*El cazador maldito.

Herne con su corcel, perros y búho, observado por el duque de Richmond y el conde de Surrey, en Windsor's Castle de Harrison Ainsworth, ilustrado por George Cruikshank, c. 1843.
Herne con su corcel, perros y búho, observado por el duque de Richmond y el conde de Surrey, en Windsor's Castle de Harrison Ainsworth, ilustrado por George Cruikshank, c. 1843.

Poema sinfónico: El cazador maldito, FWV 44

 

l poema sinfónico El Cazador maldito fué compuesto por César Franck en 1882, y dado a conocer en un concierto de la Sociedad Nacional el 31 de marzo de 1883. Si bien tal estreno no llegó a constituir lo que podríamos considerar hoy un éxito, parecióselo en buena medida al compositor, por contraste con la frialdad con que eran acogidas habitualmente sus obras.

Franck, que era un confesado admirador de Liszt, escribió varios poemas sinfónicos inspirándose en el ejemplo del creador de este género tan característico del siglo XIX, a saber: Las Eólides, Las Djins (con piano concertante), Psyché y El Cazador maldito. Básase este último en una vieja leyenda germánica a cuyos sucesivos episodios se ajustan las diferentes secciones de la partitura. Es una versión de la clásica saga acerca del demoníaco cazador que cabalga frenéticamente a través de la tormenta, de la que también se derivan el Zamiel de El Cazador furtivo y el Rey Waldemar de los Gurrelieder gigantescamente tratados por Schönberg en su manera post-romántica. Franck tomó el asunto de su poema de una balada escrita durante el siglo XVIII por el poeta Bürger que narra el desventurado sino del Conde del Rhin. Desoyendo la prohibición de cazar durante el día del Señor, el Conde ha salido con la manifiesta intención de cobrar alguna pieza. Los sones de las trompas de caza sobrepasan el religioso cántico que se eleva desde el interior de la pequeña iglesia lugareña. El sacerdote previene entonces a los compañeros del Conde respecto de las posibles consecuencias del sacrilegio que están a punto de cometer; mas como única respuesta se oye el vibrante reclamo de las trompas subrayando la vertiginosa carrera a que el Conde lanza su cabalgadura. De improviso, el jinete advierte que está solo; los compañeros desaparecieron milagrosamente, y su propio caballo no puede moverse, paralizado de terror. En vano intenta hacer oír de nuevo la voz de su trompa de caza. De la inmensidad llega en cambio una voz potente, tremenda: "¡Maldito seas, y conviértete desde ahora en presa propicia para el Infierno!". Desde ese momento, el Conde, cazador en trance de ser cazado, huye desesperadamente a través de montes, quebradas y colinas, en días de bonanza como en frígidas noches de tormenta, en un continuo tratar de alejarse de la demoníaca jauría que le acosa sin cesar.

 

                                                                                    Juan Manuel Puente