh, dolor!

¡Revoca, arrepentido, tu orden!

Tú amas a Siegmund:

por amor tuyo, lo sé,

protegí al welsungo.

 

WOTAN

¡Debes abatir a Siegmund,

obtener la victoria para Hunding!

Guárdate bien y manténte fuerte,

todo tu arrojo

empeña en la lucha:

Siegmund blande

una espada victoriosa;

¡difícilmente caerá ante ti

si vacilas!

 

BRUNILDA

Tú siempre me enseñaste

a quererle,

y sus nobles virtudes

son caras a tu corazón;

nunca me volveré contra él

siguiendo tus órdenes.

 

WOTAN

¡Ah, insolente!

¿Atentas contra mí?

¿Quién eres, sino de mi voluntad

la ciega expresión?

¿Al deliberar contigo

he caído tan bajo

que he llegado a ser insultado

por mi propia criatura?

¿Conoces, hija, mi cólera?

¡Tu valor desaparecerá

si un día mis rayos,

aniquiladores,

se precipitan sobre ti!

En mi pecho cobijo la rabia

que arroja al horror y a la nada

un mundo cuya sonrisa

una vez me complació.

¡Ay de aquel que la provoque!

¡Su desafío le traerá desgracia!

Por eso te aconsejo:

¡no me irrites!

¡Ejecuta lo que te he ordenado!

¡Caiga Siegmund!

¡Sea esta la obra de la walkyria!

 

(se precipita fuera y desaparece por

la izquierda, entre las montañas)

 

BRUNILDA

Jamás he visto así

al Padre de la Victoria,

aunque a veces

le he visto encolerizado.

¡Mucho me pesan hoy mis armas!

¡Cuando las esgrimía con placer,

qué ligeras eran!

A un mal combate

me encamino hoy, temerosa.

¡Ay de ti,

mi welsungo!

¡Para tu desgracia

hoy tengo que serte infiel!

 

Escena Tercera

 

(al alcanzar el collado, Brunilde

mira hacia la garganta y divisa a

Sieglinde y Siegmund; observa unos

instantes a los que se acercan y

después se dirige a la cueva,

junto a su corcel, de manera que

desaparece completamente para los

espectadores. Siegmund y Sieglinde

aparecen en el collado.

Sieglinde camina delante,

presurosa; Siegmund intenta

detenerla)

 

SIEGMUND

¡Descansa ahora aquí,

concédete reposo!

 

SIEGLINDE

¡Adelante! ¡Adelante!

 

SIEGMUND

¡No sigamos andando!

¡Deténte, mujer dulcísima!

Saliste bruscamente

en el momento del éxtasis,

corriste lejos

con repentina prisa:

apenas pude seguir tu salvaje huida

por el bosque y la floresta,

a campo través.

Sin decir palabra,

corriste hasta aquí,

¡ninguna voz te detuvo!

Descansa ahora:

¡háblame!

¡Por fin al temor del silencio!

Mira, tu hermano

tiene a su novia:

¡Siegmund es tu compañero!

 

SIEGLINDE

¡Vete! ¡Vete!

¡Huye de la profanada!

Sacrílegos te estrecharon

sus brazos,

deshonrado, envilecido

está mi cuerpo:

¡huye de este cadáver,

suéltalo!

¡Ojalá se lleve el viento

a la que se entregó deshonrada

al noble!

¡Cuando él la abrazó, amándola,

cuando ella halló

un divino placer,

capaz de despertar

todo su amor,

ante la secretísima consagración

de las más dulces delicias,

que atravesaron totalmente

su alma y sus sentidos,

el horror y el espanto

de la ignominia

se apoderaron de la ultrajada,

que obedeció al hombre

que la retenía sin amor!

¡Deja a la maldita,

déjala huir de ti!

Envilecida estoy,

privada de dignidad.

¡Debo apartarme de ti,

hombre purísimo, nobilísimo,

jamás podré pertenecerte!

¡Vergüenza traigo al hermano,

ignominia al amigo amante!

 

SIEGMUND

¡Tu anterior oprobio

expiará ahora la sangre del criminal!

No sigas huyendo,

aguarda al enemigo:

¡aquí caerá ante mí!

¡Cuando Notung

le atraviese el corazón,

gritarás venganza!

 

SIEGLINDE

¡Escucha los cuernos!

¿Oyes su llamada?

Alrededor suena

furioso estruendo,

por el bosque y la comarca

se eleva el estrépito.

Hunding ha despertado

de su pesado sueño.

Está reuniendo a los clanes

y a los perros:

¡azuzada, aúlla la jauría,

furiosa ladra al cielo

en contra de los que han roto

el juramento del matrimonio!

¿Dónde estás, Siegmund?

¡No te veo!

¡Ardientemente amado,

resplandeciente hermano!

Deja que aún me iluminen

las estrellas de tus ojos:

¡no rechaces el beso

de la mujer abyecta!

¡Escucha! ¡Escucha!

¡Ese es el cuerno de Hunding!

¡Su jauría se acerca

con una poderosa tropa,

ninguna espada sirve

ante tal aluvión de perros;

¡tírala lejos, Siegmund!

Siegmund... ¿dónde estás?

¡Ah, estás aquí!

¡Te veo!

¡Espantoso rostro!

Los mastines enseñan los dientes,

ávidos de carne;

no respetan tu noble mirada,

por los pies te atrapan

sus fuertes dientes:

caes,

hecha pedazos la espada,

el fresno se derrumba,

¡se raja el tronco!

¡Hermano! ¡Hermano mío!

¡Siegmund! ¡Ah!

 

(se desmaya en brazos de

Siegmund)

 

SIEGMUND

¡Hermana! ¡Amada!

 

Escena Cuarta

 

(Brunilda llevando de las riendas a

su caballo sale de la cueva. En una

mano lleva escudo y lanza, con la

otra acaricia el cuello del corcel, y

así observa a Siegmund con grave

expresión)

 

BRUNILDA

¡Siegmund!

¡Mírame!

Soy aquella

a quien pronto seguirás.

 

SIEGMUND

¡Quién es, dime,

la que tan bella y grave

se me aparece?

 

BRUNILDA

Sólo a los consagrados a la muerte

me aparezco,

quien me ve

se despide de la vida.

En el campo de batalla,

sólo me aparezco a los héroes;

¡quien me está destinado

a caer en el combate!

 

SIEGMUND

¿Adónde piensas conducir al héroe

que se dispone a seguirte?

 

BRUNILDA

Junto al Padre de los Combates,

que te eligió,

te conduciré:

me seguirás al Walhalla.

 

SIEGMUND

¿En la sala del Walhalla encontraré

sólo al Padre de los Combates?

 

BRUNILDA

La augusta tropa

de los héroes caídos

te abrazará propicia

para saludarte.

 

SIEGMUND

¿Encontraré en el Walhalla a Wälse,

mi padre?

 

BRUNILDA

A su padre encontrará allí

el welsungo.

 

SIEGMUND

¿Me saludará en el Walhalla

feliz una mujer?

 

BRUNILDA

Vírgenes hermosas

reinan allí augustas.

¡La hija de Wotan te ofrecerá,

cordial, la bebida!

 

SIEGMUND

Augusta eres tú,

en ti descubro

a la hija de Wotan.

Pero dime una cosa, inmortal:

¿acompañará al hermano

su hermana y esposa?

¿Abrazará Siegmund

a Sieglinde allí?

 

BRUNILDA

Ella debe seguir respirando

el aire de la Tierra.

Siegmund no verá allí

a Sieglinde.

 

SIEGMUND

Entonces,

saluda por mí  al Walhalla,

saluda también a Wotan!

Saluda a Wälse y a todos los héroes;

saluda también

a las propicias vírgenes.

¡No te seguiré a su lado!

 

BRUNILDA

Has visto la lacerante mirada

de la walkyria:

¡con ella tienes ahora que partir!

 

SIEGMUND

Donde Sieglinde vive,

en la alegría y en la tristeza,

allí se quedará también Siegmund;

tu mirada todavía

no me ha hecho palidecer;

¡jamás me obligarás a irme de aquí!

 

BRUNILDA

Mientras vivas,

nada te obligará:

pero te obligará,

loco, la muerte;

¡para anunciártela vine yo aquí!

 

SIEGMUND

¿Dónde está el héroe

ante el que yo hoy caeré?

 

BRUNILDA

Hunding te matará en el combate.

 

SIEGMUND

Amenaza con algo más fuerte

que los golpes de Hunding.

Si aguardas aquí ávidamente

el combate,

escoge a él como presa:

¡pienso matarlo en la lucha!

 

BRUNILDA

A ti, welsungo,

escúchame bien,

a ti te eligió el destino.

 

SIEGMUND

¿Conoces esta espada?

El que la hizo para mí

decidió la victoria:

¡con ella desafiaré tu amenaza!

 

BRUNILDA

El que la hizo para ti

ha decidido tu muerte:

¡privará de su poder a la espada!

 

SIEGMUND

¡Calla y no asustes a la durmiente!

¡Dolor! ¡Desdicha!

¡Mujer dulcísima,

la más triste de todas las fieles!

Contra ti se enfurece en armas

el mundo,

y yo, el único en quien confías,

por quien te rebelaste contra todos,

¿no debo ampararte con mi protección?

¿Debo traicionar a la heroína

en la batalla?

¡Ah, caiga la vergüenza sobre él,

sobre quien me hizo la espada,

si me cambia la victoria

por el ultraje!

Si debo, pues, caer,

no iré al Walhalla:

¡reténgame consigo Hella!

 

BRUNILDA

¿Tan poco estimas

las eternas delicias?

¿Lo era todo para ti

la pobre mujer que,

cansada y afligida,

yace inerme en tu regazo?

¿Nada tenías más augusto?

 

SIEGMUND

Joven y bella resplandeces ante mí,

¡pero cuán fría y dura

te reconoce mi corazón!

¡Si sólo puedes burlarte,

vete de aquí,

virgen perversa e insensible!

Pero si tienes que cebarte

en mi dolor,

solázate entonces en mi sufrimiento:

conforte mi desdicha

tu celoso corazón,

¡pero no me hables más

de las gazmoñas delicias

del Walhalla!

 

BRUNILDA

¡Veo la desdicha

que roe tu corazón,

siento la sagrada aflicción

del héroe!

¡Siegmund, confíame a tu mujer!

¡Rodéela firmemente mi protección!

 

SIEGMUND

Nadie más después de mí

tocará a la pura en vida;

¡si estoy a merced de la muerte,

mataré antes a la desmayada!

 

BRUNILDA

¡Welsungo! ¡Estás loco!

¡Oye mi consejo!

Confíame tu mujer

por amor a la prenda

que deliciosamente ha recibido de ti.

 

SIEGMUND

Esta espada que hizo

para el fiel un traidor;

esta espada

que me traiciona, cobarde,

ante el enemigo,

¡sirva, pues, contra el amigo!

 

(alzando la espada sobre Sieglinde)

 

Dos vidas

te sonríen aquí:

¡tómalas, Notung,

celoso acero,

tómalas de un solo golpe!

 

BRUNILDA

¡Deténte, welsungo!

¡Oye mis palabras!

¡Sieglinde viva, y Siegmund

viva con ella!

Está decidido:

cambiaré la suerte del combate:

a ti, Siegmund,

te daré bendición y victoria.

 

(se oyen sonar llamadas de

cuernos en la lejanía)

 

¿Oyes la llamada?

¡Ahora prepárate, héroe!

Confía en la espada y

blándela sin miedo:

¡fiel a ti se mantendrá el arma,

como fiel

te protegerá la walkyria!

¡Adiós, Siegmund, héroe dichoso!

¡Te veré de nuevo

en el campo de batalla!

 

(corre afuera y desaparece con

el caballo por una garganta a

la derecha).

 

Escena Quinta

 

SIEGMUND

Mágicamente un sueño

calma el dolor y la aflicción

de la divina.

Cuando vino a mí

la walkyria,

¿le trajo ella consuelo?

¿No asustará

el furioso combate

a una afligida mujer?

Sin vida parece la que,

no obstante, vive:

acaricia a la triste

un sueño sonriente.

¡Así, sigue ahora durmiendo,

hasta que concluya el combate

y te alegre la paz!

El que allí me llama

prepárese ahora:

le ofreceré lo que merece.

¡Notung páguele el tributo!

 

(corre hacia el foro y

desaparece)

 

SIEGLINDE

(hablando en sueños, intranquila)

¡Si padre regresara ahora a casa!

Aún permanece en la floresta

con el muchacho.

¡Madre! ¡Madre!

Tengo miedo;

¡los extranjeros no parecen

amigos ni pacíficos!

Negros vapores,

sofocante atmósfera,

ya nos lamen ardientes llamas,

¡arde la casa!

¡Socorro, hermano!

¡Siegmund!

¡Siegmund!

 

(se levanta de golpe)

 

¡Siegmund! ¡Ah!

 

(la llamada del cuerno de Hunding

suena muy cerca)

 

VOZ DE HUNDING

¡Wehwalt! ¡Wehwalt!

¡Párate a luchar conmigo,

o te detendrán los perros!

 

VOZ DE SIEGMUND

¿Dónde te escondes,

que aún no te he acertado?

¡Deténte, que yo te encuentre!

 

SIEGLINDE

¡Hunding! ¡Siegmund!

¡Si yo pudiera verlos!

 

VOZ DE HUNDING

¡Acércate, amante criminal!

¡Derríbete aquí Fricka!

 

VOZ DE SIEGMUND

¿Aún me crees desarmado,

miserable cobarde?

Amenazas, y esperas

que te defiendan mujeres,

si no quieres que Fricka te desampare.

Mira:

del doméstico tronco de tu casa

arranqué sin vacilar la espada;

¡prueba ahora su filo!

 

SIEGLINDE

¡Deteneos, hombres!

¡Matadme primero a mí!

 

(un rayo ilumina por unos instantes

el collado, en el que se hacen

visibles ahora, combatiendo

ferozmente Hunding y Siegmund.

En esta luz aparece Brunilda,

planeando sobre Siegmund y

cubriéndolo por completo con su

escudo)

 

BRUNILDA

¡Atraviésalo, Siegmund!

¡Confía en la espada!

 

(cuando Siegmund se dispone a

dejar caer un golpe mortal

sobre Hunding, rompe desde el

lateral izquierdo, a través de las

nubes, un resplandor rojizo, en el

que aparece Wotan por encima de

Hunding, teniendo extendida su

lanza frente a Siegmund)

 

WOTAN

¡Temen la lanza!

¡Rómpase la espada!

 

(Brunilda retrocede con su escudo,

asustada ante la aparición de Wotan.

La espada de Siegmund se rompe

contra la lanza de este. Hunding

hunde la suya en el pecho del

desarmado. Siegmund cae mortalmente

herido al suelo.)

 

BRUNILDA

(a Sieglinde)

¡A caballo, que yo te salve!

 

(Incorpora rápidamente a Sieglinde,

la lleva hacia la garganta lateral

donde está el corcel, y desaparece

al instante con ella. Wotan, rodeado

de nubes, está detrás, sobre una

peña, apoyado en su lanza y mirando

dolorosamente el cuerpo inerte de

Siegmund)

 

WOTAN

(a Hunding)

¡Ve allá, esclavo!

Arrodíllate ante Fricka:

anúnciale que la lanza de Wotan

vengó lo que la escarneció.

¡Ve!... ¡Ve!

 

(A un gesto despreciativo de su

mano, Hunding cae muerto a suelo.)

 

Pero Brunilda...

¡Ay, de la criminal!

¡Terriblemente será castigada

la insolente

si mi corcel la alcanza en su huida!

 

(Desaparece entre rayos


(En la cumbre de una montaña rocosa. A la derecha un bosque de abetos.

A la izquierda, la boca de una gruta que forma una sala natural:

por encima de ella se eleva la peña hasta su picacho más alto.

Hacia detrás rocas de diferente altura flanquean la orilla de la

cuesta que desciende escarpadamente hacia el foro.

Masas de nubes dispersas corren por delante del borde

de las rocas, como empujadas por la tormenta.

Gerhilde, Ortlinde, Waltraute y Schwertleite han acampado

en el picacho que hay encima de la gruta; van completamente armadas)

 

ACTO III

 

Escena Primera

 

GERHILDE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha! ¡Heyaha!

¡Helmwige! ¡Aquí!

¡Ven acá con el corcel!

 

VOZ DE HELMWIGE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho! ¡Heyaha!

 

(En el nubarrón estalla el resplandor

de un rayo; en él se hace visible una

walkyria a caballo: sobre su silla

cuelga un guerrero muerto)

 

GERHILDE, WALTRAUTE,

SCHWERTLEITE

¡Heyaha! ¡Heyaha!

 

ORTLINDE

Lleva a tu garañón junto a la yegua

de Ortlinde:

con mi ruana

pace a disgusto tu bayo.

 

WALTRAUTE

¿Qué cuelga de tu silla?

 

HELMWIGE

¡Sintolt, el heguelingo!

 

SCHWERTLEITE

Conduce tu bayo

lejos de la ruana:

la yegua de Ortlinde

lleva a Wittig, el irmingo.

 

GERHILDE

¡Siempre había visto luchar

a Sintolt y Wittig!

 

ORTLINDE

¡Heyaha!

¡A la yegua ataca el garañón!

 

GERHILDE

¡La querella de los héroes

enemista a los corceles!

 

HELMWIGE

¡Calma, bayo!

¡No rompas la paz!

 

WALTRAUTE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Siegrune, aquí!

¿Dónde te demoraste tanto?

 

VOZ DE SIEGRUNE

¡He tenido que hacer!

¿Están ya las otras?

 

SCHWERTLEITE, WALTRAUTE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha!

 

GERHILDE

¡Heyaha!

 

GRIMGERDE, ROSSWEISSE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha!

 

WALTRAUTE, SCHWERTLEITE

¡Grimgerde y Rossweisse!

 

SCHWERTLEITE

¡Cabalgan aparejadas!

 

HELMWIGE, ORTLINDE,

SIEGRUNE

¡Salve, aguerridas!

¡Rossweisse y Grimgerde!

 

VOCES DE GRIMGERDE,

ROSSWEISSE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho! ¡Heyaha!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Heyaha, heyaha!

 

GERHILDE

¡Al bosque los caballos,

que descansen y pasten!

 

ORTLINDE

¡Apartad los corceles

unos de otros,

hasta que se aplaque el odio

de nuestros héroes!

 

HELMWIGE

¡La furia de los héroes

ha sufrido la ruana!

 

ROSSWEISSE, GRIMGERDE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡Bienvenidas! ¡Bienvenidas!

 

SCHWERTLEITE

¿Estuvisteis juntas, osadas?

 

GRIMGERDE

Cabalgamos separadas,

y nos hemos encontrado.

 

ROSSWEISSE

Si ya estamos todas reunidas,

no nos demoraremos más,

partamos hacia el Walhalla,

para llevarle a Wotan los héroes.

 

HELMWIGE

Sólo somos ocho,

aún falta una.

 

GERHILDE

Falta Brunilda

con el trigueño welsungo.

 

WALTRAUTE

Tendremos que esperarla;

¡el Padre de los Combates

nos saludaría airado

si nos viera acercarnos sin ella!

 

SIEGRUNE

(en la atalaya rocosa, desde donde

escruta la lejanía)

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Para acá! ¡Para acá!

En frenética cabalgada

corre Brunilda hacia aquí.

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

¡Brunilda! ¡Hey!

 

WALTRAUTE

Hacia el abetal conduce

al tambaleante corcel.

 

GRIMGERDE

¡Cómo resopla Grane

por tan rápido galope!

 

ROSSWEISSE

¡Jamás vi a walkyrias cabalgar

tan veloces!

 

ORTLINDE

¿Qué cuelga de su silla?

 

HELMWIGE

¡Eso no es un héroe!

 

SIEGRUNE

¡Trae una mujer!

 

GERHILDE

¿Cómo la encontró?

 

SCHWERTLEITE

¡Con ningún grito

saluda a sus hermanas!

 

WALTRAUTE

¡Heyaha, Brunilda!

¿No nos oyes?

 

ORTLINDE

¡Ayudad a la hermana

a bajar del corcel!

 

HELMWIGE, GERHILDE,

SIEGRUNE, ROSSWEISSE

¡Hojotoho! ¡Hojotoho!

 

ORTLINDE, WALTRAUTE,

GRIMGERDE, SCHWERTLEITE

¡Heyaha!

 

WALTRAUTE

¡Al suelo se precipita Grane,

el fuerte!

 

GRIMGERDE

De la silla baja ella veloz

a la mujer.

 

ORTLINDE, WALTRAUTE,

GRIMGERDE, SCHWERTLEITE

¡Hermana! ¡Hermana!

¿Qué ha sucedido?

 

(entra Brunilda sosteniendo y

guiando a Sieglinde)

 

BRUNILDA

¡Protegedme y ayudadme

en la extrema necesidad!

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¿Desde dónde cabalgas hacia aquí,

con tanta prisa?

¡Así vuela sólo quien huye!

 

BRUNILDA

Por primera vez huyo

y soy perseguida:

el Padre de los Ejércitos me da caza.

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¿Estás en tu juicio? ¡Habla! ¡Dinos!

¿Te persigue

el Padre de los Ejércitos?

¿Huyes de él?

 

BRUNILDA

(se vuelve angustiada, para

escrutar el horizonte, y regresa)

¡Oh, hermanas,

vigilad desde el pico de la montaña!

Mirad al norte si se acerca

el Padre de los Combates.

¡Deprisa! ¿Le veis ya?

 

(Ortlinde y Waltraute corren a la

atalaya en el picacho)

 

ORTLINDE

Una tormenta se acerca

desde el norte.

 

WALTRAUTE

¡Densos nubarrones

se acumulan allí!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡El Padre de los Ejércitos

monta su sagrado corcel!

 

BRUNILDA

¡El salvaje cazador que

furiosamente me da caza,

se acerca, se aproxima por el norte!

¡Protegedme, hermanas!

¡Salvad a esta mujer!

 

SEIS WALKYRIAS

¿Qué le ocurre a esa mujer?

 

BRUNILDA

Oídme aprisa:

es Sieglinde,

hermana y novia de Siegmund;

contra los welsungos

brama de rabia Wotan;

al hermano debía arrebatarle hoy

Brunilda la victoria;

pero protegí a Siegmund

con mi escudo,

desafiando al dios;

él mismo lo atravesó

con su lanza;

Siegmund cayó;

pero yo huí lejos

con la mujer.

Para salvarla,

corrí a reunirme con vosotras,

¡y también, atemorizada,

para que me protejáis

del castigo!

 

SEIS WALKYRIAS

Enloquecida hermana,

¿qué hiciste?

¡Ay de ti! ¡Brunilda! ¡Ay de ti!

¿Rompió desobediente Brunilda

la sagrada orden

del Padre de los Ejércitos?

 

WALTRAUTE

(desde la atalaya)

La oscuridad

desciende desde el norte.

 

ORTLINDE

(igual)

Furiosamente avanza

hacia aquí la tormenta.

 

ROSSWEISSE, GRIMGERDE,

SCHWERTLEITE

¡Salvaje relincha el corcel

del Padre de los Combates!

 

HELMWIGE, GERHILDE,

SIEGRUNE

¡Terrible resopla acercándose!

 

BRUNILDA

¡Ay de la mísera

si Wotan la encuentra!

¡Amenaza con aniquilar

a todos los welsungos!

¿Quién de vosotras me dejará

el más ligero corcel,

que veloz aleje a la mujer?

 

SIEGRUNE

¿También nos aconsejas

el loco desafío?

 

BRUNILDA

¡Rossweisse, hermana,

préstame tu caballo!

 

ROSSWEISSE

Jamás huyó

ante el Padre de los Combates.

 

BRUNILDA

¡Helmwige, escúchame!

 

HELMWIGE

Obedezco al padre.

 

BRUNILDA

¡Grimgerde! ¡Gerhilde!

¡Cededme vuestro corcel!

¡Schwertleite! ¡Siegrune!

¡Ved mi angustia!

¡Oh, sedme fieles,

como yo lo fui con vosotras!

¡Salvad a esta pobre mujer!

 

SIEGLINDE

(que hasta ahora ha permanecido

sombría y fría, con la mirada fija

delante de sí, se sobresalta con un

gesto de rechazo cuando Brunilda

la abraza como para protegerla)

No sufras por mí:

sólo me conviene la muerte.

¿Quién te ordenó, virgen,

sustraerme al combate?

Allí, en la liza,

hubiera recibido el golpe

de la misma arma

que abatió a Siegmund:

¡el fin hubiera encontrado

junto a él!

¡Lejos de Siegmund, de Siegmund,

estoy ahora!

¡Estaríamos unidos por la muerte!

Si no debo maldecirte,

virgen, por haberme salvado,

oye, entonces,

mi súplica:

¡clávame tu espada en el corazón!

 

BRUNILDA

¡Vive, oh mujer,

por el bien de tu amor!

Salva la prenda

que recibiste de él:

¡un welsungo crece en tu seno!

 

SIEGLINDE

(de inmediato su rostro resplandece

de alegría)

¡Sálvame, osada!

¡Salva a mi hijo!

¡Concededme, vírgenes,

vuestra poderosa protección!

 

WALTRAUTE

(desde la atalaya)

¡Ya llega la tormenta!

 

ORTLINDE

(igual)

¡Huya quien la tema!

 

LAS OTRAS SEIS

WALKYRIAS

¡Llévate a la mujer,

si la amenaza un peligro!

¡Ninguna de las walkyrias

osará protegerla!

 

SIEGLINDE

¡Sálvame, virgen!

¡Salva a la madre!

 

BRUNILDA

¡Así pues, huye deprisa,

y huye sola!

Yo me quedo,

me ofreceré a la venganza de Wotan:

retendré aquí junto a mí

al airado,

mientras tú escapas a su rabia.

 

SIEGLINDE

¿A dónde debo dirigirme?

 

BRUNILDA

¿Cuál de vosotras, hermanas,

conoce el este?

 

SIEGRUNE, ROSSWEISSE

Hacia el este, a lo lejos,

se extiende un bosque:

el tesoro de los nibelungos

se llevó hasta allí Fafner.

 

SCHWERTLEITE, HELMWIGE

Figura de reptil

adoptó el salvaje;

¡en una cueva guarda

el anillo de Alberich!

 

GRIMGERDE

No es aquél lugar seguro

para una mujer indefensa.

 

BRUNILDA

Pero seguramente el bosque

la protegerá de la furia de Wotan;

el poderoso le teme,

y evita el lugar.

 

WALTRAUTE

(desde la atalaya)

¡Airado se acerca Wotan

hacia la roca!

 

LAS SEIS WALKYRIAS

¡Brunilda, escucha el fragor

de su llegada!

 

BRUNILDA

¡Vete lejos,

rumbo al este!

Con valiente obstinación

soporta todas las fatigas,

hambre y sed, zarzas y piedras;

¡ríe si la necesidad,

si el sufrimiento te maltrata!

Debes saber una cosa

y defenderla siempre:

¡al más sublime

héroe del mundo

cobijas tú, oh mujer,

en el seno protector!

 

(Extrae los pedazos de la espada

de Siegmund de debajo de su

coraza y se los alarga a

Sieglinde)

 

Guárdale bien

los fuertes pedazos de la espada.

Del campo de batalla, de su padre

los sustraje felizmente.

El que, de nuevo forjada,

blandirá un día la espada,

reciba de mí su nombre:

¡"Sigfrido", la alegre victoria!

 

SIEGLINDE

¡Virgen magnífica!

¡A ti, fiel,

debo sagrado consuelo!

Por él,

por el que nosotras amábamos,

salvaré yo lo más amado:

¡sonríate algún día

la recompensa de mi gratitud!

¡Adiós!

¡Te bendice el dolor de Sieglinde!

 

(corre fuera, por el proscenio a la

derecha. La montaña rocosa está

rodeada por negros nubarrones

tormentosos; terrible tempestad

ruge desde el foro; creciente

resplandor ígneo a la derecha,

también desde el foro)

 

VOZ DE WOTAN

¡Deténte, Brunilda!

 

ORTLINDE, WALTRAUTE

(bajando de la atalaya)

¡La roca alcanzaron

corcel y jinete!

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Ay de ti, Brunilda!

¡Te ha alcanzado la venganza!

 

BRUNILDA

¡Ay, hermanas, ayudadme,

me tiembla el corazón!

Su cólera me destrozará,

si vuestra protección no le aplaca.

 

LAS WALKYRIAS

¡Por aquí, perdida!

¡No te dejes ver,

arrímate a nosotras

y no contestes a la llamada!

¡Ay dolor!

¡Furioso descabalga Wotan

el corcel!

¡Hacia aquí apresura

sus vengativos pasos!

 

Escena Segunda

 

(Wotan entra viniendo del abetal

con extrema excitación colérica)

 

WOTAN

¿Dónde está Brunilda?

¿Dónde, la criminal?

¿Osáis ocultarme

a la malvada?

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Terrible ruge tu furia!

¿Qué hicieron,

padre, tus hijas,

para que estés tan furioso?

 

WOTAN

¿Queréis burlaros de mí?

¡Guardaos, insolentes!

Lo sé:

me ocultáis a Brunilda.

Apartaos de ella;

sea arrojada para siempre,

como ella arrojó de sí

su estima.

 

ROSSWEISSE

Ha buscado refugio a nuestro lado,

la perseguida.

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Imploró nuestra protección!

Tu cólera la llena

de terror y de espanto:

por la angustiada hermana

te rogamos ahora

que domines tu cólera.

¡Déjate ablandar por ella,

modera tu enojo!

 

WOTAN

¡Blandengue ralea de mujeres!

¿Tan débil ánimo recibisteis de mí?

¿Os crié arrojadas,

educandoos para la lucha,

hice vuestros corazones

duros y fieros,

para que ahora, salvajes,

lloréis y gimoteéis

cuando mi cólera castiga

a una infiel?

Sabed, pues, lloronas,

lo que cometió

ésa por la que, cobardes,

se inflaman vuestros corazones:

nadie conocía

como ella mi íntimo pesar;

¡nadie conocía como ella

la fuente de mi voluntad!

Ella misma era

la encarnación

de mis propios deseos,

¡y ahora ha roto

tan dichosa unión,

pues infielmente

se ha opuesto a mi voluntad,

de mi orden soberana

se ha burlado abiertamente.

¡contra mí ha vuelto sus armas

que mi deseo forjó sólo para ella!

¿Oyes, Brunilda?

¿Tú, a quien presté

coraza, yelmo y favor,

nombre y vida?

¿Oyes elevarse mi acusación

y te ocultas, medrosa, del acusador,

para escapar al castigo

cobardemente?

 

BRUNILDA

¡Aquí estoy, padre!

¡Impón el castigo!

 

WOTAN

No soy yo quien te castiga,

te impondrás el castigo.

Existías sólo por mi voluntad,

pero contra mí

has querido rebelarte;

ejecutabas únicamente mis órdenes,

pero te has opuesto a lo ordenado;

virgen del deseo eras para mí,

pero te has opuesto a mis deseos,

portadora del escudo eras para mí,

pero el escudo contra mí

has levantado;

electora del destino

eras para mí,

pero el destino has elegido

contra mi voluntad:

te encargué infundir valor

a los héroes

pero tú has lanzado

a los héroes contra mí.

Wotan te ha dicho

lo que antes fuiste.

Lo que ahora eres,

dítelo tú misma.

Nunca más serás

virgen de mi deseo;

dejarás de ser walkyria:

¡ de ahora en adelante

lo que ya sólo puedes ser!

 

BRUNILDA

¿Me repudias?

¿Te he entendido bien?

 

WOTAN

Nunca más te enviaré

desde el Walhalla;

nunca más buscarás héroes

entre los combatientes;

nunca más guiarás vencedores

a mi sala.

En el íntimo banquete

de los dioses,

nunca más me ofrecerás

graciosamente la bebida.

Nunca más besaré

tu boca virginal;

de la divina tropa

estás separada,

apartada de la estirpe

de los eternos;

¡rota está nuestra unión,

de mi vista estás desterrada!

 

LAS WALKYRIAS

¡Dolor! ¡Desdicha!

¡Hermana, ay, hermana!

 

BRUNILDA

¿Me quitas todo

lo que un día me diste?

 

WOTAN

¡Quien te dio poderes te los arrebata!

Aquí, en la montaña te encantaré,

en sueño indefenso te sumiré;

¡que tome después a la virgen

el hombre

que en el camino la encuentre

y la despierte!

 

LAS OCHO WALKYRIAS

¡Deténte, oh padre!

¡Detén la maldición!

¿Debe marchitarse la virgen

antes que el hombre?

¡Oye nuestra súplica!

¡Terrible dios!

¡Ay, aparta de ella

el mortificante ultraje!

¡Como a la hermana,

nos alcanzará su afrenta!

 

WOTAN

¿No oísteis lo que dispuse?

De vuestra tropa está separada

la hermana desleal;

con vosotras no cabalgará

nunca más por los aires;

la flor virginal

se marchitará en la doncella;

un esposo ganará

sus favores femeninos;

¡en adelante

obedecerá al hombre

que sea su dueño,

junto al hogar

se sentará e hilará,

y será objeto

de todas las burlas!

 

(Brunilda cae al suelo con un grito;

espantadas, las walkyrias se

apartan de ella con gran alboroto

y precipitación)

 

¿Os asusta su destino?

¡Entonces, escapad de la perdida!

¡Apartaos de ella

y manteneos lejos!

Quien de vosotras osara

quedarse con ella,

quien, desafiándome,

defienda a la desdichada,

esa loca compartirá su suerte:

¡esto advierto a la temeraria!

¡Ahora, fuera de aquí, evitad la roca!

¡Lejos de aquí huid presto;

si no, aquí os aguarda

la desdicha!

 

LAS WALKYRIAS

¡Oh, dolor! ¡Oh, dolor!

 

(se dispersan con salvajes gritos

y se precipitan en rápida huida

hacia el abetal)

 

Escena Tercera

 

BRUNILDA

¿Fue tan infame

lo que cometí,

que castigas

tan vergonzosamente

mi crimen?

¿Fue tan bajo lo que te hice,

que me humillas

tan profundamente?

¿Fue tan deshonroso

lo que perpetré,

que mi falta

te roba ahora la honra?

¡Oh, di, padre!

Mírame a los ojos:

calma la cólera,

reprime el furor,

y explícame claramente

qué oscura culpa,

con rígida obstinación, te obliga

a repudiar a tu más querida hija.

 

WOTAN

¡Medita en lo que has hecho;

y ello te explicará tu culpa!

 

BRUNILDA

Ejecuté

tu orden.

 

WOTAN

¿Te ordené yo pelear

por el welsungo?

 

BRUNILDA

Eso me ordenaste

como Señor de las Batallas.

 

WOTAN

¡Pero después

retiré mi orden!

 

BRUNILDA

Cuando Fricka

te enajenó el pensamiento,

pues al someterte tú al suyo,

fuiste tu propio enemigo.

 

WOTAN

Que me habías comprendido,

imaginaba yo,

castigo el desafío consciente:

¡pero tú me juzgaste

cobarde y necio!

¿No debería vengar la traición?

¿Eras demasiado insignificante

para provocar mi cólera?

 

BRUNILDA

No soy sabia,

pero yo sabía una cosa:

que tú amabas al welsungo.

Yo sabía el dilema

que te obligaba

a olvidar eso completamente.

Tuviste que ver únicamente lo otro,

lo que laceraba tan acerbamente

tu corazón:

tenerle que negar a Siegmund

tu protección.

 

WOTAN

¿Lo sabías y, no obstante,

osaste protegerle?

 

BRUNILDA

¡Porque yo sólo tenía

delante de los ojos

tu voluntad inicial,

aquella a la que,

forzado por otros,

debiste renunciar!

La que sigue en el combate

siendo escudo de Wotan,

vio lo que tú no viste:

únicamente veía a Siegmund.

Anunciándole la muerte,

comparecí ante él,

descubrí sus ojos,

sus palabras;

percibí la sagrada necesidad

del héroe;

escuché la queja del más bravo:

¡la terrible pena del más libre

de los enamorados,

el desafío del más audaz

de los desdichados!

Resonó en mis oídos,

mis ojos

vieron lo que hondo,

en el pecho,

me hizo temblar el corazón

con sagrado temor.

Tímida y asombrada,

estaba allí,

avergonzada.

En servirle pude

sólo ya pensar:

en compartir con Siegmund

la victoria o la muerte;

¡sólo esto podía yo elegir

como destino!

Por aquel que inspiró ese amor,

íntimamente fiel a la voluntad

que me unió al welsungo,

me opuse a tu orden.

 

WOTAN

Así, hiciste lo que yo deseaba

hacer de buen grado,

¡eso que la necesidad me obligó

a no hacer!

¿Tan fáciles creías

las delicias del amor?

El dolor me rompía el corazón,

me causaba rabia detener,

para bien de un mundo,

la fuente del amor

en mi corazón torturado.

Mientras me volvía

contra mí mismo,

rabioso por mi impotencia;

mientras encendido

y furioso deseo

despertaba en mí

la terrible voluntad

de enterrar

mi eterna tristeza

entre las ruinas

de mi propio mundo,

te confortabas dulcemente

y hallaste celestial consuelo,

te embriagaron los encantos

del amor,

mientras a mí,

mi propio amor divino

me procuraba

tan sólo amarguras.

 

Déjate guiar, pues,

por tu despreocupado entendimiento;

te has separado de mí.

Tengo que evitarte:

ya no puedo confiar en ti;

separados, no podremos

nunca más obrar

de común acuerdo;

¡mientras te duren

el aliento y la vida,

ya no podrás encontrar al dios!

 

BRUNILDA

Tal vez no te fue útil

la alocada muchacha

que, asombrada,

no comprendió tu consejo;

mi inteligencia

sólo me aconsejó una cosa:

amar lo que tú amabas...

 

Si tengo, pues, que separarme de ti

y evitarte, temerosa,

si tienes que dividir

lo antes indivisible,

mantener lejos de ti

a tu propia mitad,

que además te pertenecía por entero,

¡oh, dios, no me olvides!

¡No deshonres a una parte

de tu eternidad,

no quieras que la vergüenza

la ultraje!

¡Tú mismo te hundirías

viéndote objeto de escarnio!

 

WOTAN

Te sometiste dichosa

al poder del amor:

¡sigue ahora a aquel

al que habrás de amar!

 

BRUNILDA

Si debo abandonar el Walhalla,

nunca más obrar

y dominar contigo,

obedecer en adelante

al hombre altivo,

no me des en premio

a un jactancioso cobarde.

¡Que no sea indigno

quien me gane!

 

WOTAN

Te has apartado

del Padre de los Combates:

no puede elegir él por ti.

 

BRUNILDA

Tú engendraste una noble estirpe,

de ella jamás podrá nacer un cobarde:

el más sagrado héroe,

yo lo sé, florecerá

en el tronco de los welsungos.

 

WOTAN

¡No hables del tronco

de los welsungos!

Al separarme de ti, me separé de él;

la envidia exigía su aniquilación.

 

BRUNILDA

Al separarme de ti,

lo he salvado.

Sieglinde cuida

el más sagrado fruto;

entre dolores y penas

como jamás sufrió mujer alguna,

dará a luz

a lo que cobija temerosa.

 

WOTAN

¡Jamás busques en mí

protección para la mujer

ni para el fruto de su cuerpo!

 

BRUNILDA

Ella conserva la espada

que hiciste para Siegmund.

 

WOTAN

¡Y que rompí en pedazos!

 

No pretendas,

oh virgen,

turbar mi ánimo;

aguarda tu destino;

¡no puedo elegirlo para ti!

 

Pero ahora

tengo que partir,

marchar lejos;

ya me he detenido demasiado;

me aparto de la descarriada,

no puedo saber

lo que ya desea;

¡sólo quiero ver cumplido

su castigo!

 

BRUNILDA

¿Qué has ordenado

que yo sufra?

 

WOTAN

Te sumiré en un profundo sueño;

¡quien despierte a la indefensa,

la hará, al volverla a la vida,

su mujer!

 

BRUNILDA

Si debo entregarme al sueño,

para ser fácil botín

del más cobarde de los hombres,

al menos

concédeme una cosa,

y te lo pido solemnemente.

¡Protege a la durmiente

con disuasorios temores,

para que sólo un héroe,

libre y sin miedo,

me encuentre un día aquí,

en la roca!

 

WOTAN

¡Pides demasiado,

demasiada gracia!

 

BRUNILDA

¡Al menos

tienes que concederme esto!

Aplasta a tu hija,

que abraza tus rodillas;

pisotea a la fiel,

destruye a la virgen,

que tu lanza deshaga su cuerpo,

¡pero no la entregues, cruel,

al más ultrajante oprobio!

 

¡Manda que arda un fuego!

Que rodee la roca

ardiente llamarada.

Que lama su lengua

y muerdan sus dientes

al cobarde que,

insolente,

se atreva a acercarse

al amedrentador peñasco.

 

WOTAN

¡Adiós, osada, magnífica niña!

¡Tú, de mi corazón

el más sagrado orgullo!

¡Adiós! ¡Adiós! ¡Adiós!

Si he de evitarte

y no puedo volverte a ver,

recibe, amoroso, mi saludo;

si nunca más debes cabalgar

a mi lado,

ni presentarme la hidromiel

en el banquete,

si he de perderte, a ti,

a la que amo,

riente gozo de mis ojos:

¡que arda un ahora para ti

un fuego nupcial

como jamás ardió

para novia alguna!

Ardiente llama rodee la roca;

con devorador horror

ahuyente al pusilánime:

¡que el cobarde huya de la roca

de Brunilda!

 

¡Que sólo uno pretenda a esta novia,

uno más libre que yo, el dios!

 

(Brunilda cae, conmovida y

entusiasmada, sobre el pecho de

Wotan; él la abraza largo rato)

 

En estos luminosos ojos

que a menudo yo acaricié sonriente,

recompensado con un beso

tu conducta en el combate,

cuando balbuciente

fluía de tus divinos labios

la loa de los héroes;

estos dos radiantes ojos

que a menudo me iluminaron

durante el ataque,

cuando la esperanza me abrasaba

el corazón,

cuando a las delicias del mundo

aspiraba mi deseo

desde el temor trémulo:

¡por última vez

me solazo hoy en ellos

les doy el último beso del adiós!

Mientras para el hombre afortunado

brilla su propia estrella;

para el desdichado eterno,

la suya debe apagarse.

 

(toma su cabeza entre las manos)

 

¡Así se aparta de tu lado el dios,

así te quita con un beso

la divinidad!

 

(la besa largamente en ambos ojos.

Él la guía con delicadeza, y la

deposita, tendida, en una pequeña

elevación musgosa, sobre la que

extiende su amplia enramada un

abeto.

La contempla y le cierra el

yelmo; sus ojos se detienen después

en la figura de la durmiente, que

ahora ha cubierto totalmente con el

gran escudo metálico de la

walkyria.

Después avanza con solemne

decisión al centro del escenario

y dirige la punta de su lanza

contra una poderosa peña)

 

!Loge, oye!

¡Dirige tus oídos hacia aquí!

Igual que te encontré

por primera vez, siendo ígneo fuego;

como un día te me escapaste

convertido en errabunda llama,

¡igual que entonces te até,

te ato ahora!

¡Arriba, oscilante llama,

rodea de fuego la roca!

 

(a continuación golpea tres veces en

la roca con la lanza)

 

¡Loge! ¡Loge! ¡Ven aquí!

 

(de la peña brota un rayo ígneo que

poco a poco crece formando una

llamarada más clara. Estalla un

brillante fuego flameante. Luminoso

arder rodea con salvajes llamaradas

a Wotan. Este indica con la lanza

imperiosamente al mar de fuego que

rodee el círculo del borde rocoso

formando una corriente; al punto

ésta se arrastra hacia el foro,

donde ahora arde continuamente

alrededor del borde de la montaña)

 

¡Jamás atraviese el fuego

quien tema

la punta de mi lanza!

 

(extiende la lanza como para el

conjuro. Después mira apenado a

Brunilda, se vuelve lentamente para

partir, y aún mira una vez más

hacia atrás hasta que desaparece a

través del fuego)

Alemán.


(Interior de la cabaña de Hunding, en el centro de la cual se eleva un

enorme fresno que se pierde en lo alto a través de un hueco del techo

de madera. El escenario permanece vacío unos instantes,; fuera,

tormenta, . Siegmund abre desde el exterior y entra y examina la

vivienda. Permanece expectante, está extenuado por un gran esfuerzo;

sus ropas  y aspecto evidencian que anda huido. Al no descubrir a

nadie, cierra la puerta tras de sí y medio tambaleándose va hacia el

fondo dejándose caer agotado sobre un cobertor de piel de oso)

 

AKT I

 

Erste Szene

 

SIEGMUND

Wes Herd dies auch sei,

hier muß ich rasten.

 

(Sieglinde tritt aus der Türe des

inneren Gemaches. Sie glaubte

ihren Mann heimgekehrt; als sie

einen Fremdem am Herde ausgestreckt

streckt sieht)

 

SIEGLINDE

Ein fremder Mann?

Ihn muß ich fragen.

Wer kam ins Haus

und liegt dort am Herd?

Müde liegt er, von Weges Müh'n.

Schwanden die Sinne ihm?

Wäre er siech?

Noch schwillt ihm den Atem;

das Auge nur schloß er. -

Mutig dünkt mich der Mann,

sank er müd' auch hin.

 

SIEGMUND

Ein Quell! Ein Quell!

 

SIEGLINDE

Erquickung schaff' ich.

 

(Sie nimmt schnell ein Trinkhorn,

geht damit aus dem Hause, kommt

zurück und reicht das gefüllte

Trinkhorn Siegmund)

 

Labung biet' ich dem

lechzenden Gaumen:

Wasser, wie du gewollt.

 

SIEGMUND

Kühlende Labung

gab mir der Quell,

des Müden Last

machte er leicht:

erfrischt ist der Mut,

das Aug' erfreut

des Sehens selige Lust.

Wer ist's, der so mir es labt?

 

SIEGLINDE

Dies Haus und dies Weib

sind Hundings Eigen;

gastlich

gönn' er dir Rast:

harre, bis heim er kehrt!

 

SIEGMUND

Waffenlos bin ich:

dem wunden Gast wird

dein Gatte nicht wehren.

 

SIEGLINDE

Die Wunden weise mir schnell!

 

SIEGMUND

Gering sind sie,

der Rede nicht wert;

noch fügen des Leibes

Glieder sich fest.

Hätten halb so stark wie mein Arm

Schild und Speer mir gehalten,

nimmer floh ich dem Feind,

doch zerschellten mir

Speer und Schild.

Der Feinde Meute

hetzte mich müd',

Gewitterbrunst

brach meinen Leib;

doch schneller, als ich der Meute,

schwand die Müdigkeit mir:

sank auf die Lider mir Nacht;

die Sonne lacht mir nun neu.

 

(Sieglinde geht nach dem Speicher,

füllt ein Horn mit Met und reicht

es Siegmund mit freundlicher

Bewegtheit)

 

SIEGLINDE

Des seimigen Metes süßen Trank

mög'st du mir nicht verschmähn.

 

SIEGMUND

Schmecktest du mir ihn zu?

 

(Sieglinde nippt am Horne und

reicht es ihm wieder. Siegmund tut

einen langen Zug, indem er den

Blick mit wachsender Wärme auf sie

heftet. Er seufzt tief auf, und

senkt den Blick düster zu Boden)

 

Einen Unseligen labtest du:

Unheil wende der Wunsch von dir!

Gerastet hab' ich und süß geruht.

Weiter wend' ich den Schritt.

 

SIEGLINDE

Wer verfolgt dich,

daß du schon fliehst?

 

SIEGMUND

Mißwende folgt mir,

wohin ich fliehe;

Mißwende naht mir,

wo ich mich neige. -

Dir, Frau, doch bleibe sie fern!

Fort wend' ich Fuß und Blick.

 

SIEGLINDE

So bleibe hier!

Nicht bringst du Unheil dahin,

wo Unheil im Hause wohnt!

 

SIEGMUND

Wehwalt

hieß ich mich selbst:

Hunding will ich erwarten.

 

(Er lehnt sich an den Herd; sein

Blick haftet mit ruhiger und

entschlossener Teilnahme an

Sieglinde. Beide blicken sich in

tiefem Schweigen mit dem Ausdruck

großer Ergriffenheit in die Augen)

 

Zweite Szene

 

(Sieglinde fährt plötzlich auf,

lauscht und hört Hunding, der sein

Roß außen zum Stall führt. Sie

geht hastig zur Tür und öffnet.

Hunding, gewaffnet mit Schild und

Speer, tritt ein und hält unter der

Tür, als er Siegmund gewahrt)

 

SIEGLINDE

(Zu Hunding)

Müd am Herd

fand ich den Mann:

Not führt' ihn ins Haus.

 

HUNDING

Du labtest ihn?

 

SIEGLINDE

Den Gaumen letzt' ich ihm,

gastlich sorgt' ich sein!

 

SIEGMUND

Dach und Trank dank' ich ihr:

willst du dein Weib drum schelten?

 

HUNDING

Heilig ist mein Herd:

heilig sei dir mein Haus!

 

(Zu Sieglinde)

 

Rüst' uns Männern das Mahl!

 

(Mißt scharf und verwundert

Siegmunds Züge, die er mit denen

seiner Frau vergleicht)

 

(Für sich)

 

Wie gleicht er dem Weibe!

Der gleißende Wurm glänzt

auch ihm aus dem Auge.

 

(zu Siegmund)

 

Weit her, traun,

kamst du des Wegs;

ein Roß nicht ritt,

der Rast hier fand:

welch schlimme Pfade

schufen dir Pein?

 

SIEGMUND

Durch Wald und Wiese,

Heide und Hain,

jagte mich Sturm

und starke Not:

nicht kenn' ich den Weg,

den ich kam.

Wohin ich irrte,

weiß ich noch minder:

Kunde gewänn' ich des gern.

 

HUNDING

Des Dach dich deckt,

des Haus dich hegt,

Hunding heißt der Wirt;

wendest von hier du nach

West den Schritt,

in Höfen reich hausen dort Sippen,

die Hundings Ehre behüten.

Gönnt mir Ehre mein Gast,

wird sein Name nun mir genannt.

 

(Sieglinde, die sich neben Hunding,

Siegmund gegenüber, gesetzt, heftet

ihr Auge mit auffallender Teilnahme

und Spannung auf diesen)

 

Trägst du Sorge, mir zu vertraun,

der Frau hier gib doch Kunde:

sieh, wie gierig sie dich frägt!

 

SIEGLINDE

Gast,

wer du bist, wüßt' ich gern.

 

SIEGMUND

"Friedmund"

darf ich nicht heißen;

"Frohwalt"

möcht' ich wohl sein:

doch "Wehwalt" mußt ich mich nennen.

"Wolfe", der war mein Vater;

zu zwei kam ich zur Welt,

eine Zwillingsschwester und ich.

Früh schwanden mir

Mutter und Maid.

Die mich gebar

und die mit mir sie barg,

kaum hab' ich je sie gekannt...

Wehrlich und stark war Wolfe;

der Feinde wuchsen ihm viel.

Zum Jagen zog

mit dem Jungen der Alte:

Von Hetze und Harst

einst kehrten wir heim...

da lag das Wolfsnest leer.

Zu Schutt gebrannt

der prangende Saal,

zum Stumpf der Eiche

blühender Stamm;

erschlagen der Mutter

mutiger Leib,

verschwunden in Gluten

der Schwester Spur:

uns schuf die herbe Not

der Neidinge harte Schar.

Geächtet floh

der Alte mit mir;

lange Jahre

lebte der Junge

mit Wolfe im wilden Wald:

manche Jagd

ward auf sie gemacht;

doch mutig wehrte

das Wolfspaar sich.

Ein Wölfing kündet dir das,

den als "Wölfing"

mancher wohl kennt.

 

HUNDING

Wunder und wilde Märe

kündest du, kühner Gast,

Wehwalt - der Wölfing!

Mich dünkt,

von dem wehrlichen Paar

vernahm ich dunkle Sage,

kannt' ich auch Wolfe

und Wölfing nicht.

 

SIEGLINDE

Doch weiter künde, Fremder:

wo weilt dein Vater jetzt?

 

SIEGMUND

Ein starkes Jagen auf uns

stellten die Neidinge an:

der Jäger viele

fielen den Wölfen,

in Flucht durch den Wald

trieb sie das Wild.

Wie Spreu zerstob uns der Feind.

Doch ward ich

vom Vater versprengt;

seine Spur verlor ich,

je länger ich forschte:

eines Wolfes Fell nur

traf ich im Forst;

leer lag das vor mir,

den Vater fand ich nicht.

Aus dem Wald trieb es mich fort;

mich drängt' es

zu Männern und Frauen...

Wieviel ich traf,

wo ich sie fand,

ob ich um Freund',

um Frauen warb,

immer doch war ich geächtet:

Unheil lag auf mir.

Was Rechtes je ich riet,

andern dünkte es arg,

was schlimm immer mir schien,

andre gaben ihm Gunst.

In Fehde fiel ich, wo ich mich fand,

Zorn traf mich,

wohin ich zog;

gehrt' ich nach Wonne,

weckt' ich nur Weh':

drum mußt' ich mich

Wehwalt nennen;

des Wehes waltet' ich nur.

 

HUNDING

Die so leidig Los dir beschied,

nicht liebte dich die Norn':

froh nicht grüßt dich der Mann,

dem fremd als Gast du nahst.

 

SIEGLINDE

Feige nur fürchten den,

der waffenlos einsam fährt!...

Künde noch, Gast,

wie du im Kampf

zuletzt die Waffe verlorst!

 

SIEGMUND

Ein trauriges Kind

rief mich zum Trutz:

vermählen wollte

der Magen Sippe

dem Mann ohne Minne die Maid.

Wider den Zwang

zog ich zum Schutz,

der Dränger Troß

traf ich im Kampf:

dem Sieger sank der Feind.

Erschlagen lagen die Brüder:

die Leichen umschlang da die Maid,

den Grimm verjagt' ihr der Gram.

Mit wilder Tränen Flut

betroff sie weinend die Wal:

um des Mordes der eignen Brüder

klagte die unsel'ge Braut.

Der Erschlagnen Sippen

stürmten daher;

übermächtig

ächzten nach Rache sie;

rings um die Stätte

ragten mir Feinde.

Doch von der Wal

wich nicht die Maid;

mit Schild und Speer

schirmt' ich sie lang',

bis Speer und Schild

im Harst mir zerhauen.

Wund und waffenlos stand ich...

sterben sah ich die Maid:

mich hetzte das wütende Heer...

auf den Leichen lag sie tot.

Nun weißt du, fragende Frau,

warum ich Friedmund nicht heiße!

 

HUNDING

Ich weiß ein wildes Geschlecht,

nicht heilig ist ihm,

was andern hehr:

verhaßt ist es allen und mir.

Zur Rache ward ich gerufen,

Sühne zu nehmen

für Sippenblut:

zu spät kam ich,

und kehrte nun heim,

des flücht'gen Frevlers Spur

im eignen Haus zu erspähn...

Mein Haus hütet,

Wölfing, dich heut';

für die Nacht nahm ich dich auf;

mit starker Waffe

doch wehre dich morgen;

zum Kampfe kies ich den Tag:

für Tote zahlst du mir Zoll.

 

(zu Sieglinde)

 

Fort aus dem Saal!

Säume hier nicht!

Den Nachttrunk rüste mir drin

und harre mein' zur Ruh'.

 

(Sieglinde sie wendet sich langsam

und zögernden Schrittes nach dem

Speicher. Mit ruhigem Entschlußöffnet

sie den Schrein füllt ein Trinkhorn

und schüttet aus einer Büchse Würze

hinein. Hunding fährt auf und treibt

sie mit einer heftigen Gebärde zum

Fortgehen an. Hunding nimmt seine

Waffen vom Stamme herab)

 

(zu Siegmund)

 

Mit Waffen wehrt sich der Mann...

Dich Wölfing treffe ich morgen;

mein Wort hörtest du...

hüte dich wohl!

(ab)

 

Dritte Szene

 

SIEGMUND

Ein Schwert verhieß mir der Vater,

ich fänd' es in höchster Not.

Waffenlos fiel ich

in Feindes Haus;

seiner Rache Pfand,

raste ich hier:..

ein Weib sah ich,

wonnig und hehr:

entzückend Bangen

zehrt mein Herz.

Zu der mich nun Sehnsucht zieht,

die mit süßem Zauber mich sehrt,

im Zwange hält sie der Mann,

der mich Wehrlosen höhnt!

Wälse! Wälse!

Wo ist dein Schwert?

Das starke Schwert,

das im Sturm ich schwänge,

bricht mir hervor aus der Brust,

was wütend das Herz noch hegt?

 

(Deutlich einen Schwertgriff

haften sieht die Stelle des

Eschenstammes)

 

Was gleißt dort hell

im Glimmerschein?

Welch ein Strahl bricht

aus der Esche Stamm?

Des Blinden Auge

leuchtet ein Blitz:

lustig lacht da der Blick.

Wie der Schein so hehr

das Herz mir sengt!

Ist es der Blick

der blühenden Frau,

den dort haftend

sie hinter sich ließ,

als aus dem Saal sie schied?

Nächtiges Dunkel

deckte mein Aug',

ihres Blickes Strahl

streifte mich da:

Wärme gewann ich und Tag.

Selig schien mir

der Sonne Licht;

den Scheitel umgliß mir

ihr wonniger Glanz...

bis hinter Bergen sie sank.

Noch einmal, da sie schied,

traf mich abends ihr Schein;

selbst der alten Esche Stamm

erglänzte in goldner Glut:

da bleicht die Blüte,

das Licht verlischt;

nächtiges Dunkel

deckt mir das Auge:

tief in des Busens Berge

glimmt nur noch lichtlose Glut.

 

(das Seitengemach öffnet sich leise:

Sieglinde tritt, in weißem Gewande)

 

SIEGLINDE

Schläfst du, Gast?

 

SIEGMUND

Wer schleicht daher?

 

SIEGLINDE

Ich bin's: höre mich an!

In tiefem Schlaf liegt Hunding;

ich würzt' ihm betäubenden Trank:

nütze die Nacht dir zum Heil!

 

SIEGMUND

Heil macht mich dein Nah'n!

 

SIEGLINDE

Eine Waffe laß mich dir weisen:

o wenn du sie gewännst!

Den hehrsten Helden

dürft' ich dich heißen:

dem Stärksten allein

ward sie bestimmt.

O merke wohl, was ich dir melde!

Der Männer Sippe

saß hier im Saal,

von Hunding zur Hochzeit geladen:

er freite ein Weib,

das ungefragt

Schächer ihm schenkten zur Frau.

Traurig saß ich,

während sie tranken;

ein Fremder trat da herein:

ein Greis in blauem Gewand;

tief hing ihm der Hut,

der deckt' ihm der Augen eines;

doch des andren Strahl,

Angst schuf es allen,

traf die Männer

sein mächtiges Dräu'n.

mir allein

weckte das Auge

süß sehnenden Harm,

Tränen und Trost zugleich.

Auf mich blickt' er

und blitzte auf Jene,

als ein Schwert

in Händen er schwang;

das stieß er nun

in der Esche Stamm,

bis zum Heft haftet' es drin:

dem sollte der Stahl geziemen,

der aus dem Stamm' es zög'.

Der Männer alle,

so kühn sie sich mühten,

die Wehr sich keiner gewann;

Gäste kamen

und Gäste gingen,

die stärksten zogen am Stahl...

keinen Zoll entwich er dem Stamm:

dort haftet schweigend das Schwert...

Da wußt' ich, wer der war,

der mich Gramvolle gegrüßt;

ich weiß auch,

wem allein

im Stamm das Schwert er bestimmt.

O fänd' ich ihn heut

und hier, den Freund;

käm' er aus Fremden

zur ärmsten Frau.

Was je ich gelitten

in grimmigem Leid,

was je mich geschmerzt

in Schande und Schmach...

süßeste Rache

sühnte dann alles!

Erjagt hätt' ich,

was je ich verlor,

was je ich beweint,

wär' mir gewonnen,

fänd' ich den heiligen Freund,

umfing' den Helden mein Arm!

 

SIEGMUND

(mit Glut Sieglinde umfassend)

Dich selige Frau

hält nun der Freund,

dem Waffe und Weib bestimmt!

Heiß in der Brust

brennt mir der Eid,

der mich dir Edlen vermählt.

Was je ich ersehnt,

ersah ich in dir;

in dir fand ich,

was je mir gefehlt!

Littest du Schmach,

und schmerzte mich Leid;

war ich geächtet,

und warst du entehrt:

freudige Rache

lacht nun den Frohen!

Auf lach' ich

in heiliger Lust...

halt' ich dich Hehre umfangen,

fühl' ich dein schlagendes Herz!

 

(die große Tür springt auf;

außen herrliche Frühlingsnacht;

der Vollmond leuchtet herein

und wirft sein helles Licht auf

das Paar)

 

SIEGLINDE

Ha, wer ging?

Wer kam herein?

 

SIEGMUND

Keiner ging...

doch einer kam:

siehe, der Lenz

lacht in den Saal!

Winterstürme wichen

dem Wonnemond,

in mildem Lichte

leuchtet der Lenz;

auf linden Lüften

leicht und lieblich,

Wunder webend

er sich wiegt;

durch Wald und Auen

weht sein Atem,

weit geöffnet

lacht sein Aug'...

aus sel'ger Vöglein Sange

süß er tönt,

holde Düfte

haucht er aus;

seinem warmen Blut entblühen

wonnige Blumen,

Keim und Sproß

entspringt seiner Kraft.

Mit zarter Waffen Zier

bezwingt er die Welt;

Winter und Sturm wichen

der starken Wehr...

wohl mußte den tapfern Streichen

die strenge Türe auch weichen,

die trotzig und starr

uns trennte von ihm!

Zu seiner Schwester

schwang er sich her;

die Liebe lockte den Lenz:

in unsrem Busen

barg sie sich tief;

nun lacht sie selig dem Licht.

Die bräutliche Schwester

befreite der Bruder;

zertrümmert liegt,

was je sie getrennt:

jauchzend grüßt sich

das junge Paar:

vereint sind Liebe und Lenz!

 

SIEGLINDE

Du bist der Lenz,

nach dem ich verlangte

in frostigen Winters Frist.

Dich grüßte mein Herz

mit heiligem Grau'n,

als dein Blick zuerst mir erblühte.

Fremdes nur sah ich von je,

freudlos war mir das Nahe.

Als hätt' ich nie es gekannt,

war, was immer mir kam.

Doch dich kannt' ich

deutlich und klar:

als mein Auge dich sah,

warst du mein Eigen;

was im Busen ich barg,

was ich bin,

hell wie der Tag

taucht' es mir auf,

o wie tönender Schall

schlug's an mein Ohr,

als in frostig öder Fremde

zuerst ich den Freund ersah.