*Overtura; Romanza; Entreacto II; Entreacto III.

NOVIEMBRE...

MÚSICA INCIDENTAL COMPLETA PARA ROSAMUNDA, PRINCESA DE CHIPRE, OP. 26, D. 797

Música incidental completa para Rosamunda, princesa de Chipre, op. 26, D. 797

 

 

a encantadora música de Rosamunda fue compuesta por Franz Schubert en 1823 para una obra que resultó un completo fracaso. El manuscrito de la pieza literaria se perdió y la partitura permaneció extraviada hasta que por fortuna, en 1867, Sir George Grave y Sir Arthur Sullivan lo encontraron en una vieja casa vienesa. A los vieneses les gustaba la música en el teatro, y Schubert proporcionó con la partitura de Rosamunda una obertura (que él mismo resucitó de una temprana ópera, Alfonso y Estrella), tres entreactos que son casi pequeños poemas orquestales, dos ballets, una serenata instrumental llamada La melodía del pastor, dos solos vocales y seis partes corales. Cuatro de estas obras, un aria para voz sola y tres corales han desaparecido. Pero si se considera lo poco que se valoraba a Schubert durante su breve vida, y el estado de sus manuscritos en el momento de producirse su muerte, hay que agradecer, en realidad, que se haya salvado tanta de esta encantadora música suya.

La obra, Rosamunda, Fürstin von Cypern (Rosamunda, princesa de Chipre) fue escrita por Wilhelmina Christiane von Chécy (1783 - 1856) en 1823 y estrenada (sólo se ofreció dos noches) en el Theater an der Wien el 2O de diciembre del mismo año, en una función a beneficio de la joven actriz Emilie Neumann, quien fue la elegida para interpretar el rol titular en Rosamunda. La señora von Chécy había llegado a Viena procedente de Berlín para colaborar en la producción de la ópera Euryanthe de Weber, escribiendo el libreto, no muy afortunado por cierto. Es muy probable que Weber previniera a Schubert acerca de las condiciones literarias de esta señora, pero la posibilidad de que alguna de sus obras fuera presentada en público, unida a la intervención de su amigo Josef Kuppelweiser (enamorado de la actriz Neumann) lo inclinaron a aceptar. Su argumento, que se trascribe a continuación, ha sido reconstruido según noticias periodísticas de la época.

El rey de Chipre había muerto cuando Rosamunda, su hija, tenía dos años, y había decretado que se la criara como una pastora hasta que cumpliera los dieciocho. Se acerca la fecha en la cual su identidad le será revelada, pero el gobernador de Chipre, el malvado Fulgencio, alberga sombríos designios con respecto a ella y al trono. Un ciudadano de buenos sentimientos, Albano, escribe una carta pidiendo ayuda al príncipe Alfonso de Candía, que había sido prometido como esposo a Rosamunda en la niñez. Llega el príncipe, a pesar de un naufragio, pero se disfraza para descubrir si Rosamunda es una consorte apropiada, y entra al servicio de Fulgencio. La hija de Fulgencio es capturada por los piratas, y luego rescatada. Cuando Fulgencio se ve rechazado en sus propósitos con Rosamunda, la acusa del rapto y la hace después encarcelar. Ella escapa, pero Fulgencio averigua su paradero y envía a Alfonso a su encuentro, con una carta envenenada, cuyas vaharadas le darán la muerte. Alfonso, disfrazado, descubre que Rosamunda es su verdadera alma gemela. Fulgencio, llega, se entera de que por un accidente ha fracasado su trama del veneno, y envía a Alfonso a que vigile a Rosamunda. Llega otra carta de Albano a Alfonso, y cuando Fulgencio la ve descubre la verdadera identidad de Alfonso, y trata de matarlo. Pero mediante una rápida estratagema manual, Alfonso hace que Fulgencio muera víctima de la misma carta envenenada. Los enamorados se casan, y ascienden juntos al trono.

La autora de esta mascarada con su dosis de suspenso, a la que virtió en un drama en gran estilo, no debe ser culpada por completo de su vacuidad, ya que no hacía otra cosa que seguir las tendencias de su tiempo. La Viena de 1820, época de la Santa Alianza, no tenía el mismo temperamento de la ciudad, en la que, dos décadas antes, Beethoven había compuesto su serie de tempestuosas y celestiales sinfonías. El gran hombre vivía aún, y en 1823, el año de Rosamunda, volvió a hacerse presente con su poderosa Sinfonía n9 en re menor, op. 125 Coral, tras un período de once años, en los que no había creado ningún trabajo sinfónico. Pero Beethoven, para la nueva generación, era la reliquia de un pasado que se había convertido casi en una leyenda. Sólo unos pocos, como el joven Schubert, lo adoraban, mas era demasiado tímido como para acercársele. La tendencia Biedermeier se inclinaba hacia el melodrama romántico y el entretenimiento escapista, con un sesgo hacia la música importada, como la de Rossini, y contra la producción de origen nacional. Esto creaba dificultades a Schubert. Ansioso por escribir óperas, nunca pudo encontrar un texto aceptable, uno que le permitiese profundizar en la condición humana, como había hecho en sus grandes canciones y en sus “ciclos de canciones”. Las críticas no le significaron ayuda alguna; aún cuando su música burbujeara de liviandad y de alegría, tenía un sabor doméstico, de simplicidad y folklorismo, una falta de pomposidad que hizo que los críticos lo considerasen con aire protector. Describirían a la radiante Obertura de Rosamunda como "música muy parecida a la danza", o "música aldeana", más adecuada para propósitos "cómicos" que "serios".

1823 fue un año fructífero para Schubert, pues vio el nacimiento del gran ciclo de canciones de La bella molinera y la Sonata para piano en la menor, op. 143. Se hallaba inmerso en tal estado de creación, que ni el argumento de Rosamunda consiguió asfixiarlo, ya que hasta el destello de una situación o de una emoción realmente humana, entre tantas superficialidades melodramáticas, podía hacer que su mente se pusiera a funcionar. Prescindiendo del marco de Chipre, escribió para muchos de los números la alegría y la punzante quintaesencia de los Ländler austríacos, y música folklórica como la que sólo puede encontrarse en las inspiradas melodías de sus canciones, sinfonías, sonatas y música de cámara. Deseoso de preservar algo de la música de Rosamunda, publicó en 1824, como su op. 26, el aria vocal y los tres coros que se escuchan en esta presentación, y agregó también el arreglo para cuatro manos de una obertura distinta a la que había destinado a la obra, probablemente una que había escrito anteriormente, Die Zauberharfe (El arpa encantada). Esta obra de imperecedera belleza ha sido conocida desde entonces como la Obertura de Rosamunda, y es la que se escucha en esta presentación. Los tres entreactos y dos ballets fueron desenterrados en la caza del tesoro de los manuscritos de Schubert, entablada durante muchos años, después de su muerte, y publicados en 1866-67.


Resumen de la obra

 

a obertura está bañada por la magia schubertiana, como en las cuerdas iniciales, en do menor, que disuelven en do mayor (toda la obra está en esta tonalidad), el color de los vientos, evocativamente romántico, y las cuatro melodías temáticas, parecidas a gemas, cada una de ellas con diferente vida rítmica. La obertura, desde luego, no tiene nada que ver con la obra, pues fue escrita en 1819-20. Pero con el primer entreacto, un Allegro molto moderato en si menor, tenemos lo que podría llamarse un "preludio a un drama trágico", con sus indicios de música tormentosa al comienzo, sus sombríos ritmos de marcha, y su melodía tiernamente triste. Aquí se descubre un Schubert diferente y a la vez igualmente grande, de sentimientos profundos y turbados; la modalidad sombría continúa durante los dos números siguientes. Estos son Música de Ballet I, Allegro Moderato, en si menor, que recuerda los ritmos de marcha pero que les comunica algo de sentimiento danzante, y luego se convierte en un encantador y dulce aire en sol mayor, Andante un poco assai, y el segundo entreacto, andante en re mayor, con su melodía procesional de notas punteadas, suaves pizzicati en las cuerdas bajas, y fuertes explosiones en los cobres.

Sigue el primero de los números vocales, una estrófica Romanza para soprano, tan hermosamente labrada como las canciones de La bella molinera, de ese mismo año. Se la escucha en tonalidad menor, con una tocante modulación en mayor en la palabra küßt.


*Romanza

La luna llena brilla en la cumbre de las montañas. Te he extrañado tanto, dulce corazón mío. Qué hermoso es cuando los que se guardan fidelidad se dan verdaderos besos. Brillante adorno que santificas a Mayo, eres para mí el resplandor de la primavera. Ilumina mi noche, oh sonríeme una vez más en la muerte.

Aquí llega ella, a la luz de la luna llena; mira el cielo: Distante en vida; tuya en la muerte. Y suavemente, dos corazones se quiebran.


Justo al orquestar esta canción, Schubert había creado un efecto de claroscuro al omitir los violines; así, en el siguiente Geisterchor, o Coro de los espíritus, que probablemente acompañaba a Fulgencio cuando preparaba su veneno, la orquestación de cornos y trombones crea un aire de romántico misterio.


*Coro de los espíritus

En las profundidades mora la luz, la luz que destella y se enciende en una llama. Quien haya descubierto la luz de las luces, no ha utilizado ese conocimiento en vano. Al que se aparta de la luz. La noche, que raramente otorga dones, con alegre bienvenida le dará la recompensa de los poderes de las sombras. Destila, medita, trabaja y aspira, pero ten cuidado, tú, hijo de la Tierra, de que la consumación no sea la compañera de tus afanes.


Para quienes no conozcan la partitura completa, sino sólo sus extractos más populares, el tercer entreacto, un andantino en si bemol es el entreacto de Rosamunda. Schubert mismo debe haberse enamorado de él, pues usó su melodía principal también en otros trabajos, el movimiento lento del Cuarteto de cuerdas en la menor, y el Impromptu para piano en si bemol. Las tres afirmaciones de esta melodía están separadas por dos episodios que exhiben a la perfección las "Lágrimas y sonrisas" destiladas por el Schubert de las danzas austríacas. Los siguientes números son todos de atmósfera pastoral. Una de las virtudes de conocer la partitura completa es que familiariza al oyente con la injustamente olvidada Hirtenmelodien, o Melodía del Pastor, una encantadora Serenata instrumental, en si bemol, para clarinete, fagot y corno. Luego se presenta un turbulento Hirtenchor, o Coro de Pastores, en la misma clave, para coro mixto, con una sección media en la que las voces masculinas y femeninas se contestan unas a otras.


*Coro de pastores

Pastoras de mejillas rosadas, venid a danzar en las colinas, venid! Celebrad la gloriosa llegada de la primavera. Mayo es siempre la época del amor y de los placeres. Venid!

Aquí hermosos saludos a vuestros pies; vosotras sois las señoras de la Arcadia. Suenan armoniosamente las flautas y los caramillos; vuestras son las colinas, vuestras sus flores.

Arrebatados sonidos golpean sus ecos en las verdes laderas, las frescas y fragantes colinas destellan y relucen en amor y deleite; en el sombrío valle se aquietan los tormentos del amante corazón!


Igualmente lleno de lujuria y de jovialidad es el Jägerchor, o Coro de Caza, con un nuevo toque de imaginación orquestal: al principio se escucha a toda la orquesta, y luego sólo los cornos y fagots acompañan la entrada del coro.


*Coro de caza

Qué alegre es la vida entre el verdor, entre la hierba, detrás de una cacería traviesa, entre los rayos del sol, que reverberan, donde el juego de la persecución nos mantiene alegres. Ah, la caza traviesa, donde el juego nos mantiene alegres!

Escuchamos, y no es en vano. Escuchamos, entre los tréboles de suave aroma. Levanta la vista, mira, el blanco de nuestros afanes, un esbelto y veloz gamo; entre los tréboles de suave aroma, un fugitivo gamo!

Rápidamente cae, herido por nuestras flechas; pero el amor hiere lo que después él mismo cura. No tiembles, tímido ciervo, el amor te da alegría a cambio del dolor; ay! te da alegría a cambio del dolor.


Por último, el número más popular de la partitura, la Música de ballet II, andantino en re mayor. Es la clase de música que no afecta los pies, ya que es el corazón el que se pone a bailar a su compás. Se la ha transcripto para piano, y también para otros instrumentos, pero desconocer el original, aquí ejecutado, es perderse el interjuego y las combinaciones que efectúa Schubert con las cuerdas y los instrumentos de viento. Probablemente la noche del estreno de Rosamunda el público habrá estado demasiado ocupado viendo las danzas para darse cuenta de que esa música continuaría alegrando a las futuras generaciones; pero sin dudas habrán comprendido, mientras escuchaban, al menos en el fondo de sus mentes, que el mundo se había convertido en un lugar mejor donde habitar.


Obertura de Rosamunda
Macau Youth SO & Veiga Jardim