*"Andante" de las Sonatas 2, 1 y 3.
JUNIO...
SONATAS PARA VIOLÍN Y PIANO, OPUS 137
Schubert al piano (Óleo sobre lienzo, 1899). Gustav Klimt (1862-1918).
Sonatas para violín y piano, Op. 137
as tres Sonatas para Violín y Piano, Opus 137, fueron compuestas por Franz Schubert en marzo y abril de 1816, a la edad de 19 años. Se encuentran al nivel de las obras más bellas surgidas durante este período crítico de su vida, cuando se sentía intelectualmente dispuesto para enfrentar la vida por sus propios medios, mientras lo oprimía la pobreza y las magras perspectivas de ganarse una subsistencia decorosa.
El contraste entre la brillante carrera artística de Schubert y sus deprimentes circunstancias exteriores, deben haberse manifestado en aquel momento con especial acerbo. Dejó su empleo como maestro asistente en la escuelita de su padre, cargo que le había sido encomendado sólo porque el progenitor consideraba que era una manera para lograr algunos ahorros. Una petición por la dirección musical de una escuela en Laibach, para la cual había sido recomendado por su maestro Antonio Salieri, fue rechazada a favor de un solicitante anterior, también recomendado por Salieri. Estaba enamorado de la cantante Therese Grob, pero por razones económicas no podía pensar en el matrimonio. Por otra parte, maravillosas obras manaban de su pluma.
Un amigo suyo había enviado a Goethe 34 canciones que Schubert había compuesto para los poemas de aquél, las que incluían obras maestras tales como Erlkönig (El Rey de los silfos), Gretchen am Spinnrade (Margarita en la rueca), Heidenröslein (Rosa silvestre) y An Schwager Kronos (A Cronos, el postillón). Aparte de las tres sonatas para violín y piano, en el mismo año, 1816, surgió la más bella de sus primeras sinfonías, la Sinfonía Nº 5 en Si Bemol mayor, D. 485. Y sus talentos en ningún momento fueron despreciados. A la sazón comenzaba a atraer a un círculo de amigos sinceros que le admiraban: poetas, pintores y músicos, que se hallaban entre los más exquisitos talentos y las mentes jóvenes más brillante de la Viena tan acosada por la censura. Pero el público en general no estaba dispuesto a alentar a un pensador musical profundamente serio y penetrante. Ahora que Napoleón estaba derrotado y el imperio presumiblemente a salvo de las ideas amenazantes engendradas en Francia en 1789, las clases media y aristocrática hacían del vals vienés y las óperas de Rossini su música predilecta.
Estas tres sonatas para violín y piano quedaron en su forma de partituras manuscritas, a pesar de que, sin duda, fueron interpretadas durante las reuniones del círculo de Schubert. En una memoria escrita por Eduard von Bauernfeld para la Wiener Zeitschrijt für Kunst (Revista Vienesa de Arte) en junio de 1829, pocos meses después de la triste y prematura muerte del compositor, estas sonatas son consideradas como parte de "las más maravillosas dentro de la obra de Franz Schubert, que hasta el presente no han llegado a ser conocidas en general". Posteriormente, en el mismo año, fueron vendidas por el hermano del autor, Ferdinand, al editor Anton Diabelli, quien las publicó en 1836 como tres "Sonatinas", Opus 137. Schubert las llamaba "Sonatas" en su original, pero el sagaz Diabelli probablemente creyó que aumentaría las ventas de estas obras, al dar la idea de que se trataba de música "fácil", apta para estudiantes y aficionados. Lamentablemente, la denominación engañosa de "Sonatina" persistía en su desmedro, mientras que en realidad son Sonatas completas. Y aunque no requieren extrema bravura del violinista ni del pianista, el mismo desarrollo de la literatura cada vez más brillante del violín, un acompañamiento de estilo virtuoso con miras al espectáculo y lucimiento personal, ha sido la causa de que estas obras de Schubert hoy día no resulten en absoluto "fáciles" de ejecutar. Requieren músicos fervientes con un amor y sentimiento especial hacia el idioma de Schubert y la claridad de la era clásica para comunicar su lucidez y belleza.
La etapa de la carrera de Schubert representada por estas sonatas es la de un compositor joven e inspirado que ha encontrado la primera expresión libre de originalidad y genio en sus canciones, y está en ese momento comenzando a elaborar su propio camino en las grandes formas instrumentales. Fueron numerosos los problemas con que se enfrentó Schubert. Aunque la cronología de la historia de la música implica que Haydn engendró a Mozart, quien engendró a Beethoven, quien engendró a Schubert, en un sentido psicológico estos compositores anteriores en realidad fueron sus contemporáneos. Cuando Schubert escribió estas sonatas, no habían pasado más de siete años desde la muerte de Haydn. Mozart había fallecido en 1791, pero muchas de sus grandes obras recién entonces comenzaban a ser apreciadas -por músicos entendidos-, aprecio que no habían recibido en vida de su creador. Resulta fácil imaginar la emoción que Schubert y sus amigos deben haber sentido al escuchar una obra como el Quinteto para Cuerdas en Sol Menor. No como expresión de una generación pasada, sino como música fresca y fundamental. Beethoven, en aquella época, 1816, contaba 46 años, y sus sonatas más maduras, sus cuartetos para cuerdas y la Novena Sinfonía todavía no estaban escritas. Por supuesto que el público soñador prefería olvidar los conflictos turbulentos evocados por la música de Beethoven, mientras que maestros como el mentor de Schubert, Salieri, advertían a sus discípulos contra aquellos "excéntricos" cuyo genio no podía ser negado, pero con una obra tan "caprichosa" y "extravagante". Más Schubert tenía su propia mentalidad, y en 1814 había vendido sus libros de estudio a fin de poder asistir a una representación de Fidelio de Beethoven. De esta manera tuvo mucho que absorber. Sin embargo, si él veneraba a Beethoven y a Mozart, la cuestión seguía siendo ¿qué podía aprender para sus propias necesidades? Por ejemplo, gran parte del "período medio" de Beethoven, si bien impresionaba a Schubert, no podía ser utilizado por éste. Su propio estilo no le conducía hacia el motivo corto y fecundo, sino a la amplia melodía lírica, y su temperamento no era de heroico desafío, sino de alegría externa combinada con una inquieta y vacilante esencia plena de dudas.
De tal manera, en estas sonatas para violín y piano, Schubert sigue los pasos iniciados en sus primeras sinfonías. Comienza en la forma "tipo", un desarrollo de sonata no problemática que podría haber sido derivada del más sencillo Haydn, Mozart o el joven Beethoven. Esta clase era la base que necesitaba, a la cual añadiría luego sus propias complicaciones.
Ya a esta altura sus sonatas van totalmente exentas de academismo, preñadas de la "magia" schubertiana; la belleza de la melodía que contiene tanto del Volkslied (canción popular) austriaco, las frescas y patéticas modulaciones que nos sorprenden, y sin embargo, parecen tan "reales".
La Sonata N°. 1 en Re Mayor, Op. 137, D. 348 es la que ostenta la mayor perfección de forma de las tres sonatas, lo que no equivale a decir que contiene la mejor música. En oposición a las otras dos obras, de cuatro movimientos, ésta consta de tres. En el primer movimiento, Allegro molto (4/4), la atractiva fluidez melódica resulta notable, con tres temas no totalmente opuestos en su faz dramática, pero relacionados con sutileza, como provenientes de la misma familia. La breve sección del desarrollo está basada en el primer tema, y la recapitulación contiene una típica alternancia mayor-menor. El Andante (2/2) que sigue, es uno de los movimientos más bellos del joven Schubert. Comienza con una melodía en La Mayor, con notas destacadas como en una danza del siglo XVIII, rompiendo luego esas "trabas" con una sección central en La Menor, maravillosamente lírica. Un gozoso rondó, Allegro vivace (6/8), concluye la obra.
Un nuevo mundo de sentimientos apasionados se nos revela en la Sonata N°. 2 La menor, Op. 137, D. 385. La música sugiere el estímulo de Beethoven, quizá de la Sonata para violín y piano en Do Menor, Op. 30 N°. 2, como así también del estilo pianístico de la canción Der Erlkönig, D. 328 (Rey de los silfos) de Schubert. El Allegro moderato (4/4) se inicia con un tema amplio, que luego absorbe el violín. Ello inicia una dramática exposición a la altura de la mejor música de Schubert. Recién en la sección del desarrollo es cuando el compositor parece no saber cómo controlar las fuerzas que ha desencadenado. La recapitulación y coda retoman el drama inicial, hasta llegar al lancinante cierre. El Andante (3/4) es una forma de canción bellamente ampliada. Una melodía en tres partes, patéticamente tristes en Fa, retorna en medio del movimiento en La y cierra en la tonalidad original. Existe un episodio con una conmovedora figuración para piano y violín -que nos recuerda los movimientos más dramáticos del joven Beethoven- y que se torna aún más emocionante en su reaparición. Un dramático Menuetto y Trío beethoveniano, Allegro (3/4), es seguido por un rondó libre, Allegro (2/4), basado en una hermosa melodía cantable con sus secciones maravillosamente integradas, algún trecho de bravura y una breve coda imaginativa. Si el resto del primer movimiento de esta obra se hubiera mantenido a la altura de su comienzo, ésta sería una de las grandes sonatas para violín.
La Sonata N°. 3 en Sol menor, Op. 137, D. 408 se ubica, por su carácter, entre el fuego dramático de la segunda y la dulzura lírica de la primera. El primer movimiento, Allegro giusto (3/4) revela otra faceta de la maduración del arte de Schubert. Esta es la manera en la que la evocativa frase inicial parece generar el movimiento entero, como por ejemplo, su atractivo desarrollo de variaciones, que se convierte en el tercer tema en Mi Bemol. También aquí, sólo el fracaso de la sección del desarrollo, por cumplir con todas las potencialidades del comienzo, impide que el movimiento sea lo mejor de Schubert. El Andante (3/4) en Mi Bemol es una especie de homenaje a Mozart, en forma de una suave Romanza, como son también mozartianos el Menuetto y el Trío (3/4). Con respecto al breve y exquisito finale, Allegretto moderato (2/4), la única reserva que surge es que el Schubert más maduro hubiera aprovechado mejor la mágica y muy schubertiana melodía inicial.
Sonata N°. 1 en Re Mayor, Op. 137, D.348.
Cristian Ifrim (violín), Maruxa Llorente (piano).
Allegro moderato de la Sonata N°. 3 en Sol menor, Op. 137, D. 408.
Sara Zeneli (violín), Stefania Rota (piano).
Civic museum of Cremona.